LOGO

¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios» motherofgodicon Full view

«Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios»

Santa María Madre de Dios

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 2, 16-21

En el día primero de enero, octava de la Navidad, la liturgia nos propone para nuestra contemplación la celebración más antigua de la Virgen en la Iglesia Romana. La reforma litúrgica del Vaticano II ha recuperado esta fiesta de María, Madre de Dios, sin por ello olvidar ni el comienzo del año, ni la circuncisión de Jesús, ni la imposición del nombre de Jesús al Niño nacido en Belén.

Por esto la Primera Lectura, tomada del libro de los Números (Números 6, 22-27), nos habla de la importancia de invocar el nombre de Dios para alcanzar de Él bendiciones. Con lo cual nos recuerda que es importante comenzar el año nuevo invocando el nombre de Jesús y de esa manera podamos entrar con confianza a recorrer el año recién abierto a nuestras ilusiones y a nuestros temores.

En este día tan lleno de interrogantes la Iglesia gusta además de poner a todos los fieles bajo la protección de nuestra Madre María, y por ello ruega a Dios: «Concédenos experimentar la intercesión de Aquélla, de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida» (Oración de Colecta) En la Segunda Lectura (Gálatas 4, 4-7) recordamos las palabras de San Pablo claras e impresionantes: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer». Y el Evangelio nos presenta el reconocimiento por parte de humildes pastores, del hecho más extraordinario de la humanidad: «Dios con nosotros». María, por su parte, meditaba todo «cuidadosamente» en su corazón (San Lucas 2, 16-21).

«Yavheh te muestre su rostro y te conceda la paz»

El cuarto libro del Pentateuco (el libro de los Números) se titula también «En el desierto» siendo éste un título más descriptivo ya que la narración recoge la peregrinación de los israelíes por el desierto del Sinaí hasta las puertas de Jerusalén. Los cuarenta años justos y el perfecto itinerario de 40 nombres (ver Nm 33) no disimula las quejas y el descontento del pueblo. El libro refleja bien como ésta fue una etapa a la deriva, sin mapas ni urgencia. Los israelitas se rebelaron contra Dios y contra Moisés, su caudillo. Aunque desobedecían, Dios seguía cuidando a su pueblo.

En el texto referido tenemos la fórmula clásica de la bendición litúrgica del Antiguo Testamento (ver Ecle 50,22). Bendecir era un oficio propio de los sacerdotes, aunque también el rey podía bendecir (ver 2Sam 6,18) así como los levitas (ver Dt 10,8). Su lenguaje se asemeja mucho al utilizado en los Salmos. La referencia al «rostro iluminado» es una expresión del favor de Dios: «Si el rostro del rey se ilumina, hay vida; su favor es como nube de lluvia tardía (Pr 16,15). La triple invocación del nombre de «Yahveh», sobre los israelitas hace eficaz la bendición de Dios (ver Jr 15,16) vislumbrándose, desde una lectura cristiana, una íntima relación con Dios Uno y Trino.

Tiempo de Navidad

Ya ha pasado el tiempo del Adviento con el cual dimos inicio a un nuevo año litúrgico, preparándonos para recibir al Señor que nace entre nosotros, ya ha pasado la gran fiesta de la Navidad, hoy día concluye la Octava de Navidad. Es el momento de recapacitar y recoger los frutos. Es el momento de preguntarnos qué huella profunda dejó en nosotros todo este tiempo. ¿Significó algo para nosotros?

Para muchos fue entrar en un período de agitación y de sometimiento a las estrictas normas del consumismo en que estamos sumidos, sin dejarles un instante de tranquilidad para reflexionar sobre el sentido de lo que celebraba nuestra fe cristiana. Es el caso de los propietarios y dependientes del comercio establecido y no establecido cuya preocupación principal era vender cada vez más y muchas horas del día; era intensa la agitación que se observaba en las calles y la carrera a la compra de regalos. Todo eso ya pasó, pero ¿qué sentido tuvo? Ahora se hace el balance de las ventas y se expresa satisfacción porque superaron las de años anteriores. ¡Qué éxito! ¡Se cumplieron los objetivos! ¿Pero es este el objetivo de la fiesta de Navidad? ¿No es esto más bien falsear su objetivo?

Todavía es tiempo de rescatar su auténtico sentido. La fiesta de Navidad es tan importante que la Iglesia la celebra durante ocho días; es como un solo largo día. Y concluye con la fiesta del 1º de enero, solemnidad de la Maternidad divina de María. Al concluir la Octava de Navidad ojalá pudiéramos tener la actitud de los pastores que, después de ver al niño recostado en un pesebre, «se retiraron glorificando y alabando a Dios, por todo lo que habían oído y visto».

Ésta es la misma actitud del coro celeste que se les había presentado: «Una multitud del coro celestial alababa a Dios diciendo: ‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’». El nacimiento del Hijo de Dios en la tierra es motivo de alabanza y gloria a Dios de parte de los ángeles, de los hombres y de toda la creación. Si alguien cree haber vivido el verdadero sentido de la Navidad, examine su corazón para ver si surge en él la alabanza a Dios «por todo lo visto y oído».

Santa María, Madre de Dios

La fiesta de hoy tiene tres aspectos que no pueden pasar inadvertidos. El primero se refiere al tiempo: nadie puede ignorar el hecho de que hoy hemos comenzado un nuevo año. El recuento de los años nos permite ubicar los hechos de la historia en una línea y así poder¬ ordenarlos en el tiempo y en su relación de unos con otros. Pero ¿por qué a este año damos precisamente el número 2017? La antropología estima que el hombre tiene alrededor de 3 millones de años sobre la tierra. La pregunta obvia es: ¿2017 años en relación a qué? Nos responde San Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su Hijo nacido de mujer » (Gal 4,4). Es decir, 2017 años de una nueva cualidad de tiempo; 2017 desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros y de su presencia en la historia humana. Es la «plenitud del tiempo». Poner este hecho entre paréntesis es lo mismo que evadirse de la realidad.

El segundo aspecto está dicho en esas mismas palabras de San Pablo que hemos citado: envió Dios a su Hijo «nacido de mujer». El uso normal era identificar a alguien por el padre: «Nacido de José o de Juan o de Zebedeo, etc.». Aquí, en cambio, al comienzo de este tiempo de plenitud se encuentra una mujer, de la cual debía nacer el Hijo de Dios. Por eso es conveniente que el primer día de cada año, cuando se recuerda el evento fundamental, se celebre a la Virgen María como Madre de Dios. María que, como criatura, es ante todo discípula de Cristo y redimida por él, al mismo tiempo fue elegida como Madre suya para formar su humanidad.

Así, en la relación entre María y Jesús se realiza de modo ejemplar el sentido profundo de la Navidad: Dios se hizo como nosotros, para que nosotros, de algún modo, llegáramos a ser como Él. Esto es lo primero que vieron los pastores cuando corrieron a verificar el signo dado por el ángel: «Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre». Al comenzar este año, ante todos los eventos que en él ocurran, el Evangelio nos invita a tener la actitud reverente y silenciosa de la Madre de Dios: «María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón».

Por último, el primero de cada año la Iglesia celebra la Jornada mundial de la paz. Hemos dicho que alguien puede verificar su vivencia de la Navidad por el deseo de alabar y glorificar a Dios que brota espontáneo de su corazón. Pero a la gloria de Dios en el cielo corresponde la «paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». La paz, en sentido bíblico, es el bien mayor que se puede desear a alguien. Alguien posee la paz cuando está bien en todo sentido, en particular cuando goza de la gracia de Dios.

En este primer día del año queremos que la gracia del Señor se derrame en abundancia a «todos los hombres de buena voluntad» de acuerdo a la antigua bendición de Moisés: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,26). Esta paz fue dada al mundo con el nacimiento de Cristo. Y en esto consistió su misión en la tierra, tal como él mismo lo declara antes de abandonarla: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,17).

Una palabra del Santo Padre:

«Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial.

Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios —la Theotokos— con el título de Salus populi romani. Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. Pero es algo más: es el sensus fidei del santo pueblo fiel de Dios, que nunca, en su unidad, nunca se equivoca.

María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino —deseo destacarlo enseguida— procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 2). Nuestro itinerario de fe es igual al de María, y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha debido avanzar en «la peregrinación de la fe» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58).

Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la «mujer» se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, a todos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría».

Papa Francisco. Homilía en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, 1 de enero de 2014

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. El recordado Juan Pablo II colocaba en su libro «Memoria e Identidad» la memorable frase de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12,21) y nos decía como «el mal es siempre ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia». Esforcémonos y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para poder vivir cotidianamente a lo largo del año este programa de vida. Hagamos el bien ante el mal que muchas veces nos rodea.

2. Un año nuevo siempre es un tiempo lleno de esperanza y de renovación. Agradezcamos al Señor por todos los dones del año que pasó y ofrezcámosle nuestros mejores esfuerzos para vivir más cerca de Dios y de nuestros hermanos. ¿Cuáles van a ser nuestras resoluciones para el 2017? ¿Cuáles van a ser nuestros objetivos? ¿Qué debo de cambiar? ¿Qué voy a mejorar?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 464-469. 495.

Written by Rafael de la Piedra