Por qué es importante la fe por HW Crocker, historiador
El siguiente artículo apareció en inglés en The Catholic Thing el 1 de mayo de 2024; esta es una traducción adaptada para un público internacional.
En el debate político actual, ¿por qué los creyentes cristianos son mucho más razonables que los que no tienen fe? Los creyentes no niegan la biología (cuando se trata de sexo). No niegan las leyes de la gramática (cuando se trata de género). Y tienen un deseo incauto pero encantador de querer razonar con sus oponentes. ¿Por qué?
Más bien, subamos la apuesta: ¿Por qué Dios desea nuestro asentimiento a través de la fe?
Consideremos: ninguna religión está más firmemente arraigada en la historia –en acontecimientos históricos documentados– o empapada de razón que el cristianismo, donde la palabra logos [razón] es el principio de todo (Jn 1:1). Ninguna religión tiene una biblioteca de filosofía más profunda que la Iglesia Católica, hogar de San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás de Aquino, el Cardenal Newman y muchos otros.
Entonces, dadas sus pruebas históricas, razonables y filosóficas, ¿por qué el cristianismo insiste en la importancia de la fe, que la Carta a los Hebreos (11:1) define como “garantía de lo que esperamos, prueba de lo que no vemos”? Bueno, tal vez porque es nuestra fe la que determina nuestra buena voluntad para evaluar la evidencia y fundamentar la esperanza como debemos, en lugar de dejar que el orgullo, u otro vicio capital, nos guíe.
El orgullo, para muchas personas, es un punto de partida. “Mi vida es mía”, dicen, lo cual es sólo una verdad parcial. Como hecho biológico, nuestras vidas son regalos de nuestros padres. De ahí el mandamiento bíblico de honrar a la madre y al padre. En algunas culturas tradicionales, honrar a la madre y al padre no es sólo una cuestión de gratitud sino de reverencia, incluso culto a los antepasados, un reconocimiento de que “ningún hombre es una isla entera por sí mismo”.
John Donne, el poeta que escribió esas líneas, fue un sacerdote anglicano. Habría comprendido que, en última instancia, su vida era un regalo de Dios. Una persona que cree eso casi seguramente tendrá una visión más amplia, mayores aspiraciones, ambiciones más valiosas y virtudes más profundas que la persona que cree que su vida es únicamente suya. Es más probable que reconozca la sabiduría de las bienaventuranzas; estará mucho más dispuesto a tomar su cruz y seguir el camino del deber; será, en definitiva, una persona de buena voluntad.
Sin embargo, lo que podríamos llamar “liberalismo” funciona en sentido contrario, reduciendo al individuo a sí mismo (“mi vida es mía”), sus apetitos y deseos (su supuesta “felicidad”), y sus transacciones e intereses (su provecho y comodidades materiales).
Por supuesto, ese liberalismo nos ha traído a los “Nones”, la marea creciente de jóvenes que no profesan ninguna religión porque no aceptan puntos de referencia fuera de ellos mismos. Para ellos, la fe y la razón, la historia y la filosofía, la tradición y la gratitud son irrelevantes. Lo único que importa soy “yo”. La idea de un alma eterna (especialmente una que se enfrenta a un juicio fuera de uno mismo), de una moralidad que va más allá de la autosatisfacción y la autocomplacencia (“soy una buena persona”), es rechazada en seguida.
La Iglesia enseña que honramos el don de la vida dada por Dios a través de siete virtudes capitales, que son frutos de la fe: humildad, caridad, castidad, gratitud, templanza, paciencia y diligencia. Esto es lo que distingue a los hombres de buena voluntad. Para los “Nones”, sin embargo, las siete virtudes capitales no tienen sentido.
Si nuestra vida es nuestra, ¿por qué necesitamos humildad, castidad o gratitud? La caridad, la templanza, la paciencia y la diligencia suenan sospechosamente como grilletes que nos imponen. A decir verdad, los Nones prefieren los siete pecados capitales (orgullo, pereza, avaricia, lujuria, gula, envidia e ira) que transforman en bienes positivos.
El orgullo, para ellos –si no es una bandera– es simplemente autoestima y autoafirmación, quizás las virtudes más altas de su panteón. Asimismo, la pereza (el jugador de computadora en el sótano) puede ser una opción de estilo de vida. La avaricia no es pecado si eres materialista. Nadie puede llamar glotón a alguien (eso es avergonzar). Sobre todo, la lujuria no es pecado (esa es la arcaica moralidad cristiana). La lujuria es libertad para fornicar como uno quiera. Y si nuestros deseos –cualquier deseo– se frustra, estamos perfectamente justificados para expresar envidia (quizás contra el que tiene más) e ira (contra el patriarcado, los conservadores, los cristianos o cualquiera que restrinja, digamos, nuestro deseo de abortar a nuestros hijos).
En realidad, todo el declive de la civilización occidental se puede ver en este simple cambio de “La vida es un regalo de Dios” a “Mi vida es mía”; de la fidelidad cristiana a la infidelidad nihilista; de la fe en el Evangelio a la incredulidad en cualquier cosa que no sea uno mismo y el presunto derecho de uno a “definir su propio concepto de existencia, de significado, del universo y del misterio de la vida humana”, como lo expresó una vez un magistrado.
Los católicos sabemos que la fe y la razón se apoyan mutuamente porque es la fe la que nos pide conformarnos a la verdad (ley natural) y no a nuestros propios caprichos, intereses materiales o sensuales, u orgullo. Es la fe la que nos ayuda a comprender plena y objetivamente la realidad.
GK Chesterton, “en respuesta a la pregunta histórica de por qué [el cristianismo] fue aceptado y es aceptado”, dijo: “En mi respuesta hablo por millones de personas más: porque encaja en la cerradura; porque es como la vida”. En la fe vivimos de acuerdo con la razón (y estamos dispuestos a razonar con los demás). En la fe vivimos con esperanza (y por tanto con caridad). En la fe celebramos lo que es objetivamente bueno, verdadero y hermoso. Es en la fe, entonces, que nos convertimos no sólo en hombres de buena voluntad, sino en hombres en plenitud, los hombres que Dios quiso que fuéramos.
Y es por la fe que reconocemos el valor de la vida humana y de por qué leyes “arcaicas” como los Diez Mandamientos son realmente excelentes.
Original en inglés:
https://www.thecatholicthing.org/2024/05/01/why-faith-matters/