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Un mundo a la imagen del hombre

Una interesante reflexión acerca del hombre y la cultura.

Por: Marcelo L. Cambronero

http://www.valoresreligiosos.com.ar/

Hay una forma de enfrentar los rotativos matutinos que produce extrañas sensaciones, que pueden expresarse en su conjunto apelando a la zozobra que a veces inunda la vida. Al mover los ojos por las portadas, o por la pantalla del ordenador, podemos seleccionar las noticias y sumergirnos, por ejemplo, en la belleza de un Buenos Aires dibujado desde planos imposibles por pájaros de aluminio que utilizan sus circuitos electrónicos para convertir datos en imágenes espectaculares que ellos ni sienten ni padecen. ¿Nos sucederá a nosotros lo mismo cuando pasamos al lado de un hombre que duerme en la calle debajo de unos cartones, si no se los han quitado ya porque hay quien los compra?

Los seres humanos hemos logrado levantar un mundo a nuestra imagen y semejanza: apasionado y cruel, admirable y lascivo tal cual nosotros, tal cual cada uno. Viendo los periódicos cabe preguntarse, al dar un paso atrás y ensimismarse por un momento, si llegamos a comprender hacia dónde vamos y, más todavía, si nos merece la pena recorrer este camino hasta el final. O, tal vez, si no nos queda más remedio que apretar los dientes y seguir adelante. O si al asomarnos a las habitaciones de nuestros hijos y verlos descansar bajo sus mantas nos preguntamos quién será el que en verdad lleva entre las manos sus frágiles destinos.

No hay nada tan maravilloso como el alma del hombre, ni tan dramático como la exclusión y el desánimo, el hambre y la miseria que campa a sus anchas por la “ciudad abierta” (así la definió el Papa), abierta a la explotación y a la esclavitud, abierta de par en par al mal que no vemos aunque se nos pasee por delante contorneándose pornográficamente.

Más allá del cielo azul se desintegra un satélite ruso, fabricado con la ultimísima tecnología y completamente inútil e indefenso frente a las fuerzas inertes e impías de la naturaleza, que lo deshacen como a un mosquito sin darse ni cuenta. ¿Qué somos los hombres, que construimos esos enormes rascacielos, edificios inhóspitos que cantan el orgullo de las compañías multinacionales, y que mandamos naves a otros planetas con la esperanza de hollar su superficie algún día, en el universo indómito? ¿Creemos que vamos a superar la última barrera, que nos haremos con el poder definitivo y brutal mientras el hambre azota Tucumán, Chaco, Formosa o la Rioja y habita en las esquinas de cada barrio de las grandes ciudades? ¿Acaso no se ven las villas miseria desde lo alto de las antenas puntiagudas que rasgan el aire y señalan el infinito?

A veces parecemos vivir en un decorado de cartón piedra que tenemos la necesidad de tomar por firme y sólido ya que hoy y mañana, sin poder evitarlo, caminaremos por él yendo de faena en faena, de una oficia gubernamental a la siguiente, asumiendo en cada una de ellas el rol que se supone que nos toca, sesgados en mil personajes que intentan adaptarse a una sociedad que alguien levantó con un esfuerzo ingente, pero sin prever cuál sería el sitio que habría de correspondernos. ¿Seremos sólo figurantes que ocupan un lugar en el espacio, un elemento decorativo, como en esas infografías publicitarias en las que se ponen perros y vecinos en los patios para adornar las nuevas promociones inmobiliarias?

Ayer todos nos reíamos con la ocurrencia de un político mexicano que deseaba contratar un doble para que le sustituyese en los actos publicitarios y viajara en su puesto. A mí, sin embargo, se me antoja una gran idea: que los políticos de la actualidad tenga su doble, pero que no se haga pasar por él en los actos electorales ni en los discursos populistas, que de eso ya saben los originales, sino que mire las portadas con otra perspectiva, se conmueva con el hambre y la indigencia, y se ponga por fin a trabajar.

* El autor es filósofo. Director de la Academia Internacional de Filosofía y del Instituto de Filosofía “Edith Stein”. España.

Written by Rafael De la Piedra