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Zaccone: ¿la Síndone? Como dijo el Papa Wojtyla, es el “espejo del Evangelio”

Entrevista con el director científico del Museo de la Síndone, después de la reapertura de la Capilla de Guarini, en Turín, en donde estuvo la Sábana Santa hasta el incendio del 11 de abril de 1997. 

https://www.lastampa.it/2018/11/07/vaticaninsider/zaccone-la-sndone-como-dijo-el-papa-wojtyla-es-el-espejo-del-evangelio-WlS9QmWu2nJOuP1FRHPFzN/pagina.html

DOMENICO AGASSO JR.
TURÍN

Profesor Gian Maria Zaccone, ¿por qué es importante, en general, la reapertura de la Capilla de Guarini?

Creo de verdad que la reapertura de la Capilla de Guarini representa un momento importante no solo para nuestra ciudad, sino para todo el país y, en general, para el mundo, interesado por la historia del arte o por la Síndone. La Capilla de Guarini constituye, efectivamente, un monumento extraordinario e inigualable de la expresión religiosa del Barroco, conocido y estudiado en todo el mundo.

Es suficiente ver el nivel y el origen de los estudiosos que han participado en el congreso organizado por el Mibact, en concomitancia con la reapertura de la Capilla, para comprender el interés que la obra maestra de Guarini tiene y no solo a nivel local. El dramático incendio de 1997 privó a la ciudad y al mundo de una obra fundamental, que ahora vuelve para uso público. Debemos un gracias verdaderamente sentido a todos los que han trabajado para que este monumento haya vuelto a nosotros.

¿Qué tan relevante es para los cristianos?

Durante los días de la inauguración subrayé un punto que podría parecer obvio, pero es importante insistir en él. La Capilla, ciertamente, es una gran obra de arte, una expresión del genio humano, un monumento de enorme interés y que suscita muchas emociones. Sin embargo, no debemos olvidar que si no estuviera la Síndone en Turín no existiría tampoco la Capilla de la Síndone. Y no existiría la Capilla de la Síndone con estas características si la base del proyecto no hubiera habido una reflexión profundamente religiosa y cristológica por parte de Guarini (que, no lo olvidemos, era un religioso), evidentemente influido por la lectura de obras de la época en las que se insistía en el sentido y el significado de la Síndone.

Entonces, la Capilla no es solamente un monumento que satisface un placer estético, sino también, para el creyente, la expresión material, meditada por el artista y por el religioso, de un mensaje que surge de la Síndone, que ha permanecido idéntico en el tiempo y en el espacio, a pesar de ser percibido con las sensibilidades y las características de las épocas y los tiempos en los que la Síndone ha interactuado con los hombres.

El arzobispo de Turín y custodio pontificio de la Síndone, monseñor Cesare Nosiglia, dijo que la Capilla de Guarini es «un recorrido de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida». ¿Por qué?

El misterio al que se refiere la Síndone es el misterio sobre el que se funda la fe cristiana: la encarnación de Jesucristo Hijo de Dios, verdadero hombre y verdadero Dios. La encarnación que permite que el Hijo de Dios comparta la naturaleza humana hasta el extremo sacrificio expiatorio para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado. Una muerte que, para el creyente, no tendría sentido si no se viera a la luz necesaria de la resurrección. Y todo esto es uno de los posibles frutos de la contemplación y de la meditación sobre la dolorosa imagen que contiene la Síndone, meditación que seguramente nos sitúa frente al misterio del sufrimiento y del mal que (como han sugerido magistralmente San Juan Pablo II y Benedicto XVI en una línea de pensamiento que ya estaba presente en la tratadística y en la homilética del siglo XVII) se abre a la luz de la resurrección. Esto ha sido comprendido y traducido a un monumento por Guarini, que incluyó el reposo de la Sábana Santa en un contexto oscuro, de tumba, precisamente, pero que se desarrolla en una vertiginosa altura con un maravilloso juego de luces cada vez mas vivas y vivificantes hasta la explosión de la suma de la Capilla en la que se libra la representación del Espíritu Santo vivificador.4cdbacea-e2b9-11e8-8997-6d9bd1566b2c_429f10dc06266be55f34b9fa6ad3869a-U30788564555mms-680x683@LaStampa.it

¿Nos recuerda cuál es el papel de la Sábana Santa en la historia de la Iglesia? ¿Qué “sitio” debería tener la Síndone en la vida de un creyente?

Esta es una pregunta bastante interesante, por lo que para responder hay que tomarse el tiempo necesario. Creo que ya he expresado en varias ocasiones mi parecer sobre el papel de la historia en la investigación sobre la Síndone. En particular, sigo estando convencido de que utilizar la historia como leva para afrontar el llamado problema de la autenticidad resulta ser un ejercicio poco fructuoso e incluso frustrante. Desde hace tiempo he tratado de cambiar de perspectiva, de una manera que me parece más estimulante, tratando de comprender el papel que la Síndone ha tenido en la historia de la Iglesia y de la piedad cristiana.

Yo me ocupo de historia, mi formación fue la de historiador del Derecho. Mediante trabajos y estudios sobre la aplicación del derecho en el campo del reconocimiento de la santidad, además de un personal interés por la investigación sobre las fuentes franciscanas, he llegado a ocuparme principalmente sobre la historia de la piedad. Desgraciadamente sobre este argumento todavía hay cierta confusión: muchos confunden la historia de la piedad con la historia de la llamada piedad popular, categoría que, además, debería ser mejor definida y estudiada. El historiador de la piedad se ocupa de una cuestión que de alguna manera se ubica sobre la piedad popular: del mundo y de los instrumentos que el hombre en las diferentes épocas y en los diferentes contextos ha utilizado para elevarse a la verdadera “Pietas”, que es, al final, la realización del dictado evangélico que recogió Marcos, que el domingo pasado fue proclamado («El Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza»). Entonces, la piedad, en el sentido pleno como forma totalizadora y radical de amor por Dios (y aquí no se puede olvidar la lección de Giuseppe De Luca) es fundamental para el creyente y es la base de la fe concreta, mientras la piedad popular es, o por lo menos debería ser, una expresión de tal Piedad.

El concepto de lo popular debe ser comprendido mejor, no en el sentido “clasista”, sino como expresión típicamente eclesial en el sentido de pueblo de Dios, por su naturaleza necesariamente trasversal. Estoy feliz de ver que una revista relacionada con la Universidad de Padua precisamente en estos días ha acogido esta intención mía, aunque sigan existiendo divergencias en relación con diferentes modalidades y niveles o enfoques para profundizar la materia en general. Giuseppe De Luca, como recordé en un escrito publicado por la Universidad Lateranense, tiene el mérito de haber enseñado a recorrer tal historia de la Piedad utilizando métodos históricos modernos (estaba en contacto con los grandes autores de la escuela de los “Anales”) que le permitieron aplicar resultados y métodos de diferentes ciencias a la reconstrucción histórica, para comprender las maneras con las que los hombres se acercan a la fe en diferentes momentos históricos, culturales y sociales. Claro, la manera de acercarse a una reliquia en la Edad Media es de difícil, cuando no imposible, comprensión para la mentalidad moderna. Se citan a menudo textos incluso de hombres de la Iglesia que en el tiempo han intervenido sobre el problema del culto de las reliquias y sobre los abusos relacionados con él, como evidentes falsificaciones o el comercio: por ejemplo, el medieval Gilbert de Nogeant, pero también el más destacado San Ambrosio y más adelante San Carlo Borromeo. Sin embargo, si no se contextualiza su razonamiento y se considera su intervención como expresión de crítica en sentido moderno, se corre el peligro de malinterpretar sus razones y sus objetivos.

La investigación histórica sobre la Síndone finalmente libre de la “obsesión” de la autenticidad encuentra espacios enormes de interpretación sobre el papel que la Síndone ha tenido en la historia de la Piedad, sobre todo occidental, vinculada con experiencias anteriores que tuvieron como objeto la búsqueda de los rasgos de Cristo, entrando en el alma misma de la problemática cristológica, como con gran atención ha recordado el cardenal Schönborn en un libro sobre los íconos.

Entonces, ¿qué utilidad tiene la ciencia en todo esto?

Esto no quiere decir rechazar el proceso de las investigaciones científicas, necesario en nuestra época, sino saber, con serenidad, discernir entre el objetivo valor de esa imagen, como signo que invita a la meditación, con un objetivo didáctico, catequético y también de culto (en el sentido que indicó el Concilio segundo de Nicea y que llegó hasta el Vaticano II y al actual Catecismo de la Iglesia católica, en donde se precisa que frente a las imágenes el honor va hacia el representado y no a la representación), y la posible realidad de reliquia, para la cual es fundamental un enfoque crítico/científico, con todas las características propias de la investigación científica, empezando por el rechazo de cierto dogmatismo que prevalece tanto en los que están a favor como entre quienes están en contra del posible estatus de reliquia de la Síndone.

No me parece que se trate de una posición que pueda ser tildada de antimoderna (en cuya definición deberían ser incluidos todos los últimos Pontífices, desde san Pablo VI hasta Francisco), ni que haya que perseguir una especie de “doble verdad” (una religiosa y otra científica). En el caso específico, para el creyente la verdad es una sola: la encarnación, pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. La Iglesia pide ser fieles a esto. En relación con la Síndone, aunque las evidencias históricas y científicas sean contradictorias, y aunque lo que sabemos actualmente sobre la Síndone no sea suficiente para establecer con certeza si se trata de la mortaja de Jesucristo o de una obra más o menos antigua, es innegable que esa imagen alude precisamente a la Pasión de Cristo, tal y como fue narrada en los Evangelios, tanto que San Juan Pablo II la llamó «espejo del Evangelio». Independientemente de su origen, pues, sigue siendo para la Iglesia un posible instrumento, que puede utilizar quien así lo desee, para acompañar al fiel en su meditación. En este caso, la Iglesia católica no obliga: permite.

Written by Rafael De la Piedra