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«¿Eres tú el que ha de venir?»

Domingo de la Semana 3ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 11,2-11

La liturgia del tercer Domingo de Adviento destaca de manera particular la alegría por la llegada de la época mesiánica. El profeta Isaías ( Isaías 35, 1-6a.10), en un bello poema, nos ofrece la bíblica imagen del desierto que florece y del pueblo que canta y salta de júbilo al contemplar la Gloria del Señor. Esta alegría se comunica especialmente al que padece tribulación y está a punto de abandonarse a la desesperanza. Santiago (Santiago 5,7-10), constatando que la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a todos a tener esperanza y paciencia.

El Evangelio (San Mateo 11,2-11), finalmente, pone nuevamente de relieve la figura de San Juan el Bautista quien en las oscuridades de la prisión dirige a Jesús una pregunta fundamental: «¿Eres tú el que estamos esperando?». Todas las expectativas y esfuerzos de Juan descansan en la respuesta que Jesús le da: «Vayan a contar a Juan lo que ven y lo que oyen…».

¡Encendamos nuestra tercera vela!

Ya estamos en el corazón del Adviento y la liturgia de este tercer Domingo del tiempo de espera está llena del gozo de la Navidad que ya está próxima. En efecto, la antifona que introduce la liturgia eucarística de este día es un llamado a la alegría: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. ¡El Señor está cerca!» (Flp 4,4.5). La primera palabra de esta invitación, traducida al latín, ha dado tradicionalmente el nombre a este Domingo: «Gaudete!». Y si el color del Adviento es el morado, en este Domingo, para indicar que la espera pronto será colmada, se debería usar ornamentos de color rosado.

«¿Tú eres el que ha de venir?»

El Evangelio de hoy contiene uno de los puntos más difíciles de interpretar. Juan había sido arrojado en la cárcel por Herodes . Habiendo oído de las obras de Jesús, desde la cárcel, manda preguntar acerca de su identidad. El mismo que había saltado de gozo en el vientre de su madre cuando percibió la presencia del Señor encarnado en el seno de la Virgen María, el mismo que predicando un bautismo de conversión había preparado el camino para la venida del Señor, el mismo que lo había anunciado ya presente entre los hombres y esperaba su inminente manifestación, el mismo que lo había identificado con la persona concreta de Jesús de Nazaret, ahora parece dudar.

Y para complicar aún más las cosas notemos que el Evangelio dice: «Juan había oído hablar de las obras del Cristo». Después del título del Evangelio de Mateo y de sus relatos sobre el origen de Jesús, ésta es la primera vez que se habla de «el Cristo». Si lo que Juan ha oído es que las obras que Jesús hace son las «obras del Cristo», entonces no se entiende por qué luego pregunta: « ¿Eres tú el que ha de venir?», vale decir: «¿Eres tú el Cristo?», pues ya las obras mismas le estaban dando una respuesta afirmativa. En el resto del relato ya no se habla más de Cristo, sino sólo de Jesús. El reconocimiento de que Jesús es el Cristo se narra solamente en el capítulo 16. Justamente a la pregunta que el mismo Jesús dirige a los Doce sobre su propia identidad: «¿Vosotros, quién decís que soy yo?». Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,15-16).

Las obras del Cristo

¿Cuáles son las obras de Jesús que el Evangelio ha narrado hasta ahora? Ha transmitido dos discursos de Jesús: el sermón de la montaña y el discurso apostólico, y varios milagros obrados por él: curación de un leproso, del criado del centurión, de la suegra de Pedro; ha calmado la tempestad en el lago; ha liberado a dos endemoniados de la posesión del demonio; ha curado a un paralítico y a la mujer con flujo de sangre; ha resucitado a la hija de Jairo, ha devuelto la vista a dos ciegos, ha hecho hablar a un mudo. Después de este elenco impresionante de obras, el Evangelio hace un resumen: «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 9,35). Esto es lo que Juan ha oído y que él reconoce como las «obras de Cristo».

A la pregunta de Juan Jesús responde: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva». Pero justamente esto es lo que Juan ya había oído. Por eso debemos concluir que esa respuesta de Jesús no va dirigida a Juan sino a sus enviados y a los demás presentes. A ellos también va dirigida la frase: «¡Dichoso aquel que no halle escándalo en mí!». Juan ya reconocía que quien hacía esas obras era el Cristo, en tanto que los mismos apóstoles, es posible, aún no habían llegado a esa conclusión.

Solamente así se puede explicar por qué Jesús hace un impresionante reconocimiento de Juan: «Os digo que él es un profeta, y más que un profeta… En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista». Es un testimonio impactante y que no deja duda de lo que Jesús pensaba acerca de su primo.

«Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán…»

La respuesta que Jesús da a los discípulos de Juan condensa un conglomerado de citas del profeta Isaías (ver Is 35,5-6; 61,1…) El primero de estos textos es justamente la Primera Lectura de este Domingo. La visión esperanzadora del profeta que consuela al pueblo oprimido se sirve de imágenes que desbordan alegría para la naturaleza hostil del desierto y para las caravanas de los repatriados que la cruzan. La esperanza de un nuevo éxodo hacia la patria alentó la fe de la generación del destierro. Unas cincuenta mil personas regresaron a Palestina cuando el edicto liberador de Ciro, rey de Persia (538 a.C.). Por otro lado, leemos cómo, en la Segunda Lectura, Santiago exhorta a los fieles de esas primeras comunidades cristianas, y a nosotros, a la fortaleza evangélica en la espera paciente (hypomone ) y activa de la venida del Señor, imitando la esperanza del que siembra y el aguante de los profetas.

«¡Dichoso aquel que no halle escándalo en mí!»

En la última parte de la respuesta a los discípulos de Juan, Jesús agrega a los enviados de Juan esta frase enigmática que es una bienaventuranza; pero en su contexto suena a reproche. ¿Para quién ha sido Jesús escándalo? Es decir, un obstáculo en su camino: ¿para Juan, para los enviados de Juan, para la gente que lo escuchaba entonces, o para nosotros que estamos ahora escuchando su palabra? Jesús está seguro de que él no es escándalo para Juan, quien se encontraba en la cárcel y habría de sufrir el martirio por su defensa de la pureza de la unión conyugal. En efecto, había sido encarcelado porque decía a Herodes: «No te es lícito tener la mujer de tu hermano» y sufrió el martirio a instigación de la adúltera (ver Mt 14,3-12). ¿No habría de enseñar también Jesús: «El que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio» y «no separe el hombre lo que Dios ha unido» (ver Mt 19,6.9)? Ambos poseían el mismo Espíritu, tanto que cuando Jesús pregunta qué dice la gente acerca de él, la primera respuesta es: «Dicen que eres Juan el Bautista» (Mt 16,14).

Por eso tal vez las palabras más elogiosas de Jesús en todo el Evangelio están dichas acerca de Juan. «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista». Pero Jesús agrega: «Sin embargo el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él». Este es un modo metafórico para expresar la diferencia entre dos tiempos: el tiempo en que el Reino de los cielos era futuro, aunque estuviera cerca, y el tiempo en que el Reino de los cielos está presente entre nosotros. Este último tiempo es infinitamente superior, pues contiene en su seno la eternidad. Juan pertenece al tiempo anterior. A él llegó solamente noticia de lo que Jesús enseñó e hizo; en cambio, a los de este tiempo se dice: «Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron» (Mt 13,16-17). La desgracia mayor es pertenecer a este tiempo y así y todo no ser capaces de ver ni de oír, ni de reconocer al Mesías, el Cristo.

Una palabra del Santo Padre:

«Tened paciencia (…) hasta la venida del Señor». Al mensaje de alegría, típico de este Domingo «Gaudete», la liturgia une la invitación a la paciencia y a la espera vigilante, con vistas a la venida del Salvador, ya próxima. Desde esta perspectiva, es preciso saber aceptar y afrontar con alegría las dificultades y las adversidades, esperando con paciencia al Salvador que viene. Es elocuente el ejemplo del labrador que nos propone la carta del apóstol Santiago: «aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía». «Tened paciencia también vosotros —añade—, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca». Abramos nuestro espíritu a esa invitación, avancemos con alegría hacia el misterio de la Navidad. María, que esperó en silencio y orando el nacimiento del Redentor, nos ayude a hacer que nuestro corazón sea una morada para acogerlo dignamente. Amén».

San Juan Pablo II. Homilía del 13 de diciembre de 1998.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «Dichoso el que no halle escándalo en mí». ¿Para mí seguir lo que Jesús me pide es motivo de escándalo? ¿Pienso que es demasiado lo que pide?

2. La carta de Santiago es una exhortación a vivir la paciencia. ¿Soy paciente en las adversidades?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 274.1717. 1817-1821. 2657.

Written by Rafael De la Piedra