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«Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto»

Sagrada Familia: Jesús, María y José. Ciclo A
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 13 – 15. 19-23

En esta Fiesta de la Sagrada Familia vemos como en la primera lectura del libro del Eclesiástico (Eclesiástico 3,2-6.12-14) nos da consejos muy claros y directos sobre la honra que se debe de tener hacia los padres. En toda la tradición judía es un deber religioso guardar un profundo respeto hacia los padres. El Salmo Responsorial 128 (127) nos muestra todas las bendiciones que Dios derrama sobre la familia especialmente del hombre que teme a Dios. En la carta a los Colosenses (Colosenses 3,12-21), San Pablo demuestra de manera clara y concreta cómo se debe de vivir el amor cristiano, especialmente en el seno familiar.

Finalmente, el Evangelio según San Mateo (San Mateo 2, 13 – 15. 19-23) nos manifiesta cómo la amorosa providencia va guiando y protegiendo a la Sagrada Familia. San José cumple prontamente el mandato del Ángel del Señor ya que para proteger a su familia se ve forzado a emigrar a Egipto y, finalmente se establece con su familia, años más tarde, en Nazaret, Galilea. De una manera misteriosa todas las profecías del Antiguo Testamento se van cumpliendo una a una en la Sagrada Familia.

La Sagrada Familia de Nazaret

Este viernes 30 de diciembre se celebra la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. La institución de esta fiesta litúrgica remonta solamente al año 1921 y su ubicación en este momento cercano a la Navidad es recién del año 1969 y obedece al propósito de darle mayor importancia. Para nadie es novedad que la familia ha sufrido en este último tiempo una crisis y un deterioro muy grave en nuestra sociedad. Ante esta situación, la Iglesia nos recuerda que el Hijo de Dios se encarnó y nació en el seno de una familia, para enseñarnos que la familia es la institución dispuesta por Dios para la venida a este mundo de todo ser humano.

El Evangelio nos muestra cómo el Hijo eterno de Dios, se hizo hombre y nació de una mujer en el seno de una familia normal y estable. La familia es lo más grande que todo hombre posee. Nos impresionamos cuando ¬vemos que el Hijo de Dios nació en la pobreza más extrema -más aun, en el lugar reservado a los animales-, porque no había lugar para él en este mundo. Pero inmediatamente nos consolamos al observar que él contaba, en cambio, con una riqueza mucho mayor, a saber, el amor infinito de su madre María y de su querido padre San José. Y es que ninguna pobreza es tan extrema para una familia unida en la cual reina el amor.

Por cuatro veces se repite, con clara insistencia, la expresión que demuestra que José asumió su rol de esposo de María y padre del niño Jesús, y que los tres formaban un verdadero «cenáculo de amor». El mismo Ángel del Señor, que ya le había dicho que tomara consigo a su esposa, se aparece a José en sueños por dos veces y le ordena: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto… levántate, toma contigo al niño y a su madre y vuelve a Israel…». Y otras dos veces se dice que José cumplió la orden: «Levantándose de noche, tomó consigo al niño y a su madre y huyeron a Egipto… levan-tándose, tomó consigo al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel». El mismo Ángel le avisa en sueños que se retire a la región de Galilea, y José así lo hace estableciéndose en Nazaret.

En el Evangelio de hoy queda claro que quien conduce los destinos de esta familia es Dios mismo. Pero no lo hace sino por medio de José a quien da las instrucciones en sueños. Es otra lección divina sobre el valor de la familia. En efecto, aunque esta familia esté integrada por su propio Hijo y por su santísima Madre, Dios respeta la jerarquía propia de la familia, que él mismo estableció y que San Pablo formula así en la carta a los Colosenses: «Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor… Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor» (Col 3,18.20).

Finalmente leemos en el texto evangélico la fórmula: «Ocurrió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta…». Esta fórmula es típica de San Mateo. Pero no debe entenderse como si los personajes del Evangelio estuviesen actuando conforme a un libreto preestablecido que ellos tienen que interpretar. En realidad, lo que ocurre es que el Evangelista, al exponer los hechos de la vida de Jesús, evoca algún texto del Antiguo Testamento que en Jesucristo encuentra su sentido pleno. Especialmente significativo resulta el prime¬ro de estos textos, que San Mateo aplica a Jesús: «De Egipto llamé a mi Hijo». El texto del Antiguo Testamento está tomado del profeta Oseas; allí Dios se refiere a todo el pueblo de Israel: «Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo» (Os 11,1). El Evangelista, que conoce todo el desarrollo de la vida y enseñanza de Jesús y sabe que él es el Hijo unigénito de Dios, de una sustancia con el Padre, interpreta esas palabras en un sentido pleno como referidas a Jesús.

Honra a tu padre y a tu madre…

En la tradición judía del Eclesiástico y en el cumplimiento cristiano, según la carta de San Pablo a los Colosenses, vemos la naturaleza religiosa del respeto y de la reverencia filial hacia los padres naturales. En la tradición judía los padres debían ser honrados y temidos, sobre todo por ser los transmisores de la Ley de Dios a sus hijos. De hecho, en el cuarto Mandamiento, el verbo usado para hacer referencia a los padres, al honor, se utiliza también en otros textos de las Escrituras, tales como Isaías 29, para referirse a Dios. Esto implica un motivo sobrenatural más alto por las dos partes, para los hijos que honren a sus padres y también, para los padres, un papel más importante hacia sus hijos que la generación natural.

San Pablo es muy sucinto; hay deberes cristianos hacia el marido y la esposa, así como hacia los padres y hacia los hijos. El cumplimiento de estos deberes agrada a Dios. Esto mismo lo expresaba Israel en su poesía, como se canta en el Salmo que se recita en la liturgia de este día: «Dichoso el hombre que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128). ¿En qué consiste esa dicha? Lo dice el mismo salmo: «Tu mujer como vid fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa». Esta es la descripción de un ambiente familiar sano, en que los hijos numerosos y llenos de vida rodean a sus padres. El Salmo agrega: «Esta es la bendición del hombre que teme al Señor». Es decir, gozar de una vida familiar plena

«El futuro de la humanidad se fragua en la familia»

Jesucristo fue engendrado, dado a la luz y educado en el seno de una familia. Y quiso reivindicar este derecho para todo ser humano que viene a este mundo. Por eso enseñó que la unión entre un hombre y una mujer es indisoluble. Así está escrito en la naturaleza creada por Dios y el «hombre no puede separar lo que Dios ha unido». El ser humano tal como ha sido creado por Dios tiene derecho a nacer de padres tan unidos que sean «una sola cosa» y a desarrollarse en una familia estable; negarle este derecho es una injusticia. Es inútil y antinatural engañarse, llamando «familia» a algo que no lo es. La familia es el grupo humano nacido de la unión indisoluble entre un hombre y una mujer.

Pensar lo contrario es hacer «una caricatura» de lo que Dios ha querido para el hombre y para la mujer. Romper esta unión es destruir la familia porque se la priva de su fundamento. El divorcio con disolución de vínculo es algo que el hombre no puede hacer, porque estaría rompiendo lo irrompible. Pretenderlo, de todas maneras, es un acto de violencia contra el cónyuge, contra los hijos y contra toda la sociedad. Nadie, en su sano juicio, va buscar el bien de algo destruyéndolo. Esto lo podemos aplicar al vínculo matrimonial, aunque nos cueste aceptarlo.

Una palabra del Santo Padre:

«Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias. Es más, podemos decir que la vida de la familia es un conjunto de pequeñas y grandes peregrinaciones.

Por ejemplo, cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones, y esta es una peregrinación, la peregrinación de la educación a la oración. Y también nos hace bien saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente han rezado cantando con las palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (122,1-2).

Qué importante es para nuestras familias peregrinar juntos, caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, –como hicieron Elcaná y Ana, José y María– para que sea él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña en la peregrinación de todos los días.

Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. También forman parte de la peregrinación de la familia estos momentos que, con el Señor, se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo, de demostrar el amor y la obediencia.».

Papa Francisco. Fiesta de la Sagrada Familia. 27 de diciembre de 2015.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Hagamos un sincero examen de conciencia a partir de la lectura de la Carta a los Colosenses.

2. ¿Qué puedo mejorar en mi familia para que pueda vivir el mismo espíritu de la «Familia de Nazaret»?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2196- 2233.

Written by Rafael De la Piedra