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«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis»

Domingo de la Semana 17ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 11, 1-13

Jesús enseñó a sus discípulos a orar, primero con su ejemplo, pero también con su palabra. El Evangelio de hoy es un verdadero tratado sobre la oración y el Maestro es Jesús mismo. Este hecho debe despertar toda nuestra atención y cuidado. Si ya en el antiguo Israel los sabios atraían la atención de sus discípulos diciendo: «Escucha, hijo, la instrucción de tu padre» (Prov 1,8). ¡Cuánto más debemos prestar atención a la Sabiduría misma de Dios que nos instruye! Abraham en la Primera Lectura (Génesis 18, 20- 32) va a recurrir a la intercesión ante Yahveh por el pueblo de Sodoma. En la Segunda Lectura (Colosenses 2,12-14) vemos a Dios que nos ha dado la vida eterna en Cristo, perdonándonos los pecados o deudas, como rezamos en el Padre nuestro (Lucas 11, 1-13).

Negociándole a Dios…

En la Primera Lectura vemos al patriarca Abraham regateando con Dios, como el amigo importuno de la Lectura del Evangelio. Abraham intercede por Sodoma y se nuestra un excelente regateador que consigue rebajar la cifra inicial de cincuenta justos a diez, como condición para el perdón de la ciudad pecadora. Pero lamentablemente Dios no encuentra a esos diez justos: Sodoma y Gomorra serán destruidas sin remedio. El texto deja patente la eficacia de la súplica pertinaz y, sobre todo, la misericordia del Señor, dispuesto siempre a perdonar.

El perdón también es el tema de la Segunda Lectura. San Pablo, en su carta a los colosenses, nos recuerda que Dios nos ha dado la vida nueva en Jesucristo y que nos ha borrado todos los pecados, es decir, se han cancelado todas las deudas adquiridas o heredadas. Todo ha sido restituido a su estado original. Si Dios atendió la mediación de Abraham, cuánto más nos escuchará a nosotros, que somos sus hijos, cuando le pedimos algo en nombre de Jesucristo su Hijo y nuestro Mediador ante el Padre.

«Señor, enséñanos a orar…»

Es significativo que la instrucción que Jesús nos ha dejado en la lectura del Evangelio de este Domingo, siga inmediatamente al episodio de Marta y María, que concluye con la sentencia de Jesús: «Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola». Esa única cosa necesaria es la oración. Jesús nos enseña personalmente que la oración debe ser perseverante y confiada. Las palabras y las instrucciones de Jesús están motivadas por la petición de uno de sus discípulos. Pero esta petición no habría sido formulada si sus discípulos no hubieran visto antes a Jesús mismo orando. En efecto, el Evangelio dice: «Sucedió que, estando él orando en cierto lugar…».

Ver orar a un santo cualquiera o a un hombre de Dios es un espectáculo maravilloso; pero ver orar a Cristo mismo debió ser sobrecogedor. Viendo orar a Jesús, este discípulo ha comprendido algo muy importante: la oración es algo que se aprende y, para hacer progresos en ella, es necesario tener un maestro que tenga experiencia en el tema. Todos hemos oído que multitudes seguían a Santa Bernardita cuando ella, movida por un impulso interior irresistible, corría a la gruta cercana a Lourdes a la cita con la celes¬tial Señora. La gente no veía nada. Pero valía la pena levantarse al alba con lluvia y frío tan solo para verla a ella orar.

Cuando Jesús oraba nadie se habría atrevido a interrumpir su diálogo con el Padre. Pero «cuando terminó», los discípulos le expresan su anhelo de compartir esa misma experiencia: «Enséñanos a orar». Y Jesús satisface este deseo enseñándonos su oración: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino…». Muchos santos y místicos han compuesto hermosas oraciones. Para comprender la suprema belleza de ésta, bastaría detener¬se en la primera palabra: «Padre». Aquí está contenida toda la experiencia de Cristo y toda su enseñan¬za.

Padre Nuestro…

Jesús ora a Dios llamándolo «Padre», como en la oración sacerdotal: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti»» (Jn 17,1). Y nos enseña a nosotros a llamar a Dios de la misma manera: «Padre, santificado sea tu nombre…». El es Hijo de Dios por naturaleza, porque es de la misma sustancia divina que el Padre; pero nos enseña que también nosotros somos hijos de Dios, lo somos por adopción, por gracia. ¡Qué sorpresa para los discípulos! Ellos se esperaban cualquier cosa menos esta enseñanza. Nadie podía enseñar a dirigirse a Dios con ese dulce nombre, sino el Hijo único de Dios, el único que sabe por experiencia que Dios es Padre.

Jesús nos enseña que su discípulo también es adoptado como hijo de Dios y que, cuando ora, llamando a Dios «Padre», es incorporado a Cristo, de manera que es Cristo mismo quien ora en él. Esta unión del cristiano con Cristo en la oración la expresa magníficamente San Agustín: «Cristo ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como Cabeza nuestra; es orado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en Él nuestra voz, y su voz en nosotros» (Ep. 85,1). Si esto es verdad en toda oración cristiana, lo es, sobre todo, en la oración que nos enseñó Jesús.

Además de reconocer nuestra filiación (ser hijos en el Hijo) debemos reconocer la santidad de Dios como expresión de su infinita perfección: «Santificado sea tu Nombre». Debemos anhelar la presencia en el mundo de la acción salvífica de Dios: «Venga tu Reino». Debemos confiar en la Providencia divina: «Danos cada día nuestro pan cotidiano». Debemos reconocernos pecadores ante Dios, pero confiar en su misericordia divina: «Perdónanos nuestros pecados». Debemos tener una actitud de misericordia con el prójimo: «Porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe». Finalmente, debemos confiar en que Dios no permitirá que suframos una tentación que, con la gracia divina, no podamos resistir: «No nos dejes caer en la tentación».

El amigo inoportuno

Jesús propone dos parábolas cuya clave de comprensión es precisamente que Dios es Padre. En la parábola del amigo importuno, la conclusión está insinuada: si el dueño de casa accede a la súplica del que acude a él a medianoche, no por ser su amigo, sino por su importunidad, ¡cuánto más responderá Dios, que es Padre! Y si un padre de esta tierra, que siendo hombre es siempre malo, sabe dar cosas buenas a su hijo, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo, que es la suma de todo lo bueno, al que se lo pida! Jesús mediante la parábola del amigo importuno nos enseña que la oración dirigida a Dios con la actitud interior antes descrita debe ser perseverante. La parábola tiene esta conclusión: «Os aseguro que, si no se levanta a dárselos (los tres panes) por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite».

Siguiendo esta enseñanza, San Pablo exhorta: «Orad constantemente» (1Tes 5,17). Si aquel hombre se levanta y da a su importuno amigo «los tres panes» pedidos, Dios «le dará todo cuanto necesite». Así lo asegura el mismo Jesús: «Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis» (Mt 21,22). La condición «con fe» resume aquella actitud interior expresada en la oración enseñada por Jesús.

La segunda parábola está introducida por estas breves sentencias: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, golpead y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que golpea se le abrirá». Ya está afloran¬do en nuestros labios esta objeción: ¿Por qué, entonces, yo he pedido a Dios algunas cosas y Él no me las ha concedido? Es porque hemos pedido a Dios cosas que Él sabe que no nos convienen. «Si un hijo le pide a su padre un pez ¿le dará acaso una culebra?» ¡Obviamente no!

Pero, ¿y si le pide una culebra? Si le pide una culebra, porque el padre lo ama, no le da lo que le pide, sino que le da un pez, que es lo que le conviene. Jesús concluye: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»». En esta petición no hay engaño, esta peti¬ción es irresis¬tible para Dios, porque esta petición es siempre buena para sus hijos.

En la última parte de la lectura Jesús asegura que la oración hecha con actitud de amor filial obtiene siempre de Dios el don óptimo: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan»». El Espíritu Santo es el bien máximo al que se puede aspirar. En efecto, «fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,22-23).

Una palabra del Santo Padre:

Al rezar al “Padre Nuestro” sentimos su mirada sobre nosotros. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa de la mañana celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Santo Padre subrayó que para un cristiano, las oraciones no son “palabras mágicas” y recordó que “Padre” es la palabra que Jesús pronuncia siempre en los momentos fuertes de su vida.

No desperdiciar palabras como los paganos, no pensar que las oraciones sean “palabras mágicas”. El Papa Francisco se inspiró en el Evangelio del día, en el que el Señor enseña la oración del “Padre Nuestro” a sus discípulos, para detenerse en el valor que tiene rezar al Padre en la vida del cristiano. Jesús – dijo el Pontífice – “indica precisamente el espacio de la oración en una palabra: Padre”.

Este Padre – observó Francisco – “que sabe de qué cosas tenemos necesidad antes de que se las pidamos”. Un Padre que “nos escucha en lo secreto, como Él, Jesús, nos aconseja rezar: en lo secreto”.
“Este Padre que nos da precisamente la identidad de hijos. Y cuando digo ‘Padre’ llego hasta las raíces de mi identidad: mi identidad cristiana es ser hijo y ésta es una gracia del Espíritu. Nadie puede decir ‘Padre’ sin la gracia del Espíritu. ‘Padre’ que es la palabra que Jesús usaba en los momentos más fuertes: cuando estaba lleno de alegría, de emoción: ‘Padre, te alabo, porque tú revelas estas cosas a los pequeños’; o llorando, ante la tumba de su amigo Lázaro: ‘Padre, te doy gracias porque me has escuchado’; o también después, en los momentos finales de su vida, al final”.

El Obispo de Roma evidenció que “en los momentos más fuertes”, Jesús dice: Padre. “Es la palabra que más usa”, “Él habla con el Padre. Es el camino de la oración y, por esta razón – reafirmó – me permito decir que es el espacio de la oración”. “Sin sentir que somos hijos, sin sentirse hijo, sin decir Padre – añadió – nuestra oración es pagana, es una oración de palabras”.

Ciertamente – agregó el Pontífice – se puede rezar a la Virgen, a los Ángeles y a los Santos. Pero recordó que la piedra angular de la oración es “Padre”. Si no somos capaces de comenzar la oración con esta palabra – dijo – “la oración no irá bien”:

“Padre. Es sentir la mirada del Padre sobre mí, sentir que aquella palabra ‘Padre’ no es un derroche como las palabras de las oraciones de los paganos: es una llamada a Aquel que me ha dado la identidad de hijo. Éste es el espacio de la oración cristiana – ‘Padre’ – y después rezamos a todos los Santos, a los Ángeles, hacemos también procesiones, peregrinaciones… Todo bello, pero siempre comenzando con ‘Padre’ y con la conciencia de que somos hijos y que tenemos un Padre que nos ama y que conoce nuestras necesidades, todas. Éste es el espacio”.

Francisco dirigió un pensamiento a la parte en que en la oración del “Padre Nuestro”, Jesús hace referencia al perdón del prójimo, y a cómo Dios nos perdona a nosotros. “Si el espacio de la oración es decir Padre – afirmó – el clima de la oración es decir ‘nuestro’: somos hermanos, somos familia”. Y recordó lo que sucedió con Caín que ha odiado al hijo del Padre, ha odiado a su hermano. El Padre – reafirmó – nos da la identidad y la familia. “Por eso es tan importante – dijo – tener capacidad de perdón, olvidar, olvidar las ofensas, ese sano hábito de decir ‘dejemos pasar… que haga él, el Señor’ y no tener rencor, resentimiento ni ganas de venganza”.

“Rezar a Padre perdonando a todos, olvidando las ofensas – dijo Francisco – es la mejor oración que puedes hacer”:

Papa Francisco. Homilía Santa Marta 16 de junio 2016

https://www.youtube.com/watch?v=QvdMRxoqRS4

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Cómo vivo mi relación con Dios Padre? ¿Es algo cotidiano el rezarle a Dios?

2. Familia que reza unida…permanece unida ¿Cómo vivo la oración en mi familia? ¿Promuevo el rezar en familia?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2777- 2801

 

Written by Rafael De la Piedra