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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

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«Vio y creyó»

Domingo de la Resurrección del Señor

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 20,1-9

«¡Cristo resucitó! ¡Aleluia!» Este es el grito de alegría que ha resonado en todo el mundo católico. Esta es una afirmación de fe. Quiere decir que concita nuestra adhesión hasta el punto de fundar en ella toda nuestra vida; y, sin embargo, su certeza no se funda sobre una demostración empírica, como ocurre con las verdades del dominio de la ciencia. Su certeza es un don de Dios. Se cree en ella porque Dios lo concede.

Por eso, en las verdades de fe, aunque el objeto puede ser visto menos claramente que en las verdades científicas, se ve con certeza infinitamente mayor. El objeto propio de la inteligencia del hombre es la verdad. Cuando la inteligencia capta la verdad, de cualquier dominio que sea, experimenta gozo. Aquí estamos en lo más propio del hombre como ser espiritual. Podemos afirmar que el conocimiento de la verdad es propio y exclusivo de los seres espirituales. El proceso por el cual Dios gratuitamente infunde las verdades de fe en la inteligencia del hombre se llama «revelación». Y, sin embargo, también suele concederse la verdad con ocasión de algo que se ve.

Y esto es lo que nos enseña el Evangelio de hoy. El discípulo amado: «vio y creyó». El sepulcro vacío y los lienzos mortuorios son para los discípulos el inicio de una apertura al don de la gracia sobrenatural que los conduce a la fe plena en Cristo Resucitado. En el Salmo responsorial 117 recordamos: «Este es el día en el que actuó el Señor». Es el día en el Señor manifestó su poder venciendo a la muerte y por eso también estamos alegres. En su discurso en la casa de Cornelio, Pedro proclama la misión encomendada: anunciar y predicar la Resurrección de Jesucristo. Los apóstoles son los testigos que han visto al Resucitado, han comido y bebido con Él (Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43). San Pablo en su carta a los Colosenses, subraya la vocación de todo cristiano: «aspirad las cosas de arriba». El cristiano es aquel que ha muerto con Cristo y ha resucitado con Él a una vida nueva (Colosenses 3,1-4).

«Se han llevado del sepulcro al Señor…»

El Evangelio de hoy nos presenta a María Magdalena, la misma que hasta el final había estado al pie de la cruz, yendo al sepulcro de Jesús muy de madrugada, el primer día de la semana. Ella había visto crucificar a Jesús, lo había visto morir, había visto retirar su cuerpo de la cruz, había ayudado a prestarle los cuidados que se daba a los difuntos «conforme a la costumbre judía de sepultar» (Jn 19,40). Todo esto ocurrió el viernes. El sábado, el séptimo día de la semana, era día de estricto reposo: también en este día reposó Jesús en el sepulcro. Pero al alba del primer día de la semana, el domingo, apenas se pudo, se dirige María Magdalena junto con «las mujeres que habían venido con Él desde Galilea» (Lc 23,55) al sepulcro.

Esta premura de la Magdalena es expresión del amor intenso que nutría por su Señor. Pero a la distancia ve el sepulcro abierto. Lo primero que piensa es que alguien ha profanado la tumba del Señor. Pero ¡a esas horas de la mañana! No podía ser sino con mala intención. Este hecho puede tener sin dudas muchas interpretaciones; pero ella, sin verificar nada, corre donde Simón Pedro y el discípulo amado y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Esta noticia fue suficiente para que Pedro y el otro discípulo corrieran a verificar lo ocurrido. No era ésta una «buena noticia» como será la que les dará más tarde después que ella vio a Jesús vivo: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: ‘He visto al Señor’» (Jn 20,18).

«Salieron corriendo Pedro y el otro discípulo…»

Lo que sigue es el relato de un testigo presencial. Los que recibieron la noticia alarmante, como ya hemos mencionado, son Simón Pedro y «el otro discípulo a quién Jesús quería». «El otro discípulo (Juan) corrió por delante, más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro». ¿Qué vieron Pedro y el discípulo amado en el sepulcro? Vieron los signos evidentes de que el cuerpo de Jesús, dondequiera que se encontrara, no estaba más entre los lienzos mortuorios. En efecto, «ve los lienzos que yacen puestos, y el sudario que cubrió su cabeza, no puesto con los lienzos, sino como permaneciendo enrollado en el mismo lugar». En primer lugar, Juan, desde afuera, «ve que yacen puestos los lienzos». Pedro, una vez que «entra» en el sepulcro, ya no ve sólo que yacen puestos los lienzos y «contempla» todo el conjunto y ve los lienzos (la sábana que envolvió el cuerpo, las vendas que lo sujetaban y el sudario que cubrió la cabeza) que «yacen puestos» en idéntico lugar y posición en que habían sido dejados el viernes por la tarde. Inmediatamente Juan hace lo mismo.

Pero llama inmediatamente la atención que no dice nada acerca de lo más importante. ¿Qué pasó con el cuerpo del amado Jesús? Ciertamente no está entre lo visto. ¿Por qué no concluyen de esta ausencia, lo mismo que María Magdalena: «se han llevado del sepulcro al Señor»? El discípulo amado comunica entonces su propia experiencia con dos importantes palabras: «Vio y creyó». De esta expresión podría parecer que la verdad que captó su inteligencia es proporcional a lo que vio empíricamente, como ocurre con las verdades naturales y científicas. No es así, porque en ese caso habría dicho: «Vio y verificó», o bien: «Vio y comprobó». Dice: «Vio y creyó», porque la verdad que le fue dado captar es infinitamente superior a los lienzos colocados en la misma posición que los dejo el viernes de la Pasión. Lo explica él mismo cuando dice que: «Hasta entonces no habían comprendido que Jesús había de resucitar de entre los muertos».

Hasta ese momento reconoce que no había comprendido; pero desde ese instante eso es lo que él comprendió y creyó. Por primera vez se pronuncia la frase «resucitar de entre los muertos» aplicada a Jesús. Esta es la certeza que se abrió camino en la mente del discípulo amado. Creyó que, si Jesús no estaba en el sepulcro, era porque había resucitado; creyó sin haberlo visto, viendo solamente los lienzos. Vio un hecho de experiencia sensible, pero creyó en un hecho sobrenatural. Por eso a este discípulo se aplica la bienaventuranza que Jesús dice a Tomás: «Bienaventurados los que no han visto y han creído» (Jn 20,29). Es como si felicitara al discípulo amado, que es el único entre los apóstoles que está en ese caso. La certeza: «¡Cristo resucitó!», que entonces nació en él, es un don de Dios. Esta certeza fue tan firme que transformó su vida y no vaciló en morir por ella.

 La Resurrección de Jesús

Ninguna experiencia visible puede ser suficiente para explicar la resurrección de Cristo. Ésta, no obstante ser un hecho histórico, permanece un misterio de la fe. La fe es un don sobrenatural que consiste en apoyar toda la existencia en una verdad que ha sido revelada (manifestada) por Dios. De este tipo es la verdad que proclama y celebra hoy el mundo cristiano, a saber, la resurrección de Cristo de entre los muertos. Los apóstoles vieron a Cristo resucitado y afirman: «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse… a nosotros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los muertos» (Hechos 10,40-41). Por tanto, la resurrección de Jesucristo es un hecho histórico comprobado por testigos oculares, pero permanece un hecho trascendente que sobrepasa la historia. La resurrección de Cristo consistió en recobrar una vida superior a esta vida nuestra terrena, una vida que glorificó su cuerpo de manera que ya no sufre el dolor ni la muerte ni la corrupción y no está sujeto a ninguna de las limitaciones de espacio y tiempo que nos afectan a nosotros. Así existe Cristo hoy como verdadero Dios y verdadero Hombre, sentado a la derecha del Padre con su cuerpo glorioso, y así se nos da como alimento de vida eterna en la Eucaristía. Esta es una verdad de fe que va más allá de la visión de su cuerpo resucitado

 «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo»

El discurso kerigmático que Pedro realiza en la casa del capitán (centurión) romano Cornelio que luego bautizará después de una clara intervención del Espíritu Santo, constituye un momento crucial en el cumplimiento del mandato universal de la Iglesia. «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo…» dice Pedro en su discurso dejando por sentado la plena historicidad de la muerte y resurrección de Jesucristo. Es lo mismo que nos dice San Lucas cuando fundamenta sus fuentes: «tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra» (Lc 1,2). La conversión de este «temeroso de Dios » se destaca repetidas veces en los Hechos de los Apóstoles (Hch 11,1-8; 15,7.14). Las visiones simultáneas tanto de Cornelio como de Pedro y los fenómenos pentecostales que la acompañaran; hicieron de manifiesto que Dios había quitado la pared divisoria entre gentiles y judíos (ver Ef 2,14 -16). La conversión de Cornelio asentó el precedente para resolver la complicada cuestión de la relación entre judíos y gentiles que quedará aclarada en el Concilio de Jerusalén (ver Hech 15,7-11).

 «Aspirad las cosas de arriba…»

En este breve texto San Pablo coloca como punto de partida y base sólida de la vida cristiana la unión con Cristo resucitado, en la que nos introduce el bautismo. Este nos hace morir al pecado y renacer a una vida nueva, que tendrá su manifestación gloriosa cuando traspasemos los umbrales de esta vida mortal (1 Jn 3,1-2). Destinados a vivir resucitados con Cristo en la gloria, nuestra vida tiene que tender hacia él. Ello implica despojarnos del hombre viejo por una conversión cada día más radical y conformarnos cada día más con Jesucristo por la fe y el amor. Tenemos que vivir con los pies bien en la tierra, pero con la mente y el corazón en el cielo donde están los bienes definitivos y eternos.

 Una palabra del Santo Padre:

«Como en el Viernes y en el Sábado Santo, la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro ensangrentado, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo. Pero esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (cf. 1 Co 15,14). La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la Carta a los Hebreos: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (5,7-9).

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8).
Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, 28

 Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana.

1. Estamos llamados a ser criaturas nuevas en el Señor Resucitado y a «buscar las cosas de arriba»: lo antiguo ya ha pasado. Hagamos nuestras resoluciones concretas para vivir una «vida nueva» en Jesús Resucitado.

2. Vivamos con María la verdadera alegría que nace de un corazón reconciliado. Recemos en familia el santo rosario.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 647 – 655. 1166-1167.

 httpv//www.youtube.com/watch?v=2DNOYB2zrYc

Written by Rafael De la Piedra