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Belén en Palacio. La tradición de «il presepi»

POR VIRGINIA RÓDENAS

Como cada año, la Navidad en Palacio se estrena, de la misma manera que en tantos hogares españoles, montando el belén. No en vano, el origen de esta tradición de «il presepi» fue importada de Italia por el Rey Carlos III, que instaló su nacimiento napolitano en el Palacio del Buen Retiro en diciembre de 1759 y con él la costumbre de visitarlo, «mediante invitación o boleto», desde los primeros días del último mes del año hasta el 2 de febrero, festividad de las Candelas. Con esta afición del Monarca, la artística representación de la Natividad trascendió del entorno cortesano y se popularizó. Las familias empezaron a comprar las figuras de barro policromado en los mercadillos, quedando las costumbres populares reflejadas en las escenas que rodeaban el misterio principal. Pescadores, herreros, taberneros, hilanderas, pastores haciendo gachas y animales de granja, vendedores de casi todo y representantes de prácticamente todos los gremios se fueron haciendo hueco en el fabuloso teatro.
Como el imponente belén napolitano de la Fundación Bartolomé March, adquirido en Italia en 1970, y uno de los conjuntos más completos -con más de 2.000 piezas- y de mayor calidad dentro de las colecciones belenistas actuales, equiparable al del Museo Nacional de Artes Decorativas y al del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
A la luz de las velas
María Jesús Herrero Sanz, conservadora de Patrimonio Nacional, explica a S6 que «para muchos estudiosos de los belenes napolitanos, el que se desarrolla en Nápoles en el siglo XVIII es «una representación del nacimiento de Cristo según el pueblo de Nápoles». La escenificación y configuración plástica del Nacimiento alcanzó en el Reino de las Dos Sicilias un periodo de esplendor en la segunda mitad del dieciocho, desbordando el ámbito religioso para pasar a la Corte, la nobleza y la alta burguesía y, finalmente, a ambientes populares. La tradición de los presepe fue impulsada primero por los diferentes virreyes de Nápoles, con especial relevancia de Carlos VII de Nápoles y III de España, fundador de la Fábrica de Porcelana de Capodimonte, donde mandó realizar figuras para su belén privado».
En el pesebre napolitano las figuras se agrupan siempre en pequeños conjuntos llenos de vida que recrean escenas tradicionales. Herrero cuenta cómo se iluminaban con luz natural, sobre un decorado natural o artificial y se ponían velas que se reflejaban en espejos dirigiendo los haces luminosos hacia los puntos que se querían resaltar. Se ponían delante botellas con líquidos de colores para proporcionar distintas tonalidades. Y aunque no se conservan testimonios gráficos del montaje de los belenes de la época, no hay duda de que en todos ellos se recreaba un ambiente realista.
«En el Belén que adquirió Bartolomé March, el conjunto de ángeles revoloteando en el pesebre es de una gran categoría, al igual que el grupo formado por la Virgen, San José y el Niño, cuya calidad le pone en relación directa con el gran maestro belenístico Giussepe Sanmartino, que creó escuela. En el XVIII -apunta la conservadora- se valoraba mucho que las figuras de la Sagrada Familia y los tres Reyes Magos fueran del mismo autor, como ocurre en este caso».
Animales y «finimenti»
Llaman la atención los «pastori» o figuras a la manera napolitana: cabeza de barro, ojos de cristal, brazos y piernas de madera y cuerpo de alambre revestido de estopa para darles movilidad. La medida determinada para las figuras era entre 35 y 45 cm. (la tercina). «Para que se sujeten de pie sin necesidad de peana -añade Herrero-, se ideó el ingenioso sistema de hacer dos orificios en los pies, uno en cada planta, en los que se insertaban unos clavos que se hincaban sobre el decorado haciéndolas muy manejables».
Tampoco hay que pasar por alto las figuras de los animales, de una gran variedad, que forman uno de los conjuntos más importantes y quizás el más numeroso de todos los belenes napolitanos que se conservan en España. Lo mismo ocurre con el conjunto de «finimenti» o complementos que adornan a los personajes, realizados con todo lujo de detalles. Pendientes de oro y plata con perlas o coral, espadas, frutas y verduras, pescados, útiles de cocina o herramientas de cada gremio son de una meticulosidad asombrosa. Sin duda, un presepe que parece una máquina del tiempo con la que se invita al espectador a revivir la vida napolitana de hace tres siglos.

Written by Rafael De la Piedra