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«Haced lo que él os diga»

Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 2,1-11

El tiempo litúrgico de Navidad concluye con la solemnidad del Bautismo del Señor que acabamos de recordar. Este año litúrgico (ciclo C) corresponde leer en forma continuada el Evangelio de San Lucas, sin embargo en el segundo Domingo del tiempo ordinario, en los tres ciclos litúrgicos, se toma respectivamente una parte de la llamada «semana inaugural» del Evangelio de San Juan (Jn 1,19-2,12).

En el ciclo C leemos el relato de la boda de Caná (San Juan 2,1-11), que ocurrió el último día de esa semana. Vemos también la figura de la boda en el relato de Isaías donde Jerusalén ya no será llamada «Abandonada» ni «Devastada», sino ahora será llamada «Desposada» y su tierra tendrá un esposo que será Dios mismo ( Isaías 62,1-5). La comunidad cristiana, esposa de Jesucristo, goza de una serie de carismas, de ministerios que el Espíritu derrama sobre ella para ponerlos al servicio de todos ( primera carta de San Pablo a los Corintios 12, 4-11).

El banquete de bodas

Según la tradición judía la boda se celebraba cuando el novio ya tenía listo el nuevo hogar. Acompañado de sus amigos, el novio se dirigía al anochecer a la casa de la novia. Que estaba esperándolo, cubierta con un velo y con un vestido de novia. La joven llevaba las joyas que el novio le había regalado. En una sencilla ceremonia, se quitaba el velo y lo depositaba en el hombro del novio. El novio, acompañado de su mejor amigo, iba con la novia a su nueva casa para celebrar las fiestas de las bodas que solían durar siete días. Los elementos importantes eran los bailes y el vino «que alegra el corazón del hombre». El Talmud dice que: «donde no hay vino no hay alegría».

El pasaje que leemos en el Evangelio de San Juan se desarrolla en la aldea de Caná. No se sabe si se trata del actual Kefr-Kenna, ubicado a unos 6 Km. noreste de Nazaret, en el camino a Tiberíades, o de lo que hoy son las ruinas de Kana-al Djelil o Kibert Kana, situada a más del doble de distancia de Nazaret hacia el norte. El Señor acude a Caná donde ya estaba su Madre y le acompañan algunos discípulos de Juan: Andrés, Simón, Felipe y Natanael. María ya se encontraba allí, y Jesús acude también como invitado. La ocasión para la manifestación del milagro y del misterio es una boda de aldea, aparentemente sin mayor trascendencia. Es la primera semana de la vida pública del Señor Jesús que es detalladamente descrita, casi día por día, por San Juan: su bautizo, manifestación clara del Espíritu Santo; la elección de los primeros discípulos; la hermosa confesión de fe de Natanael, sumada a la de Juan. Todos estos acontecimientos, reciben una magnífica culminación en el episodio de las bodas de Caná.

«En Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus signos»

Podríamos tener una aproximación superficial al Evangelio dominical ya que parece un hecho muy simple; pero, como todo el Evangelio de San Juan, tiene una profundidad inmensa. Allí se insinúa un misterio, se lo siente palpitar en cada palabra, se vela y se revela. San Juan no llama a este hecho un «milagro», como a menudo se traduce, sino un «signo». El episodio concluye: «En Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus signos». Habría que preguntarnos: ¿es un signo de qué? ¿Quiere decir que hay que buscar un sentido ulterior? Precisamente. Pero encontrarlo no es tarea fácil y tanto menos explicarlo. Orígenes (siglo III) da un criterio de interpretación que es necesario tener en cuenta: «Nadie puede comprender el significado del Evangelio de Juan si no ha apoyado la cabeza en el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre». Ya hemos visto la importancia de una fiesta de boda, sin embargo el esposo es mencionado apenas de modo indirecto y la esposa no aparece en absoluto. A medida que el relato procede el que ocupa toda la escena es Jesús.

Lo que el relato quiere insinuar es que Jesús es el verdadero esposo, como lo declara el mismo Juan Bautista: «El que posee a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo que está presente y lo escucha, exulta de gozo a la voz del esposo. Ahora mi alegría ha llegado a plenitud» (Jn 3,29). Ésta es la clave de la lectura de las bodas de Caná. El que lee este Evangelio, en realidad, está escuchando la voz del esposo y como verdadero «amigo del esposo» exulta de gozo. Sabemos que Jesús llamó a sus discípulos no con el nombre de «siervos» sino con el de «amigos».

Veamos ahora algunos detalles importantes del milagro. Su madre María da a los sirvientes esta instrucción: «Haced lo que Él os diga». Y Jesús formula dos órdenes: «Llenad las tinajas de agua». Después que los sirvientes las llenan hasta arriba, agrega: «Sacadlo y llevadlo al maestresala». El Evangelio dice que se trataba de seis tinajas de dos o tres medidas cada una. Es una estimación; supongamos que hayan sido dos y media medidas. Siendo la medida (metretés) un volumen aproximado de 40 litros, quiere decir que cada tinaja era de cien litros. Llenar las seis tinajas significaba mover 600 litros de agua. Fue un trabajo arduo.

Pero además fue mucho vino. ¿Para qué tanto? El vino abundante y bueno, como ciertamente fue el resultado del milagro, representa el gozo de los tiempos mesiánicos. En el tiempo precedente, antes de la intervención de Jesús, el vino era escaso y de mala calidad. Dos vinos distintos indican dos tiempos marcadamente distintos. ¡El contraste es así evidente! Las órdenes dadas por Jesús están dirigidas a los sirvientes. Ante el agua que llena las tinajas no hace ningún gesto, ni pronuncia ninguna fórmula de bendición; sólo dice: «Llevadlo al maestresala». Bastó su divina presencia para que el agua se convirtiera en vino.

«Haced lo que Él os diga…»

Es fundamental en este episodio la intervención de María. En primer lugar ella aparece interesada en todos los detalles que afectan al hombre aunque puedan parecer secundarios. Así «se manifiesta una nueva maternidad de María, según el espíritu y no sólo según la carne, es decir, la solicitud de María por los hombres, su ayuda en sus necesidades, en la vasta gama de sus carencias e indigencias» . Solamente ella advierte que la alianza nupcial estaba fracasando y solicita la intervención de Jesús: «No tienen vino». La respuesta que Jesús le da es una de las expresiones más difíciles de explicar del Evangelio: «¿Qué a mí y a ti, mujer?». Ésta es una expresión idiomática hebrea que se repite a menudo en el Antiguo Testamento. Se usa para poner en cuestión la relación entre personas. Lo que Jesús quiere decir es que, si hasta ahora su relación con su madre era de sujeción – «estaba sujeto a ellos» (Lc 2,51)-, ahora esa relación debe cambiar y en adelante es ella quien debe estar sujeta a Él en todo.

Desde esta hora Jesús, que tiene el rol del esposo, toma toda iniciativa en el establecimiento de la Nueva Alianza. Jesús termina diciendo: «Aún no ha llegado mi hora». No era aún la hora de su manifestación al mundo. Y, sin embargo, hace el milagro y «manifiesta su gloria». Es que Dios había dispuesto que su hora llegase después de esta súplica de María: «No tienen vino».

Millones de años esperando la revelación del Mesías se completaron por obra de María. Su poder de intercesión es inmenso. Finalmente, María nos da un bello ejemplo de total confianza en el poder de su Amado Hijo. Se vuelve a Él porque sabe que Él puede resolver el problema. Y aún después de la respuesta de Jesús sigue confiando: «Haced lo que Él os diga». La fe de María es la que obtuvo el desenlace final: «Jesús manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos».

«Se casará contigo tu Edificador»

El libro del profeta Isaías (vivió alrededor del siglo VIII a.C.) es uno de los más impresionantes libros del Antiguo Testamento. Describe, a lo largo de su extenso libro, el poder de Dios y la esperanza para su pueblo elegido. Su vocación la encontramos en el capítulo sexto y profetizará por más de 40 años. En los capítulos finales de su libro, dirigido a los judíos que estaban en Jerusalén durante el destierro, anuncia un mensaje de consolación para el pueblo: se reconstruirá la ciudad y el Templo; los extranjeros garantizarán las necesidades materiales de Israel que se convertirá en un pueblo de sacerdotes (Is 61, 5-7). Dios mismo tomará la iniciativa y establecerá una alianza eterna (Is 61, 8-9). Alianza que tendrá su ápice en la figura del desposorio con Dios: el triunfo de Jerusalén será convertirse en la esposa de Yahveh sellando así la alianza hecha.

Una palabra del Santo Padre:

«Allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir «gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque en todas las familias hay peleas, lo difícil es pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213). La familia es el hospital más cercano. Cuando uno está enfermo lo cuidan allí. La familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos. En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos.

La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios.

Y en la familia, y de esto todos somos testigos, los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano… y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar, el vino nuevo de las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado…, nacen de lo peorcito, porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). En la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, como el agua de las tinajas, nos escandalice o nos espanta, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro. La familia hoy necesita de este milagro.

Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día.

El mejor de los vinos está en esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor, y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir, murmúrenselo cada uno en su corazón: el mejor vino está por venir, y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados. Tened paciencia, tened esperanza. Haced como María, rezad, actuad, abrid vuestro corazón, porque el mejor de los vinos va a venir. Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas.».

Francisco. Homilía en Guayaquil, Ecuador. 6 de julio de 2015.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Acudamos diariamente a María para que ella nos ayude y enseñe a decir en los momentos difíciles de nuestra vida: «Haced lo que Él os diga».

2. ¿Cuáles son los dones que Dios me ha dado y que debo de poner al servicio de la comunidad? ¿Los conozco?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494- 495. 502- 511.

Written by Rafael De la Piedra