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¿Hay que dejar a las personas autolesionarse?

Una revista de ética médica lanza el nuevo «derecho». Entonces, ¿hay que dejar a las personas autolesionarse?  Las autolesiones son una inconsciente petición de ayuda: ¿hemos de negarla en nombre de la autonomía del sujeto?

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Eutanasia, suicidio asistido, mutilaciones a personas transexuales… Es como si se fuese preparando el terreno para un «derecho a la autolesión«, tanto que ya existe un artículo de ética médica que lo justifica. John M. Grondelski lo analiza en una colaboración para Crisis Magazine bajo el título «La moralidad de la autolesión».

El Journal of Medical Ethics, una publicación británica líder en bioética, lo ha vuelto a hacer. En 2011 nos ofrecieron la salvaje tesis de Alberto Giubilini y Francesca Minerva en defensa del infanticidio: ambos autores argumentaron a favor del «aborto después del nacimiento» afirmando que matar a un niño después de nacer estaría justificado si se hace bajo «circunstancias … que habrían justificado el aborto».

Pues bien, el Journal ha vuelto al ataque con su última contribución a la barbarie: la defensa de la autolesión, donde abogan por que se permita a la gente que la practica (por ejemplo, cortándose o quemándose) seguir haciéndolo, al menos en algunas circunstancias. Le agradezco a Wesley Smith que me haya señalado este artículo.
Déjenme decir, ante todo, que soy consciente del rechazo que causarán mis argumentaciones por haber ya tachado estas ideas de «bárbaras». Respecto a las tesis de Giubilini y Minerva, estoy de acuerdo con Robert George, de Princeton, que ha insistido, con razón, en que la respuesta a la «locura» no es un compromiso desapasionado, sino llamar a las cosas por su nombre. Matar a recién nacidos es una locura, no una forma desconocida de aborto.

Es el ejemplo sumo de lo que Zbigniew Stawrowski define como «bárbaros elegantes», que no están vestidos con pieles de animales, sino con batas de laboratorio y trajes de Gucci, pero que defienden ideas inhumanas. ¿Es obligatorio que las consideraciones de un estudioso sean desapasionadas y se comprometa con ideas que, francamente, son salvajes? ¿Significa que tengo que tomarme en serio la idea de que Josef Mengele y Sigmund Rascher fueron «científicos»?

¿Significa que tengo que tomarme en serio la idea de que Josef Mengele y Sigmund Rascher fueron «científicos»?

El último salvajismo bioético es un artículo de Patrick Sullivan, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Manchester. Sullivan argumenta que la gente que se autolesiona debería estar autorizada, por lo menos en algunas circunstancias, a hacerlo para que su «autonomía» no se vea perjudicada. Afirma que las personas que se cortan, se arañan, se queman, se pinchan, se agujerean, se perforan, se graban o se hieren a sí mismas podrían estar ejerciendo «una decisión autónoma» y que incluso si no la estuvieran ejerciendo, esto no indicaría «una falta de capacidad para participar en este tipo de programa terapéutico».

¿Cuál es esta terapia? Permitir que la persona siga cortándose, arañándose, quemándose, pinchándose, agujereándose, perforándose, grabándose o hiriéndose a sí misma, siempre que tenga acceso a «cuchillas limpias» y pueda consultar con «personal adecuado que la ayude a comprender como hacerse daño de manera más segura».

No me lo he inventado.

La mayoría de las personas afirmaría, instintivamente, que la gente que se automutila está mentalmente enferma. Que hay que parar a esta gente para que no se haga estas cosas. Que, objetivamente, cortarse, arañarse, quemarse, pincharse, perforarse, grabarse y/o herirse a uno mismo no es algo bueno, no importa lo «normal» o incluso «aliviado» que uno pueda sentirse. Que ayudar o instigar este tipo de comportamiento autodestructivo no le hace ningún favor a la víctima.

Pero la mayoría de las personas no ha estudiado la teoría de la bioética. En contraste con la ética médica católica, sus criterios objetivos de bueno y malo hace mucho que han desaparecido, sustituidos por el ídolo dorado de la «autonomía». En la bioética común, los fundamentos de las decisiones éticas son o una «autonomía» sin restricciones o el puro consecuencialismo, que llevan al «bien mayor» sin que importe cómo transmite la respuesta deseada la persona que formula la pregunta. La bioética común normalmente no tiene nada que ver con βιος [vida], bien porque finge una ignorancia epistemológica sobre la cuestión, aplicando el principio de Caifás para calcular el «bien mayor» de quién vive y quién muere, o porque impulsa una «elección» autónoma a la que somete toda la vida.

Douglas Farrow reconoce, justamente, que la «autonomía» moderna se ha convertido en el nuevo nombre de un mal antiguo, uno que se remonta al árbol del Paraíso: la idolatría de un orgullo autosuficiente que niega la responsabilidad ante el Creador (y ante el orden real de los valores que Él creó) en nombre de «valores» acuñados por uno mismo; valores que, si rascamos su superficie, revelan los viejos elementos del fracaso humano. Vale la pena citar lo que escribe:

«Cuando Moisés vuelve a la montaña sagrada con su gente, les advierte de que no deben adorar ídolos. Ese mandamiento, junto al mandamiento de no matar, se rompe cuando defendemos el suicidio o la eutanasia. ¿Por qué? Porque declaramos que nuestras vidas son nuestras independientemente de Dios, que las poseemos de tal modo que tenemos el derecho de disponer de ellas a nuestro antojo. Lo hacemos también, en el otro extremo de la vida, cuando defendemos los anticonceptivos y el aborto. Lo hacemos en medio, cuando defendemos nuestro derecho a determinar nuestra ‘identidad de género’ o el matrimonio con alguien de nuestro mismo sexo. (…) Los dioses antiguos, a saber: el sexo, el dinero y la muerte, están vivos de nuevo y se imponen otra vez como los dioses de la autonomía».

Adán y Eva reclamaron su «autonomía». Y lo mismo hizo, en última instancia, Satanás. El problema es que a pesar de que reclamaran «ser libres para ser ellos mismos», esta libertad estaba y está circunscrita por un mundo real de valores reales, de lo bueno y de lo malo cuyo modo de hacer el bien o el mal no dependía, y no depende, del ojo del espectador.

Esto significa que hay criterios objetivos y reales en el mundo, incluyendo el mundo médico. Pero la influencia de una «autonomía» desligada de esos criterios significa que la medicina se ha transformado en mero cumplimiento de los deseos. La extirpación quirúrgica de valores objetivos ha convertido algunas ramas de la medicina, como la ginecología, en derecho al cumplimiento de los deseos. De este modo, la fertilidad ya no es una característica normal y natural de una persona, sino un «ritmo biológico», cuyo valor depende de su utilidad en un determinado momento. El embarazo ya no es una característica normal y natural de una mujer en edad de tener hijos, sino que es un bien si se quiere tener un hijo y un mal si no se quiere tenerlo. Paliar el dolor vs. considerar el hecho de matar activamente son, cada vez más, distinciones sin ninguna diferencia. Y ahora, cortarse, rajarse o quemarse a uno mismo puede ser considerado como algo que está bien, siempre que lo hagas de una manera estéril y limpia.

Cuando estudié teología moral en los años 70 y 80, los libros de texto solían incluir algún tema de discusión sobre «la mutilación«, pero siempre en el contexto de la esterilización porque, al contrario de lo que ocurre con la anticoncepción, la esterilización consigue la infertilidad mediante la extirpación, a petición propia, de órganos perfectamente sanos y normales. Algunos libros de texto incluían análisis sobre «la cirugía de cambio de sexo», reconociendo que había gente confundida que pensaba que extirpando los genitales o haciendo una reconstrucción mediante cirugía plástica en el pecho y la entrepierna uno podía pasar de hombre a mujer o viceversa, a pesar del testimonio que ofrece cada una de las células del cuerpo de esa persona. En la teología moral católica el tema terminaba, por lo general, con la conclusión obvia: era una actividad irracional, contraria a la realidad y finalidad de la persona sexuada y, en la medida en que dichas acciones eran más amplias y generalizadas, eran también más perversas.

Desde luego, hay quien afirma que la sociedad, e incluso la ética, «han avanzado», «han progresado», que el «bien objetivo» de una persona es lo que la persona cree que quiere autónomamente. Y suma y sigue. En lugar de ofrecer autocontrol a los que se autolesionan, les ofrecemos cuchillas limpias y agua oxigenada, orgullosos porque respetamos su «autonomía» y observándoles mientras se cortan. De este modo, estamos tirando por la borda el primer principio de la ética médica, primum non nocere, «primero, no hacer daño». Porque, ¿cómo puede hacer daño? En un mundo sin ningún criterio médico-moral objetivo, simplemente borramos el dolor.

El endemoniado geraseno

Evidentemente, Jesucristo era un mal bioeticista. En Marcos 5, 1-17 se habla de un hombre inclinado a autolesionarse: el endemoniado de Gerasa. La Biblia pone en evidencia su aislamiento. Vivía entre los sepulcros, lugares de muerte y decaimiento, impuros para los judíos. La propia región de Gerasa estaba situada, en realidad, fuera de Israel. El endemoniado se autolesionaba con piedras y gritaba. Algunas personas habían intentado, sin éxito, «sujetarle con cepos y cadenas» para que no se hiciera daño a sí mismo.

Jesús, sabiendo que el hombre estaba poseído, no se dio cuenta de que el endemoniado tenía «capacidad para iniciar una terapia» si aliviaba su estrés usando piedras limpias. En vez de guiarle para que se autolesionara de una manera más antiséptica, Jesús le exorcizó. (Y para colmo de males violó los derechos de los animales e hizo entrar al diablo en los cerdos. ¿Cometieron ellos «autónomamente» suicidio al lanzarse por el acantilado? Esto me recuerda a alguien -creo que fue David Hume- cuyo comentario sobre esta perícopa no era alegrarse por la liberación de este hijo de Abraham, sino lamentarse por el daño causado a la propiedad en la persona del porquero.)

La ideología de género prepara el terreno

Si en nuestra «desarrollada» sociedad la mutilación genital está justificada en nombre de la «identidad de género» (incluso para menores de edad), ¿realmente es ir demasiado lejos si dejamos aliviar el estrés a través de la autolesión? Como preguntó un comentarista, ¿por qué no deberíamos «celebrar» entonces que una persona que se siente realmente un parapléjico en un cuerpo que anda envuelva sus piernas en hielo seco para que así tengan que ser amputadas?

En el Antiguo Testamento, se asociaba la automutilación a la adoración a Baal, el falso dios de los cananeos (ver 1 Re 18, 28). Baal estaba asociado también al sacrificio de niños. Ahora ha vuelto en nombre de la autonomía, del derecho a «elegir» matar a nuestros niños y para justificar la autolesión. Pero a diferencia de los días de Elías, estos falsos profetas están ahora aprobados por sus colegas.

Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).

 

Written by Rafael de la Piedra