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El Papa: no hay futuro para el pueblo sin el encuentro entre generaciones

La plaza de san Pedro ha sido protagonista una vez más del abrazo entre el Benedicto XVI y el Papa Francisco. La ocasión ha sido la Jornada de la tercera edad. Ancianos y abuelos procedentes de más de 20 países han compartido la mañana de este domingo, dando testimonio de una vida plena, feliz y al servicio de los demás. En esta Jornada llamada «La bendición de la larga vida» y organizada por Pontificio Consejo de la Familia ha sido una oportunidad para escuchar los testimonios de abuelos que han encontrado en el «ser abuelos» una verdadera vocación. Dejando de lado el miedo por hacerse mayor o sentirse inútil, estos ancianos han proclamado la alegría de ser mayor.

La música y las canciones para animar esta fiesta, como no podía ser de otra manera, ha estado a cargo de cantantes con cabellos grisáceos. El encargado de entonar la primer canción, ha sido el conocido italiano Andrea Bocelli, con su conocido tema «Con te partirò». A las 10.30 de este mañana, XXVI Domingo del Tiempo ordinario, el papa Francisco ha presidido en el sagrato de la Basílica Vaticana, la santa misa por los ancianos y abuelos que participan en el encuentro «La bendición de la más larga de la vida», promovido por el Consejo Pontificio para la Familia. Han concelebrado con el Santo Padre cientos de sacerdotes ancianos procedentes de distintas partes del mundo.

Ciudad del Vaticano, 28 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre.

El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de fe y de esperanza.

María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha manifestado la misericordia de Dios, y, junto a con su esposo Zacarías, está en espera de un hijo desde hace seis meses.

También en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida.

La Primera Lectura recuerda de varios modos el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban con gratitud el testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a quien te ha transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está en los cielos.

Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse de sus padres, casi de «liberarse» del legado de la generación anterior. Es como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si después no se recupera el encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio fecundo entre las generaciones, se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y la libertad que prevalece en la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se convierte en autoritarismo.

El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la llevó a su plenitud. El Señor ha formado una nueva familia, en la que, por encima de los lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir la voluntad de Dios Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el amor a los padres, hermanos y abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es Pastor, y por tanto padre de la comunidad, que se respete a los ancianos y a los familiares, y exhorta a que se haga con actitud filial: al anciano «como un padre», a las ancianas «como a madres» (cf. 1 Tm 5,1). El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, sino que, por el contrario, la caridad de Cristo le insta a hacerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun habiéndose convertido en la Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que en ella se está encarnando, a ir de prisa hacia su anciana pariente.

Volvamos, pues, a este «icono» lleno de alegría y de esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en la casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las palabras del Salmo Responsorial de hoy: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud… No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones… Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal 70,9.5.18). La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías ha enriquecido su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos de la fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de él proviene: esto es lo que necesita el mundo en todos los tiempos. María supo escuchar a aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría, y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre.

Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre jóvenes y ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.

(28 de septiembre de 2014) © Innovative Media Inc.

 

Written by Rafael De la Piedra