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«Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»

Domingo de la Semana 25 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 20, 1-16

Leemos en el Evangelio la parábola llamada «de los obreros de la viña»; sin embargo sería mejor llamarla la del dueño bondadoso o el señor generoso. El profeta Isaías parece sintetizar la idea principal de este Domingo cuando dice: «los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos». La mente humana es pequeña, frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente que Dios tiene un hermoso Plan para cada uno y que al ser humano le corresponde conocerlo para ser fiel a él (Isaías 55, 6-9).

Esta misma verdad aparece claramente en el Evangelio, que nos habla del Reino de los Cielos y nos lo presenta como el dueño de una viña que sale a contratar a los jornaleros. Un sentido de justicia muy humano, nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquellos que apenas han trabajado una hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada, ha recibido aquello que le había sido prometido. Entonces, el tema en cuestión pasa a ser la misericordia de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. Puede uno pasar el día entero trabajando pero obtendrá poco, si ama poco. Por esta razón: «los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos» (Evangelio). Esto supone todo un cambio de criterios y de mentalidad (metanoia). Una vida nueva que lleva a San Pablo a exclamar en su carta a los Filipenses: «para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia» (Filipenses 1,20c-24.27a)

 «Porque los pensamientos de ustedes no son los míos»

Isaías es sin duda uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento. Vivió en el siglo VII a.C. y profetizó durante la crisis causada por la expansión del Imperio Asirio. Según algunos apócrifos, murió aserrado por orden del terrible rey Manases . Este libro contiene el mayor número de profecías utilizadas en el Nuevo Testamento. La parte que estamos meditando hace parte del libro de la consolación de Israel. El capítulo 55 es una exhortación final a participar de los bienes de una nueva alianza y a convertirse, mientras haya tiempo ya que el «Señor es generoso en perdonar» pero, recuerda el profeta, Él está cerca.

«Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos». He aquí la clave para poder entender muchas de las vicisitudes de nuestra vida y de la historia de la humanidad. Creemos que Dios debe de pensar como nosotros pensamos y debe de tener los mismos conceptos de amor, justicia y perdón que nosotros tenemos. Estamos tan convencidos de estar en lo cierto, que quedamos consternados, desconcertados delante de muchos acontecimientos, pues nos parecen incompatibles con el amor o la justicia, según nuestros limitados criterios. Y comenzamos a dudar, no de nuestro modo de pensar, sino de Dios. Dudamos porque en el fondo, no queremos comprender que «Dios es Amor». Que Dios es el totalmente Otro y que es capaz de «amar hasta el extremo» dando su vida para que tengamos la vida eterna.

Justamente el mensaje del Evangelio es la gratuidad de Dios ante el legalismo que patrocinaban los fariseos. Estos eran incapaces de entender conceptos como amor y perdón. Esta es la recompensa que esperaba San Pablo, uno de los llamados a trabajar en la viña del Señor en la segunda hora. Escribiendo a los cristianos de Filipos, ciudad romana en Macedonia , afirma «Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia». Pero está igualmente dispuesto a seguir viviendo mientras sea útil a los hermanos. Pero habla así porque escribe desde la cárcel en Roma (alrededor del año 63) esperando una sentencia que podía ser capital.

«El Reino de los cielos es semejante a…»

El Señor quiere que entendamos un poco más acerca del Reino futuro y su dinámica ya presente en el «ahora» de nuestra vida. Lo primero que tenemos que considerar es que Dios llama a quien quiere y cuando quiere. De esa manera nos llamó ya una vez a la existencia de la nada. De esa manera nos llama ahora para colmarnos de sus dones y hacernos partícipes de su eterna felicidad. Su llamada es enteramente gratuita. Los apóstoles y los santos que han vivido la experiencia de la gracia no se cansan de contemplar la bondad de Dios. San Pablo escribe: «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados» (Col 1,13-14). Esto es lo que tenemos que tener en mente para entender la parábola que nos presenta el Evangelio de este Domingo. Allí entramos en contacto con una justicia que es superior a la nuestra: es la justicia de Dios. Dios ejerce su justicia salvando, librando de la muerte y dando la vida.

«El Reino de los cielos…» es semejante a un señor que sale a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña conviniendo con ellos el pago de un denario al día. Volvió a salir a las 9 y a las 12 y a las 15 horas y viendo cada vez gente en la plaza, sin trabajo, les dijo: «Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo». Por último salió a las 17 horas y encontró otros que habían estado todo el día parados y también a éstos manda a su viña. Todos éstos pasan de la amargura que significa la cesantía a la alegría de haber encontrado un buen trabajo, del abatimiento al entusiasmo. Hasta aquí todos compren-demos la bondad de este Señor que ofrece una «fuente de trabajo» y la fortuna de los que, estando cesantes, han sido llamados a gozar de ella. Es conveniente destacar esta frase: «Os pagaré lo que sea justo» ya que ellos confían en la bondad del señor para el momento de la retribución.

Pero al final del día llega el momento de recibir el pago. Aquí el Señor realiza un nuevo gesto asombroso: comienza a llamar a los obreros, partiendo por los últimos, los que han trabajado sólo una hora, y les da un denario a cada uno; ¡es un regalo! Calculemos la alegría de estos hombres. Y lo mismo hace con todos. Entonces ocurre lo increíble: la protesta. Los que llegaron a traba¬jar a la primera hora «murmuraban contra el Señor». Reclamaban al compararse con los últimos.

El Señor, siempre bondadoso, contesta al que encabe¬za la protesta, llamándolo «amigo». Le recuerda que lo convenido con ellos fue un denario al día; ellos habían recibido «lo suyo». Agrega: «Quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». El «ojo malo» es una expresión hebrea para indicar un estado de espíritu maligno, porque el ojo es como el espejo del alma. Aquí quiere indicar la envidia, es decir, el sentimiento de tristeza y de infelicidad propia ante el bien y la felicidad ajenos. Esto está condenado, porque «la caridad se alegra con el bien» dondequiera que exista, sea propio o ajeno. La envidia, en cambio, se amarga ante el bien ajeno y así se opone a la caridad (ver 1Cor 13,4).

Pero la enseñanza principal de la parábola es ésta: el que negocia con Dios y exige de Él retribución ante los méritos propios, recibe exactamente «lo suyo»; pero se excluye del reino de la gratuidad y de la misericordia. Son los obreros que no vivieron la experiencia de la cesantía, pues trabajaban desde la primera hora. Ellos se sienten en situación y derecho de negociar. Se puede decir que no fueron salvados, porque no quedaron contentos y se fueron con lo suyo «murmurando» contra el señor. Los otros obreros reconocen que ellos estaban cesantes y que han sido salvados. Ellos no convinieron nada, sino que confiaron en la justicia y bondad del Señor. Éstos recibieron un don gratuito, mucho mayor que lo que podían imaginar. Ellos se fueron felices, alabando la generosidad de su señor y dándole gracias por su inmenso don, que reconocían no haber merecido.

Una palabra del Santo Padre:

«En la lectura del Evangelio Jesús habla del propietario de una hacienda que salió a diferentes horas a contratar obreros para su tierra (cf. Mt 20, 1-16). La parábola presenta la ilimitada generosidad de Dios, interesado en socorrer las necesidades del pueblo. Es la compasión del propietario por el pobre (en este caso, el desempleado) la que le empuja a pagar a todos los obreros un salario calculado no de acuerdo con las leyes del mercado, sino en consonancia con las necesidades reales de cada uno. La vida en el reino de Dios se basa en un verdadero sentido de la solidaridad, de la comunidad y del deseo de compartir. El suyo es un reino de justicia, de paz y de amor. Nuestra tarea consistirá en construir una sociedad en la que se apliquen a cada situación y a cada relación concreta estos valores del Evangelio…

Cuando tenemos una conducta digna del Evangelio, Jesús es exaltado y su paz reina en nuestros corazones: renovando nuestras promesas bautismales reafirmamos la alianza con Dios como pueblo suyo; el Papa invoca sobre todos los presentes el gozo espiritual de María, expresado en el Magníficat… He venido hoy, queridos hermanos y hermanas, a anunciaros a Jesucristo y a proclamar que es vuestro amigo y salvador. En su nombre, con el amor del Buen Pastor, repito las palabras de la segunda lectura: «Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo» (Flp 1, 27). Obrando de este modo, Cristo será exaltado en vuestras acciones (cf. v. 20) y su paz reinará en vuestros corazones».

Juan Pablo II. El reino de Dios: reino de justicia, de paz, de amor, de perdón y de solidaridad humana; Homilía 1987.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Mucha gente se plantea esta misma cuestión: ¡qué tal raza! ¡yo tengo que aguantar todo el peso de la jornada, y al “holgazán” que “goza de los placeres de la vida” le prometen lo mismo que a mí! ¡Yo la sufro, ¿y por qué él va a merecer lo mismo que yo sin esforzarse?! ¿Les daría envidia a los futbolistas el hecho de que un jugador ingrese a cinco minutos del fin de un partido, en el que ellos han trabajado duramente desde el principio para ganarlo, y al final participe por igual del triunfo y del premio reservado para todos ellos por igual? ¿Acaso pensamos entonces que es injusto lo que se le da a este último que no ha hecho nada? ¿Acaso no se alegran todos por igual del triunfo? ¿Qué pensaríamos de aquél que a la hora de la celebración se está fijando en lo poco que ha trabajado ese último en entrar? ¿No es absurdo?

2. Meditemos la fase de San Agustín acerca de este pasaje: «Da a todos un denario, recompensa de todos, porque a todos será igualmente dada la misma vida eterna».

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2538- 2540. 2554.

Written by Rafael De la Piedra