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«El Hijo del hombre ha venido a dar su vida como rescate por muchos»

Domingo de la Semana 29ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 21 de octubre de 2018

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 35-45

«El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos», nos dice claramente el Señor Jesús en el Evangelio (San Marcos 10, 35-45). Jesús nos precede a todos en el servicio, realizando en sí la figura del Siervo de Yahveh, despreciado, marginado, hombre doliente y enfermo, que se da a sí mismo en expiación por su pueblo (Isaías 53, 2a.3a.10-11). Justamente asume así la figura del Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas porque ha sido tentado en todo como nosotros, excepto en el pecado (Hebreos 4, 14-16). 

«Despreciable y desecho de hombres»

El impresionante texto del profeta Isaías es el cuarto poema sobre el «Siervo del Señor». A diferencia de los anteriores poemas, se limita a narrar los sufrimientos del Siervo y el sentido último de los mismos. Lo que describe de manera impactante es la pasión, muerte y exaltación inaudita del Siervo. Todo el proceso se desarrolla a base de contrastes y paradojas entre lo que sufre el Siervo en el lugar de las otras personas. Irreconocible descripción de su estado externo, sufrimientos totalmente desmesurados por crímenes ajenos, proceso injusto, muerte ignominiosa propia de malvados. «Con sus llagas nos curó» (Is 53,5) corrige con audacia principios profundamente enraizados en la cultura religiosa antigua, y también en la del Antiguo Testamento.

El Servidor no responde «herida por herida» como permitía e incluso ordenaba la ley del talión (ver Éx 21,25) ; mucho menos trata de vengarse desproporcionadamente de la herida recibida (ver Gn 4,23-24) . Por el contrario, sorprendentemente sus propias heridas llevan la curación a un cuerpo cubierto de ellas, el cuerpo de Israel, así como cada uno de sus miembros. Al final, se da la explicación de lo inaudito: todo respondía al designio divino que es aceptado libremente por el Siervo. Sus sufrimientos y muerte han tenido un sentido redentor de expiación y salvación (han curado, perdonado y salvado a los verdaderos culpables): el triunfo final ha demostrado su inocencia y el sentido de sus sufrimientos. En el Nuevo Testamento, este cuarto canto del Siervo nos ayuda a entender mejor el sentido Reconciliador de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el Siervo de los siervos.

 Los hijos de Zebedeo

El Evangelio de hoy nos presenta uno de eso casos en que los apóstoles quedan «mal parados»; y, lamentablemente, no se salva ninguno de ellos. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercan al Maestro Bueno y le hacen un pedido. Manifiestan una ambición humana, pues están pensando en un reino terreno que ellos esperaban cuando Jesús, como Mesías prometido, se sentara en el trono del David. No sólo manifiestan ambición, sino también completa incomprensión del misterio y de la misión de Jesucristo. Cuando en la Sagrada Escritura el término «gloria» es aplicado a personas, expresa generalmente su riqueza o su posición destacada. En el Antiguo Testamento la «gloria de Dios» se manifiesta fundamentalmente en dos acontecimientos: el éxodo y el destierro. En el Nuevo Testamento se afirma que Jesús era la «gloria de Dios» que se había hecho visible en la tierra. «Nosotros hemos visto su gloria» escribe el apóstol San Juan.

Recordemos que el pasaje de esta semana se sitúa inmediatamente después del tercer anuncio de la Pasión de Cristo (ver Mc 10, 32-34). Este tercer anuncio llama la atención por lo detalles tan precisos de los acontecimientos que iban a suceder. Se nombra a Jerusalén como escenario de la Pasión y se dan en perfecto orden cronológico los hechos principales que la constituyen. Lejos de liberar a Israel del dominio extranjero para restaurar el reino terreno, Jesús anuncia que será «entregado a los gentiles» , es decir a los romanos y será sometido a muerte. Algunos Domingos atrás notábamos cómo después del segundo anuncio de su Pasión los apóstoles discutían sobre quién sería el mayor (ver Mc. 9,30-37). La repetición de la misma situación acentúa la incomprensión de los apóstoles.

«El cáliz que he de beber…»

Si bien Santiago y Juan le formulan un pedido al Maestro que denota una clara manifestación de ambición humana, los otros diez tampoco estaban exentos de esta incomprensión ante el mensaje de Jesús. Como que vemos dos niveles en lo que va siendo narrado por San Marcos. Los otros diez «empezaron a indignarse contra Santiago y Juan». De esa manera demuestran que esos puestos de poder y privilegio también eran deseados por cada uno para sí. No estaban dispuestos a cederlos a otro; la ambición era más fuerte que la amistad que los unía. En ese momento cada uno pensaba en su propio interés. ¡Qué frágiles pero cercanos se nos hacen estos sentimientos de los apóstoles!

Jesús, con admirable paciencia y cariño, trata de explicarles que esa petición está fuera de lugar, porque lo que realmente debían de querer era más bien beber el cáliz y ser bautizados con el mismo bautismo con que Él iba a ser bautizado. Éstas son expresiones idiomáticas que se usan para indicar una muerte trágica asumida con paciencia y abnegación. Es decir, lo que debían ambicionar era asumir la cruz y estar a su lado en sus sufrimientos. Para luego gozar con Él de su victoria ante la muerte. Y luego Jesús agrega una enseñanza que es como la esencia del Evangelio.

En el Antiguo Testamento el cáliz es símbolo tanto de gozo (ver Sal 23,5; 106,13) como de sufrimiento (ver Sal 75,9; Is 51, 17-22). Aquí la idea es la del sufrimiento redentor mesiánico. El cáliz es uno que bebe el mismo Jesús «yo bebo», como leemos en el original griego. El uso del presente indica que ya hay una experiencia ya comenzada durante toda su vida terrena. La figura del bautismo expresa la misma idea. El uso del simbolismo del agua para una calamidad es frecuente en el Antiguo Testamento (ver Is 43,2). Jesús va emplear la expresión para significar la muerte que debe de pasar: «Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!» (Lc 12,50).

La esencia del Evangelio

«El que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos». Jesús mismo se pone como modelo, describiendo su propia vida y misión. «Que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos». Esta frase es una de las más importantes en los Evangelios y parece estar tomada de la profecía que leemos en Isaías 53 acerca del Siervo de Yahveh. La palabra más importante en la frase es «lytron»: rescate. En el griego clásico, la palabra es usada generalmente en plural para designar el precio de redención de un cautivo; en los papiros, para designar el dinero por la libertad de los esclavos. En el Antiguo Testamento, cuando las palabras de esta raíz se empleaban en sentido religioso, significan la liberación realizada por Dios sin ninguna connotación de precio. Designa una cosa positiva por la que el hombre pasa a ser posesión de Dios (ver Est 13,9; Ex 6,6-8).

A la luz de lo dicho, la palabra «lytron» debe de significar el medio como se realiza la redención (reconciliación, liberación). Y se aplica, de hecho, a la muerte de Jesucristo que fue el precio que se pagó para poder reconciliarnos con el Padre en el Espíritu Santo. Los apóstoles finalmente comprendieron bien la enseñanza de Jesús y bebieron de su mismo cáliz. Por eso, no obstante, todo, son las columnas de la Iglesia. En efecto San Pablo afirma que su ideal no es poseer poder en esta tierra, sino «tener comunión con los padecimientos de Cristo hasta hacerse semejante a Él en su muerte» (Fil 3,10). Y San Juan nos enseña: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1Jn 3,16).

 «Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia»

Termina este largo comentario del Salmo 95 en la Carta a los Hebreos con un canto a la palabra de Dios, que es eficaz en el anuncio de la salvación, y al mismo tiempo es penetrante a la hora de discernir la actitud radical del corazón del hombre. Con este canto se cierra el elogio de Jesús en cuanto tiene una dignidad mayor que la de Moisés, y nos presenta a Jesús como el Sumo Sacerdote misericordioso e inocente, que nos comprende y nos ayuda.

En Heb 4,15-16 se inicia el tema que se relaciona con lo que leemos en Heb 2,17-18. La afirmación primera tiene una connotación afectiva no exenta de ternura: «tenemos un Sumo Sacerdote»; existe, es nuestro, está ahí para nosotros, a nuestro alcance. No es un Sumo Sacerdote que no tenga capacidad para comprender nuestras debilidades, pues Él mismo ha pasado por todas ellas a semejanza nuestra, aunque no le llevaron a pecar ni a apartarse de Dios, como nos ocurre a todos los demás. La semejanza no le exigió asumir el pecado. Esta realidad ha de movernos a acercarnos con libertad, sin miedo, a ese trono lleno de gracia, de donde brota el favor y la disposición para ayudarnos.

Una palabra del Santo Padre:

«La pobreza que le dio miedo a aquel muchacho tan generoso –había cumplido todos los mandamientos– y cuando Jesús le dijo: “Mirá, vendé todo lo que tenés y dáselo a los pobres”, se puso triste, le tuvo miedo a la pobreza. La pobreza, siempre tratamos de escamotearla, sea por cosas razonables, pero estoy hablando de escamotearla en el corazón. Que hay que saber administrar los bienes, es una obligación, pues los bienes son un don de Dios, pero cuando esos bienes entran en el corazón y te empiezan a conducir la vida, ahí perdiste. Ya no sos como Jesús. Tenés tu seguridad donde la tenía el joven triste, el que se fue entristecido. A ustedes, sacerdotes, consagrados, consagradas, creo que les puede servir lo que decía San Ignacio –y esto no es propaganda publicitaria de familia, no–, pero él decía que la pobreza era el muro y la madre de la vida consagrada. Era la madre porque engendraba más confianza en Dios. Y era el muro porque la protegía de toda mundanidad. ¡Cuántas almas destruidas! Almas generosas, como la del joven entristecido, que empezaron bien y después se les fue apegando el amor a esa mundanidad rica, y terminaron mal. Es decir, mediocres. Terminaron sin amor porque la riqueza pauperiza, pero pauperiza mal. Nos quita lo mejor que tenemos, nos hace pobres en la única riqueza que vale la pena, para poner la seguridad en lo otro.

El espíritu de pobreza, el espíritu de despojo, el espíritu de dejarlo todo, para seguir a Jesús. Este dejarlo todo no lo invento yo. Varias veces aparece en el Evangelio. En un llamado de los primeros que dejaron las barcas, las redes, y lo siguieron. Los que dejaron todo para seguir a Jesús. Una vez me contaba un viejo cura sabio, hablando de cuando se mete el espíritu de riqueza, de mundanidad rica, en el corazón de un consagrado o de una consagrada, de un sacerdote, de un Obispo, de un Papa, lo que sea. Dice que, cuando uno empieza a juntar plata, y para asegurarse el futuro, ¿no es cierto?, entonces el futuro no está en Jesús, está en una compañía de seguros de tipo espiritual, que yo manejo, ¿no?

Entonces, cuando, por ejemplo, una Congregación religiosa, por poner un ejemplo, me decía él, empieza a juntar plata y a ahorrar y a ahorrar, Dios es tan bueno que le manda un ecónomo desastroso que la lleva a la quiebra. Son de las mejores bendiciones de Dios a su Iglesia, los ecónomos desastrosos, porque la hacen libre, la hacen pobre. Nuestra Santa Madre Iglesia es pobre, Dios la quiere pobre, como quiso pobre a nuestra Santa Madre María. Amen la pobreza como a madre. Y simplemente les sugiero, si alguno de ustedes tiene ganas, de preguntarse: ¿Cómo está mi espíritu de pobreza?, ¿cómo está mi despojo interior? Creo que pueda hacer bien a nuestra vida consagrada, a nuestra vida presbiteral. Después de todo, no nos olvidemos que es la primera de las Bienaventuranzas: Felices los pobres de espíritu, los que no están apegados a la riqueza, a los poderes de este mundo».

Papa Francisco. Homilía domingo 29 de septiembre de 2015 en la Catedral de La Habana.

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Leamos y meditemos todo el pasaje de Isaías 53, a la luz de lo leído de la lectura del Evangelio.

2. «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos». ¿Cómo vivo esta realidad de manera concreta? ¿La vivo de verdad?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 440. 786. 1897-1904.

Written by Rafael De la Piedra