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«Tú eres el Cristo de Dios» siguiendo a Cristo Full view

«Tú eres el Cristo de Dios»

Domingo de la Semana 12ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9, 18-24

¿Quién es Jesucristo? Ésta es la gran pregunta de los hombres desde hace veintiún siglos, y es la pregunta que nos plantea la liturgia de este Domingo. Las respuestas son varias: un profeta: Elías, Jeremías, por ejemplo, o un otro Juan Bautista. Pedro en nombre de los Doce afirma que es el Mesías (el Ungido, el Cristo) de Dios. Jesús se da a Sí mismo el nombre de «Hijo del Hombre» e inmediatamente revela cómo terminará su vida sobre una cruz (San Lucas 9, 18-24).

A la luz evangélica se capta el sentido último de la profecía de Zacarías: «Mirarán a mí, a quien han traspasado» (Zacarías 12,10-11). Para San Pablo, a la luz de la Pascua, Jesucristo es el que hace pasar al hombre a una vida nueva siendo todos «uno en Cristo Jesús» ( Gálatas 3,26-29) .

¿Quién dice la gente que soy yo?

Para entender en toda su profundidad la primera parte del Evangelio de hoy habría que ser formado en la mentalidad y las convicciones del pueblo judío de la época. Es el famoso episodio en que Jesús dirige a sus discípulos una pregunta a dos niveles: «¿Quién dice la gente que soy yo? – ¿Quién dicen ustedes que soy yo?» Todo el Evangelio no es sino la revelación de la identidad de Jesús. El Evangelio ha alcanzado su objetivo si los hombres saben responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús?; más precisamente, si cada uno de nosotros sabe responder bien a esa pregunta ¿Quién es Jesús para mí? En el Evangelio de hoy Jesús somete a sus contemporáneos a un examen para ver hasta qué punto han adquirido el conocimiento de ese misterio.

Inmediatamente después del portentoso milagro de la multiplicación de los panes, Jesús se retira con sus apóstoles a orar a solas. En este contexto el Maestro Bueno les pregunta acerca de lo que pensaban de Él: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Jesús se había hecho notar por sus enseñanzas y por sus milagros y todos tenían ya alguna opinión respecto de su identidad: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que eres un profeta de los antiguos que ha resuci¬tado». Pero, obviamente nosotros sabemos que esas respuestas son superficiales y erróneas.

¿Y ustedes…?

Cuando ya los apóstoles pensaban haber dado satisfacción a ese sondeo de opinión, Jesús agrega otra pregunta que ahora sí los compromete directamente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». La respuesta a esta pregunta es más difícil que la primera. Los apóstoles habían tenido más intimidad con Jesús y una respuesta como las primeras no bastaba. Mientras vacilaban, antes que nadie tenga tiempo de expresar su opinión, se adelanta Pedro y responde: «Tú eres el Cristo de Dios». Para entender qué quiere decir Pedro con esta afirmación, decíamos que es necesario tener familiaridad con la mentalidad judía de la época formada en el Antiguo Testamento. En este caso «Cristo» no es un nombre propio, como solemos usarlo nosotros, sino el participio pasivo del verbo griego «ungir» (chrio). La respuesta de Pedro se traduce al castellano así: «Tú eres el Ungido de Dios».

Para quien no conoce el Antiguo Testamento y la expectativa religiosa del pueblo de Israel, esta afirmación es ininteligible. Habría que conocer el episodio en que el profeta Samuel, por mandato de Dios, eligió a David y lo constituyó rey de Israel, por medio de la unción . Por este acto profético, David había recibido el Espíritu de Yahveh y eso explicaba que hubiera sido el jefe carismático que la historia recordaba. Pero Dios había prometido a David que «uno salido de sus entrañas» heredaría su trono y «tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme eternamente». Ese hijo de David era el nuevo «Ungido de Dios» que se esperaba.

«El Ungido de Dios»

Para comprender la afirmación de Pedro veamos si alguien, antes que él en el mismo Evangelio de Lucas había afirmado eso de Jesús. La Virgen María conocía la identidad de su Hijo, pues el ángel Gabriel le había anunciado respecto de Él: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob (es el modo de expresar el pueblo de Israel unido) por los siglos y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33). Esto para un judío era claro como el agua. No se usa aquí la expresión «Cristo», pero la Virgen supo que daría a luz al Ungido de Dios, al Cristo. Después del nacimiento de Jesús, el ángel, que anuncia su nacimiento a los pastores, les dice: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2,11).

Es la primera vez que aparece la expresión «Cristo» y se relaciona con el lugar de origen de David: Belén. En seguida, hablando del anciano Simeón, el Evangelio dice: «Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26). Por revelación del Espíritu Santo, Simeón reconoció en el Niño Jesús, cuando era presentado al templo, «la salvación… la luz de los gentiles y la gloria de Israel».

La vez siguiente en que se usa el término «Cristo» es para indicarnos la expectativa del pueblo: «Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos preguntando en sus corazones acerca de Juan si no sería él el Cristo»(Lc 3,15). Obviamente Juan lo niega. Por último conocen la identidad de Jesús los demonios. Cuando Jesús los expulsaba de algún poseído, ellos salían gritando: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Jesús «no les permitía hablar porque sabían que Él era el Cristo» (Lc 4,41).

Las condiciones para seguir a Jesús

Los ángeles, los demonios, y algunos hombres, que han recibido una revelación directa, saben que Jesús es el Cristo pero el primer hombre que confiesa abiertamente a Jesús como el Ungido de Dios, el Cristo, es Pedro. Pero no habían llegado aún a la comprensión plena de su misterio. Por eso Jesús «les mandó que no dijeran esto a nadie». Nos comenta San Anselmo: «por que tenían una noción muy distinta del futuro Mesías, el escándalo de la Cruz de Cristo sería mayor y de difícil curación». La respuesta de Pedro es ciertamente correcta ya que Jesús no niega la definición que da de Él; pero para conocer su identidad completa era necesario comprender que no se trataba de una simple reedición del rey David, sino de alguien mucho mayor. Era necesario comprender que «el Hijo del hombre debe sufrir mucho… ser matado y resucitar al tercer día». Y esto todavía era excesivo para los apóstoles. Lo comprenderán después y entonces sabrán quién es «el Cristo» y serán sus testigos.

Por eso Jesús comienza a anunciar por primera vez su Pasión. Lo hace para alejar toda expectativa de un reino de esta tierra y de una liberación política. Esa expectativa meramente humana perdura, como la expresan los discípulos de Emaús, después de la muerte de Jesús: «Nosotros esperábamos que sería Él quien iba a librar a Israel» (Lc 24,21). Entonces Jesús les reprocha su incomprensión: «Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todo eso para entrar así en su gloria?» (Lc 24,25-26). Es lo que tiene que comprender hoy cada uno de nosotros. Si alguien quiere seguir a Cristo en su gloria debe acoger la invitación de Jesús: «Niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame». No hay otro camino.

«Aquel día será grande la lamentación en Jerusalén…»

El profeta Zacarías (“Dios se acuerda” o “el recordado de Dios”) ya nos habla acerca del sufrimiento del Mesías en la Jerusalén prometida. Zacarías es el undécimo de los llamados profetas menores y es profeta y sacerdote de la tribu de Leví (ver Neh 12,16) nacido durante el destierro de los judíos en Babilonia. Su primer mensaje fue anunciado el año 520 a.C. cuando los judíos que habían regresado del destierro babilónico estaban desalentados y habían dejado de reedificar el templo. Zacarías los animó a proseguir sus trabajos prometiéndoles un futuro lleno de esperanza. Sus profecías están redactadas en formas de visiones y se refieren a la restauración de Jerusalén, a la reedificación del templo, a la purificación del Pueblo de Dios, a la promesa del futuro Mesías y del juicio final.

San Juan utiliza esta cita bíblica cuando Jesús es traspasado por la lanza del soldado romano (ver Jn 19,37) mostrando de manera unívoca una profecía de la Pasión de Cristo y de una futura conversión de los hijos de Israel. En el libro del Apocalipsis (ver Ap 1,7) también usará una expresión semejante a la de esta profecía refiriéndose a Jesucristo en su venida gloriosa.

https://www.youtube.com/watch?v=bTxAZVfZiX0

Una palabra del Santo Padre:

El carné de identidad del cristiano debe coincidir en todo y para todo con la de Jesús. Y es la cruz lo que nos une y nos salva. Porque «si cada uno de nosotros no está dispuesto a morir con Jesús, para resucitar con Él, todavía no tiene una verdadera identidad cristiana». Es este el perfil esencial de todo creyente que trazó el Papa Francisco en la misa celebrada el viernes 26 de septiembre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.

Una reflexión, que surge de la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», referida así por san Lucas en el pasaje del Evangelio (9, 18-22) propuesto por la liturgia. Jesús, observó enseguida el Papa Francisco, «protegía de una manera especial su verdadera identidad». Y dejaba que la gente dijera de Él: «Es un grande, nadie habla como Él, es un gran maestro, nos sana». Pero «cuando alguien se acerca a su verdadera identidad, lo detiene». Y es importante entender el por qué de esta actitud.

El obispo de Roma recordó que «ya desde el inicio, en las tentaciones del desierto, el diablo buscaba que Jesús confesara su verdadera identidad» diciéndole: «Si tú eres el justo, si tú eres el Hijo de Dios, ¡haz esto! ¡Muéstrame que eres tú!». Y luego «después de algunas curaciones o en algunos encuentros, los demonios que habían sido expulsados le gritaban» con las mismas palabras: «¡Tú eres el justo! ¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero Él, notó el Papa, «les hacía callar».

«El diablo —comentó al respecto— es inteligente, sabe más teología que todos los teólogos juntos». Y por lo tanto quería que Jesús confesara: «Yo soy el Mesías, yo vine a salvaros». Esta confesión, explicó, hubiera suscitado una «gran confusión en el pueblo», que habría pensado: «Este viene a salvarnos. Ahora formemos un ejército, expulsemos a los romanos: este nos dará la libertad, la felicidad».

En cambio, precisamente para que «la gente no se equivocara, Jesús protegía ese punto sobre su identidad». Él quería «proteger su identidad». Y luego «explica, comienza a dar la catequesis sobre la verdadera identidad». Y dice que «el Hijo del hombre, es decir, el Mesías, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y los escribas; y ser matado y resucitar». Pero «ellos —puso en evidencia el Pontífice— no quieren entender y en san Mateo se ve cómo Pedro rechaza esto: No, ¡no, Señor!». Por eso con los discípulos el Señor «comienza a abrir el misterio de su propia identidad» confiándoles: «Sí, yo soy el Hijo de Dios. Pero este es el camino: debo ir por este camino de sufrimiento».

Solamente «el Domingo de Ramos —afirmó el Papa— permite que la gente diga, más o menos, su identidad». Lo hace «sólo ahí, porque era el inicio del camino final». Y «Jesús hace esto para preparar los corazones de los discípulos, los corazones de la gente a entender este misterio de Dios: es tanto el amor de Dios, es tan feo el pecado que Él nos salva así, con esta identidad en la cruz».

Por lo demás, prosiguió el Papa Francisco, «no se puede entender a Jesucristo redentor sin la cruz». Y «podemos llegar hasta pensar que es un gran profeta, hace cosas buenas, es un santo. Pero el Cristo redentor sin la cruz no se le puede entender». Pero, explicó, «los corazones de los discípulos, los corazones de la gente no estaban preparados para entenderlo: no habían entendido las profecías, no habían entendido que Él precisamente era el cordero para el sacrificio». Sólo «ese día de Ramos» deja que la gente grite: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!». Y «si esta gente no grita – dice – gritarán las piedras!».

Papa Francisco. Viernes 26 de septiembre de 2014

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. «Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará». ¿Cómo vivo este mensaje de Jesús? ¿Soy capaz de “perder la vida” por Jesús?

2. ¿En qué situaciones concretas de mi vida no quiero cargar mi cruz de cada día? Reza e interioriza: «per crucen ad lucem»…

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 436 – 440.

Written by Rafael De la Piedra