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«Vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle» 553461_10152102740488164_77383359_n Full view

«Vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle»

Epifanía del Señor. Ciclo A
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 1-12

«La gloria del Señor amanecerá sobre ti», leemos en la lectura de Isaías (Isaías 60, 1-6). Cristo es presentado y reconocido por el pueblo de Israel (en los pastores) y por los gentiles (en los Magos). La singular estrella que ven los magos de oriente hace referencia a la estrella de Jacob profetizada siglos antes por Balaam , gentil y no judío: «Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Nm 24,17). Esta estrella de Jacob pasó en la tradición judía a ser la estrella del rey David con un sentido nacionalista, que con el profeta Isaías empieza a abrirse al universalismo mesiánico (Primera lectura); confirmado en el texto de San Pablo (Efesios 3,2- 6) y en el relato del Evangelio de San Mateo.  

Los Reyes Magos

En todos los pesebres y en las representaciones gráficas del nacimiento de Jesús aparecen los tres «reyes magos», que siempre imaginamos llegando a Jerusalén montados en camellos después de un largo viaje y procedentes respectivamente de las regiones de Arabia, de la India y de África. Pero en realidad el Evangelio no dice que sean tres, ni que sean reyes, ni que vengan viajando en camellos; tampoco dice nada sobre la raza de que proceden. El Evangelio dice escuetamente: «Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, ocurrió que unos magos de oriente llegaron a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues hemos visto su estrella en oriente y hemos venido a adorarlo». Lo único que pudo haber conducido al número «tres» es la frase: «Abrieron sus cofres y le ofrecie¬ron dones: oro, incienso y mirra».

Mucho se ha especulado además sobre la palabra enigmática «magos». Lo que el Evangelio quiere decir es simplemente que se trata de ciertos astrólogos que proceden de una vasta y lejana región,  designada con el término poco preciso de «oriente», porque se creía que por allá estaba más desarrollada la astrología. «Mago» era el término dado a hombres sabios, maestros, sacerdotes, físicos, astrólogos, videntes, hombres que interpretaban sueños. En la época era corriente la convicción de que con ocasión del nacimiento de un personaje extraordinario surgieran signos en el cielo. En este caso, los magos descubrieron que había nacido el «rey de los judíos» porque vieron surgir «su estrella»; pero este rey supera a todos los demás pues agregan: «Hemos venido a adorarlo».

El Evangelio de San Mateo

El primer capítulo del Evangelio de Mateo comienza con la genealogía de Jesús, sigue con el relato de su concepción virginal y la vocación de San José. La genealogía corresponde al género literario de aquellos antiguos relatos de los patriarcas de Israel y tiene la finalidad de demostrar que Jesús nació claramente dentro del pueblo de Israel, como hijo de Abraham y de David; el relato de su concepción virginal acontece en ambiente de Israel y de la ley de Moisés, afirma que el que va a nacer salvará «a su pueblo» del pecado y que todo ocurrió así para que se cumpliese un antiguo oráculo del profeta Isaías. Queda claro que Dios ha sido fiel a sus promesas, pues Jesús es el Salvador prometido a Israel.

En este segundo capítulo, en cambio, se abre el horizonte hacia «el oriente», es decir, hacia regiones consideradas lejanas de Israel, poco conocidas y enigmáticas. Jesús ha sido manifestado también a esas regiones por medio de la luz de una estrella que apareció en el firmamento. Esto es lo que da el nombre a esta fiesta: Epifanía  del Señor. El relato nos informa sobre dos circunstancias que rodearon el nacimiento de Jesús: el lugar de su nacimiento fue Belén de Judea; el tiempo fue en los días del rey Herodes .

Belén era la ciudad de David. Cuando Dios eligió a David como rey de Israel, mandó al profeta Samuel con esta orden: «Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí» (1Sam 16,1). David fue ungido como rey hacia el año 1010 antes de Cristo. Reinó diez años en Hebrón; hacia el año 1000 a.C. tomó Jerusalén y desde allí reinó sobre las doce tribus de Israel unificadas bajo su mando hasta el año 970 a.C. Su reinado dejó un recuerdo de prosperidad y de unidad. Por eso Israel anhelaba un rey semejante a David y las promesas hechas por Dios a su pueblo confirmaban esta esperanza. Belén tenía que ser el lugar de nacimiento del rey esperado. El hecho de que Jesús fuera manifestado a «unos magos de oriente» que llegaron donde él, lo reconocieron como Dios y lo adoraron, es la primera afirmación en el Evangelio de San Mateo de la universalidad del cristianismo: la misión de salvación de Jesús rebasa los límites de Israel y abraza a todos los hombres.

Contrastes…

El Evangelio quiere subrayar el contraste entre el entusiasmo de los magos de oriente y la ignorancia de Herodes y de «toda Jerusalén». Aquéllos son extranjeros y llegan a Judea preguntando por «el rey de los judíos que ha nacido» para ir a adorarlo; éstos son judíos pero no han oído de ningún rey, «quedaron turbados» ante esta pregunta tan insólita y sospechando que podría tratarse del Mesías anunciado, se informan, por medio de los oráculos, dónde debía nacer el Mesías y hacia Belén encaminan a los magos. ¡Se sobresaltan por la venida de aquel a quien deberían estar esperando! Y no se alegran ante su eventual venida.

Al contrario, Herodes concibe inmediatamente el proyecto de eliminar al «Rey de los judíos que ha nacido»; y, por su parte, los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, después de informar que el Cristo tenía que nacer en Belén, no demuestran ningún interés en verificar el asunto. Estaban preocupados de otras cosas y habían perdido la capacidad de ver los signos de la presencia del «Dios con nosotros».

Cuando llegan los magos al lugar donde estaba el niño, «entrados en la casa, vieron al niño con María su Madre y postrándose, lo adoraron». ¿Qué vieron en ese niño? ¡Cómo desearíamos poder preguntarles a ellos mismos! En todo caso, vieron tan claramente algo superior a todo lo de esta tierra que «se postraron y lo adoraron» y lo que vieron era de tal belleza que «se llenaron de alegría». Resulta que los primeros en reconocer a Jesús como Dios y adorarlo, son unos extranjeros, que en el concepto de los judíos son «paganos». Ellos revelan poseer un profundo conocimiento del «misterio de Cristo» como se deduce de sus dones: el oro es símbolo de su realeza, el incienso es símbo¬lo de su divinidad y la mirra de su pasión.

Una palabra del Santo Padre:

«Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60, 3). Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de la Epifanía, «manifestación» de Cristo a todas las gentes, representadas por los Magos venidos de Oriente. Esta fiesta nos ayuda a penetrar en el sentido profundo de la misión universal de la Iglesia, que se puede entender como un movimiento de irradiación: la irradiación de la luz de Cristo, reflejada en el rostro de su Cuerpo místico. Y puesto que esta luz es luz de amor, de verdad y de belleza, no se impone con la fuerza, sino que ilumina las mentes y atrae los corazones.

La Iglesia, al irradiar esta luz, obedece al mandato de Cristo resucitado: «Id pues, y haced discípulos a todas las gentes…» (Mt 28, 19). Se trata de un movimiento que desde el centro, desde la Eucaristía, se difunde en todas las direcciones a través del testimonio y el anuncio del Evangelio. Este «ir» está animado por un impulso interior de caridad, sin la cual no produciría ningún fruto.

La experiencia de los Magos es muy elocuente al respecto: avanzan guiados por la luz de una estrella, que los atrae a Cristo. La Iglesia debe ser como aquella estrella, es decir, capaz de reflejar la luz de Cristo, para que los hombres y los pueblos que buscan la verdad, la justicia y la paz, se pongan en camino hacia Jesús, único Salvador del mundo».

Juan Pablo II, Ángelus en la Solemnidad de la Epifanía del Señor. 6 de enero de 1997.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.  

1. En este momento de la historia en que nos toca vivir, el misterio de Cristo está presente y actuando en medio de nosotros. ¿Reconozco la presencia de Dios en mi vida? ¿De qué manera concreta? Hagamos un momento de oración.

2. ¿Qué le podría ofrecer a Jesús niño que está al lado de su Madre? ¿Cuáles son los regalos que voy a llevarle en esta Epifanía?  

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 512 – 530.

Written by Rafael De la Piedra