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«Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

Domingo de la Semana 22ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 14, 1.7-14

El vínculo que podemos encontrar entre los textos litúrgicos de este Domingo es la humildad. Es la actitud del hombre ante las riquezas del mundo material o espiritual (Lectura del libro del Eclesiástico 3,19-21.30-31). Es y debe ser la actitud correcta de todo hombre, y particularmente del cristiano, en las relaciones con los demás (Evangelio). Y, sobre todo, debe ser la actitud propia del hombre en su relación con Dios; una actitud en la que descubre su propia pequeñez ante la magnanimidad de Dios (Lectura de la carta a los Hebreos 12,18-19.22-24a).

Entendiendo el contexto

El Evangelio de hoy comienza ubicando el contexto de lo que va a acontecer: «Sucedió que habiendo ido Jesús en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos lo estaban observando» (Lc 14,1). Tres cosas podemos destacar en esta introducción: el tiempo: día sábado; el lugar: la casa de un fariseo; la ocasión: un banquete con varios otros invitados. Después de esta introducción sigue un episodio, que no hace parte de la lectura dominical: «Había allí, delante de Jesús, un hombre hidrópico». Seguramente este hombre se había enterado de que Jesús estaba allí y había venido a postrarse ante él suplicándole que lo sanara. ¿Qué hacer?

Por un lado, es claro que la Ley prohíbe hacer cualquier trabajo en sábado, y Jesús declaró que Él había venido a «dar cumplimiento a la Ley» (Mt 5,17). Por otro lado, es claro que este hombre está privado de la salud. Jesús opta por curar al enfermo y lo despide. De esta manera enseña que la vida humana tiene un valor sagrado e inviolable y que la Ley, incluido el precepto del sábado, está formulada por Dios «para que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia». El respeto de la vida humana y el cuidado de ella, desde su concepción hasta su fin natural, está en el centro de la enseñanza de Cristo.

En seguida el Evangelio se centra en el banquete. Jesús se fija en la conducta de los invitados y, notando cómo elegían los primeros puestos, les dice una parábola: «Cuando seas invitado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto…». En realidad, más que una parábola en sentido estricto, ésta es una enseñanza de sabiduría humana. Y, aunque sea una norma de la más elemental prudencia humana, los invitados que Jesús observaba no la cumplían.

La reina de las virtudes

La parábola es de mera sabiduría humana y como tal contiene una sabia enseñanza para el diario vivir. Pero es claro que Jesús no se queda sólo en este nivel. Él no sólo está dando una norma de elemental buena educación. Lo que Jesús quiere enseñar es la virtud de la humildad. Por eso la sentencia conclusiva: «El que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado», se refiere, en primer lugar, a nuestra relación con Dios. «Será humillado» y «será ensalzado» por Dios. La humildad es la reina de las virtudes. Ella hace resplandecer todas las demás virtudes y sin ella todas la demás virtudes perecen.

«Humilde» se deriva de la palabra latina «humilis», que a su vez proviene de «humus» (tierra). Humilde es pues el que está al ras del suelo o se mueve cerca del suelo. Algo que responde exactamente a nuestra condición de criatura ya que humilde es el que, con sabiduría y realismo, reconoce la distancia que le separa de su Creador. Santa Teresa de Ávila, sin apelar a latines, dio una certera definición de humildad, quizás la mejor que existe: «Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y se me puso delante…esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad» (Moradas sextas 10,8).

Más aún podemos decir que toda la historia de la salvación es el cumplimiento de esa sentencia luminosa de Jesús. En efecto, si todo el género humano se vio comprometido y sometido a la muerte, fue por el orgullo de nuestros primeros padres. Dios les había dado todos los bienes, incluido el más grande de todos que es su propia amistad e intimidad. El único límite que les puso fue el de su propia humanidad. Bastaba que el hombre reconociera su condición de ser humano. El único precepto: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás» equivale a éste otro: «Conténtate con ser hombre y no quieras ser Dios». Pero no.

El ser humano quiso traspasar también este límite y cedió a la tentación de ser dios: «El día que comiereis se os abrirán los ojos y seréis como dioses» (Gen 3,5). Y comió. Pero no fue dios, sino que volvió al polvo de donde había sido tomado: «Polvo eres y en polvo te convertirás» (Gen 3,19). El hombre se exaltó y fue humillado. Ésta es la eterna historia del hombre autosuficiente que quiere realizarse al margen de Dios.

Cristo, en cambio, para redimirnos hizo el camino contrario, como lo dice hermosamente el himno de la carta a los Filipenses 2,6-11: «Cristo, siendo de condición divi¬na, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose seme¬jante a los hombres… se humilló a sí mismo, obede¬ciendo hasta la muerte y muerte de cruz». Ésta es también la historia de la bienaventurada Virgen María que es capaz de decir: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu – se alegra en Dios mi salvador – porque – ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, – por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada».

¿A quién invitar?

Aprovechando de que estaba en un banquete, Jesús siguió dando un criterio sobre la elección de los invitados: «Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos». ¡Qué distinto es este criterio del que se usa en la vida corriente! Las listas de invitados parten siempre por los más poderosos y precisamente en vista de la retribución que ellos puedan ofrecer. Jesús dice: «Ellos te invitarán a su vez, y tendrás ya tu recompensa», quedarás pagado en esta tierra.

En cambio, si se invita a los que no pueden corresponder, la recompensa no será de ellos, ¡será de Dios! Y no será en bienes de esta tierra. Por eso dice: «Se te recompensará en la resurrección de los justos», es decir, eternamente en el cielo. ¡Qué extraño poder de retribución tienen los pobres! Es que Jesús se identificó con ellos de la manera más plena: «Tuve hambre y me disteis de comer… En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35.40). La recompensa será ésta: «Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34).

 Una palabra del Santo Padre:

«Hace exactamente un mes tenía lugar en Asís la Jornada de oración por la paz en el mundo. Hoy mi pensamiento se dirige espontáneamente hacia los responsables de la vida social y política de los países que estaban representados por los jefes religiosos de numerosas naciones.

Las intervenciones inspiradas de esos hombres y mujeres, representantes de las diferentes confesiones religiosas, así como su deseo sincero de trabajar a favor de la concordia, de la búsqueda común del auténtico progreso y de la paz en el seno de toda la familia humana, encontraron su expresión elevada y concreta a la vez en un «decálogo» proclamado al concluir esa jornada excepcional.

Tengo el honor de enviar el texto de este compromiso común a Su Excelencia, convencido de que estas diez proposiciones podrán inspirar la acción política y social de su gobierno. Pude constatar que los participantes en el encuentro de Asís estaban más animados que nunca por una convicción común: la humanidad tiene que escoger entre el amor y el odio. Y al sentirse todos miembros de una misma familia humana, supieron traducir esta aspiración a través de este decálogo, persuadidos de que el odio destruye, por el contrario el amor construye.

Deseo que el espíritu y el compromiso de Asís lleven a todos los hombres de buena voluntad a la búsqueda de la verdad, de la justicia, de la libertad, del amor, para que toda persona humana pueda gozar de sus derechos inalienables, y cada pueblo de la paz. Por su parte, la Iglesia católica, que pone su confianza y esperanza en «el Dios del amor y de la paz» (2 Corintios 13, 11), seguirá comprometiéndose para que el diálogo leal, el perdón recíproco y la concordia mutua tracen la ruta de los hombres en este tercer milenio».

Juan Pablo II. Carta a los Jefes de Estado para presentar el Decálogo de Asís.  24 de febrero de 2002.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Humildad es andar en verdad. ¿Cómo vivo la humildad en mi vida cotidiana? ¿Soy humilde? ¿Qué me falta para vivir esta virtud?

2. ¿A quién invitaría a un banquete? ¿Cuándo ayudo a alguien, busco que ella me retribuya el favor? ¿Soy generoso y desinteresado?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1803-1804. 1810-1813. 2779.

Written by Rafael De la Piedra