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«La vida de uno no está asegurada por sus bienes»

Domingo de la Semana 18ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 12, 13-21

Un problema judicial

El Evangelio de hoy nos narra un episodio real de la vida de Jesús y nos hace ver que los litigios entre hermanos por cuestiones de herencia son tan antiguos como el hombre mismo ya que se daban también en el tiempo de Jesús. En esta ocasión la multitud que se había reunido para escuchar a Jesús era particular-mente numerosa: «Se habían reunido miles de personas, hasta pisarse unos a otros» (Lc 12,1) y Jesús les enseñaba su doctrina.

Entonces, alguien, considerando que Jesús podría ser un buen árbitro en el litigio con su hermano, alza la voz entre la gente: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». El hombre quiere exponer el conflicto para escuchar el juicio de Jesús y tener a todos los presentes como testigos de lo que él sentencie. Pero su intervención es inoportuna e impertinente. Interrumpe las «Palabras de vida eterna» que Jesús pronunciaba y que la multitud escuchaba maravillada, para hacer prevalecer su propio interés material. De esa manera deja en evidencia que no escuchaba la Palabra de Jesús, sino que su atención estaba concentrada en los bienes caducos de esta tierra.

Jesús rehúsa entrar en este asunto respondiéndole de manera cortante: «¡Hombre!¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Vemos en este episodio cómo se realiza uno de los destinos que puede tener la Palabra de Dios cuando es proclamada: «Una parte de la semilla cayó en medio de abrojos, y creciendo los abrojos, la ahogaron… éstos son los que han oído la Palabra, pero es ahogada por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llega a madurez» (Lc 8,7.14). Este hombre hizo morir la Palabra en su raíz porque su corazón estaba en otro lugar.

Las enseñanzas sobre los bienes

Aunque Jesús no se interesa por las circunstancias del litigio sobre la herencia, sin embargo, toma pie de este hecho para exponer su propia enseñanza sobre la relación con los bienes de este mundo. Así Jesús se revela como el «Maestro» que realmente es. Cuando la atención de todos ha sido atraída sobre el asunto de la herencia y ya todos están metidos en este tema, Jesús aprovecha para hacer una advertencia: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».

Y para corroborar esta enseñanza expone la parábola del hombre cuyos campos dieron una cosecha abundante. Es un cuadro que no se puede reproducir sino con las mismas palabras: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo dónde reunir mi cosecha?’ Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí mi trigo y mis bienes’». Hasta aquí el razonamiento es impecable. Es una medida de prudencia económica irreprensible.

Pero lo que sigue revela un egoísmo cerrado: «Entonces diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea». Para darle mayor dramatismo, Jesús describe la reflexión del hombre rico como un diálogo con su propia alma. No asoma por ningún lado la preocupación por el prójimo; todo es disfrutar de su propio bienestar, y esto, sin molestias de ningún tipo y ¡por muchos años! Jesús había enseñado que toda la ley y los profetas, toda la verdad acerca del hombre se resumía en el mandamiento del amor, uno de cuyos versos dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y aquí el rico, en medio de tanta abundancia, no piensa más que en regalarse a sí mismo; no ama más que a sí mismo.

Por eso, sigue esta conclusión terrible: «Dios le dijo: ‘¡Necio ! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’». ¡Terrible ser llamado «necio» por Dios mismo! No toleramos que algún hombre nos llame «necio» y lo consideramos una afrenta inaceptable. Pero cuando actuamos como el hombre rico pensando sólo en nuestro propio bien, es Dios mismo quien nos da ese calificativo. Y tiene razón. Mientras el hombre trazaba planes de placeres mundanos para muchos años, su vida terminaría esa misma noche.

Error total de cálculo, necedad total. Esa alma a la cual se le proponía disfrutar por muchos años, sería llamada a dar cuenta ante Dios esa misma noche. Por eso la pregunta es válida: «¿Para quién serán las cosas que preparaste? ¿Quién va a disfrutar de lo que trabajaste con tanto esfuerzo y dedicación?» Obviamente la respuesta es ésta: «para otros». Es decir, para aquellos en quienes ni siquiera había pensado.

«Enriquecerse en orden a Dios»

Hasta aquí la parábola. Ahora sigue la conclusión de Jesús: «Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios». Enriquecerse en orden a Dios; ¿cómo se hace esto? Ya el Eclesiastés había observado que «Él da (Dios) sabiduría, ciencia y alegría a quien le agrada; más al pecador da la tarea de amontonar y atesorar para dejárselo a quien agrada a Dios» (Ecle 2,26). También lo sabemos de boca del mismo Jesús cuando le dice a otro hombre rico: «Cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos: luego, ven y sígueme» (Lc 18,22). Todo dinero dado a los pobres es dinero acumulado en el cielo, «donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20).

El secularismo actual tiene que dar una respuesta a este juicio de Jesús. En efecto, el secularismo es la doctrina formulada o la mentalidad difusa que sostiene que todo el destino del hombre acaba en esta tierra y que no hay una vida eterna más allá de este tiempo, más allá del «siglo presente» . Por eso se busca gozar al máximo en esta tierra, literalmente como el hombre necio de la parábola. La advertencia de Jesús contra esa mentalidad es contundente. Los bienes de esta tierra no nos pueden asegurar la vida. No nos pueden asegurar la vida terrena, pero mucho menos la vida eterna. Consciente del peligro que encierran las riquezas de este mundo, San Pablo nos exhorta a desapegar el corazón de ellas: «Hermanos, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra» (Col 3,1-2) ya que «donde está nuestro tesoro ahí estará nuestro corazón» (ver Mt 6, 21).

Una palabra del Santo Padre:

«Pero al mismo tiempo ha entrado en crisis la misma concepción «económica» o «economicista» vinculada a la palabra desarrollo. En efecto, hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana. Ni, por consiguiente, la disponibilidad de múltiples beneficios reales, aportados en los tiempos recientes por la ciencia y la técnica, incluida la informática, traen consigo la liberación de cualquier forma de esclavitud. Al contrario, la experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo…

“Tener” objetos y bienes no perfecciona de por sí al sujeto, si no contribuye a la maduración y enriquecimiento de su “ser”, es decir, a la realización de la vocación humana como tal…El mal no consiste en el “tener” como tal, sino en el poseer que no respeta la calidad y la ordenada jerarquía de los bienes que se tienen. Calidad y jerarquía que derivan de la subordinación de los bienes y de su disponibilidad al «ser» del hombre y a su verdadera vocación».

Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo reis sociales, 28

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Vive como si fuera el último día de tu vida. ¿Qué harías? ¿Qué dejarías de hacer? ¿Por qué no vivir sopesando el peso de cada uno de nuestros actos a la luz del texto evangélico? Vivamos con humildad el horizonte de eternidad que el Señor nos invita a vivir.

2. Lee y medita el texto del libro de la Sabiduría 15, 9-13. ¿Qué conclusiones puedes sacar?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2534- 2557.

Written by Rafael de la Piedra