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«Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa» RondaTrinity Full view

«Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa»

Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo C

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 16, 12-15

«Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás misterios» .

Las lecturas bíblicas de este Domingo nos introducen, poco a poco, en el misterio de la Santísima Trinidad. En el Evangelio vemos como se acentúan claramente la acción y guía del Espíritu Santo, que Jesús llama Espíritu de la verdad, en el camino de nuestra vida cristiana hacia el Padre en la fe, la esperanza y el amor (Romanos 5, 1-5). Vemos también como la sublime revelación de la vida íntima de Dios se muestra anticipadamente en el Antiguo Testamento (Proverbios 8, 22-31).

¿Un anticipo de la Trinidad en el Antiguo Testamento?

El texto de la Primera Lectura del libro de los Proverbios forma parte de un canto poético en que se describe una personificación literaria de la Sabiduría de Dios. Este proceso de personificación en la literatura sapiencial culmina con el libro de la Sabiduría 7,22-8,1 donde aparece la Sabiduría como atributo divino y colaborando con Dios en la obra de la creación (ver Eclo 24,1ss). En algunos comentarios bíblicos leemos que este pasaje puede entenderse como un anticipo y un puente tendido a la revelación trinitaria del Nuevo Testamento donde Cristo es llamado de Palabra de Dios (Logos) en el prólogo de San Juan (ver 1 Cor 1, 23-30) . Es la gran verdad que expresa San Agustín diciendo que el Nuevo Testamento se esconde en el Antiguo y que éste se manifiesta en el Nuevo (ver Mt 5,17).

El misterio de Dios

El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de nuestra fe y de nuestra vida cristiana porque es el más cercano a Dios mismo. Con la formulación del misterio de la Trinidad la Iglesia osa expresar la verdad acerca de la intimidad de Dios siendo éste inaccesible por la sola luz de la razón humana. Es un dogma de la religión bíblica que Dios es infinitamente perfecto y trascendente y que ningún hombre lo puede ver: «Y añadió: «Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo»» (Ex 33,20). Pero no es porque sea oscuro, ajeno o lejano de los hombres; sino todo lo contrario. Nadie puede verlo porque es demasiado luminoso y está demasiado cerca de nosotros.

Para expresar a los paganos la cercanía del Dios que él anunciaba, San Pablo dice en el Areópago de Atenas: « (Dios) no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,27- 2¬8). Y de Él nos dice San Agustín: «Es más íntimo a mí que yo mismo». Dios nos es desconocido, no por defecto, como sería una cosa oscura, sino por exceso: nuestra vista queda enceguecida por su excesiva luz; nuestra inteligencia no es capaz de entender su excesiva verdad. San Pablo en su carta a Timoteo prorrumpe en esta alabanza: «Al Bienaventurado y único Soberano, al Rey de reyes y Señor de los señores, al único que posee inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver, a Él el honor y el poder por siempre» (1Tim 6,15-16).

«Señor, muéstranos al Padre…»

Podemos pensar con qué entusiasmo habrá hablado Jesús de su Padre, ya que tenía la misión de anunciarlo (ver Jn 1,18); pero que no resultaba tan claro lo que provoca en el apóstol Felipe el ruego de: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8). El apóstol revela suficiente comprensión como para afirmar con razón: «eso basta»; pero, por otro lado, revela poca comprensión, como se deduce de la respuesta de Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?» (Jn 14,9-10). Nosotros hemos conocido a Dios como Padre en Cristo, en su actitud filial y en su enseñanza. Uno de los puntos centrales de la revelación cristiana es que Dios es Padre. Es Padre de Cristo y es Padre nuestro. Pero resulta claro en el Evangelio que Dios es Padre de Cristo en un sentido y es Padre nuestro en otro sentido, ambos igualmente verdaderos, pero infinitamente distintos.

Por eso no hay ningún texto en el cual Jesús se dirija a Dios diciendo: «Padre nuestro», incluyéndonos a nosotros. Cuando enseña la oración del cristiano dice: «Vosotros orad así: Padre nuestro…».Por el contrario, es constante e intencional su modo de llamar a Dios: «Padre mío» o «mi Padre». Incluso hace la distinción explícitamente, cuando dice a María Magdalena: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17). De esta manera nos enseña que Dios es Padre suyo por naturaleza y es Padre nuestro por adopción. El Padre y el Hijo poseen la misma naturaleza divina, ambos son la misma sustancia divina. Por eso en el Credo profesamos la fe en el Hijo, «engendrado no creado, de la misma naturaleza (de la misma sustancia) que el Padre».

Somos hijos en el Hijo

El Evangelio de hoy es la última de las cinco promesas del Espíritu Santo que hizo Jesús a sus discípulos durante la última cena. Ya hemos visto cómo había dicho a sus apóstoles: «El que me ve a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Jesucristo hace visible al Padre. Pero esto no lo experimentaban los apóstoles en ese momento. Era necesario que viniera el Espíritu Santo. Por eso Jesús dice: «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa». El Espíritu Santo hará que los apóstoles crean que Cristo es el Hijo de Dios; de esta manera, podrán ellos, viendo a Cristo, ver al Padre. Eso es todo. Por eso Jesús repite dos veces: «El Espíritu Santo tomará de lo mío y os lo anunciará a vosotros».

Pero precisamente en este anuncio de Cristo como Hijo consiste la revelación del Padre. En efecto, Cristo lo dice: «Todo lo que tiene el Padre es mío». Por eso, tomando lo de Cristo y anunciándolo a nosotros, el Espíritu Santo revela al mismo tiempo al Padre y al Hijo. Así alcanzamos el conocimiento del Dios verdadero. Al asumir la naturaleza humana, sin dejar la divina, el Hijo de Dios dio al ser humano acceso a la filiación divina. Por eso se dice que los bautizados somos «hijos en el Hijo». Pero todo esto sería externo a nosotros y nadie podría vivir como hijo de Dios si no fuera habilitado por el Espíritu Santo. Lo más propio de Cristo es su condición de Hijo de Dios y es precisamente esto lo que el Espíritu Santo debe tomar de Él y comunicarlo a nosotros.

¿Por qué es importante conocer la Santísima Trinidad?

En este Domingo de la Santísima Trinidad cada uno debe verificar si sabe formular este misterio tal como es revelado por Cristo y enseñado por la Iglesia. Los cristianos adoramos un sólo y único Dios, pero este Dios no es una sola Persona, sino tres Personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de única naturaleza divina e iguales en la divinidad. Esto significa que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios, y que el Espíritu Santo es Dios. Dirigiéndonos en la oración o en el culto cristiano a cada una de estas Personas divinas nos dirigimos al mismo y único Dios. Conocer al Dios verdadero no es algo indiferente o que dé lo mismo, pues de esto depende la vida eterna. Así lo declara Jesús en la oración sacerdotal, dirigiéndose al Padre: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado Jesucristo» (Jn 17,3). Jesús formula su misión en este mundo de esta manera: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Eso equivale a decir: «He venido para dar al mundo el conocimiento del Dios verdadero».

Esto es lo que encontramos en la Segunda Lectura: toda nuestra vida cristiana es enteramente trinitaria y consiste en caminar hacia el Padre por medio de Jesucristo y guiados por el Espíritu Santo. Puesto que «no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor» (Dei Verbum 4,2), es nuestra misión vivir de acuerdo a nuestra dignidad de ser «hijos en el Hijo». No se trata de una verdad meramente especulativa sino de una realidad viva, dinámica, operante y reconciliadora del hombre. Toda la vida cristiana es vida de filiación adoptiva, fruto gratuito del amor que Él nos tiene. De Él hemos recibido la fe y el acceso a la gracia que alimenta nuestra esperanza en medio de las tribulaciones presentes. Esta esperanza se alimenta del «amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». ¡Pidamos constantemente el don de la esperanza en nuestras vidas!

Una palabra del Santo Padre:

«Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de toda criatura. ¡Dios! En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos ha amado. Y el amor el señal concreta que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Y el amor es el distintivo del cristiano, como nos ha dicho Jesús: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35). Es una contradicción pensar en cristianos que se odian ¡Es una contradicción! Y esto es lo que busca siempre el diablo: hacer que nos odiemos, porque él siembra la cizaña del odio; él no conoce el amor: ¡el amor está en Dios!

Todos estamos llamados a testimoniar y a anunciar el mensaje que “Dios es amor”, que Dios no es lejano o insensible a nuestras vicisitudes humanas. Él nos es cercano, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama tanto y de tal manera que se ha hecho Hombre, ha venido al mundo no para juzgarlo sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cfr Jn 3,16-17). Y éste es el amor de Dios en Jesús. Este amor que es tan difícil de entender, pero que sentimos cuando nos acercamos a Jesús. Y Él nos perdona siempre; Él nos espera siempre, ¡Él nos ama tanto! Y el amor de Jesús que sentimos ¡es el amor de Dios!

El Espíritu Santo, don de Jesús Resucitado, nos comunica la vida divina y de este modo nos hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio recíproco, de compartir. Una persona que ama a los demás por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que se ama y se ayudan unos a otros es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la que se quiere y se comparten los bienes espirituales y materiales es un reflejo de la Trinidad».

Francisco. Solemnidad de la Santísima Trinidad. 16 de junio de 2014

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Recemos en familia el Salmo 8 que es el salmo responsorial de este Domingo y agradezcamos a Dios por su infinita misericordia al habernos llamado a la vida.

2. «La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios»San Ireneo de Lyon. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre de acuerdo a su fe cristiana. ¿Cómo vivo esta realidad? ¿Soy coherente con mi fe?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 232- 267.

Written by Rafael de la Piedra