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The Annunciation Fra Angelico Museo del Prado 1426 AD

«El que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios»

Domingo de la Semana 4 del Tiempo de Adviento. Ciclo B

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 1,26-38

Próximos ya a la celebración del Misterio de la Navidad, la Iglesia hace preceder al nacimiento del Salvador el misterio de la Virgen-Madre, porque tiene la clara «conciencia de que María apareció antes de Cristo en el horizonte de la historia de la salvación», como ha dicho Juan Pablo II. El arcángel Gabriel le anticipa a María que su hijo: «será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David» (San Lucas 1,26-38). El segundo libro de Samuel (Segundo libro de Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David con la intención de construir un templo para Yahveh pero el profeta Natán indica a David que la voluntad de Dios es diversa: no será él, el rey David, quien construirá el templo, sino que será Dios mismo quien dará a David, una «casa», una descendencia y un reino que durarán por siempre.

María, concebida sin pecado y colmada de la gracia y santidad de Dios, fue elegida para una misión muy específica: ser Madre de Dios y Madre nuestra. De este modo, Dios mismo, «al llegar la plenitud de los tiempos» habitaría en su seno purísimo para tomar de Ella nuestra humanidad y «construirse» así en María una morada dignísima. Este es el gran Misterio escondido por siglos eternos y manifestado en Jesucristo con el fin de atraer a todos los hombres a la «obediencia de la fe» (Romanos 16, 25-27). Porque tanto nos ha amado Dios que nos ha dado a su Hijo único para que tengamos en Él la vida eterna.

«Yahveh te edificará una casa»

Ésta es la primera intervención del profeta Natán que desempeñará un papel muy importante a lo largo del reinado del rey David. Cuando éste muere; la casta se va a dividir y Adonías (cuarto hijo de David) va a querer usurpar el poder, sin embargo Natán ungirá a Salomón (el segundo hijo de David con Betsabé) como rey sucesor. La profecía que leemos en la Primera Lectura, se elabora a base de una contraposición: no será David quien edifique una casa (un templo) para Yahveh sino que será Yahveh quien levantará una casa – es decir una dinastía- a David. La promesa concierne esencialmente a la permanencia del linaje davídico sobre el trono de Israel e irá más allá del primer sucesor de David: Salomón. Éste es el primer eslabón de las profecías sobre el Mesías como hijo de David, título aplicado posteriormente a Jesús (ver Hch 2, 29-30).

El más grande Misterio de toda la humanidad

Uno puede leer mil veces, un millón de veces, el relato de la Anunciación-Encarnación y siempre encontrará algo nuevo, porque nos habla de un misterio insondable que no puede ser agotado por nuestra limitada inteligencia. Si la literatura consiste en transmitir un contenido valioso usando el vehículo de la palabra humana, podemos decir que aquí tenemos la página más hermosa de toda la literatura universal. Con una sobriedad impresionante se relata el acontecer de un misterio que recapitula y, de golpe, da sentido a todo el Antiguo Testamento y a toda la historia humana. Lo que era oscuro y latente, aquí se hizo luminoso y patente.

Dios estaba realizando la promesa de salvación enviando a su Hijo único para que asumiera la naturaleza humana en el seno de una Virgen y diera cumplimiento a todas las profecías. Cuando Lucas, después de informarse de todo diligentemente, escribió su Evangelio, él no sabía que nosotros lo íbamos a editar junto con los otros tres Evangelios. Él quiso escribir una obra completa como si fuera el único relato del misterio de Cristo y de la Iglesia (su Evangelio se prolonga en los Hechos de los Apóstoles). Por eso aquí tenemos la primera presentación de la Virgen María: «El sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José de la casa de David; el nombre de la virgen era María». No sobra ninguna palabra; el estilo carece de todo triunfalismo y adorno superfluo.

Este comienzo recuerda la presentación de los grandes profetas a quienes es dirigida la Palabra de Dios. Así es presentado Ezequiel: «En el año treinta… fue dirigida la palabra del Señor a Ezequiel, hijo de Buzí en el país de los caldeos…» (Ez 1,1-3). Así es presentado Oseas: «Palabra del Señor que fue dirigida a Oseas, hijo de Beerí, en tiempos de Ozías…» (Os 1,1). En el caso de Jonás leemos: «La palabra del Señor fue dirigida a Jonás» (Jon 1,1).

Pero en el caso de la Virgen María, le fue enviado un ángel de parte de Dios para anunciarle que en ella tomaría carne la Palabra eterna de Dios. Ella la acogería en su seno y la daría al mundo. La Epístola a los Hebreos nos ayuda a ver la diferencia en relación a los profetas del Antiguo Testamento: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por el Hijo» (Hb 1,1-2). Esta Palabra, que existía desde siempre junto al Padre, fue modulada en el seno de María y desde allí fue pronunciada al mundo.

«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»

El Evangelio de hoy es el anuncio de un nacimiento. La Virgen supo desde el primer momento quién era el que iba a nacer. El arcángel le dijo claramente su identidad y la Virgen comprendió que esta era la promesa hecha a David y que tenía ahora cumplimiento; comprendió que el que iba a nacer era el Mesías, el que Israel esperaba como salvador. Pero subsiste un problema. De la pregunta de María se deduce que ella tenía un propósito de perpetua virginidad, es decir, de consagración total a Dios, percibido como una llamada divina.

No se pueden entender de otra manera sus palabras (tanto más considerando que ella estaba comprometida como esposa de José que sin duda también había aceptado mantenerse célibe): «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». «Conocer varón» es una expresión idiomática para indicar la relación sexual; y «no conozco», dicho en presente, indica una situación que se prolonga perpetuamente. De lo contrario, ¿qué dificultad podía encontrar una esposa al anuncio del nacimiento de un hijo? La literatura antigua está llena de anuncios de nacimientos y ninguna mujer reacciona así.

El problema de María es que, de parte de Dios, siente el llamado a la virginidad perpetua y, de parte de Dios, se le anuncia el nacimiento de un hijo, y más encima, del Mesías esperado. La respuesta del arcángel le disipa toda duda: «El Espíri¬tu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra… ninguna cosa es imposible para Dios». El Espíritu de Dios es el que, cerniéndose sobre el abismo caótico, puso armonía y belleza en el universo creado (ver Gn 1,2); el Espíritu de Dios es el que da vida al polvo que es el hombre (ver Gn 2,7; Sal 104,29-30); el Espíritu de Dios hace revivir los huesos secos (ver Ez 37,10); el Espíritu de Dios hace conocer la Verdad (ver Jn 16,13). El Espíritu de Dios puede hacer que una mujer sea virgen y madre.

El resto del anuncio, es decir, la identidad completa del que iba a nacer, la Virgen no lo pudo comprender plena¬mente en ese momen¬to: «Será grande y será llamado Hijo del Altísi¬mo… será santo y será llamado Hijo de Dios». Esto era un misterio que ella comprendería en plenitud después de peregrinar en la fe y de conservar, meditándolas en su corazón, cada cosa y cada palabra de Jesús. La Virgen María se entregó sin reserva al misterio de la vida que se engendraba en ella y comenzó su maternidad. Lo aceptó con estas palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra». Si tenía otros planes en su vida, en este momento quedaron todos sometidos al Plan de Reconciliación del Padre amoroso.

«La obediencia de la fe»

Si tratamos de entender lo que San Pablo quiere decir cuando nos habla de «obediencia de la fe» en su carta a los Romanos, podemos decir que se trata de la confianza absoluta puesta en Dios y en lo que Él revela. A la luz de la experiencia de María, que leemos en el pasaje de San Lucas, estamos invitados a vivir «la obediencia de la fe» como una respuesta a la invitación de Dios a cooperar con su Divino Plan. Y no podía ser de otro modo, pues siendo Dios Amor, quiere de nosotros una respuesta generosa, y por ello respeta infinitamente la libertad de su creatura humana. De este modo Dios ha hecho depender del hombre mismo, en sentido último y real, su propia salvación: «Nos creaste sin nuestro consentimiento, pero sólo nos salvarás con nuestro consentimiento», decía san Agustín. El hombre no puede alcanzar la propia salvación y realización humana si no es por la obediencia de la fe, libre y amorosa.

http://youtu.be/3H-w4x3eRxE

Una palabra del Santo Padre:

«En la actual sociedad de consumo, este período sufre por desgracia una especie de «contaminación» comercial, que corre el riesgo de alterar su auténtico espíritu, caracterizado por el recogimiento, la sobriedad, una alegría que no es exterior, sino íntima. Por tanto, es providencial que, como una puerta de entrada en la Navidad, exista la fiesta de la Madre de Jesús, quien mejor que nadie puede guiarnos a conocer, amar, adorar al Hijo de Dios hecho hombre.

Dejemos, por tanto, que sea ella quien nos acompañe; que sus sentimientos nos animen a predisponernos con sinceridad de corazón y apertura de espíritu a reconocer en el Niño de Belén al Hijo de Dios, venido a la tierra por nuestra redención. Caminemos junto a ella con la oración y acojamos la repetida invitación que nos dirige la Liturgia de Adviento a permanecer en espera, una espera vigilante y gozosa, pues el Señor no tardará: viene a liberar a su pueblo del pecado.

En muchas familias, continuando una bella y consolidada tradición, inmediatamente después de la fiesta de la Inmaculada, se empieza a preparar el belén, como si se quisiese revivir junto a María estos días plenos de trepidación que precedieron al nacimiento de Jesús. Hacer el belén en casa puede ser una forma sencilla pero eficaz de presentar la fe y transmitirla a los propios hijos. El pesebre nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios que se ha revelado en la pobreza y en la sencillez de la gruta de Belén.

San Francisco de Asís quedó tan sobrecogido por el misterio de la Encarnación que quiso volver a presentarlo en Greccio con el pesebre viviente, convirtiéndose de este modo en el iniciador de una larga tradición popular que todavía conserva hoy su valor para la evangelización. El belén nos puede ayudar, de hecho, a comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo, que «siendo rico, por vosotros se hizo pobre» (2 Corintios 8, 9). Su pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a quienes, como los pastores, acogen en Belén las palabras del ángel: «esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2, 12). Sigue siendo el signo también para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad».

Benedicto XVI. Ángelus 11 de diciembre de 2005.

Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana

1. La maternidad es un auténtico don de Dios. Recemos por aquellas mujeres que están en estado de «buena esperanza» para que acojan con amor y cariño a ese niño que llevan en su vientre. También pidamos por aquellas madres que están pensando abortar en estos días, para que se abran a la gracia de Dios y acogen la bendición de una «vida nueva».

2. Acojamos el pedido de Benedicto XI y de manera particular vivamos estos últimos días del Adviento cerca de la Madre de Dios, la Virgen María.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 456 – 460. 496 – 498. 502- 511.

Written by Rafael De la Piedra