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«Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» adviento Full view

«Estad en vela, pues, orando en todo tiempo»

Domingo de la Semana 1ª del Tiempo de Adviento. Ciclo C
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 21, 25-28.34-36

Con el primer Domingo de Adviento iniciamos un nuevo año litúrgico (ciclo C). El Adviento es el tiempo que nos hace vivir la venida de Cristo y nos recuerda que estamos en la «plenitud de los tiempos» . El primer Domingo de Adviento en los tres ciclos litúrgicos pone ante nuestros ojos la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, y así se relaciona con los últimos Domingos del año, en que meditábamos sobre el fin de la historia y su recapitulación en Jesucristo. Nos dice el Santo Padre: «el año solar está así traspasado por el año litúrgico, que en cierto sentido reproduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención, comenzando por el primer Domingo de Adviento y concluyendo con la solemnidad de Cristo Rey y Señor del universo y de la historia» .

Todas las lecturas nos remiten a una realidad futura. «Vienen días», leemos en la Primera Lectura ( Jeremías 33, 14-16), «en que haré brotar para David un Germen justo». Jesús, en el discurso escatológico de San Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. En la primera carta a los Tesalonicenses, San Pablo les exhorta a estar preparados para la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos (primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses 3,12- 4,2).

 «Motus in finem velocior»

El tiempo parece adquirir mayor celeridad a medida que pasan los años. Es opinión común que el correr del tiempo lo percibe más claramente un adulto o un anciano que un niño. En ciertos momentos en que las circunstancias obligan a recapacitar sobre el tiempo, por ejemplo, cuando recurre el aniversario de un hecho, es frecuente escuchar a las personas mayores decir: «Parece que fue ayer cuando ocurrió ese hecho». Es porque cuando falta poco para llegar al fin de una cosa el movimiento parece precipitarse hacia él. Esto lo expresaba magistralmente Santo Tomás de Aquino en una de sus frases lapidarias: «Motus in finem velocior» (el movimiento en la proximidad del fin se hace más veloz). En estos últimos años, en el espacio de nuestra vida, los cambios en el mundo se han vuelto vertiginosos. Ya casi no se puede imaginar una velocidad mayor. Es oportuno pensar en la aceleración que precede al fin.

Justamente el Evangelio nos indica las «señales» que anticiparán ese fin: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas… morirán los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas». Podemos decir: no sólo sacudidas, sino que pasarán. Entonces ocurrirá el hecho asombroso: «Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran fuerza y gloria». Vendrá una fuerza mayor que las fuerzas de los cielos. Es la Parusía , la venida final de Cristo. Este hecho será horroroso para unos, y será gozoso para otros. Entre éstos últimos se cuentan los apóstoles y los que creen en Jesús y lo aman.

A éstos les dice: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación (redención)». El hombre, aun el más fiel a Dios, vive herido por el pecado y sometido a diversas influencias y poderes terrenos. Entonces será liberado y podrá vivir plenamente en la libertad de los hijos de Dios. Todo esto ocurrirá cuando vuelva Cristo, cuya venida anhelamos con intenso amor. El tiempo de Adviento tiene la finalidad de mantener viva esta esperanza.

El Señor indica en seguida cuál debe ser el espíritu en que hay que vivir el Adviento. Todo debe estar marcado por la expectativa de Cristo. Por eso advierte: «Que no se hagan pesados vuestros corazones». Y enumera tres cosas que distraen de la espera del Señor: «el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida». Quien vive en el libertinaje, en la disolución de las costumbres y en la promiscuidad sexual, quien vive enajenado por el alcohol o la droga, quien vive preocupado por adquirir siempre más bienes de esta tierra encandilado por el espejismo del consumismo y de los negocios de este mundo, está distraído y no espera la venida del Señor. Sobre éstos «vendrá el Día de improviso, como un lazo, porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra». Jesús habla de un momento de la historia, un momento preciso que vendrá y que Él llama simplemente «el Día». Ese Día tiene una sola característica cronológica cierta: ¡está cada vez más cerca!

Por eso Jesús propone otra serie de advertencias, esta vez en modo positivo: «estad en vela, orando en todo momento». Esta es la actitud propia del Adviento. El tiempo del Adviento debe ser un tiempo de penitencia y de sobriedad en el uso de los bienes de este mundo para que no nos distraigan con su engañador brillo y se vuelva pesado nuestro corazón. Debe ser un tiempo de oración en que digamos constantemente a Cristo: «¡Ven, Señor Jesús!». Jesús no se contenta con recomendarnos la oración en algunos momentos del día, sino «en todo momento». El Adviento debe despertar en nosotros esta expectativa con respecto a Cristo y a su venida. Si lo esperamos de esta manera -nos dice Jesús- «podréis estar en pie delante del Hijo del hombre».

«El amor de unos con otros»

Termina San Pablo su primera carta a los hermanos de Tesalónica con una reiterada acción de gracias, un deseo y una súplica. Acción de gracias porque está completamente seguro de que las buenas noticias que le han hecho vivir de nuevo no serían tales sin la intervención de Dios. Un deseo ardiente de volver a verlos porque, a pesar de que la comunidad se mantiene en la fe y progresa en el amor, resta aún mucha tarea por hacer. Y una súplica en la que San Pablo, ya desde su primera carta, quiere dejar bien claro cuál es lo más importante en la vida cristiana: no otra cosa sino «progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros».

Para Pablo le queda absolutamente claro que ese amor bebe directamente del amor de Jesús por nosotros. Un amor desinteresado, comprometido y práctico que no suponga en ningún caso una huida de los problemas concretos del mundo presente, sino que los asuma plenamente. Es, en última instancia, el amor vivido en obras (ver Mt 25,31-46) y que en el día del encuentro final se constituirá en juez único e inapelable del hombre y de la historia. Solamente la sobreabundancia del amor fraterno podrá hacer fuerte «el corazón» de aquellos que serán encontrados santos e irreprochables (intachables, impecables, probos, limpios) ante Dios.

 Memoria y profecía

Estas dos palabras, sintetizan toda la concepción cristiana del tiempo y de la historia. Cuando habla de tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del Evangelio según San Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su Pasión, Muerte y Resurrección ha inaugurado los últimos tiempos, del que los cristianos participan ya en cierta manera.

Pero los cristianos no somos hombres del pasado. Desde la vida presente echamos también una mirada hacia el futuro, ese futuro encerrado en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (Resucitado) y degollado (Pasión y Muerte) puede abrir y leer (ver Ap. 5). ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). Desde una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo, el Hijo del hombre, que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor.

https://www.youtube.com/watch?v=X9wGCS1ikXM

Una palabra del Santo Padre:

« La intervención de Dios en favor de nuestra perseverancia hasta el final, hasta el encuentro definitivo con Jesús, es expresión de su fidelidad. Es como un diálogo entre nuestra debilidad y su fidelidad. Él es fuerte en su fidelidad. Y Pablo dirá, en otro pasaje, que él —él, Pablo mismo— es fuerte en su debilidad. ¿Por qué? Porque está en diálogo con la fidelidad de Dios Y esta fidelidad de Dios nunca decepciona. Él es fiel ante todo a sí mismo, por lo tanto la obra que inició en cada uno de nosotros, con su llamada, la conducirá a cumplimiento.

Esto nos da seguridad y gran confianza: una confianza que se apoya en Dios y solicita nuestra colaboración activa y valiente, ante los desafíos del momento presente. Vosotros sabéis, queridos jóvenes universitarios, que no se puede vivir sin mirar a los desafíos, sin responder a los desafíos. Quien no mira los desafíos, quien no responde a los desafíos, no vive. Vuestra voluntad y vuestras capacidades, unidas al poder del Espíritu Santo que habita en cada uno de vosotros desde el día del Bautismo, os permiten ser no espectadores, sino protagonistas de los hechos contemporáneos. Por favor, no miréis la vida desde el balcón. Implicaos allí donde están los desafíos, que os piden ayuda para llevar adelante la vida, el desarrollo, la lucha en favor de la dignidad de las personas, la lucha contra la pobreza, la lucha por los valores y tantas luchas que encontramos cada día.

Son diversos los desafíos que vosotros, jóvenes universitarios, estáis llamados a afrontar con fortaleza interior y audacia evangélica. Fortaleza y audacia. El contexto socio-cultural en el cual estáis insertados, a veces está cargado de mediocridad y aburrimiento. ¡No hay que resignarse a la monotonía del vivir cotidiano, sino cultivar proyectos de amplio respiro, ir más allá de lo ordinario: ¡no os dejéis robar el entusiasmo juvenil! Sería un error también dejarse aprisionar por el pensamiento débil y por el pensamiento uniforme, el que homologa, así como por una globalización entendida como homologación. Para superar estos riesgos, el modelo a seguir no es la esfera. El modelo que hay que seguir en la globalización auténtica —que es buena— no es la esfera, en la que se nivela cada relieve y desaparece cada diferencia; el modelo, en cambio, es el poliedro, que incluye una multiplicidad de elementos y respeta la unidad en la variedad. Al defender la unidad, defendemos también la diversidad. Por el contrario esa unidad no sería humana.

El pensamiento, de hecho, es fecundo cuando es expresión de una mente abierta, que discierne, siempre iluminada por la verdad, por el bien y por la belleza. Si no os dejáis condicionar por la opinión dominante, sino que permanecéis fieles a los principios éticos y religiosos cristianos, encontraréis la valentía de ir también a contracorriente. En el mundo globalizado, podréis contribuir a salvar la peculiaridad y las características propias, pero tratando de no bajar el nivel ético. En efecto, la pluralidad de pensamiento y de individualidad refleja la multiforme sabiduría de Dios cuando se acerca a la verdad con honestidad y rigor intelectual, cuando se acerca a la bondad, cuando se acerca a la belleza; así cada uno pueda ser un don en beneficio de todos.

Que el empeño de caminar en la fe y de comportaros de manera coherente con el Evangelio os acompañe en este tiempo de Adviento, para vivir de modo auténtico la conmemoración del Nacimiento del Señor. Os puede ayudar el hermoso testimonio del beato Pier Giorgio Frassati, que decía —un universitario como vosotros—, decía: «Vivir sin una fe, sin un patrimonio que defender, sin sostener en una lucha continua la verdad, no es vivir sino ir tirando. Nosotros no debemos nunca ir tirando, sino vivir». (Carta a I. Bonini) 27.ii.1925. ¡Gracias y buen camino hacia Belén!».

Francisco. I Domingo de Adviento. Sábado 30 de noviembre de 2013

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Leamos y meditemos: «Los que aman a Dios se regocijan al ver llegar el fin del mundo, porque encontrarán pronto aquella patria que aman, cuando haya pasado aquel mundo al que no se sienten apegados. Quiera Dios que ningún fiel que desea ver a Dios se queje de las pruebas de este mundo, ya que no ignora la caducidad de este mundo. En efecto, está escrito: “El que ama a este mundo es enemigo de Dios”. Aquel, pues, que no se alegra de ver llegar el fin de este mundo es su amigo y por lo tanto, enemigo de Dios», San Gregorio Magno.

2. ¿Cómo voy a vivir mi Adviento? El Señor me invita a rezar ¿Cómo puedo mejorar la vida de oración en mi familia? Pongamos medios concretos y sencillos: rezar antes de ingerir los alimentos, rezar el rosario, rezar en las mañanas, etc. ¿Es muy difícil hacer esto?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1817 – 1821. 2730. 2733. 2848 – 2849.

Written by Rafael De la Piedra