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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«Yo soy el pan de la vida» JSS-PAN-DE-VIDA Full view

«Yo soy el pan de la vida»

Domingo de la Semana 18ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6,24-35

La fe interpreta la vida de los israelitas que caminan exhaustos por el desierto y les asegura que no están abandonados, sino que Dios con su poder y su amor paterno está con ellos ( Éxodo 16, 2- 4.12-15). La fe reta a los oyentes de Jesús de forma que sean capaces de ver en la multiplicación de los panes «un signo eficaz de la presencia de Dios» en medio de ellos (San Juan 6,24-35). La fe ilumina al cristiano haciéndole descubrir que ya no es hombre viejo sino nuevo, y que debe hacer resplandecer la novedad de Cristo en su vida (Efesios 4, 17.20-24).

Los milagros, los signos, las señales y la fe

El Evangelio de este domingo tiene una estrecha relación con el episodio de la multiplicación de los panes. Esa tarde «dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo» (Jn 6,15). Los discípulos emprendieron solos la travesía por el mar de Galilea en la única barca que había. La gente pasó la noche allí haciendo guardia, pero en la noche Jesús atravesó el lago, sin que la gente se diera cuenta, «caminando sobre el mar» y así llegó con los apóstoles a Cafarnaúm. Viendo que ni Jesús ni sus discípulos estaban, fueron a buscarlo al otro lado del mar y se alegraron al verlos pero se sorprendieron y le preguntaron a Jesús: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?».

La respuesta de Jesús es algo desconcertante: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado». Sin embargo leemos en versículos anteriores que mucha gente lo seguía porque veía las señales que realizaba en los enfermos. Y justamente es al ver las señales que realizaba que lo quieren hacer rey. ¿Cómo ahora Jesús dice que lo buscaban, pero no porque habían visto señales? Y ¿cómo se explica que ellos mismos pregunten, más adelante, «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?»? (Jn 6, 30). Entonces, ¿qué es lo que habían visto y qué es lo que no habían visto?

La gente había visto un hecho prodigioso y se había quedado en la superficie, en el mero aspecto material: la salud recobrada, el hambre saciado, pero no habían visto la realidad oculta significada por esos hechos, es decir, la acción salvadora de Dios que actuaba en Jesús sanando los males producidos por el pecado: la enfermedad, el hambre, la muerte. Por enésima vez vemos cómo no son los milagros los que engendran la fe. A los judíos no les bastó ver a Jesús curar enfermos y multiplicar panes para creer en Él; todavía necesitan otros argumentos para creer y, por cierto, aunque les fueron concedidos, no todos creyeron.

San Pablo que era judío retrata claramente esta posición cuando dice: «los judíos piden señales… nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos» (1Co 1, 22-23). La fe en Cristo es un don gratuito de Dios y los que se cierran a este don «no se convertirán aunque resucite a un muerto» (Lc 6,31).

El Catecismo nos dice: «Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede lo que le piden a los que acuden a Él con fe. Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que Él es Hijo de Dios. Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa de obrar movido por los demonios» .

Las obras de Dios

Jesús opone dos tipos de alimento, uno que no debe absorbernos; y otro que debe de ser objeto de todo nuestro anhelo. Él nos exhorta a obrar por el alimento que permanece para la vida eterna. Al decir Jesús «Obrad por el alimento de la vida eterna», los judíos lo vinculan con un tema que les es familiar: las obras de la ley que el hombre debe hacer para merecer la salvación de Dios. Por eso preguntan «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Es claro que al decir «las obras de Dios» se refieren a las observancias codificadas en la ley, que ellos deben de cumplir, y que son muchas.

Jesús en cambio habla solamente de una obra: «La obra de Dios es que creáis en quién Él ha enviado». La fe en Cristo es un don de Dios, es una obra de Dios. Como también la reconciliación del hombre, que acontece por la fe en Cristo. A esto se refiere San Pablo, cuando escribe a los gálatas: «El hombre no se justifica por las obras de la ley, sino sólo por la fe en Jesucristo» (Ga 2,16).

El alimento de la Vida Eterna

Al introducir el tema de la fe, viene de parte de los judíos la exigencia de una señal para creer, como hemos visto. Aquí vuelve el tema del «pan», porque era la señal que había acreditado a Moisés, cuando el pueblo murmuraba contra él en el desierto. Jesús rebate diciendo que esto no es lo que está escrito a propósito de Moisés sino que es su Padre Celestial el que da «el pan verdadero»; porque los que comieron del maná, murieron. El maná no era «pan llovido del cielo» sino un producto que bien podía ser las bolitas resinosas de la «tamarix mannífera», planta que se da en la península del Sinaí, y que, hoy día los árabes llaman «maná del cielo». Su carácter sobrenatural consistió precisamente en las circunstancias providenciales de tiempo y lugar en que apareció.

La reacción de los judíos es la que se podía esperar. Es el mismo pedido que hace la Samaritana a Jesús (Jn 4,15). «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed». Este es el anhelo de todo hombre: un pan de la vida eterna. Jesús aprovecha este anhelo justo para hacer la afirmación central, para revelarnos quién es y cuál es su misión: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

El hambre y la sed son sensaciones difíciles de describir; pero ambas expresan una carencia material acusada por un agudo malestar corporal. Es el grito de todo el cuerpo. Sin embargo el que no se alimenta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo sufre de un hambre y de una sed infinitamente mayores, no del alimento material, sino del alimento que nutre la vida eterna, es decir, de la realización definitiva como hombre como ser humano. Por eso nosotros somos los que debemos de exclamar: «!Señor, danos siempre de ese pan!».

Revestirse del Hombre Nuevo

El texto de la carta de San Pablo, que escribe desde su cautiverio en Roma (61- 62 d.C), contiene una exhortación moral a los cristianos convertidos del paganismo para que vivan, no como los gentiles que andan en la vaciedad de los criterios, sino de acuerdo a la nueva condición humana, creada a imagen de Dios y plenamente manifestada en Jesucristo que le «manifiesta al hombre cómo ser verdaderamente hombre».

Una palabra del Santo Padre:

« Ante todo, nosotros somos un pueblo que adora a Dios. Adoramos a Dios que es amor, que en Jesucristo se entregó a sí mismo por nosotros, se entregó en la cruz para expiar nuestros pecados y por el poder de este amor resucitó de la muerte y vive en su Iglesia. Nosotros no tenemos otro Dios fuera de este.

Cuando la adoración del Señor es sustituida por la adoración del dinero, se abre el camino al pecado, al interés personal y al abuso; cuando no se adora a Dios, el Señor, se llega a ser adoradores del mal, como lo son quienes viven de criminalidad y de violencia. Vuestra tierra, tan hermosa, conoce las señales y las consecuencias de este pecado. La ’ndrangheta es esto: adoración del mal y desprecio del bien común. Este mal se debe combatir, se debe alejar. Es necesario decirle no. La Iglesia, que sé que está muy comprometida en educar las conciencias, debe entregarse cada vez más para que el bien pueda prevalecer. Nos lo piden nuestros muchachos, nos lo exigen nuestros jóvenes necesitados de esperanza. Para poder dar respuesta a estas exigencias, la fe nos puede ayudar. Aquellos que en su vida siguen esta senda del mal, como son los mafiosos, no están en comunión con Dios: están excomulgados.

Hoy lo confesamos con la mirada dirigida al Corpus Christi, al Sacramento del altar. Y por esta fe, nosotros renunciamos a satanás y a todas sus seducciones; renunciamos a los ídolos del dinero, de la vanidad, del orgullo, del poder, de la violencia. Nosotros cristianos no queremos adorar nada ni a nadie en este mundo salvo a Jesucristo, que está presente en la santa Eucaristía. Tal vez no siempre nos damos cuenta hasta el fondo de lo que esto significa, qué consecuencias tiene, o debería tener, esta nuestra profesión de fe.

Esta fe nuestra en la presencia real de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, en el pan y en el vino consagrados, es auténtica si nos comprometemos acaminar detrás de Él y con Él. Adorar y caminar: un pueblo que adora es un pueblo que camina. Caminar con Él y detrás de Él, tratando de poner en práctica su mandamiento, el que dio a los discípulos precisamente en la última Cena: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34). El pueblo que adora a Dios en la Eucaristía es el pueblo que camina en la caridad. Adorar a Dios en la Eucaristía, caminar con Dios en la caridad fraterna.».

Francisco. Misa en Marina di Sibari. Sábado 21 de junio de 2014.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. La dimensión social del cristianismo es obvia, pero nace de la fe en el Señor Jesús. Y se desvirtuaría si, separándola de la fe, se hiciese del cristianismo un supermercado gratuito o una ONG social. El «pan dado» sin la fe carece del sabor cristiano. La fe sin el «pan solidario» simplemente no tiene sabor. Los cristianos somos invitados a unir en nuestro fe a nuestro obrar. ¿De qué manera concreta vivo la dimensión social de mi fe?

2. Es evidente que la autoridad moral de la Madre Teresa de Calcuta o del recordado Juan Pablo II no provenía de sus cualidades humanas, sino de su fe auténtica. Una fe tan grande en Dios que era capaz de romper barreras y destruir muros. Una fe ardiente no se detenía por los obstáculos que pudiese encontrar. ¿Cómo vivo yo mi fe? ¿Qué puedo hacer para alimentarla?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 153-165.

Written by Rafael De la Piedra