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Acerca del Celibato Sacerdotal

Luego que uno ve las fotos y videos del escándalo suscitado por la falta frente al compromiso adquirido por el P. Alberto Cuité, sacerdote de la Arquidiócesis de Miami, con respecto al celibato en su sacerdocio, son muchas las personas que hablan del tema de moda: el celibato de los sacerdotes. Gente a favor y en contra; gente con experiencia y conocimiento y otros que sin ningún tipo de conocimiento hablan porque no quieren quedarse callados. Y así, como que nos vemos expuestos a la vez a mucha información y desinformación; a muchas opiniones y verdades; a muchas especulaciones y versiones oficiales. Frente a lo cual no pocos nos quedamos desconcertados. Y nos quedamos con más dudas que certezas. Por eso, es bueno, en especial en momentos como estos, aferrarnos a las verdades sólidas que nos darán firmeza. Porque como dice el Señor, «la verdad te hará libre».

Pero ¿Cuál es la verdad aquí? Es lo que trataremos de presentar; y lo haremos de un modo práctico. Seguiremos las preguntas y cuestionamientos que hemos visto estos días se han hecho frente al celibato y presentaremos a ello respuestas. Entonces, empecemos.

Lo que ha mostrado esta actitud del sacerdote de Miami ¿Manifiesta que el celibato no sirve?

No. Ha mostrado una actitud particular que está en desacuerdo con la conducta que hay que tener en el sacerdocio y a la que este sacerdote libremente se comprometió. Sería un error lógico generalizar, a partir de este caso, que el celibato es el problema; es lo que comúnmente se llama falacia de sobre generalización. Que uno del grupo realice algo no quiere decir por conclusión que todos lo deban realizar; que uno del grupo tenga un problema no significa que todos tengan que tenerlo. La actitud errada de este cura sólo muestra lo que este sacerdote vivía y sus opciones personales. Pero ¿Por qué la Iglesia obliga a algo que muchos no quieren?

La Iglesia, como cualquier institución, tiene sus reglas; reglas que además es importante notar (como lo veremos más adelante), son de inspiración divina, pues la Iglesia si bien es humana por sus miembros, es santa por estar fundada y asistida por Dios.

Estas reglas las saben los candidatos al sacerdocio a las cuales, libremente se comprometen sabiendo lo que ello implica. Hay siempre un riguroso examen para ver las intenciones, conocimiento y voluntad de los candidatos con respecto al celibato y a cada una de las reglas con respecto al sacerdocio. El candidato al sacerdocio sabe bien lo que significa el celibato; sabe que es para siempre. Y así, libre y conscientemente lo asume y acepta. No hay coacción alguna. Por ende, uno que libremente se comprometió al algo, sabe que lo debe vivir fielmente siempre. Y sabe, cuando no lo cumple, que está en falta frente a lo que se comprometió.

Esta norma se aplica a todo en la vida: al sacerdocio, al matrimonio, a los negocios, contratos y cualquier empresa humana. Es algo bastante sencillo de entender: fundarnos en la palabra dada como garantía de seguridad en el tiempo. Su incumplimiento, en cualquier ámbito, implica una infidelidad y por ende unas consecuencias y en algunas ocasiones unas penas. Si un candidato al sacerdocio no quisiera el celibato, primero él mismo no se comprometería libremente y a la vez, no sería aceptado al sacerdocio. Por ello el que incumple esta norma o se equivocó y fue infiel lo sabe bien.

Ahora bien ¿Acaso la Iglesia no inventó el celibato para tener más poder?

La respuesta es no. La Iglesia, objetivamente no gana nada con el celibato (este ganar en términos de poder, dinero, prestigio o alguna otra cosa humana). Gana a hombres que sabe se dedicarán de lleno a servir al Señor en las cosas que les mande. Es más bien bastante claro que el celibato, como lo vemos en la actualidad, es más un problema y una tensión que le genera a la Iglesia frente a mucha gente que no entiende y que, le sería más fácil a la Iglesia, si procedemos desde un querer agradar al mundo, dejarlo de lado. Pero la Iglesia, en contra de los problemas e incomprensiones que encuentra, sigue con ello no por estrategia humana, sino por inspiración divina. Alguna vez se ha dicho que la Iglesia hace esto para controlar los bienes económicos y que no sean heredados por la supuesta familia del sacerdote. Esto es bastante fácil de contestar.

Los sacerdotes, por ejemplo, en sus parroquias no tienen bienes propios como la parroquia, la Iglesia, los artículos artísticos y demás cosas. Todo eso pertenece normalmente a un ente legal que tiene cada Obispado. Y así se da en mucho otros casos, como por ejemplo en las congregaciones religiosas. Los sacerdotes utilizan esos bienes de modo temporal, pero nunca se quedan con ellos, porque no son de ellos. Por ende, si estuvieran casados, su familia no heredaría nada de esto. Entonces la Iglesia, siguiendo esta lógica, no perdería nada y le daría lo mismo que el sacerdote esté o no casado. Por ello, este argumento es bastante superficial e inconsistente. Sino ¿Acaso el supuesto hijo de un sacerdote se quedaría con la Iglesia? ¿La supuesta esposa con sus casullas y la custodia de la Iglesia? Creo que el asunto se responde por sí mismo.

El celibato «es una norma que inventó la Iglesia tardíamente; eso nunca lo pidió Jesús»

Como muchas otras cosas que escuchamos alegremente estos días, este es un argumento falso fruto de la ignorancia (y esperemos, no de la mala intención de engañar con falsedades a la gente). Tratemos de no extendernos, pues si alguien quiere investigar y estudiar a fondo el asunto, hay muchos trabajos serios, históricos, bien fundamentados y sólidos sobre esto que el lector podría ver y quedar bastante satisfecho. Así que digamos lo esencial. Cuando Jesucristo habló de la indisolubilidad matrimonial a sus discípulos, les presentó a la vez una doctrina novedosa y hasta ese momento desconocida: «Pero él les dijo: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda»» (Mt 19, 10-12).

Este consejo que dio el Señor era para una entrega en aras de un amor universal. Un consejo que la Iglesia vio siempre como un don muy estimado e importante para aquel que quisiera consagrarse a las cosas del Señor en el sacerdocio. El Concilio Vaticano II, el último que se ha dado en la Iglesia, buscó ayudar a que la gente de hoy se acercara más a la fe, y dijo al respecto: «Cristo el Señor recomendó la perfecta y perpetua castidad por el reino de los cielos (cf. Mt 19, 12).

No pocos cristianos a lo largo de los siglos, e incluso en nuestro tiempo, la han acogido gustosos y la han practicado de una manera digna de elogio. La Iglesia la ha apreciado siempre muchísimo, de manera especial para la vida sacerdotal… Por estas razones, fundadas en el misterio de Cristo y en su misión, el celibato, que al principio se recomendaba a los sacerdotes, fue impuesto después por ley en la Iglesia latina a todos los que eran promovidos al orden sagrado. Este sacrosanto Sínodo, aprueba y confirma de nuevo esta legislación en cuanto se refiere a los que se destinan al presbiterado» (Presbyterorum Ordinis, 16).

Jesús no dio una orden ciertamente, pero sí un consejo que la Iglesia acogió, entendió y poco a poco, desde de la práctica inicial, asumió como norma con el poder que tiene de atar y desatar. No se trató pues de un invento posterior de la Iglesia, y para ver esto con claridad basta ver que algunos seguidores cercanos del Señor como San Juan, San Pablo y otros, vivieron el celibato siguiendo el ejemplo del mismo Señor Jesús que fue célibe. Decir que los Apóstoles fueron todos casados es un error, pues del único que tenemos referencias en el Nuevo Testamento que fue casado, es de Pedro.

Pero es también importante ver que la Iglesia no lo normó como algo tardío. Además de lo que explícitamente dijo Jesús, de lo que vivieron sus Apóstoles y muchos cristianos al inicio de la Iglesia, hay que recordar que el celibato sacerdotal se normó bastante temprano en el Concilio de Elvira, que dice así: «Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quienquiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía» (Sinodo de Elvira canon, 33). Esta norma, contrariamente como algunos ignorantemente dicen, no se dio tardíamente, sino entre los años 300 y 306 d.C. Entonces

¿Por qué y para qué existe el celibato?

Jesucristo dio un consejo: vivir el celibato en orden a la disponibilidad total y consagración a la extensión del Reino de Dios. Es decir, buscando que sus Apóstoles y sucesores (y sus colaboradores directos, los futuros sacerdotes) puedan estar más disponibles y listos para la misión de evangelizar el mundo. No es pues un invento de la Iglesia, sino una recomendación del Señor que no todos entienden sino que, como dice Él mismo, entienden algunos: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido»( Mt 19,10).

No hay aquí un menoscabo del matrimonio, sino de un llamado particular que el Señor da a ciertas personas. Pues el sacerdote que no se casa puede, como dice San Pablo, preocuparse de las cosas del Señor y de la misión encomendada de manera total; estando casado, su primera responsabilidad sería su familia y esto limitaría que pudiera estar listo a todo tiempo, para atender a las personas que lo necesiten. San Pablo lo expresa así: «Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido» (1Cor 7, 32-34).

A veces no se entiende, pero este tipo de vida y este sacrificio y renuncia, para el cual Dios da gracias y no todos pueden vivir, es en función del bien de las personas. Uno se hace célibe para poder ayudar más y a más personas. Sin ello probablemente no podría celebrar tantas misas, confesar a tanta gente, conversar con tantas personas, ir de aquí para allá a atender a enfermos, dedicarse a buscar el bien espiritual y material de los pobres. Estando casado, su tiempo sería poco y su accionar evangelizador sería poco. «El sacerdote, que ofrece en el altar in persona Christi el sacrificio eucarístico, en la castidad celibataria se hace hombre para los demás, ejerciendo sin exclusividad su ministerio en una caridad universal.

La obligación, entonces, no surge simplemente de una ley eclesiástica impuesta desde fuera, sino de la asunción libre y consciente del celibato casto después de años de oración, reflexión y preparación. La ley eclesiástica sostiene esta obligación asumida litúrgicamente».

Esto es bastante claro y muchos que viven otras renuncias lo saben bien. Incluso para no católicos, como Mahatma Gandhi, que decía al respecto: «Es el celibato el que conserva joven a la Iglesia Católica».

«El celibato no es dogma, así que se puede cambiar»

Ciertamente el celibato no es un dogma, es decir, una verdad que se cree por fe y que no puede cambiar. Fue un consejo del Señor que la Iglesia entendió como importante. Y si no fuera importante ¿Por qué lo habría dado el Señor? ¿No será porque lo creyó importante? De suyo no es esencial al sacerdocio, pero la Iglesia lo ve como fundamental para poder, como veíamos, estar disponibles. Por lo tanto sí, es una ley humana dada por la Iglesia, pero por ello no carente de fundamento bíblico y no carente de importancia y de una rica y fundada historia. La norma dice así: «Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres»(Código de Derecho Canónico, 277.1).

Hay que recordar además que si bien en la Iglesia de Oriente los sacerdotes pueden ser casados, sólo los célibes pueden ser ordenados obispos y que esta normatividad cambió, pues al inicio, hasta el s. VII d.C., el clero oriental también vivía la disciplina del celibato.

Written by Rafael De la Piedra