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«El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras fue tentado» 40_Mt_04_01_RG Full view

«El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras fue tentado»

Domingo de la Semana 1ª de Cuaresma. Ciclo C

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 4, 1-13

La mejor (y por qué no decir la única) manera de superar la prueba del desierto de la vida y las tentaciones del demonio es no apartarse de Dios (San Lucas 4, 1-13). Es confesar y creer en Jesús con el corazón y con los labios, en nuestro interior y en nuestra vida cotidiana (Romanos 10, 8-13). Jesucristo es la imagen fiel del Padre e Hijo del único Dios verdadero que liberó de la esclavitud a su pueblo (Deuteronomio 26, 4-10), y que salva a todo aquel que invoca su nombre. Pues: «con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación» (Rom 10,10).

La Cuaresma

En el Evangelio de este Domingo, Lucas nos relata las tentaciones de Jesús en el desierto. La figura de Jesús que vuelve de su bautismo en el Jordán y durante cuarenta días es conducido por el Espíritu a través del desierto inhóspito sin probar alimento, abre el pórtico del tiempo litúrgico de la Cuaresma o cuarentena que hemos iniciado el miércoles de Ceniza. El número cuarenta (40) tiene un fuerte significado simbólico ya que sirve para expresar un periodo (días, noches o años) de presencia, de acción y revelación de Dios en la vida y en el mundo de los hombres.

Así vemos en algunos pasajes como: la duración del diluvio, permanencia de Moisés antes de recibir las tablas de la Ley, la marcha de Israel por el desierto, el camino de Elías hasta el Horeb, el plazo de Jonás a los ninivitas para su conversión, el lapso para las apariciones de Jesús Resucitado antes de su Ascensión y, ahora, ayuno y tentaciones de Jesús en el desierto.

Al iniciarse la Cuaresma, nuevamente nos concede Dios un tiempo de gracia y de conversión. La Cuaresma es uno de los tiempos fuertes de la vida de un cristiano; es un tiempo que se nos ofrece para detenernos a consi-derar cuáles son los valores que mueven nuestra vida, cuáles son las cosas que nos afanan. El precepto principal del cristiano, el que resume toda la ley de Dios, dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Mt 22,37); y Jesús nos dio un criterio claro para examinar el cumplimiento de ese precepto principal: «Donde está tu tesoro allí está tu corazón» (Mt 6,21). Debemos preguntarnos entonces dónde está nuestro tesoro, qué es lo que acapara nuestra atención, lo que consume nuestro tiempo y nuestras energías; y si, como consecuencia de este examen, descubriéramos que esa realidad es algo distinto que Jesucristo entonces debemos iniciar un proceso de conversión, de cambio de rumbo.

Las obras cuaresmales (limosna, ayuno y oración) son las que demuestran que nuestro corazón es todo de Dios; pues consisten en rechazar la seducción de las riquezas por medio de la limosna, en rechazar los placeres ilícitos y comodidades de esta vida por medio del ayuno y de la moderación en el uso de los bienes materiales, y en rechazar nuestro espíritu de suficiencia y autonomía por medio de la oración. Así demostramos que amamos a Dios más que el dinero, más que nuestra propia vida y que Él ocupa todo nuestro pensamiento y mundo interior.

Las tres tentaciones

Observemos más de cerca cada una de las tentaciones y veamos en qué forma nos enseña Jesús a vencer nuestras propias tentaciones. Pero…¿qué tentación podía sufrir Jesús? No necesitamos hacer profundas elucubraciones para responder a esta pregunta, pues la respuesta está explícita en el Evangelio. Al cabo de los cuarenta días sin comer nada, tuvo hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que esta piedra se convierta en pan». Jesús es el Hijo de Dios y tenía poder para convertir esa piedra en pan; pero si lo hubiera hecho, habría sido infiel a su misión de abrazar verdaderamente la condición humana con sus carencias y limitaciones, siendo una de las más evidentes precisamente el hambre. Jesús sentía el grito de su naturaleza humana que lo urgía a apagar el hambre.

Pero en esa circunstancia no había más modo de hacerlo que faltar a la misión encomendada por su Padre. Y esto fue lo que le sugirió el diablo. Dejando en evidencia que ama a Dios con todo su corazón de hombre, Jesús acepta padecer el hambre antes que desobedecer a Dios. Hace propia la voluntad de Dios y rechaza la sugerencia del diablo, citando la Escritura: «No sólo de pan vive el hombre».

En seguida el diablo tienta a Jesús con la posesión de las riquezas. Le muestra todos los reinos de esta tierra y le dice: «…porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si me adoras todo será tuyo». En algo tiene razón el diablo – como en toda seducción- en que la gloria de este mundo es suya. Quien ambiciona la gloria de este mundo, para poseerla, tiene que, olvidándose de Dios, abrirse a la acción del diablo, pues a él pertenece esta gloria y él la da a quien él quiere. Por eso Jesús lo llama el «príncipe de este mundo». Jesús rechazó la tentación citando el primer mandamiento de la ley de Dios: «Adorarás al Señor tu Dios y sólo a El darás culto». ¡El diablo quiere hacerse adorar por Jesús! ¡Hay que ser muy atrevido para esto!

En la tercera tentación nuevamente el diablo sugiere a Jesús hacer alarde de su condición divina. Lo lleva al alero del templo y le dice que se tire porque «…A sus ángeles te encomendará para que te guarden…». Jesús rechaza la tentación, pero deja en claro, de todas maneras, que Él es el Señor Dios. En efecto, responde al diablo: «Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios».

Jesús nos enseña el modo de resistir las tentaciones y de cumplir con el Plan de Dios. Si somos dóciles, como fue Jesús, y nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios, seremos verdaderamente «hijos de Dios». San Pablo ciertamente tenía en mente este episodio cuando escribe: «Todos lo que se dejan conducir por el Espíritu de Dios son hijos de Dios». Y agrega: «Si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con Él, para ser también con Él glorificados» (Rom 8,14.17).

¿Quién es el tentador y que puede hacernos?

Tal vez uno de las verdades de fe que confunde a mucha gente es la existencia del demonio y su acción en el mundo. El demonio es un ser real y concreto, creado bueno por Dios, de naturaleza real y espiritual e invisible, que por su pecado se apartó de Dios y se convirtió en un ser «perverso y pervertidor» en su misma esencia.

¿Qué nos puede hacer el demonio? Lo primero que hay que tener en cuenta es que el demonio puede perturbarnos con las limitaciones (y capacidades) que tiene por ser una criatura angelical. Como dice San Agustín, el demonio es como un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado.

Sin embargo el demonio sí puede tener un cierto poder sobre nosotros que puede ser fatal. No puede alcanzar directamente nuestra inteligencia y voluntad, facultades completamente espirituales y accesible sólo a Dios, pero puede, con sus poderes, afectar nuestros sentidos externos como la vista, el tacto, el oído, y nuestros sentido internos como la memoria, la fantasía y la imaginación.

Ninguna muralla, ninguna puerta blindada, ningún guardaespaldas es capaz de impedir la influencia de Satanás sobre la memoria o la fantasía de un hombre. Sin embargo la sugestión del demonio nunca alcanzará, solamente de modo indirecto, nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Es decir tener dominio y control sobre la memoria e imaginación es guardar «la puerta y la entrada del alma» . Es tener en jaque al demonio.

Una palabra del Santo Padre:

«El tentador trata de apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea de la vía del sacrificio, del amor que ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle tomar un camino fácil, de éxito y poder. El duelo entre Jesús y Satanás se produce a golpe de citas de la Sagrada Escritura. En efecto, el diablo para alejar a Jesús de la vía de la cruz, le presenta las falsas esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad de transformar las piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la idea de arrojarse desde el punto más alto del templo de Jerusalén y hacerse salvar por los ángeles y, en fin, el atajo del poder y del dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás.

Son los tres grupos de tentaciones, también nosotros los conocemos bien. Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y reafirma la firme voluntad de seguir la vía establecida por el Padre, sin ningún compromiso con el pecado y con la lógica del mundo. Noten bien cómo responde Jesús: Él no dialoga con Satanás como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se puede dialogar porque, ¡es tan astuto! Por eso Jesús en vez de dialogar, como hizo Eva, elige de refugiarse en la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra. Recordemos esto en el momento de las tentaciones, de nuestras tentaciones: ningún argumento con Satanás, sino siempre defendidos por la palabra de Dios, ¡y esto nos salvará! En sus respuestas a Satanás, el Señor nos recuerda ante todo que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4; Cfr. Dt 8, 3); y esto nos da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que abaja al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el hambre de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su amor.

Recuerda además que también está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios” (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a través de la oscuridad, la duda, y se nutre de paciencia y de espera perseverante. Recuerda, en fin, Jesús, que está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos, de las cosas vanas, y construir nuestra vida sobre lo esencial.

Estas palabras de Jesús encuentran después una confirmación concreta en sus acciones. Su absoluta fidelidad al designio del amor del Padre lo conducirá, después de casi tres años, a la rendición final de cuentas con el “príncipe de este mundo” (Jn 16, 11), en la hora de la pasión y de la cruz, y allí Jesús traerá su victoria definitiva, ¡la victoria del amor!».

Francisco. Ángelus Domingo 9 de marzo de 2014

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Cómo voy a vivir lo que el papa Francisco nos llama a vivir: las obras de misericordia? Pongamos medios muy concretos.

2. ¿Cómo puedo vivir la Cuaresma en mi familia?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 386 – 395. 1168-1173.

Written by Rafael de la Piedra