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Desde las praderas a la costa atlántica. Los nuevos obispos de los Estados

Luego de Scola a Milán, Chaput a Filadelfia. Paso a paso, los nombramientos de Benedicto XVI remodelan el liderazgo en los países guías del catolicismo mundial. Una entrevista al nuevo electo

Por Sandro Magister

ROMA, 19 de julio de 2011 – El nombramiento, hecho público hoy, de Charles J. Chaput a nuevo arzobispo de Filadelfia es un ulterior paso adelante en el camino recorrido por Benedicto XVI para remodelar a su criterio el liderazgo de la Iglesia Católica en Estados Unidos.

Chaput, de 67 años de edad, nacido en una familia campesina de Kansas, perteneciente a la tribu piel roja de los Prairie Band Potawatomi, franciscano de la Orden de los Capuchinos, desde 1997 era obispo de Denver, en Colorado. Y antes lo había sido de Rapid City, en Dakota del Sur. Su llegada a la cima de una de las diócesis más antiguas y tituladas de la costa atlántica de Estados Unidos es una novedad también desde el punto de vista geográfico.
Que Chaput fuese candidato a una sede episcopal importante estaba en el aire. Pero todavía a fines del pasado mes de junio su destino previsto era otro, a Chicago, como coadjutor con derecho a sucesión del arzobispo a cargo, el cardenal Francis E. George, penúltimo presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos.

Hasta el 30 de junio, para Filadelfia – en lugar del cardenal Justin F. Rigali, próximo al retiro por haber superado el límite de edad – en la Congregación vaticana para los Obispos el candidato número uno era el actual obispo de Louisville, Joseph E. Kurtz.

Chaput era de todos modos el segundo de la lista. Y luego de él venían el obispo de Bridgeport, William E. Lori, y el de Atlanta, Wilton D. Gregory.

Aparte del último, también él en el pasado presidente de la Conferencia Episcopal y clasificado entre los progresistas fervorosos, los otros dos eran, como Chaput, «ortodoxos afirmativos», muy decididos en la afirmación de la presencia de la Iglesia Católica en la sociedad, sin compromisos ni disoluciones.

Pero al final la Congregación para los Obispos ha optado por Chaput en lugar de Kurtz, prefiriendo promover rápidamente al primero a Filadelfia, en lugar de esperar que el cardenal George deje libre a Chicago para él, dentro de un par de años.

El sábado 2 de julio, recibido en audiencia por Benedicto XVI, el prefecto de la Congregación, el cardenal Marc Ouellet, ha entonces propuesto el nombramiento de Chaput, que el Papa ha aprobado de buena gana.

Con Chaput en Filadelfia, sede tradicionalmente honrada también por el capelo cardenalicio, el vértice del episcopado de Estados Unidos está así cada vez más firmemente ocupado por personas que están muy en sintonía con el papa Joseph Ratzinger y que son conocidas y estimadas por él.

Basta citar, entre éstos, al arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, y al de Los Ángeles, José H. Gómez, éste último vinculado con Chaput a través de una fuerte amistad.

Desde el otoño pasado Dolan es también presidente de la Conferencia Episcopal. Para su elección, en el voto final, han sido determinantes los votos reunidos anteriormente por el mismo Chaput.

Luego del anuncio público del nombramiento, el 19 de julio, el nuevo arzobispo de Filadelfia ha concedido su primera entrevista a www.chiesa, que en el pasado ya ha dado eco a sus intervenciones.

Aquí la presentamos a continuación. En un cierto punto Chaput menciona, sin citar, las últimas líneas de una novela de Thornton Wilder, «El puente de San Luis Rey», ganador del Premio Pulitzer en 1928.

Son las palabras que la abadesa de un convento de Lima, en Perú, dice moviendo los hilos de toda la historia (la del colapso de un puente que se derrumba arrastrando a la muerte a algunas personas, y la posterior investigación de un fraile franciscano que busca una respuesta sobre el por qué se muere):

«Hay una tierra de los vivos y una tierra de los muertos, y el puente es el amor, el único sobreviviente, el único significado».
________

«UN NUEVO TIPO DE TIERRA DE MISIÓN»

Entrevista con Charles J. Chaput

P: Usted vino a Roma el 29 de junio para asistir a la ceremonia de imposición del palio a su amigo José Horacio Gómez, nuevo arzobispo metropolitano de Los Ángeles. El año que viene usted tendrá que ir a Filadelfia. ¿Usted estaba esperando esto?

R: El arzobispo Gómez es un buen amigo desde los días que servíamos juntos en Denver. No creo que nadie pueda «esperar» una responsabilidad como conducir la Iglesia en Los Ángeles o Filadelfia. Pero de alguna manera el arzobispo Gómez debe haber sido una elección lógica para el Santo Padre, a causa de sus capacidades y antecedentes. No estoy seguro que eso sea cierto respecto a mí.

Todavía estoy procesando mi designación para la diócesis de Filadelfia. En cierta forma es irreal. Viví y enseñé en Pennsylvania durante años, cuando era sacerdote. Fue una época muy feliz en mi vida. Pero todo mi ministerio como obispo ha transcurrido en el oeste de Estados Unidos, en Dakota del Sur y en  Colorado. El estilo de vida de la Iglesia allí es de alguna manera diferente al del estilo del Este, pues es más directo e informal; es menos clerical. Yo podría darle a usted tres o cuatro buenos motivos que expliquen por qué soy una elección poco plausible para un lugar como Filadelfia, la cual es realmente una de las grandes ciudades de Estados Unidos con una gran historia católica. Pero yo no tomo esas decisiones, las toma el Santo Padre. Confío en su juicio, y estoy muy agradecido por esta confianza.

P: La impresión sería que Benedicto XVI, al elegirlo personalmente, espera de usted grandes cosas.

R: Pienso que él espera de mí lo que espera de de cada uno de sus hermanos obispos: la humildad y valentía para servir bien a la Iglesia local; predicar a Jesucristo sin perturbaciones; y profundizar la fe del pueblo. La Iglesia no se define según sus problemas, éstos deben ser reconocidos y tratados con honestidad, y todo aquel que ha sido lastimado por personas que representan a la Iglesia merece el respaldo y la asistencia especial de la comunidad católica.

Pero el carácter de la Iglesia en todas partes y en cada época está determinado por la calidad de sus sacerdotes y de su pueblo. La Iglesia en Filadelfia tiene una frondosa reserva de bondad. He conocido y trabajado con sacerdotes de Filadelfia, y los admiro mucho. Un obispo debe ser un hermano para sus sacerdotes, no sólo de palabra, sino en forma sustancial, y yo haré todo lo que pueda para estar presente con los hombres que comparten el don del sacerdocio. He tratado de hacer eso en Denver. Esta diócesis tiene un gran presbiterado, muchos hombres realmente buenos, y sé que lo mismo es verdad de Filadelfia.

He tenido el beneficio, a través de mi sacerdocio, de muchas amistades laicas y de colegas. Supongo que es en parte por mi personalidad y en parte por mi formación capuchina. De cualquier manera, estoy dispuesto a encontrarme con el pueblo en las parroquias de Filadelfia. Es allí donde reside verdaderamente la vida de la Iglesia. Tengo mucha confianza en la capacidad y buena voluntad de los fieles laicos, en Filadelfia y en todas las demás diócesis.

P: Parece que una nueva camada de obispos se está consolidando en Estados Unidos, ni «liberal» ni temerosa del mundo, ortodoxa pero “proactiva”. ¿Usted es uno de ellos?

R: Espero ser lo que Dios quiere y lo que la Iglesia local necesita. Los etiquetamientos son engañosos, ya que dan a las personas una excusa para no pensar.

P: «Es mejor ser rechazado que ignorado», como dijo alguna vez el cardenal Camillo Ruini?

R: Bien, supongo que es cierto. El cardenal Ruini es un gran hombre de Iglesia con una comprensión muy aguda de la naturaleza humana. Pero es todavía mejor ser «efectivo y olvidado». Todos nosotros seremos olvidados de alguna manera, por eso debemos también ser efectivos. El único que debe acordarse de nosotros es Dios, y lo único que en definitiva importa es ser efectivo en el modo que amamos.

Desde hace pocos años vuelvo a leer las últimas líneas de la novela de Thornton Wilder, «El puente de San Luis Rey». Démosles una ojeada. Merecen ser investigadas.

P: Los católicos son una cuarta parte de la población que reside en Estados Unidos. ¿Cuánto impacto provocan en la sociedad, en la cultura y en los medios de comunicación?

R: Los católicos han desempeñado un gran rol en la configuración de Estados Unidos, desde Charles Carroll – el único firmante católico de la Declaración de la Independencia – en adelante. Pero ello no ha sido fácil. Estados Unidos nunca ha estado realmente cómoda con el contenido de la creencia católica. Los católicos han intentado ser aceptados por las corrientes dominantes estadounidenses en proporción inversa a la forma seria que ellos viven su fe. Obviamente, hay una gran cantidad de excepciones a esa regla, pero con demasiada frecuencia esto sigue siendo cierto.

P: ¿Y en la política?

R: Especialmente en la política. Robert Casey, el ex gobernador de Pennsylvania, es uno de los más grandes héroes. El país podría utilizar una mayor cantidad de hombres y mujeres, católicos como él, en el servicio público.

P: El arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, quien es también presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, tiene una presencia muy habitual en los medios de comunicación. Usted también escribe, debate e inclusive confronta con las autoridades políticas. En Europa esto sería llamado la «interferencia» de la Iglesia, y algunos protestarían.

R: Europa está modelada, en parte, por las Guerras de Religión, así como también por el legado de la Revolución Francesa, su anticlericalismo y su desconfianza básica respecto a la religión. Esa es una carga que la mayoría de los estadounidenses no comprenden. La Revolución Americana fue una criatura diferente, y tuvo lugar en un ambiente profundamente cristiano protestante. Muchos de los Padres Fundadores fueron cristianos. John Courtney Murray observó una vez que inclusive cuando los estadounidenses no creen, lo que ellos profesan es una forma amistosa de desinterés. La viva hostilidad a la religión que se encuentra en Europa es ajena a Estados Unidos. O al menos lo ha sido hasta hace poco.

P: En comparación con Europa, Estados Unidos me parece mucho más religioso. ¿Es realmente así? ¿O el desierto de la incredulidad también avanza allí?

R: En la superficie es verdad. Los estadounidenses están generalmente mucho más inclinados a la fe religiosa que los europeos. Y eso no es algo superficial. Muchos millones de estadounidenses toman en serio su fe y practican sinceramente su cristianismo. No se puede entender realmente a Estados Unidos fuera de sus raíces influidas por el cristianismo.

Pero hay un pragmatismo en el modo de ser americano, una base de materialismo y de capacidad de adquirir que trabaja contra el Evangelio. Por eso una gran cantidad de estadounidenses tienen el hábito de creer sin entender todo lo que ello implica y sin permitir que su fe configure realmente sus vidas.

P: ¿Cómo describiría usted al catolicismo en Estados Unidos? ¿Cuáles serían sus características distintivas?

R: Siempre ha sido una fe inmigrante, minoritaria. Eso explica su vigor y su extrema disponibilidad para asimilar y concordar. La cultura estadounidense tiene una gran capacidad para homogeneizar y asimilar a los recién llegados. Eso no es totalmente malo. Estados Unidos es fundamentalmente una nación de inmigrantes, pero eso puede desembocar en una población con creencias descoloridas.

P: La «nueva evangelización» es uno de los programas claves del papa Benedicto. ¿Es también válida para Estados Unidos? ¿Con qué características específicas?

R: Denver es casi un ícono para la “nueva evangelización”. Es un mérito suyo que mi predecesor en Denver, el cardenal J. Francis Stafford, haya visto eso muy claramente. Denver es un ambiente profundamente secular: educado, joven, moderno, de mentalidad independiente, con una historia de débiles raíces religiosas. Es una nueva especie de territorio de misión, con muchas personas que o bien no se interesan por la cuestión religiosa, o bien piensan que ellos son “post-cristianos” sin encontrarse realmente alguna vez con el Evangelio. En general, Estados Unidos se está orientando en esa dirección. Evangelizar ese ambiente será la tarea de la próxima generación de creyentes.

P: En el «atrio de los gentiles» en Estados Unidos, ¿hay no-creyentes con quienes hay un diálogo fructífero y amistoso? ¿Podría usted mencionar algunos nombres?

R: Estoy seguro que hay muchas personas como esas, pero otros obispos están mucho más experimentados que yo en esa clase de diálogo.

P: ¿Quiénes son sus «maestros» de referencia, aquéllos que más han influido en usted?

R: San Agustín y san Francisco. Usted no puede encontrar a nadie mejor que ellos.

Estoy profundamente agradecido al padre Ronald Lawler, O.F.M. Cap., quien me enseñó filosofía en la universidad. Él produjo un gran impacto en mi forma de pensar. Cuando yo estudiaba teología como seminarista, aprendí muchísimo del padre Robert McCreary, O.F.M. Cap., quien también produjo el mismo impacto significativo en mi vida y en mi forma de pensar.

En términos de liderazgo de la Iglesia, como joven sacerdote capuchino, tuve un gran respeto y reverencia por el papa Pablo VI, y todavía le rindo honores como uno de mis héroes. Y por supuesto, estoy profundamente agradecido tanto al papa Juan Pablo II como al papa Benedicto por sus extraordinarios magisterios y por su vigor apostólico.

P: ¿Qué es lo que más le impresiona del magisterio del papa Benedicto?

R: El genio coherente de su pensamiento – realmente no sé cómo lo sustenta — y el desarrollo orgánico de su vida, desde ser perito en el Vaticano II hasta su servicio actual como Papa.

P: ¿Y respecto a su estilo para guiar a la Iglesia?

R: Vengo de una pequeña diócesis muy lejana a Roma. No puedo imaginar las cargas transportadas por este o por aquel hombre en la Cátedra de Pedro. Sé muy bien que Benedicto XVI es un gran pastor y un gran discípulo de Jesucristo; es un hombre que conoce el sentido del sufrimiento y que aún así irradia la alegría del Evangelio. El «estilo» correcto para cualquier sacerdote es vivir in persona Christi. Yo pienso que Benedicto encarna lo que esas palabras significan en una forma verdaderamente conmovedora.

Written by Rafael de la Piedra