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«Todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo» forgiveness Full view

«Todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo»

Domingo de la Semana 23 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 18, 15-20

El capítulo 18 del Evangelio de San Mateo forma parte de las enseñanzas de Jesús que se relacionan con la vida de las primeras comunidades cristianas. Por eso, a esta parte se le ha llamado el «discurso eclesiástico». Jesús nos habla, en esta oportunidad, acerca de la corresponsabilidad frente a la salvación de sus hermanos. Aquí se inserta el mandato de la corrección fraterna. La segunda admonición de Jesús a sus discípulos es la oración en común.

En la Primera Lectura (Ezequiel 33, 7-9) se nos propone la imagen del «profeta-centinela» que advierte a los hombres de su mala conducta y les anuncia el peligro que se acerca si no despiertan de su letargo. Pablo, por su parte, antes de concluir su carta a los romanos (Romanos 13, 8-10) , dirige una última exhortación llena de contenido: «no tengáis con nadie ninguna deuda que no sea la de amaros mutuamente». Amar es cumplir la ley entera, porque todos los mandamientos se resumen, como diría Jesús, en esta frase: «Amarás a Dios….y a tu prójimo como a ti mismo».

«Yo te he puesto como centinela de la casa de Israel»

Ezequiel, uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento, era sacerdote y fue llevado al exilio de Babilonia en la época del rey Jeconías. Allí consoló a los otros desterrados pero anunció la caída definitiva de Jerusalén después de la primera deportación del año 597 A.C. Tras el intento de librarse del yugo, Jerusalén finalmente fue destruida el 587 A.C., año de la segunda deportación. Finalmente anunció la vuelta de este segundo cautiverio. La lectura de este Domingo se encuentra en la tercera parte del libro de Ezequiel que contienen los oráculos pronunciados después de la invasión de Nabucodonosor. En ella el profeta se presenta como el centinela que anuncia al pueblo la necesidad de cambiar de conducta: «Ha oído el sonido del cuerno y no ha hecho caso: su sangre recaerá sobre él. En cambio, el que haya hecho caso, salvará su vida” (Ez 33,5).

El centinela es el hombre que, desde la atalaya , da la voz de alarma cuando ve al enemigo acercarse al campamento o a las puertas de la ciudad. En los tiempos antiguos poseía una función decisiva en los combates entre los pueblos. Si el centinela dormía, la vida del pueblo corría un grave riesgo. Ezequiel es un centinela con características especiales. El profeta debe advertir al «impío» de su mala conducta, debe informarle del mal que se le viene encima. Al centinela le basta dar la alarma; si le escuchan o no, ya no es responsabilidad suya.

No es así en el caso del profeta: él debe advertir del mal que se viene encima, y debe hacer todo lo posible por convencer a sus oyentes, porque lo que él anuncia no viene «ni de la carne ni de la sangre»; sino es Dios mismo quien se lo ha revelado. Él habla en nombre de Dios. Él expresa el deseo de Dios de salvar a los hombres y de que no se pierda ninguno (ver Ez 18,32). Él participa del amor divino que no se deja vencer por el pecado del hombre. El profeta-centinela asume una enorme responsabilidad: deberá responder ante Dios de la muerte o la salvación de aquellos a los que ha sido enviado. El verdadero pastor de almas es aquel centinela que vela sobre el rebaño y se mantiene en vigilia durante la noche para que ninguno perezca. El buen pastor, como dice san Pablo, amonestará, insistirá, predicará a tiempo y a destiempo la Buena Nueva (ver 2 Tim 4,2).

«Si tu hermano peca…»

El Evangelio de este Domingo nos ofrece algunas enseñanzas de Jesús acerca de su propia Iglesia. El texto contiene instrucciones de Jesús sobre el modo de proceder ante diversas situaciones en que se iban a encontrar sus discípulos. La primera se refiere a la conducta a observar con el hermano que peca. En la Iglesia de los tiempos apostólicos, cuando el Evangelio de Mateo se puso por escrito, el pecado de un cristiano era considerado un verdadero escándalo ya que era difícil para los primeros cristianos convencerse que alguien por quien Jesucristo había derramado su sangre para perdón de sus pecados, pudiera pecar de nuevo. Sin embargo esa posibilidad existía y para esa triste eventualidad, Jesús dejó establecido el sacramento de la reconciliación dando a los apóstoles el poder de perdonar los pecados (ver Jn 20,22-23).

El primer paso pues, ante el pecado del hermano será reprenderlo en privado y tratar de obtener su conversión. Si se consigue, entonces se habrá ganado al hermano. Ante un corazón arrepentido la misericordia del Señor no tiene límite ya que «Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ez 33,11). Pero si el pecador se obstina en su mal, se llamará a uno o dos testigos y ante ellos se le reprenderá; si insiste en su pecado, se le denunciará ante la comunidad; y si ni siquiera a la comunidad escucha, él mismo entonces se excluirá (se alejará) de ella y deberá ser considerado un pagano o un publicano. Queda, por su propio pecado, excluido de la plena comunión con la comunidad; ya no hace parte de ella. El pagano es el que pertenece a los pueblos que no conocen a Dios; los publicanos eran considerados pecadores públicos, pues recaudaban los impuestos que Israel, como pueblo dominado, debía pagar a Roma.

 La «ekklesía» de Jesucristo

La palabra griega «ekklesía», que se traduce al español por «Iglesia», aparece en los Evangelios sólo tres veces y siempre en el Evangelio de Mateo. Dos de esas instancias ocurren en la lectura de este Domingo. Jesús usa por primera vez el término «Iglesia» cuando le cambia de nombre a Simón para ponerle uno apropiado a la misión que le iba a encomendar: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Observamos que también aquí el término «Iglesia» está usado sin ser definido. Sólo se nos dice que Jesús tiene intención de fundar «su Iglesia», y que ésta estará edificada sobre «Pedro-Piedra». La Iglesia de Cristo es la que está fundada sobre Pedro y sus sucesores. Podemos concluir que «Iglesia» es un término ya conocido para los lectores y que, por tanto, su definición debe buscarse en el Antiguo Testamento.

Y así es. En el texto original hebreo del libro de los Números y del Deuteronomio se habla del «qahal Yahveh», que se traduce al español por «asamblea del Señor», y se usa para designar al pueblo de Israel que peregrina en el desierto. Cuando la Biblia hebrea se tradujo al griego , el término hebreo «qahal» se tradujo en algunos casos por «synagogué» y en otros, por «ekklesía». «Synagogué» significa literalmente «congregación» y es el término que se apropió el judaísmo, dando origen a la sinagoga. «Ekklesía» significa literal¬mente «convocación» y éste es el término que se apropiaron los cristianos para designar a su comunidad: todos aquellos que han sido convocados por Jesucristo de una situación de pecado a la vida eterna en virtud de su sacrificio reconciliador.

«Todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo…»

«Atar y desatar» es una expresión de autoridad, que aparece a menudo en los textos rabínicos del tiempo de Jesús y posteriores. En esos textos la expresión tiene dos sentidos. Significa, en primer lugar, el poder magisterial y disciplinar, es decir, el poder de declarar la verdad o falsedad de una doctrina y de declarar la bondad o maldad de una acción . Pero «atar y desatar» significa también el poder de excluir a alguien de la comunidad a causa de sus pecados (atar) y de readmitirlo perdonándole los pecados (desatar), es decir, el poder de retener o perdonar los pecados. Éste es el sentido de la expresión «atar y desatar» usada por Jesús en este pasaje. Pero lo más importante es que Jesús asegura que lo atado o desatado por la Iglesia en la tierra queda atado o desatado en el cielo. De esa manera garantiza que la Iglesia no puede errar en materia de fe y moral; y también que la exclusión de alguien de la plena comunión con la Iglesia, lo excluye de la amistad con Dios y que la readmisión del pecador arrepentido a la plena comunión con la Iglesia, por el sacramento de la reconciliación, lo renueva en su amistad con Dios.

«Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre»

Jesús agrega otra acción hecha en la tierra que repercute en el cielo: la oración comunitaria. Es una promesa: «Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos». El objeto de la petición no tiene limitación: se concede «sea lo que fuere». La única condición es ponerse de acuerdo en el seno de la comunidad reunida en el nombre de Cristo, es decir, pedir en conformidad con Cristo. En este caso la petición es escuchada, porque une su voz el mismo Cristo, a quien el Padre siempre escucha (ver Jn 11,42): «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Por eso el que pretende encontrar a Cristo prescindiendo de la Iglesia, en realidad encuentra a un ser de su propia creación, pero no a Cristo. Para recibir el Espíritu Santo y alcanzar a Cristo es necesaria la mediación de la Iglesia.

Una palabra del Santo Padre:

« El Año jubilar, en la variada y armoniosa multiplicidad de sus contenidos y fines, trata sobre todo de la conversión del corazón, la metanoia, con la que se abre la predicación pública de Jesús en el Evangelio (cf. Mc 1, 15). Ya en el Antiguo Testamento, la salvación y la vida se prometen a quien se convierte: «¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado —oráculo del Señor Dios— y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?» (Ez 18, 23). El inminente gran jubileo conmemora el cumplimiento del segundo milenio del nacimiento de Jesús, que en la hora de la condena injusta dijo a Pilato: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37).

La verdad testimoniada por Jesús es que Él vino para salvar al mundo que, de lo contrario, estaba des¬tinado a perderse: «Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). En la economía del Nuevo Testamento el Señor quiso que la Iglesia fuera universale sacramentum salutis. El concilio Vaticano II enseña que «la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios» (Lumen gentium, 1). En efecto, es voluntad de Dios que el perdón de los pecados y la vuelta a la amistad divina se realicen a través de la mediación de la Iglesia: «Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 19), dijo solemnemente Jesús a Simón Pedro, y en él a los sumos Pontífices, sus sucesores. Dio esta misma consigna después a los Apóstoles y, en ellos, a los obispos, sus sucesores… (Mt 18, 18)».

Juan Pablo II. Discurso a la Penitenciaría apostólica, 13 de marzo de 1999.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. San Agustín nos dice: «Debemos corregir con amor, no con deseo de hacer daño, sino con intención de corregir; si no lo hacéis así, os hacéis peores que el que peca». ¿Corrijo a mi hermano con caridad y amor?

2. ¿Acepto, de verdad, cuando me corrigen o creo que siempre tengo la razón? ¿Cómo vivo esta realidad en el ámbito familiar?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1435. 1829. 1854 – 1856. 2223.

Written by Rafael De la Piedra