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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas»

Domingo de la Semana 20 del Tiempo Común.  Ciclo A – 16 de agosto de 202

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 15, 21-28

 El pasaje de este Domingo es realmente Impresionante ya que Jesús, el Maestro Bueno, responde de manera dura y fuerte – políticamente incorrecta diríamos hoy – a una mujer cananea que le suplica por su hija endemoniada. Pero la gran lección – y vínculo – de las lecturas dominicales es la universalidad del mensaje salvador de Dios.

La Primera Lectura (Isaías 56, 1. 6-7) expone la situación de los judíos deportados que después de haber convivido con pueblos paganos en el destierro babilónico – desde el 587 al 538 A.C. – vuelven a la Tierra Prometida y se encuentran que ya está habitada. En el exilio una de las más grandes exigencias fue la fidelidad a Dios y a su Alianza. Permaneciendo unidos alrededor de los profetas, sacerdotes y escribas; pero sin culto, sacrificio ni Templo; anhelaban siempre el retorno a Jerusalén. Pero ahora ven que tienen que convivir con los «pueblos extranjeros».

Esto les obligará a pensar y a tomar una nueva actitud. También vamos a ver la misma temática en la Carta a Los Romanos (Romanos 11,13-15. 29-32) donde San Pablo, «Apóstol de los gentiles», no hará distinción entre judíos y gentiles. Finalmente en el Evangelio de San Mateo; Jesucristo (San Mateo 15, 21-28) realizará el milagro a la mujer cananea – considerada pagana[1]– dejando sentado que si bien su misión es salvar a «las ovejas perdidas de Israel»; dejará en claro que su mensaje es universal. Esto lo irá revelando poco a poco a sus Apóstoles hasta claramente hacerlo explícito durante su Ascensión a los Cielos (ver Mt 28, 19-20).

La salvación para todos los pueblos 

Esta parte final del libro de Isaías, considerada del «trito-Isaías», es decir del tercer Isaías; es anterior al fin del Destierro y coetánea a la reconstrucción del Templo hacia el año 520 A.C. En la lectura del capítulo 56 leemos una afirmación sorprendente: «porque mi casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos» (Is 56,7).

Jesús mismo citará este versículo en circunstancias graves de su vida (ver Mt 21,13) y anunciará dos novedades: la primera es que la oración se impone sobre el sacrificio aun en el Templo – estamos hablando del contexto sacrificial del Antiguo Testamento -; y por otro lado se invita a todos los pueblos a la «Casa de oración». En otros pasajes vemos como Jesús dirá que su sangre (Jn 11, 51-52) ha derribado el muro que separaba a los judíos de los paganos (Ef 2,14), de modo que todos puede hacerse hijos de Abraham (Rm 4, 16). Esto lo vemos ejemplificado en el bautismo del centurión romano Cornelio de manos de San Pedro en la ciudad de Joppe (Hch 10). Podemos entonces afirmar que la «caída» de Israel – es decir el no haber aceptado y reconocido a Jesús como el Mesías – se constituye el medio por el cual se hará factible[2] que el mensaje salvador de Jesucristo llegue a todos los hombres (ver Rm 11, 11- 16). Por otro lado, San Pablo nos señala que para los cristianos tampoco debe de existir la distinción entre judío y gentil; entre libre y esclavo, sino todos somos uno en la fe la cual obra por amor (Gal 5,6).

La región de Tiro y Sidón

El Evangelio nos narra un hecho que ocurre fuera de los confines de Israel. Es necesario tener en cuenta esta circuns­tancia para comprender lo ocurrido. En efecto, co­mienza informando: «Jesús se dirigió a las regiones de Tiro[3] y Sidón[4]». Estas ciuda­des están ubicadas en la costa del mar Mediterrá­neo, al norte de Israel (Líbano en la actualidad). Es la única vez que vemos a Jesús salir del terri­torio de Is­rael (aparte de la huida a Egipto con sus padres, cuando era niño peque­ño, para escapar de las manos de Hero­des el Grande). Jesús es el Salvador del género humano; pero debía realizar esta misión siendo el Mesías prometido a Israel.

Una mujer cananea

«Entonces una mujer cananea de esas partes, se puso a gritar: ¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija es cruelmente atormentada por un demonio». El gentilicio «cana­nea», que se atribuye a la mujer es único en el Evangelio. En efecto, éste es un nombre arcaico que designa al principal de los pueblos que habitaban la Palestina y que Israel tuvo que exterminar para no contaminarse con sus cultos idolátricos. Más pagana no podía ser la mujer. En el Evangelio de San Marcos, escrito para un público menos sensible a la historia de Israel, la mujer es des­crita como «de origen siro-fenicia» (Mc 7,24). En todo caso, no es del pueblo de Israel.

Su grito expresa total confianza; en griego, que es la lengua original del Evan­gelio, ese grito reprodu­ce la misma súplica que nosotros dirigimos a Dios en el acto peni­tencial de la Misa: «Kyrie eleison» – «Señor ten piedad». Pero ella agrega: «Hijo de David». Y este modo de referir­se a Jesús es un claro reconocimiento de que él es el Cristo, el Mesías esperado por Israel. Es el mismo grito que le dirigen los dos ciegos: «Hijo de David, ten piedad de nosotros» (Mt 9,27; 20,30). Es la aclamación de la multitud y de los niños cuando Jesús entró en Jerusa­lén: «Hosanna al hijo de David» (Mt 21,9.15). El mismo Jesús en cierta ocasión pregunta a los fari­seos: «¿Qué pensáis del Cristo, de quién es hijo?. Le res­pondieron: De David» (Mt 22,42). Es claro que, llamándole así, la mujer cananea hace una profesión de su fe en la identidad de Jesús.

La indiferencia de Jesús

¿Cómo se explica la actitud de indife­rencia que mantiene Jesús? «El no le respondió palabra». Fue necesa­rio que intercedieran los apóstoles. Y lo hacen, no por interés en la mujer, sino para sacársela de encima: «Escúchala, que viene detrás gritando».

Entonces Jesús mismo explica el motivo de su silencio: «Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdi­das de la casa de Israel». Esto explica por qué Jesús se restringió a Israel y por qué allí des­plegó su obra y todos sus milagros, salvo el que se relata aquí, obviamente. Pero a sus discípu­los los formó para una misión universal, a la cual los envió antes de ascen­der al cielo: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19). El motivo que Jesús da a sus discípulos para evitar hablar con la mujer cananea, le debió parecer a ella un argumento «teológico» incomprensible; y por eso insiste: «¡Señor, socórreme!». Entonces Jesús se dirige a ella y le da una razón más a su alcance: «No está bien tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perritos».

En el contexto cultural de la época – que no siempre es fácil de entender – los judíos se refe­rían a los paganos llamándoles «perros». Jesús se acomoda a este uso, pero lo hace de modo más afectuoso y dice el diminutivo «perritos», en atención a que la mujer había expresado admi­ración y absoluta confianza en Él. La mujer reac­ciona con prontitud y su respuesta cautiva a Jesús, que ya no se puede negar a conceder­le todo lo que pide: «Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores». Ella no discute que, siendo pagana, merece el apelativo «perritos» y que los judíos son «señores», pues de ellos viene el Mesías, el «hijo de Da­vid»; pero esto no impide que la acción del Mesías alcance a todos, incluso a los perritos, aunque sea en forma de miga­jas.

Jesús quedó admirado. Pocas veces expresa semejante admiración. Dice a la mujer: «¡Mujer, grande es tu fe! Que te ocurra como deseas». El Evangelio agrega el desen­lace: «Desde aquella hora su hija quedó curada». La mujer obtuvo lo que deseaba porque demostró una fe imbatible en el poder de Jesús. Es la condición necesaria para obtener cualquier gracia de Dios. Aquí vemos en acción la declara­ción de Cris­to: «Si tenéis fe como un grano de mosta­za, diréis a este monte: ‘Desplázate de aquí allá’, y se desplazará, y nada os será imposible» (Mt 17,20). La mujer cananea tenía fe más grande que un grano de mostaza. Ella mereció que Jesús excla­mara: «¡Grande es tu fe!». Pero ella tiene otra lección que darnos. Ella no sólo demuestra fe, sino también una inmensa humildad y una confianza absoluta en la bondad de Jesús. Aunque Él le demostraba indiferencia y severidad, ella seguía insistiendo segura de que no sería rechazada. Podemos decir que ella – en ese momento – demos­traba conocer el Corazón de Jesús más que sus mismos discípu­los.

 Una palabra del Santo Padre:

  « El Evangelio de hoy (Mateo 15, 21-28) nos presenta un singular ejemplo de fe en el encuentro de Jesús con una mujer cananea, una extranjera respecto a los judíos. La escena se desarrolla mientras Él está en camino hacia la ciudad de Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea: es aquí donde la mujer implora a Jesús que cure a su hija la cual —dice el Evangelio— «está malamente endemoniada» (v. 22).

 El Señor, en un primer momento, parece no escuchar este grito de dolor, hasta el punto de suscitar la intervención de los discípulos que interceden por ella. El aparente distanciamiento de Jesús no desanima a esta madre, que insiste en su invocación. La fuerza interior de esta mujer, que permite superar todo obstáculo, hay que buscarla en su amor materno y en la confianza de que Jesús puede satisfacer su petición. Y esto me hace pensar en la fuerza de las mujeres. Con su fortaleza son capaces de obtener cosas grandes. ¡Hemos conocido muchas! Podemos decir que es el amor lo que mueve la fe y la fe, por su parte, se convierte en el premio del amor. El amor conmovedor por la propia hija la induce «a gritar: “¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!”» (v. 22). Y la fe perseverante en Jesús le consiente no desanimarse ni siquiera ante su inicial rechazo; así la mujer «vino a postrarse ante Él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”» (v. 25).

 Al final, ante tanta perseverancia, Jesús permanece admirado, casi estupefacto, por la fe de una mujer pagana. Por tanto, accede diciendo: «“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Y desde aquel momento quedó curada su hija» (v. 28). Esta humilde mujer es indicada por Jesús como ejemplo de fe inquebrantable. Su insistencia en invocar la intervención de Cristo es para nosotros estímulo para no desanimarnos, para no desesperar cuando estamos oprimidos por las duras pruebas de la vida. El Señor no se da la vuelta ante nuestras necesidades y, si a veces parece insensible a peticiones de ayuda, es para poner a prueba y robustecer nuestra fe. Nosotros debemos continuar gritando como esta mujer: «¡Señor, ayúdame! ¡Señor ayúdame!». Así, con perseverancia y valor. Y esto es el valor que se necesita en la oración.

 Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos tenemos necesidad de crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús. Él puede ayudarnos a encontrar la vía cuando hemos perdido la brújula de nuestro camino; cuando el camino no parece ya plano sino áspero y arduo; cuando es fatigoso ser fieles con nuestros compromisos. Es importante alimentar cada día nuestra fe, con la escucha atenta de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal como «grito» hacia Él —«Señor, ayúdame»—, y con actitudes concretas de caridad hacia el prójimo.».

 Papa Francisco. Ángelus 20 de agosto de 2017

Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

 1. ¡Una fe admirable e indómita! Ante la fe de la mujer cananea ¿Cómo está mi fe? ¿Cómo la vivo en los momentos de dificultad? ¿En las tentaciones? ¿En mis propias fragilidades?

 2. María es la mujer de la fe. Recemos un rosario en familia para que sea Ella la que nos guie en estos momentos difíciles y nos aumente la fe.

 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 402-406. 969. 2087- 2094.

 [1] Pagano. Del latín paganus: habitante del campo. Los no cristianos que iban quedando en los medios rurales cuando el cristianismo se fue extendiendo sobretodo en las ciudades en el Imperio Romano. Infiel no bautizado. En el Antiguo Testamento a los que no pertenecían al Pueblo de Dios se les llamaba gentiles. Otras veces se refería a los pueblos extranjeros.

[2] Hay que tener en cuenta la providencia de Dios que de una u otra manera iba a hacer esto posible, es decir que la Buena Nueva llegase a toda la humanidad.

[3] Tiro era un importante puerto y ciudad- estado en la costa del Líbano. En realidad contaba con dos puertos; uno en la costa y otro en una isla frente a la costa. Hacia el año 1200 A.C. los filisteos saquearon Sidón y entonces Tiro pasa a ser el puerto fenicio más importante. La edad de oro de Tiro fue en la época de David y Salomón.  El rey Ajab de Israel se casó con la hija del rey de Tiro. Lego será conquistada por los asirios en el siglo IX A.C. Recuperará su libertad para más tarde caer en manos de Alejandro Magno (332 A.C.).

[4] Sidón (puerto fenicio) en la costa moderna del Líbano. En Sidón trabajaban muchos artesanos de alta calidad. Entre sus exportaciones se contaban  tallas de marfil, joyas de oro y plata, y fina cristalería. Cada ciudad fenicia era prácticamente independiente. Cuando los israelitas conquistaron Canaán, no consiguieron lograr tomar Sidón. Pero poco a poco fueron mezclándose hasta que finalmente se acusa a los israelitas de darle culto al dios Baal de Sidón y Asrtoret. Jezabel, que fomentó el culto a Baal, era hija de un rey de Sidón. En los tiempos de Jesús la mayoría de los habitantes de Sidón eran griegos y muchos acudían a Galilea para escuchar su predicación. San Pablo se detuvo en Sidón cuando se dirigía a Roma y permaneció en la casa de unos amigos.

Written by Rafael De la Piedra