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«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos»

Solemnidad de Todos los Santos – 1 de noviembre de 2018

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12a

En la lectura del Evangelio en la fiesta de todos los santos (1 de noviembre) se proclaman las Bienaventuranzas (San Mateo 5, 1-12a), que son el prólogo del discurso evangélico que Jesús pronunció en el Monte. Las bienaventuranzas constituyen un programa de santidad que se hizo «vida» en todos los santos. Los elegidos por el Señor, es decir los que han lavado sus vestiduras con la sangre del Cordero (Apocalipsis 7,2-4.9-14) vivirán en comunión con Dios Amor en la eternidad (primera carta de San Juan 3,1-3). La salvación es un «don de Dios» que nos es dado por Jesucristo al cual nosotros podemos acceder colaborando activamente con esa gracia.

El sermón de la montaña

En el Sermón de la montaña Mateo presenta a Jesús promulgando la ley evangélica, su propia ley. Para un judío debía resultar claro que la intención de Mateo era evocar a Moisés, el gran legislador antiguo, que entregó al pueblo de Israel la ley recibida en el monte Sinaí. Lo evoca, pero lo supera infinitamente. Esto es lo que quieren decir los pasajes: «Habéis oído que se dijo a los antepasados… Mas yo os digo…» (Mt 5,21.27.¬31.33. 38.43). Ese «yo» personal de Cristo es el «YO» divino, el único que puede promulgar una superación de la ley antigua dada por el mismo Dios.

En el Evangelio de Mateo las bienaventuranzas son nueve. Ocho de ellas están formuladas en tercera persona: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos…»; la novena está formulada en segunda persona y dirigida a los oyentes: «Biena-venturados seréis cuando os injurien, y os persigan…». Esta última tiene un desarrollo mayor y rompe el esquema fijo de las demás.

Las primeras ocho constituyen, por tanto, un grupo aparte, a las cuales se agregó una novena. Esto se ve confirmado por el hecho de que las primeras ocho bienaventuranzas quedan incluidas (según el frecuente recurso literario semítico de la inclusión) por la misma promesa: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos… Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos». A su vez estas ocho pueden ser divididas en dos tablas, a semejanza de los diez mandamientos dados a Moisés. La primera tabla contiene las primeras cuatro y expresa la relación del hombre con Dios, y la segunda tabla contiene las otras cuatro y expresa la relación con el prójimo.

La primera tabla

La primera tabla proclama bienaventurados a los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, es decir, a las personas humildes que no ponen su confianza en las riquezas ni en los poderosos de este mundo sino sólo en Dios. En efecto, es Dios quien promete la recompensa que beatifica: «de ellos es el Reino de los cielos… ellos poseerán en herencia la tierra… ellos serán consolados… ellos serán saciados». El tema de esta primera tabla está indicado en la primera bienaventuranza, la que declara dichosos a los «pobres de espíritu». No se trata, en primer lugar, de la pobreza sociológica, sino de la pobreza interior; se trata de la mansedumbre y humildad del corazón. Jesús se nos ofrece como modelo de esta pobreza cuando dice: «A¬prended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Las otras tres bienaventuranzas de este grupo son modificaciones de este mismo tema: los mansos, los afligidos, los que tienen hambre y sed de justicia, son los que ponen a Dios por encima de todo y lo esperan todo de él.

La segunda tabla

La segunda tabla proclama la otra condición indispensable para poseer el Reino de los cielos: «la bondad y el amor al prójimo». Por eso proclama bienaventurados a los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia. En la quinta bienaventuranza se percibe un cambio de tema: «Bienaventurados los misericordiosos». Ya no se expresa una situación en la cual se deba confiar sólo en Dios, sino una actitud del corazón del hombre en relación a su prójimo; explica qué sentimientos deben animar a los cristianos en sus relaciones fraternas. Aquí Jesús comienza a ilustrar las relaciones que deben existir entre sus discípulos. También en esta tabla el tema está indicado por la primera bienaventuranza: la misericordia. Las otras son variaciones sobre este mismo tema.

 ¿En qué consiste ser santo?

En la solemnidad que celebramos es bueno preguntarnos: ¿En qué consiste la santidad de una persona? ¿Por qué los santos han atraído tan poderosamente a los hombres de sus generaciones y han dejado una huella tan profunda en sus épocas y en sus ambientes? ¿Qué hay en ellos que despierta ese sentimiento de admiración y asombro en los hombres? Para dar respuesta a todas estas preguntas, hay que tener en cuenta que la fuente de toda santidad es Dios. No hay santidad posible sin El. Por eso la Iglesia cada vez que celebra la Eucaristía canta: «Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo», y agrega: «Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad».

La santidad as algo que pertenece a Dios y que suscita en los hombres una mezcla de temor y de fascinación. Ante la santidad el hombre experimenta fuertemente sus límites, su ser creatura, su pecado, y por esto siente temor; pero, al mismo tiempo, experimenta fascinación, es decir, no puede dejar de sentirse poderosamente atraído y de gozar intensamente. En la bienaventuranza del cielo, purificado ya del pecado, el hombre gozará eternamente de la santidad de Dios. «Seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1Jn 3,2). Estamos creados para esto y no sería un ser humano el que no lo deseara.

La fe, la esperanza y el amor, sobre todo, el amor, son la manifestación de la vida divina en el hombre. El amor, que consiste en negarse a sí mismo para procurar el bien de los demás, es algo que supera las fuerzas humanas naturales. Cuando vemos que en alguien actúa el amor, entonces, tenemos una manifestación de Dios, pues «el amor es de Dios… Dios es amor» (1Jn 4,7.8). La actuación natural del hombre puede suscitar entusiasmo, como es el caso, por ejemplo, de sus logros en el arte, la ciencia, la técnica, el deporte, etc. Pero la práctica heroica del amor, que es lo que define a los santos, supera todas las empresas naturales y nos pone en la evidencia de Dios. ¡No existe un espectáculo más hermoso!

Una palabra del Santo Padre:

«Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.

Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.

Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.

Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos… Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida».

Papa Francisco. Homilía 1 de noviembre de 2016 en el Swedbank Stadion de Malmoe.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. «Todos estamos llamados a la santidad; para todos hay las gracias necesarias y suficientes; nadie está excluido», nos decía San Juan Pablo II. Una tentación que podemos tener es creer que este llamado (que proviene de nuestro bautismo) no es para mí.

2. Pidamos a Dios el «hambre» por querer vivir de verdad las bienaventuranzas. Leamos a lo largo de la semana este hermoso pasaje evangélico.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2012-2016.

Written by Rafael De la Piedra