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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«¿Por qué estáis con tanto miedo?¿Cómo no tenéis fe?»

Domingo de la Semana 12ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 4,35-40

¿Por qué la Iglesia no responde a tantas críticas y calumnias que constantemente recibe en los medios de comunicación? Hoy en día es evidente que continúan habiendo vientos y tormentas contra la fe y contra la Iglesia. ¿Pero, no será ésta una buena oportunidad para poder purificar tanta mediocridad e hipocresía reinante? Tal vez algunos se desalienten o escandalicen; otros desearán alienarse a la moral subjetivista y relativista de lo “políticamente correcto”.

La Primera Lectura ( Job 38,1. 8-11) nos muestra cómo Yahveh sale al encuentro de Job y lo rescata de la tempestad de dudas que lo atormenta mostrándose como el Señor de todo lo creado. Jesús también será muy claro ante la cobardía y poca fe de sus discípulos. (Evangelio). Sin embargo hay que preguntarnos ¿Cuál, de verdad, es nuestra actitud cuando nos vemos en medio de las tormentas de la vida? ¿Tenemos miedo? ¿Creemos que Dios es indiferente ante nuestro sufrimiento y que no le importa lo que estamos pasando? Pero Él es el «Dios con nosotros» que nunca nos deja abandonados, que ha muerto por nosotros por amor y nos invita a ser nuevas criaturas (segunda carta de San Pablo a los Corintios 5, 14-17).

 ¿Maestro, no te importa que perezcamos?

El pasaje evangélico termina con una pregunta hecha por sus discípulos acerca de Jesús: «¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mc 4, 41). Y ciertamente nos habría gustado mucho saber la respuesta a esta pregunta, pero el relato termina allí. Es que en realidad, la respuesta a esta pregunta cae por su propio peso al leer todo el episodio. El Evangelio de hoy es el de la tempestad calmada por Jesús. Los apóstoles están atravesando en bote el mar de Galilea y Jesús, seguramente cansado después de una larga jornada de trabajo, iba durmiendo en la parte posterior de la barca. Luego se levanta una tremenda tormenta que ya ponía en riesgo la propia embarcación.

Para el hombre antiguo el elemento amenazante por excelencia, la expresión más clara de las fuerzas naturales incontrolables, es la agitación del agua en grandes masas. No había poder humano que pudiera hacer frente a una tormenta en el mar. Es semejante al pánico que siente el hombre de nuestro tiempo ante la fuerza del terremoto: imposible de prever con exactitud y mucho menos de controlar.

Ante la fuerza de las olas, los discípulos, a pesar de ser pescadores de profesión, sienten temor y despiertan a Jesús diciéndole: «¿Maestro, no te importa que perezcamos?». Les llamaba la atención que, en esas circunstancias tan desesperadas, alguien pudiera estar durmiendo apaciblemente como si nada: ¿es que no le importa perecer? Pero no, no era eso. Es que las fuerzas de la naturaleza no pueden nada contra Él. Ellas están bajo su control, como quedará claramente demostrado. En efecto, ocurre algo impresionante: «Jesús se despertó, increpó al viento, y dijo al mar: ‘¡Calla, enmudece!’. El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza». Habría que ver la autoridad de esa orden. El viento y el mar sumisos reconocen la voz de su Señor y obedecen. Si antes los apóstoles habían temido a la fuerza del viento y del mar, ahora, aunque había pasado el peligro, leemos en el versículo 41 que «se llenaron de gran temor».

Cuando Jesús les pregunta: «¿Por qué estáis con tanto miedo?», se refiere al miedo normal que ellos sintieron ante la violencia de la tormenta. Era miedo de morir. Ahora se había hecho una gran bonanza y ese miedo había pasado. Pero, en cambio, ellos «se llenaron de gran temor». Éste es un temor distinto. Éste es el temor que siente el hombre cuando ante la inmensidad de la divinidad se hace evidente su pequeñez y su limitación, sobre todo, porque cobra viva conciencia de su pecado. Ahora son ellos los que se preguntan unos a otros: « ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?». Sin embargo ellos ya tienen la respuesta.

¡Llegarás hasta aquí, no más allá, aquí se romperá el orgullo de tus olas!

Para un israelita en el tiempo de Jesús, los textos del Antiguo Testamento, no sólo eran sagrados sino también formaban parte de su cultura nacional. Con esos textos se aprendía a leer – los que sabían, es decir, los escribas -, con esos textos se oraba, esos textos se escuchaban en las sinagogas. Hay que considerar que los contemporáneos de Jesús no tenían el aluvión de papel que nos agobia a nosotros hoy, ni la radio ni la televisión, ni Internet. Se puede decir que su mundo era la Escritura, de la cual conocían cada coma y cada tilde y sabían recitar de memoria largos pasajes. Esto lo decimos, para entender la pregunta de los apóstoles.

Ellos ciertamente conocían la historia de Job y, al ver la obediencia del viento y del mar, no pudieron dejar de recordar, cuando Dios (aquí es claramente Dios el que habla) le pone a Job la misma pregunta retórica: « ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando? ¡Llegarás hasta aquí, no más allá -le dije-, aquí se romperá el orgullo de tus olas!» (Jb 38,8.11). Por eso los apóstoles sabían muy bien quien tenía tal poder. Es el mismo que dejó callado a Job.

El pasaje que leemos hace parte de la respuesta de Dios a los clamores angustiados de Job que nos dice en su última intervención «¡Oh! ¿Quién hará que se me escuche? Esta es mi última palabra: ¡que responda el Todopoderoso!… Fin de las palabras de Job.» (Job 31, 35. 37) . Dios hace llegar su respuesta ya que tiene que intervenir para poder dirimir el pleito entre los cuatro amigos en una instancia superior, pues el pleito tenía justamente a Dios por argumento. Pues bien, la respuesta de Dios se escucha en medio de una tormenta. Con estupor y sorpresa, Job va descubriendo su propia ignorancia y su limitación ante el inconmensurable poder de Dios.

¿Por qué todavía no tienen fe? ¿Por qué no confían?

El relato de la tormenta calmada contiene una profunda enseñanza para nuestra vida. En efecto, Jesús se sorprende de que los apóstoles tengan miedo, de que pierdan la paz, cuando va Él con ellos. Por eso les pregunta: « ¿Aún no tenéis fe?». Después de esa experiencia ellos tendrían que reconocer siempre: «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom 8,31). A veces las olas se levantan amenazantes en nuestra vida, las dificultades, los graves problemas de los cuales no se ve salida, estamos al borde de la desesperación, nos invade el miedo; entonces debemos recordar la frase de Jesús: «¿Aún no tenéis fe?». Si está Jesús con nosotros, no debemos temer nada, nada nos debe turbar.

Más bien debemos decir: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (Salmo 23). En realidad, el milagro mayor en el relato del Evangelio fue el de devolver la paz a los discípulos. En su espíritu ocurrió lo mismo que en la naturaleza: de fuerte tormenta pasó a gran bonanza. No deja nunca de cumplir¬se la palabra de Dios: «Los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos atentos a su clamor… Cuando lo invocan, el Señor escucha, y los libra de todas sus angustias» (Salmo 34,16.18).

Cristo murió por todos y cada uno de nosotros

Pablo escribe su segunda carta a los Corintios aproximadamente un año después de haber escrito la primera (hacia el año 56), cuando las relaciones entre él y la comunidad no se hallaban en buenos términos. Durante aquel año algunos cristianos de Corinto lo habían atacado duramente. Y, al parecer, él había hecho una visita rápida a la comunidad de Corinto. La carta nos hace ver lo mucho que Pablo deseaba estar en paz con la comunidad. En los primeros capítulos (1-7) explica cuáles son sus relaciones con la iglesia de Corinto y se alegra por el cambio que se ha producido en ellos tras hablarles abiertamente. Esta carta es considerada una de las más personales de Pablo. Toda ella está impregnada de la preocupación y del cariño del apóstol de los gentiles por la Iglesia, de la expresión de sus sufrimientos y de su fe inquebrantable.

Cristo, nos dice, ha muerto por todos ya que «en Cristo Dios estaba reconciliando el mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación» (2Co 5, 19). Los cristianos participamos de esta vida nueva por el bautismo ya que: «pasó lo viejo (y ahora) todo es nuevo». Éste amor es algo tan inmenso que reclama nuestra sincera conversión: «Al que así nos amó, cómo no amarlo», nos dice San Agustín.

Nos dice bellamente el Papa Benedicto XVI: «Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada hay más bello que conocerle y comunicar a otros la amistad con Él». Este amor es lo que hace decir a San Pablo: «porque si somos locos es para con Dios» (2Co 5,13).

Una palabra del Santo Padre:

« En la partida del hijo pródigo se unen precisamente los temas de la vida y de la libertad. Quiere la vida y por eso quiere ser totalmente libre. Ser libre significa, según esta concepción, poder hacer todo lo que se quiera, no tener que aceptar ningún criterio fuera y por encima de mí mismo, seguir únicamente mi deseo y mi voluntad. Quien vive así, pronto se enfrentará con los otros que quieren vivir de la misma manera. La consecuencia necesaria de esta concepción egoísta de la libertad es la violencia, la destrucción mutua de la libertad y de la vida. La sagrada Escritura, por el contrario, une el concepto de libertad con el de filiación. Dice san Pablo: «No habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15).

¿Qué significa esto? San Pablo presupone el sistema social del mundo antiguo, en el que existían los esclavos, los cuales no tenían nada y por eso no podían intervenir para hacer que las cosas funcionaran como debían. En contraposición estaban los hijos, los cuales eran también los herederos y, por eso, se preocupaban de la conservación y de la buena administración de sus propiedades o de la conservación del Estado. Dado que eran libres, tenían también una responsabilidad. Prescindiendo del contexto sociológico de aquel tiempo, vale siempre el principio: libertad y responsabilidad van juntas. La verdadera libertad se demuestra en la responsabilidad, en un modo de actuar que asume la corresponsabilidad con respecto al mundo, con respecto a sí mismos y con respecto a los demás. Es libre el hijo, al que pertenece la casa y que por eso no permite que sea destruida.

Ahora bien, todas las responsabilidades mundanas, de las que hemos hablado, son responsabilidades parciales, pues afectan sólo a un ámbito determinado, a un Estado determinado, etc. En cambio, el Espíritu Santo nos hace hijos e hijas de Dios. Nos compromete en la misma responsabilidad de Dios con respecto a su mundo, a la humanidad entera. Nos enseña a mirar al mundo, a los demás y a nosotros mismos con los ojos de Dios. Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo hacemos porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Esta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos».

Benedicto XVI. Homilía en el encuentro con los movimientos y nuevas comunidades eclesiales, 19 de junio 2006

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. El Evangelio de hoy nos enseña que la paz se encuentra sólo en Cristo. En nuestra sociedad se verifica la sabia sentencia de la Imitación de Cristo: «Si está presente Jesús, es un dulce paraíso; si Él está ausente, es un horrible infierno». ¿Vivo en la paz de Jesucristo? ¿Soy apóstol de la reconciliación?

2. Cuando se aprobó el aborto en Colombia; Yolanda Mulcué (indígena paez) jefa del cabildo de Quilichao, anunció inmediatamente que sería la primer mujer que abortaría por ser su embarazo riesgoso. Sin embargo, al escuchar el latido de su bebé frente a los médicos que le practicaban la ecografía exclamó: «Es el latido de mi bebé». Se quedó silenciosa por unos momentos y concluyó: «No voy a abortar». Yolanda sabe que su embarazo es de alto riesgo y que cada semana se debe someter a trasplantes de sangre, sin embargo el palpitado ‘lab dap’ de sus hijo la estremeció: «Sé que me va a costar mucho pero quiero llevar adelante el embarazo, aún a riesgo de morir, pues ese latido me puso a pensar que mi hijo tiene vida». La vida de cada ser humano tiene un valor infinito. ¿Cómo vivo está realidad? ¿Me considero mejor que otros? ¿Qué puedo hacer para defender la vida?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 154 -155. 164. 1253-1255. 1265-1266.

https://www.youtube.com/watch?v=yDRagMrAi_4

Written by Rafael de la Piedra