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«Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos» Bidean Full view

«Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos»

Presentación del Señor
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 2, 22- 40

El 2 de febrero se cumplen cuarenta días desde el nacimiento de Jesús en Belén y se celebra la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén, conocida popularmente como la fiesta de «Nuestra Señora de la Candelaria». Según el Evangelio, en un día como hoy, cumpliendo con la ley del Señor, sus padres presentaron el Niño en el Templo.

Este año coincide con el Domingo y, por tratarse de una fiesta del Señor, su celebración prevalece. Las normas de la liturgia establecen que la celebración del Día del Señor debe prevalecer sobre las celebraciones de los santos (excepto aquellas que son solemnidad, como la de San José y la de San Pedro y San Pablo) y sobre todas las fiestas, excepto las fiestas del Señor.

Las lecturas tendrán como eje central el hecho mismo de la presentación del Señor Jesús en el Templo descrito en el Evangelio. Para la liturgia de este día, la aparición de la «luz para los gentiles y para la gloria de pueblo Israel» así como la llegada del Ángel de la Alianza esperado para el juicio (Malaquías 3,1-4); se verán realizadas en la aparición de Jesucristo en el Templo de Jerusalén. Por eso la entrada del Señor en el santuario, según leemos en el Salmo 23, 3-7, es también el tema del Salmo Responsorial. La Lectura de la carta a los Hebreos ve en la Encarnación del Verbo el necesario presupuesto para poder realizarse plenamente el Plan Reconciliador del Padre. Era necesario que Cristo se asemejase en todo a los hombres para poder así presentarse como víctima agradable al Padre. Como leemos en la Segunda Lectura «habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados» (Carta a los Hebreos 2,14 – 18).

«Con mano fuerte nos sacó de Egipto»

Para entender el sentido de esta fiesta es necesario tener familiaridad con el Antiguo Testamento y con la Historia Sagrada. La Historia Sagrada es la misma historia de Israel, pero considerada como el lugar en que Dios fue realizando su Plan de Reconciliación sobre los hombres. Uno de los hechos más decisivos de esa historia fue la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Ese episodio quedó grabado en la memoria del pueblo como un gran hecho salvífico y como prueba evidente del amor de Dios: «Hirió en sus primogénitos a Egipto, porque es eterno su amor; y sacó a Israel de entre ellos, porque es eterno su amor; con mano fuerte y brazo tenso, porque es eterno su amor» (Sal 135,10-12). Dios tuvo que vencer la resistencia del Faraón y forzarlo a dejar partir a su pueblo, por medio de las famosas plagas de Egipto. La más terrible, la que venció al Faraón, fue la muerte de todos los primogénitos por manos del ángel exterminador. Pero Dios conservó la vida de los primogénitos de Israel, hombres y animales; por eso le pertenecen: «Consagrarás a Yavheh todo lo que abre el seno materno» (Ex 13, 12). El primogénito de los animales debía ser consagrado y ofrecido en sacrificio. Por otro lado el primogénito del hombre debía ser rescatado mediante la ofrenda de un sacrificio.

Veamos cómo explicaba esto un israelita a su hijo: «Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ‘¿Qué significa esto?’, la dirás: ‘Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la casa de servidumbre’. Como Faraón se obstinó en no dejarnos salir, el Señor mató a todos los primogénitos en el país de Egipto, desde el primogénito del hombre hasta el primogénito del ganado. Por eso sacrifico al Señor todo macho que abre el seno materno, y rescato todo primogénito de mis hijos. Esto será como señal en tu mano y como insignia entre tus ojos; porque con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto» (Ex 13,14-16).

La presentación en el Templo

Para cumplir con esta norma, es decir, para rescatar a su hijo primogénito, es que los padres de Jesús, «cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos (cuarenta días), llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley del Señor: ‘Todo varón primogénito será consagrado al Señor’, y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se establece en la ley del Señor». Esta ofrenda de menor valor era el sacrificio que ofrecían los pobres para rescatar la vida de sus hijos primogénitos.

Insistiendo en este rito, el Evangelio quiere afirmar que Jesús fue verdaderamente un miembro del pueblo de Israel y que vivió fielmente sometido a sus normas y tradiciones; es verdad que, según la promesa de Dios, «vino a los suyos» (Jn 1,11) y que «nació bajo la ley» (Gal 4,4). Y actuando en el contexto de esa ley, vino a rescatar de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna a todos los hombres.  Según la ley, los primogénitos de Israel habían sido salvados de la muerte que golpeó a los primogénitos de Egipto, y por eso debía ofrecerse un sacrificio en rescate por ellos. Esto es lo que hizo Jesús; pero lo hizo para rescatar a todo el género humano de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna, y lo hizo ofreciéndose a sí mismo en sacrificio.

Por eso confesamos que su muerte fue un sacrificio Redentor . Los sacrificios de animales eran insuficientes para salvar al hombre del pecado, y tampoco bastaba el sacrificio de un hombre cualquiera, pues todos estábamos bajo el poder del pecado; fue necesario que el Hijo de Dios tomara la carne del hombre para ofrecerse en sacrificio «como Cordero inmaculado» sobre el ara de la cruz. La fiesta de la Presentación del Señor, evocando los hechos salvíficos del Éxodo y la necesidad de un sacrificio ofrecido en rescate por la vida, insinúa aquel sacrificio Redentor, el único que Dios aceptó complacido.

Pero en ese momento de la presentación, cuando sus padres introducían al Niño Jesús al templo, se presentó el anciano Simeón y, tomando al Niño en brazos, pronunció aquellas palabras proféticas: «Mis ojos han visto tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

Tres hermosos títulos aplicados a Jesús: él es la salvación, es la luz que ilumina los pueblos, es la gloria de Israel. A causa del título de «Luz», que también lo dice Jesús de sí mismo, cuando declara: «Yo soy la luz del mundo», es que se celebra este día como una fiesta de la luz y los fieles participan teniendo candelas encendidas en las manos. A partir de este signo más llamativo, adoptó el nombre de «Fiesta de la Candelaria». No tardó en fijarse la atención en la Virgen María, como aquella que «derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro», y de atribuirle el nombre de nuestra Señora de la Candelaria. Se contempla así el misterio de Cristo a través del prisma privilegiado de su Madre María.

«Habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados».

Después de haber descrito el misterio de la Encarnación del Verbo, vemos como el autor de la carta a los Hebreos presenta el de la Redención: «Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella» (Hb 2, 17-18). Se trata de una profunda y conmovedora presentación del misterio de Jesucristo.

Ese pasaje de la carta a los Hebreos nos ayuda a comprender mejor por qué esta ida a Jerusalén del recién nacido hijo de María es un evento decisivo para la historia de la salvación. El templo, desde su construcción, esperaba de una manera completamente singular a aquel que había sido prometido. Su presentación reviste, por tanto, un significado sacerdotal: «Ecce sacerdos magnus»; el sumo Sacerdote verdadero y eterno entra en el templo.

Una palabra del Santo Padre:

«La fiesta de la Presentación del Señor en el templo, cuarenta días después de su nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia:  según la ley mosaica, María y José llevan al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a  la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad.

La sugestiva procesión con los cirios al inicio de nuestra celebración nos ha hecho revivir la majestuosa entrada, cantada en el salmo responsorial, de Aquel que es «el rey de la gloria», «el Señor, fuerte en la guerra» (Sal 23, 7. 8). Pero, ¿quién es ese Dios fuerte que entra en el templo? Es un niño; es el niño Jesús, en los brazos de su madre, la Virgen María. La Sagrada Familia cumple lo que prescribía la Ley:  la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio. En la primera lectura, la liturgia habla del oráculo del profeta Malaquías:  «De pronto entrará en el santuario el Señor» (Ml 3, 1). Estas palabras comunican toda la intensidad del deseo que animó la espera del pueblo judío a lo largo de los siglos. Por fin entra en su casa «el mensajero de la alianza» y se somete a la Ley:  va a Jerusalén para entrar, en actitud de obediencia, en la casa de Dios…

La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es su madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo:  una ofrenda incondicional que la implica personalmente:  María es Madre de Aquel que es «gloria de su pueblo Israel» y «luz para alumbrar a las naciones», pero también «signo de contradicción» (cf. Lc 2, 32. 34).

Y a ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor».

Benedicto XVI. Homilía durante la Jornada de la Vida Consagrada,  2 de febrero 2006  

Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana

1. ¿Cuál es mi actitud ante el misterio de la presentación de Jesús en el Templo? Jesús es presentado como signo de contradicción. ¿Le huyo a los problemas que podría tener a causa de mi fe?¿Soy coherente con mi fe?

2. Miremos el corazón de María. Una espada atraviesa ese Inmaculado Corazón. ¿Qué me dice este amoroso corazón que sufre por tantos hijos suyos que viven alejados de Jesús?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 527- 534.

Written by Rafael De la Piedra