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Homilía de Pentecostés: el Soplo del Amor

Les comparto una bella homilía del padre Juan Carlos Rivva SCV. en el día de Pentecostés.

P. Juan Carlos Rivva SCV.

Domingo 4 de junio de 2017

Hace poco conversé con una señora que me decía: Quiero amar, pero no puedo. Esta frase se me quedó grabada porque expresa la contradicción de quien por un lado experimenta en su corazón el imperativo de amar para ser feliz y por otro lado se siente frustrada porque no puede amar. Porque tiene un corazón herido: Por la rabia, por el resentimiento, por la culpa, por una historia familiar que no podía reconciliar.

¿Cómo sanar un corazón herido? La psicología hace lo suyo. Es una ayuda importante, que no debemos minusvalorar. Pero es insuficiente.
Hoy la Secuencia de Pentecostés que hemos rezado suplica: Sana el corazón enfermo. Solo el amor de Dios puede sanar las heridas de nuestro corazón. Y ese amor de Dios tiene un nombre, es una persona: El Espíritu Santo.

¿Quién es el Espíritu Santo? No es algo, es alguien, es la tercera persona de la Santísima Trinidad, una persona con la que podemos y debemos tener una relación personal, de amistad, de confianza.

Es el AMOR. Es el amor que une al Padre y al Hijo, consustancial al Padre y al Hijo y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.

Es el AMOR de ese Hijo con su Madre. El fuego del amor que une el Sagrado Corazón de Jesús con el Corazón Inmaculado de María es el Espíritu Santo.

Es el AMOR que el Hijo comparte con nosotros sus hermanos. No hemos recibido un Espíritu de temor, sino un Espíritu filial que clama en nuestros corazones ABBA PADRE.

Es el AMOR que nos une a todos los creyentes como hermanos en Cristo, como miembros de un mismo Cuerpo.
Por eso la fiesta de Pentecostés bien podría ser llamada la fiesta del Amor.

Quizás alguno podrá pensar. Yo no tengo un corazón herido…Sin embargo, ¿no tenemos todos un corazón enfermo por el pecado original? ¿No tenemos todos alguna herida que sanar? ¿No experimentamos todos la contradicción de anhelar amar y muchas veces encerrarnos en nuestro egoísmo?

Hace poco también un señor de mi edad me decía: Yo tengo todo para ser feliz, una linda esposa, hijos espectaculares, un buen trabajo, buenos amigos, salud, una buena situación económica y sin embargo, siento que algo me falta para ser feliz… Yo le decía: Dale gracias a Dios de sentir esa insatisfacción, que expresa lo que llamamos la nostalgia de Dios, esa nostalgia que se sintetiza en la frase de San Agustín: Nos hiciste para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti.

El amor humano es bello y necesario, pero no es suficiente. Se requiere que ese amor humano sea elevado y se convierta en un amor divino. En toda clase de relaciones: la fraternidad humana se transforme en fraternidad cristiana, en ser hermanos en el Señor; que la relación de esposos sea no solo una relación afectiva, carnal o emocional, sino que se transforme en una verdadera comunión espiritual.

Como decía San Elredo de Rieval: Henos aquí tu y yo, unidos en amistad, sólo espero que Cristo sea siempre el tercero entre nosotros. Eso es lo que hace el Espíritu Santo, eleva el amor humano y hace que Cristo sea siempre el tercero entre nosotros.

a) Si tenemos un corazón herido, un corazón enfermo, que por temor a sufrir o a comprometerse, muchas veces se encierra en el egoísmo, la indiferencia, la soberbia y la mezquindad. Y que busca llenar el vacío de amor, con las sensaciones de placer, de poder o de tener que el mundo nos ofrece. Acudamos al Espíritu Santo, pidámosle al Espíritu que el arranque de nuestra carne el corazón de piedra, y nos dé en cambio un corazón de carne.

b) Si tenemos todo en la vida para ser felices, pidámosle al Espíritu Santo que hiera nuestro corazón, que nos ayude a rechazar toda actitud satisfecha o conformista, para que sintamos la nostalgia de Dios, el anhelo de trascendencia, y que la fuerza del Espíritu transforme nuestro amor humano en un amor divino.

c) Y si ya estamos participando del amor divino, porque vivimos en gracia de Dios, porque sentimos la presencia cotidiana del Espíritu que clama en nuestro interior Abba Padre. Pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude a crecer cada día más en la vida cristiana, que intensifique nuestra vida interior, nuestra caridad con el prójimo.

En este mes del Sagrado Corazón de Jesús, esforcémonos por vencer al pecado, por ser santos, por luchar contra el mal. Pero sobretodo perseveremos con María en la oración, invoquemos con Ella al Espíritu Santo, para que venga el Espíritu a nuestros pobres corazones y nuestro pobre amor humano se convierta en un amor divino, y nuestros corazones de piedra, se conviertan en corazones de carne, semejantes al Corazón de Jesús y al Corazón de María.

https://www.youtube.com/watch?v=ysbsCAEGhoo

Written by Rafael De la Piedra