LOGO

¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» Domingo-de-San-Pedro-y-San-Pablo-Ciclo-A-11 Full view

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»

Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 16, 13-19

El prefacio de la Misa de este día expresa la razón de nuestra acción de gracias al Señor: «Porque en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría. Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo fue el maestro insigne que la interpretó; aquél fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta manera, Señor, por diversos caminos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración».

En la Primera Lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos de los Apóstoles 12, 1-11), Pedro recibe la visita en la cárcel de un ángel enviado por Dios que lo libra de las cadenas y lo invita a seguirlo para así poder seguir al mando de la Iglesia del Señor. San Pablo, en la segunda carta a su hijo querido Timoteo, (Timoteo 4,6-8.17-18) abre su corazón estando ya cerca de ser entregado en libación y recuerda con sinceridad que ha «competido en la noble competición». Estando ya al final de su carrera espera con confianza en la misericordia del «justo Juez» que siempre lo asistió y le dio fuerzas. En el famoso pasaje del primado de Pedro vemos la apertura y docilidad del apóstol para así proclamar «Tú eres el Cristo- Mesías, el hijo de Dios vivo» (San Mateo 16, 13-19).

 ¿Quién dice la gente que soy yo?

En un cierto momento de su vida, después de haber hecho numerosos milagros y de haber expuesto su maravillosa doctrina, Jesús quiso saber qué opinión se había formado la gente sobre Él. En una ocasión en que Él se reunía con sus apóstoles en privado, les pregunta: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Sin duda la gente comentaba muchas cosas acerca de Él. Pero las opiniones que se tenían no acertaban del todo: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas». Estas respuestas estaban muy lejos de ser toda la verdad. Esta vez la pregunta se dirige directamente a sus apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Podemos imaginar que los discípulos vacilaban ya que tal vez sus respuestas no eran totalmente exactas. Ellos ciertamente habían pensado muchas cosas acerca de Jesús. Poco antes, cuando lo vieron caminar sobre el agua, después que él, junto con Pedro, subió a la barca y amainó el fuerte viento, los discípulos «se postraron ante él diciendo: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios» (Mt 14,3¬3). Pero, ¿no se habían dejado llevar por la impresión del momento? La ley judía, promulgada por Dios, era muy severa en este punto: «Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto… No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Dt 5,6-7). Para un judío estaba estrictamente prohibido postrarse ante cualquier otra realidad fuera del único Dios.

Mientras los discípulos vacilaban en responder, se adelanta Pedro y afirma con decisión: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Pedro fue el primero en confesar la fe. Esta afirmación es el centro de la fe cristiana. Su formulación la debemos a Pedro. Pero, no llegó a ello gracias a sus perspicacia o a su inteligencia: fue una revelación de Dios, tal como lo declara Jesús: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre (es decir, el hombre), sino mi Padre que está en los cielos». De esta manera se nos enseña que la fe en Cristo es un don de Dios y que Pedro fue el primero a quien dicho don se concedió. A esta confesión sigue una promesa de Cristo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».

Esta promesa es una verdadera profecía. Tal vez no nos hemos detenido nunca a pensar en ella. Jesús cambia el nombre a Simón para indicarle su misión: ser la piedra sobre la cual sería edificada la Iglesia de Cristo. ¡Que nadie ponga otro fundamento que el puesto por Cristo! Otras comunidades no fundadas sobre esa piedra no son «la Iglesia de Cristo». Ésta, que está fundada sobre Pedro y sus Sucesores, es la que desafía las potencias enemigas y toda adversidad. Se han levantado, a lo largo de la historia, «las puertas del infierno» contra la Iglesia, la han perseguido, han procurado eliminarla, pero no han prevalecido contra ella. Tal vez el momento más crítico fue precisamente cuando el Imperio Romano dio muerte a los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo con intención de acabar con la Iglesia. Pero ni siquiera esto logró vencerla, pues en seguida asumió la misión un Sucesor de la «Piedra», y la Iglesia siguió su marcha en medio de las persecuciones.

Las palabras que Cristo dijo entonces a Pedro, siguen resonando hoy: «Los poderes adversos no prevalecerán contra la Iglesia». Y sabemos que pasarán el cielo y la tierra antes que deje de cumplirse una coma de la palabra de Cristo. Hoy día el Papa Benedicto XVI, Sucesor de Pedro, ofrece un apoyo seguro en que se funda la Iglesia y la verdadera fe. A él, como entonces a Pedro, corresponde formular la fe y la moral cristianas. El que disiente de él en estas materias se pone al margen del Reino de los cielos, pues sólo a él se dirigen las palabras que Cristo agrega: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos».

«Ahora me doy cuenta que el Señor ha enviado su ángel»

El capítulo 12 de los Hechos de los Apóstoles menciona la persecución de la Iglesia en Jerusalén por Herodes Agripa I donde Santiago el Mayor fue decapitado y San Pedro encarcelado. El capítulo acaba con la terrible muerte de Herodes de mano del ángel del Señor (ver Hch 12,23). Toda la escena de la liberación de Pedro tiene un colorido muy real y vivo. El detalle de la criada Rosa (ver Hch 12, 13-16) que va a la puerta y de la alegría por escuchar y reconocer la voz de Pedro, se marcha para dar la noticia dejando a Pedro en la calle que sigue llamando y haciendo ruido para que lo dejen entrar tiene una jocosa frescura. Por otro lado la actitud de Pedro que a lo largo del pasaje duda entre la visión y la realidad responde muy bien a su carácter fuerte de hombre de mar.

Vale la pena destacar algunos puntos de la narración. Uno de ellos es la actitud de la Iglesia que «insistentemente oraba por él (Pedro) a Dios». Se trata de una oración intensa que proviene de la angustia y preocupación por el arresto de aquel que Jesús ha escogido como su «vicario». La intervención del ángel que le dice a Pedro que se levante y que lo siga recuerda la escena del ángel que cuida y guía a Elías rumbo al monte Horeb (ver 1R 19,5-8). Finalmente, Pedro enumera dos enemigos de los cuales Dios lo ha librado: Herodes y el pueblo judío, que esperaba presenciar y tomar parte en el juicio y, tal vez, apedrearlo. Pedro, siendo él mismo judío, se distingue de los judíos. Reviste, pues, un sentido religioso y de enemistad.

Una palabra del Santo Padre:

«Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt, 16,16), una confesión que no viene de él, sino del Padre celestial. Y, a raíz de esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (v. 18). El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto. En la segunda parte del Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar de manera mundana. Cuando Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino de Dios, que no se corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro la carne y la sangre: «Se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!”» (16,22). Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo» (v. 23).

Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia. Confirmar en el amor. En la Segunda Lectura hemos escuchado las palabras conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4,7). ¿De qué combate se trata? No el de las armas humanas, que por desgracia todavía ensangrientan el mundo; sino el combate del martirio. San Pablo sólo tiene un arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por Cristo y por los demás. Y es precisamente su exponerse en primera persona, su dejarse consumar por el evangelio, el hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha edificado la Iglesia. El Obispo de Roma está llamado a vivir y a confirmar en este amor a Jesús y a todos sin distinción, límites o barreras. Y no sólo el Obispo de Roma: todos vosotros, nuevos arzobispos y obispos, tenéis la misma tarea: dejarse consumir por el Evangelio, hacerse todo para todos. El cometido de no escatimar, de salir de sí para servir al santo pueblo fiel de Dios.

Confirmar en la unidad. Aquí me refiero al gesto que hemos realizado. El palio es símbolo de comunión con el Sucesor de Pedro, «principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» (Lumen gentium, 18). Y vuestra presencia hoy, queridos hermanos, es el signo de que la comunión de la Iglesia no significa uniformidad. El Vaticano II, refiriéndose a la estructura jerárquica de la Iglesia, afirma que el Señor «con estos apóstoles formó una especie de Colegio o grupo estable, y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (ibíd. 19). Confirmar en la unidad: el Sínodo de los Obispos, en armonía con el primado. Hemos de ir por este camino de la sinodalidad, crecer en armonía con el servicio del primado».

Papa Francisco. Homilía del 29 de junio de 2013 Solemnidad de San Pedro y San Pablo.

https://www.youtube.com/watch?v=zUy2S0qPGBg

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. El Evangelio de hoy es el Evangelio de la entrega de las llaves a Pedro. ¿Soy consciente que Pedro – hoy Benedicto XVI – necesita de mi constante oración, ayuda y respaldo?

2. San Pablo nos dice que al final de sus días ha permanecido firme en la fe, ¿puedo decir yo lo mismo? Pidamos al Señor el don de la fidelidad y de la coherencia.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 551-553. 880-887.891.2034-2040.

 

Written by Rafael De la Piedra