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Vides verdaderas y falsas, por el P. Paul D. Scalia cristo-verdadera-vina Full view

Vides verdaderas y falsas, por el P. Paul D. Scalia

El siguiente artículo apareció en inglés en The Catholic Thing el 28 de abril de 2024.

“Yo soy la vid verdadera”. Pero, ¿por qué el adjetivo? ¿Por qué nuestro Señor se describe a sí mismo como la vid verdadera? ¿Por qué no simplemente “la vid”, como de hecho dice más adelante? Bueno, para comenzar, para asegurarnos de que hagamos la analogía correcta. Porque muchas veces nos equivocamos.

Normalmente pensamos que cuando nuestro Señor se describe a sí mismo en términos terrenales – como un pastor, pan, luz o una vid – las verdaderas versiones están aquí abajo y Él es como ellas. De hecho, es todo lo contrario. Las cosas de este mundo, aunque reales, son sólo imágenes de la incomparable realidad de la vida eterna: “la vida que es vida en verdad” (1 Timoteo 6:19). Jesús es más verdadero que cualquier pastor de este mundo, más nutritivo que cualquier pan y más brillante que cualquier luz. De hecho, no es sólo que Él sea más grande que estas realidades terrenas, sino que ellas derivan su significado de Él.

El peor ejemplo de esta analogía errónea vino de un orador entusiasta sobre el matrimonio que una vez le dijo a un grupo de parejas comprometidas: “¡La Biblia compara la relación entre Cristo y la Iglesia con el matrimonio!” No, es todo lo contrario, y por eso mucho mejor. La relación entre Cristo y la Iglesia es el verdadero matrimonio. Cada matrimonio aquí es una imagen de aquel, una semejanza mayor o menor.

Entonces, nuestro Señor dice “Yo soy la vid verdadera” para evitar que pensemos que Él es simplemente como una vid. No es que haya vides en este mundo y Él es como ellas. Es más bien que Él es la única vid verdadera, mientras que las vides de este mundo son sombras o imágenes de Él. Lo que significa que las diversas cualidades que vemos en las vides terrenas las encontramos perfectamente –superiormente– en la vid divina que es Cristo.

Una de esas cualidades es la unión de la vid y los sarmientos. Están unidos entre sí no legal ni moralmente, sino orgánicamente. La misma savia y vitalidad que corre por la vid fluye también por los sarmientos. Más aún en nuestra relación con Cristo. “Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”. Nuestra unión con Él no es una mera relación legal por la cual Él ordena y nosotros obedecemos. Tampoco es sólo una relación moral por la cual estamos de acuerdo con Él. No, obedecemos y estamos de acuerdo como resultado de nuestra unión con Él. No podemos desobedecerle ni desafiarlo más de lo que un sarmiento podría hacerlo con la vid.

Esta unión significa que la relación de Cristo con nosotros no es meramente externa, como si Él estuviera fuera de nosotros y nos moviera como piezas en un tablero de ajedrez. No, Él habita en nosotros incluso más profundamente de lo que la vida de la vid habita y anima los sarmientos. Él nos mueve con más seguridad que la vid que crece y da fruto a través de sus sarmientos. Y nuestra relación no es ocasional, como si pudiéramos comunicarnos con Él de vez en cuando. Debemos estar en constante contacto con Él, incluso más que los sarmientos con la vid.

Un aspecto que quizás no queramos considerar es que los sarmientos participan en la poda de la vid. Hay un dicho: «Las vides estresadas dan los mejores vinos». La vid que se estresa al ser podada y regada poco (solo lo suficiente) produce mejores uvas y mejor vino. Por supuesto, ninguna vid ha sido tan estresada o podada como nuestro Señor mismo. Y ninguna vid ha producido jamás tan grandes frutos y vino.

Por su unidad con la vid, los sarmientos también deben ser estresados. “[M]i Padre es el viñador. Quita en mí todo sarmiento que no da fruto, y todo el que sí lo poda para que dé más fruto”. Una unión más profunda con la vid requiere una participación más profunda en su poda. Somos “coherederos con Cristo, con tal que suframos con él, para que también seamos glorificados con él” (Romanos 8:17). Ser podado – estresado – no es divertido. El misterio sólo puede vivirse en unión con la vid, que es la única que hace fructificar nuestra poda.

Yo soy la vid verdadera. El adjetivo está ahí por otra razón. Él es la vid verdadera en contraste con las vides falsas. El mundo nos ofrece muchas enredaderas falsas, esas ideas que prometen vida y alimento pero que, en cambio, traen esterilidad y muerte. Una vid falsa promete vida y alimento a través de la abundancia material; esa plenitud proviene de lo que poseemos, de las cosas más que de las personas. Otra promete vida a través del poder: prosperamos y crecemos en la medida en que tengamos el control. O la falsa vid de la libertad ilimitada: estamos vivos en la medida en que podemos hacer lo que queramos.

Al olvidar o abandonar por completo la vid verdadera, nos apegamos tontamente a estas vides falsas. E incluso podríamos durar un tiempo. Pero al final resultan no sólo estériles, sino fatales para nosotros.

Yo soy la vid verdadera. Las palabras de nuestro Señor presentan un doble desafío. Primero, adoptar una nueva forma espiritual de pensar y ver el mundo desde Su perspectiva, y no a Él desde la perspectiva del mundo. Él es la vid a la que apuntan todas las demás. En segundo lugar, el desafío de desprendernos de las vides falsas y elegirlo a Él. Eso requiere la voluntad de rechazar las promesas del mundo y ser podados con Él para una mayor fecundidad.

Original en inglés:
https://www.thecatholicthing.org/2024/04/28/true-and-false-vines/

 

Written by Edy Nelson Rodriguez Morel de la Prada

Teólogo, filósofo y Conductor de EWTN radio y televisión.