Así titulaba una encuesta realizada por una importante agencia internacional de noticias por la Internet, los resultados quizás no sorprenden a nadie, a la pregunta ¿Qué es para usted La navidad? El 18.56% respondieron que era sólo un evento comercial, un 30.93% una fiesta religiosa y un 41.58% una ocasión para reunirse con la familia. Entre creencias y reuniones familiares gira también un negocio millonario, tiendas abarrotadas, miles de ofertas, regalos para los niños, presentes para los adultos, decoraciones, luces y árboles y fiestas. Entonces una pregunta nos asalta sigilosa y perturbadora ¿Qué nos motiva a celebrar estas fiestas? ¿No es también en estas fiestas, donde la pobreza, el abandono, la injusticia, la soledad conviven con mayor dramatismo con la opulencia, el derroche, la indiferencia, y el consumismo? Si todavía no nos hemos endurecido demasiado sabemos que algo está fallando y la falla no está precisamente en las políticas sociales o educativas, ni en el manejo económico aplicados por el gobierno de turno, si no que el problema esta en el pozo de nuestros corazones y creo que siempre tuvimos la intuición de saberlo. Y si siempre tuvimos esa certeza ¿porqué no actuamos en consecuencia? Porque lo que nos exige esta verdad es un cambio tan radical y definitivo que nosotros que estamos tan atados y fascinados con las cosas de este mundo, no nos atrevemos a darlo.

Lo maravilloso de todo esto es que la solución radical que esperamos se encuentra en un niño que nació en Belén hace 2000 años; porque, que puede haber más radical que Dios hecho hombre haya nacido en un pesebre símbolo de humildad, que puede haber más radical y poderoso en este mundo que la transformación y redención de este por el amor, que puede haber más contagiante que la alegría y la esperanza que este niño inspira; en el fondo de nuestras almas sabemos que esto es lo que necesitamos. ¿Tendremos la osadía de entregarlo todo y de seguirlo incondicionalmente?