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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
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«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Domingo-IV-de-Cuaresma-Ciclo-A Full view

«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Domingo de la Semana 4ª de Cuaresma. Ciclo A
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 9,1-41

El pasaje de la curación del ciego de nacimiento nos ofrece un tema que entrelaza todas las lecturas de este cuarto Domingo de Cuaresma: «Jesús es la verdadera luz que ilumina nuestras tinieblas». El ciego de nacimiento pasa de la oscuridad de la ceguera, considerada como consecuencia del pecado, a la luz por obra y poder del amor reconciliador de Jesucristo (San Juan 9,1-41).

San Pablo en su carta a los Efesios: «antes eran tinieblas, ahora sois luz en el Señor» (Segunda Lectura). Sin duda es muy aleccionadora la elección del David como guía de su pueblo ( Efesios 5,8-14). Él era el más pequeño de la casa de Jesé, era pastor y era solamente un muchacho. Sin embargo, Dios lo escoge para regir los destinos de su pueblo Israel y para ser el arquetipo del prometido Mesías. La experiencia de encuentro con Dios vivo iluminará y transformará completamente su vida (Primer libro de Samuel 16,1.6-7.10-13a).

¿Quién pecó…para que haya nacido ciego?»

La lectura evangélica es un largo relato, lleno de dramatismo, que va creciendo hasta un punto culminante, cuando el ciego que ha recobrado la vista dice a Jesús: «’Creo, Señor’. Y se postró ante él». El Evangelio parte con la presentación de un ciego de nacimiento, que pasa por la recuperación de la vista física hasta llegar a la plena luz de la fe. Y este cambio tan radical sucedió en él por su encuentro con Jesús. Por eso Jesús dice: «Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo». En todo el relato se superponen la realidad de la ceguera con el pecado. El pecado, según la doctrina religiosa judía, era considerado como una contaminación moral que afectaba la totalidad de la persona . Por ello, al ser muy grave, se manifestaba en una enfermedad o mal físico. Asimismo, se consideraba que esta contaminación se transmitía de padres a hijos. Esto queda de manifiesto cuando los discípulos le preguntan al Señor: «Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?».

Como se deduce de la pregunta, los males físicos, las enfermedades, – incluso los accidentes terribles y la muerte violenta (Ver Lc 13,1-2. 4) -, eran vistos como un castigo por la infidelidad a Dios, por los pecados, por la impureza moral. Sin embargo, al Señor no le interesa responder «académicamente» a la cuestión, y, aprovechando esta oportunidad para educar a sus discípulos, ofrece una respuesta inesperada, que trasciende lo específicamente preguntado. En efecto, la respuesta del Señor Jesús hace notar a sus discípulos que la ceguera no es un «castigo» para aquél hombre, sino que será la ocasión para experimentar la misericordia del Padre. La recuperación de la vista física del ciego de nacimiento es un signo de la vista espiritual, cuya expresión máxima es la fe. Su primera comprensión de la identidad de Jesús está expresada en estas palabras: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Se trata de una comprobación empírica, física, natural: un hombre que se llama Jesús.

Discutiendo con los fariseos

Sigue el relato y el ciego es llevado donde los fariseos que se pierden en una acalorada discusión acerca del carácter religioso del hecho milagroso realizado el «sábado» . Y ellos, «los separados», los que conocían y observaban rigurosamente la ley, le preguntan al pobre ciego: «¿Tú, qué dices de él?». Viene inmediatamente la respuesta que era de esperar: «Que es un profeta». Ya no es un simple hombre sino es un «hombre de Dios». Estaba empezando a ver la luz pero tenía que dar aún un paso adelante. Mientras tanto los fariseos rechazando la luz decían: «Ese hombre es un pecador… no sabemos de dónde es», el ciego se mantenía firme en su posición: «Sabemos que Dios no escucha a los pecadores…». Lo que más le sorprende es que los fariseos, debiendo «ver» no vean: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos». Los fariseos se sienten indignados ya que no aceptan que él venga a darles lecciones «y lo echaron fuera». Por causa de Jesús fue arrojado de la sinagoga.

«¿Tú crees en el Hijo del hombre?»

Jesús quiso entonces darle la plenitud de la luz. La vista física que había recuperado no es más que un signo de ésta. Se le hace el encontradizo y le pregunta: «¿Tú crees en el Hijo del hombre ?». El ciego le dice: «¿Y quién es Señor para que crea en él?». La respuesta de Jesús tiene un doble sentido: «Lo has visto: es el que está hablando contigo». En esta frase se encuentran los dos sentidos de la vista: físico y espiritual, es decir, la visión natural y la fe. Y en la reacción del ciego se encuentra un reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús: Dios y Hombre. El ciego ve a un hombre con la vista física que ha recuperado; pero confiesa a Dios con la fe: «’Creo, Señor’. Y se postró ante Él». Es un reconocimiento de la divinidad, pues los judíos tienen esta estricta ley: «Sólo ante el Señor, tu Dios, te postrarás y a él sólo darás culto» (Mt 4,10, citada por Jesús para rechazar al diablo). Al ciego de nacimiento se le habían abierto también los ojos de la fe, que le permitían ver la verdadera «luz del mundo». Esto nos recuerda cuando Jesús dijo: «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).

«Vivid como hijos de la luz»

A base de contraponer luz y tinieblas, es decir conducta cristiana y pagana, justicia y pecado, el después y el antes del bautismo; San Pablo exhorta a los cristianos de la comunidad de Éfeso a caminar y vivir como «hijos de la Luz» viviendo como Jesucristo vivió (Ef 5,1-2). El que es de la luz pertenece a Dios (Ef 5,8). La luz es considerada uno de los signos bautismales hasta nuestros días. Antiguamente los catecúmenos una vez bautizados pasaban a la categoría de «iluminados».

El cristiano además de ser iluminado por Dios Padre en Jesucristo, es también ungido por su Espíritu en el Bautismo. La fe es siempre un don, pues la recibimos gratuitamente de Dios y Él la da a todos pero sobre todo a los que son menos útiles a los ojos del mundo (ver 1Co 1, 26 – 31). Así aparece en la Primera Lectura, cuando el profeta unge a David, el último entre ocho hermanos, como rey de Israel, «porque el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». Esta unción que en el Antiguo Testamento fue propia de reyes, sacerdotes y profetas tuvo lugar después en el Ungido (Cristo) por excelencia, el Mesías, el nuevo David; y de ella participamos todos los bautizados en Jesús.

Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de hoy nos presenta el episodio del hombre ciego de nacimiento, a quien Jesús le da la vista. El largo relato inicia con un ciego que comienza a ver y concluye —es curioso esto— con presuntos videntes que siguen siendo ciegos en el alma. El milagro lo narra Juan en apenas dos versículos, porque el evangelista quiere atraer la atención no sobre el milagro en sí, sino sobre lo que sucede después, sobre las discusiones que suscita. Incluso sobre las habladurías, muchas veces una obra buena, una obra de caridad suscita críticas y discusiones, porque hay quienes no quieren ver la verdad. El evangelista Juan quiere atraer la atención sobre esto que ocurre incluso en nuestros días cuando se realiza una obra buena. Al ciego curado lo interroga primero la multitud asombrada —han visto el milagro y lo interrogan—, luego los doctores de la ley; e interrogan también a sus padres. Al final, el ciego curado se acerca a la fe, y esta es la gracia más grande que le da Jesús: no sólo ver, sino conocerlo a Él, verlo a Él como «la luz del mundo» (Jn 9, 5).

Mientras que el ciego se acerca gradualmente a la luz, los doctores de la ley, al contrario, se hunden cada vez más en su ceguera interior. Cerrados en su presunción, creen tener ya la luz; por ello no se abren a la verdad de Jesús. Hacen todo lo posible por negar la evidencia, ponen en duda la identidad del hombre curado; luego niegan la acción de Dios en la curación, tomando como excusa que Dios no obra en día de sábado; llegan incluso a dudar de que ese hombre haya nacido ciego. Su cerrazón a la luz llega a ser agresiva y desemboca en la expulsión del templo del hombre curado…

Nuestra vida, algunas veces, es semejante a la del ciego que se abrió a la luz, que se abrió a Dios, que se abrió a su gracia. A veces, lamentablemente, es un poco como la de los doctores de la ley: desde lo alto de nuestro orgullo juzgamos a los demás, incluso al Señor. Hoy, somos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos; todos nosotros somos cristianos, pero todos nosotros, todos, algunas veces tenemos comportamientos no cristianos, comportamientos que son pecados. Debemos arrepentirnos de esto, eliminar estos comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que tiene su origen en el Bautismo. También nosotros, en efecto, hemos sido «iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que, como nos recuerda san Pablo, podamos comportarnos como «hijos de la luz» (Ef 5, 9), con humildad, paciencia, misericordia. Estos doctores de la ley no tenían ni humildad ni paciencia ni misericordia».

Papa Francisco. Ángelus 30 de marzo de 2014.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Nuestros obispos latinoamericanos han dicho que «las angustias y frustraciones han sido causadas, si las miramos a la luz de la Fe, por el pecado, que tiene dimensiones personales y sociales muy amplias» (Puebla, Conclusiones 73). ¿Soy consciente de esta realidad? ¿Me doy cuenta del daño que hago a los demás por mi pecado?

2. Por mi bautismo soy ahora «hijo de la Luz». ¿Qué cosas concretas debo de cambiar para vivir como «hijo de la Luz»?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 385; 748; 1216; 2087- 2089.

Written by Rafael de la Piedra