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Alertan de una tendencia «global»: el 80% de la persecución religiosa es contra los cristianos

Cien millones de seguidores de Jesucristo sufren por su credo en 50 países del mundo. Las matanzas contra estos creyentes en estados musulmanes se han convertido, advierten, en un fenómeno en alza y un feligrés muere ya cada hora.

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La noticia, triste noticia, es que la muerte violenta de un cristiano por el mero hecho de serlo ya no lo es. No salta a la actualidad, no sacude, no remueve, no conmueve. Quien denuncia es Javier Rupérez, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, que publica un interesante estudio en el último número de Papeles FAES y que lleva por título «La persecución de los cristianos en el siglo XXI».

Se habla mucho todavía de persecución sexual, política y racial, pero… ¿se aborda suficiente la religiosa? Y dentro de esta insidia, ¿se conocen datos como que en la última década se han producido 10.000 asesinatos al año de cristianos en razón a su credo? La estadística, aunque fría, se traduce en la estremecedora realidad deun cristiano muerto cada hora del último decenio. Hay instituciones, como el Centro para el Estudio de la Cristiandad del Seminario Teológico Gordon Conwell situado en Massachusetts, que multiplican ese dato por diez.

Rupérez, miembro del Patronato de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, parte de varios sucesos acaecidos en este lustro más reciente y que sí tuvieron «la fortuna» de recalar en las primeras planas de los rotativos e informativos: la matanza en 2008 en el Estado indio de Orissa, donde los ataques contra la población cristiana local por parte de la formación nacionalista hindú «Vishua Hindu Parishad» cercenaron la vida a 57 personas, la mayoría de ellas quemadas vivas. Mientras, decenas de mujeres eran violadas ante la mirada atónita del mundo. 50.000 ciudadanos que profesan la fe del Evangelio de Cristo en este lugar huyeron a otro lugar para no correr la misma mala suerte.

En 2010, en uno de los mayores infiernos del planeta para un católico como es Irak, se produjo una matanza a manos de la organización afiliada a Al Qaida, «El Estado Islámico de Irak», que para desalojar del país cualesquiera otra creencia que no sea la musulmana asaltó una iglesia y mantuvo como rehenes a decenas de fieles cristianos. Los atacantes se inmolaron con cinturones explosivos para acabar con su vida, a la vez que lo hacían con la de 52 personas más.

Y, en tercer lugar, recuerda la de septiembre de 2013 cuando en Nigeria la organización islamista radical «Boko Haram» (cuyo nombre se traduce como «la educación occidental es un pecado») dejó un reguero de sangre en una población del nordeste del país africano. Se encontraron 142 cadáveres de personas de confesión cristiana. Uno días después ardían más de cien casas de la misma localidad.

Alertan de una tendencia «global»: el 80% de la persecución religiosa es contra cristianos

Las preguntas al recorrer este manto de dramáticos hechos son obvias: ¿su delito? No se les conoce otro que creer y seguir a Jesucristo, dicta Rupérez en este estudio. «Estaban estigmatizados a los ojos de sus asesinos: eran cristianos y a tales efectos daba lo mismo que la obediencia fuera a la Iglesia latina de Roma, a la asiria de Bagdad o a otras ramas en las que se diversifica el protestantismo», completa. ¿Las motivaciones? «Estas muestras de vesania anticristiana encuentran su asiento en países y regímenes que tienen el ateísmo por creencia estatal y la persecución religiosa como norma», reseña el autor de este exhaustivo trabajo. Las aspiraciones para asesinar a cristianos suelen ser dos: se quiere eliminar otra forma de culto religioso que no sea la islámica o hinduista o, al menos, desplazarla, erradicarla de un lugar y mandarla a otro. Si no se consigue, al menos se pretende «limitar los ritos cristianos y colocar al cristianismo en un nicho de incomodidad».

Lugares del crimen

¿La moraleja? El autor de estos papeles alerta al mundo de que no se trata de hechos puntuales, sino que lo enmarca en una tendencia global, generalizada (lo que precisamente la condena al ostracismo y la indiferencia del respetable) que «no debe ser entendida como una manifestación aislada o insignificante», porque ya recorre el mapamundi de extremo a extremo. A este respecto, realiza un recorrido por los lugares del «crimen», aquellos donde la persecución a los católicos está siendo más acuciante. De la mano del informe del Congreso de los Estados Unidos sobre la libertad religiosa internacional o «International Religious Freedom Act» fechado este año dictamina que son especialmente preocupantes los estados que integran esta lista: Birmania o la antigua Myanmar, China, Egipto, Eritrea, Irán, Irak, Nigeria, Corea del Norte, Pakistán, Arabia Saudí, Sudán y las exrepúblicas postcomunistas del área soviética, además de Vietnam, Afganistán, Cuba, la India, Indonesia y Laos. Sorprende que en otras tablas que maneja se introduzca un país de tradición netamente católica, como Colombia.

Si hay un infierno para un católico, ése es Corea del Norte

En todos los países citados se identifica «la blasfemia» como la forma penal de condena (incluso a muerte) para todos los que osen manifestarse en público a favor de una convicción diferente a la «oficial» del país, que suele coincidir con el islam. También prohíben, coartan y controlan la práctica de religiones distintas a la islámica, incluso en privado.

Un éxodo de proporciones bíblicas

Sirva el dato que desglosa el especialista: en Irak, el éxodo de los cristianos ha mutilado a la población cristiana de 1,4 millones en el año 1987 a menos de medio millón en 2011. Con un evocador juego de palabras, Rupérez pone el foco en que la diáspora en este lugar donde «se establecieron los cristianos poco tiempo después de la muerte de Jesucristo y desde luego mucho antes del establecimiento del islam en la región ha cobrado proporciones bíblicas». Se intenta « borrar su rastro de la faz de la Tierra con el designio criminal», establece.

Los expertos tampoco albergan dudas de que si hay un lugar que representa la pesadilla religiosa ése es Corea del Norte. El estudioso de este fenómeno persecutorio lo retrata de una forma muy gráfica: este país «se ha convertido en un gigantesco «gulag» sin salida para cualquier ciudadano que asome una brizna de disidencia».

De los 50 países donde se persigue a cristianos, 39 tienen mayoría musulmana

De la lista que confecciona Open Doors (una organización americana protestante dedicada al seguimiento de este acoso a la fe en el mundo) se incluye a 50 países del globo donde se persigue a los cristianos; en 39 de ellos la población es mayoritariamente musulmana y se rigen por la «sharia» como ley estatal. Cabe preguntarse, advierte el escritor, si con sus malas artes contra los cristianos se busca ganar adeptos a su causa particular.

En otras cifras que dibujan el mismo hecho, en la actualidad el 75% de la población mundial está viviendo en países con serias restricciones al ejercicio de la libertad religiosa y cien millones de cristianos (el 5% del total) padecen persecución en esos países. Otra entidad, la ONG Society for Human Rights de Fráncfort, calcula que el 80% de la discriminación religiosa en pleno siglo XXI se enfoca contra los cristianos.

El odio anticristiano se ha venido apercibiendo por parte de los mayores representantes de la Iglesia romana, como Benedicto XVI, que advirtió en diciembre de 2010, todavía como Sumo Pontífice, que la persecución contra los cristianos, lo mismo que la de otros grupos religiosos por el simple hecho de creer, es «intolerable, y representa un insulto a Dios, a la dignidad humana y una amenaza contra la paz y la seguridad». El Papa Farncisco también se expresó con inquietud por matanzas como la de Peshawar (Pakistán), en septiembre de 2013, con el resultado de 85 católicos muertos. «Tantos cristianos en el mundo están sufriendo. ¿Me deja indiferente o me afecta como miembro que soy de la misma familia cuando tantos hermanos están dando su vida por Jesucristo?».

Recuerda el Papa Bergoglio aquellas memorables frases del pastor protestante Martin Niemöller en un sermón de la Renania en plena postGuerra Mundial 1946 que le dio fama en los ochenta: «Primero vinieron a buscar a los comunistas, y no dije nada porque no era comunista. Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos, y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí, pero para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada».

Entre las manifestaciones más acaloradas, Rupérez se retrotrae a la de la escritora Aayan Hirsi Ali en el semanal americano «Newsweek», quien no tuvo ambages en tildar de «genocidio» la sangrienta «cristofobia» que actualmente recorre naciones musulmanas. Y para darle el alcance y la envergadura al hecho denunciado dejó sobre el tapete de las conciencias una espinosa duda: dilucidar si la persecución a los cristianos tiene algo de comparable con el Holocausto de la Alemania nazi contra las raíces judías.

No es baladí para el autor, que se ancla en otras manifestaciones de expertos en el tema y no tiene peros en situar a los cristianos como la comunidad más perseguida en estos momentos en el mundo. «Constituyen en muchos países un grupo amenazado, urgentemente necesitado de protección y ayuda», colige. Y remacha su mensaje preñado de incertidumbre lanzando, de forma intrínseca, un deber a todos los lectores, al margen de su credo: «No tenías que ser judío en los años 70 para estar preocupado por los judíos disidentes en la Unión Soviética; no tenías que ser negro en los 80 para sentirte afectado por el «apartheid» en Suráfrica; y de la misma manera no tienes que ser un cristiano hoy en día para reconocer que los cristianos son el grupo religioso más perseguido en el planeta» (palabras escritas por John Allen en el National Catholic Reporter).

A tales efectos y de acuerdo con las urgentes conclusiones que extrae Javier Rupérez, todos los Estados como tales deben «exigir consecuencias en el mantenimiento de las relaciones bilaterales con los gobiernos que persiguen a los cristianos o limitan la libertad religiosa». «Tienen que elevar su voz y hay que interpelar vivamente a la UE en todos sus niveles, Naciones Unidas, la Conferencia Islámica…» y cuantas organizaciones supranacionales sea preciso para dar un giro a la situación.

 

Written by Rafael De la Piedra