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«Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos»

Domingo de la Semana 14ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 10, 1-12.17-20

La misión de los Doce y de los setenta y dos…
Leemos en el comienzo del Evangelio de hoy: «Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde iba a ir Él». El pasaje sucede inmediatamente después de haber dejado en claro Jesús cuáles son las exigencias que él pide para seguirlo (Ver 9, 57-62). San Lucas habla de «otros setenta y dos». ¿«Otros» respecto de quiénes? Una primera respuesta es que éstos son «otros» respecto de los doce apóstoles, a quienes Jesús ya había designado y enviado. En efecto, al comienzo del capítulo 9 leemos: «Convocando a los Doce, Jesús les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar» (Lc 9,1-2).  

Pero es muy interesante resaltar que las instrucciones que da a los Doce y a los setenta y dos son las mismas: «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias… Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan… no vayáis de casa en casa… En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: ‘Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos»». Y el contenido del mensaje también es el mismo.

En el caso de los Doce, Jesús los mandó cuando aún estaba en Galilea y no había comenzado su ascensión a Jerusalén. A éstos «los envió a proclamar el Reino de Dios» (Lc 9,2). A los setenta y dos, en cambio, los mandó delante de sí cuando ya iba camino de Jerusalén, y les encomendó esta misión: «Curad los enfermos… y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’». Incluso allí donde no fueran recibidos, y tuvieran que marcharse sacudiéndose el polvo de los pies, debían agregar: «Sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca». El contenido del mensaje es siempre el mismo: «el Reino de Dios ya está cerca».

¿Cuál es la misión que Jesús encomienda a sus enviados? «Curar enfermos, expulsar demonios y anunciar el Reino de Dios». Y para esta misión Jesús los proveyó de «poder». Respecto de los Doce Jesús les da autoridad y poder sobre todos los demonios. Respecto de los setenta y dos, cuando volvieron donde Jesús, alegres, Él les dice: «Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño». La misión y el poder confiado a los discípulos son la misión y el poder del Señor Jesús.

Ellos, dondequiera que llegaran, deberían ser «otros cristos». Ya en vida de Jesús, los apóstoles y los setenta y dos se habían ejercitado en lo que deberían continuar haciendo una vez que Jesús hubiera ascendido al cielo. Esta es la misión que Jesús mismo ha encomendado a la Iglesia y así lo ha hecho hasta los días de hoy. Gradualmente el anuncio del Reino de Dios, se transformó en un anuncio de Jesús mismo, de su vida, de sus milagros y de sus palabras. Sucesivamente todo eso se puso por escrito y así nacieron nuestros cuatro Evangelios.

¿Por qué setenta y dos mensajeros?
Hemos dicho que los «otros setenta y dos» son «otros» respecto de los doce apóstoles; pero deben entenderse también como «otros» en relación a las tres vocaciones inmediatamente precedentes. Allí se habla con más detención de esos tres; pero «el Señor designó a otros setenta y dos». Y éstos están dispuestos a seguir a Jesús dondequiera que vaya, aunque, al igual que su Maestro, no tengan donde reclinar la cabeza; éstos dejan que los muertos entierren a sus muertos, pero ellos se van a anunciar el Reino de Dios; éstos son los que ponen la mano en el arado y no miran hacia atrás y por eso son aptos para anunciar el Reino de Dios.

¿Por qué envió Jesús precisamente 72 mensajeros y no otro número? La pregunta es válida porque este número es fluctuante; entre los antiguos códices que contienen el Evangelio de San Lucas unos dicen 72 y otros igualmente numerosos dicen 70. Si buscamos otro lugar de la Biblia donde exista igual fluctuación entre estos mismos números, lo encontramos en Gen 10. Allí se trata de las naciones que pueblan toda la tierra: «Esta es la descendencia de los hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, a quienes les nacieron hijos después del diluvio» (Gen 10,1). Cada uno de esos hijos da origen a una nación. Según la Biblia hebrea, el número de todos esos hijos es 70; según la versión griega que circulaba en el tiempo de Jesús (la versión de los LXX ), el número de ellos es 72.

Por otro lado, el episodio de los 72 enviados aparece sólo en el Evangelio de San Lucas que, como sabemos, no era judío y, por eso es más sensible a la evangelización de naciones paganas . Todo esto nos permite concluir que el número 72 ha sido elegido por su valor simbólico; significa que la misión encomendada por Jesús a sus discípulos es universal, debe alcanzar a todas las naciones de la tierra.

« ¡Alegraos de que vuestros nombres estén inscritos en los cielos!»
Los setenta y dos mensajeros de Jesús están contentos de la misión cumplida y vuelven donde Jesús para contarle sus proezas misioneras. Jesús les escucha con paciencia, pero a la vez les hace caer en la cuenta de algo importante: las hazañas misioneras de las cuales han sido protagonistas no tienen valor en sí mismas; lo que realmente vale y nos debe alegrar profundamente es nuestro destino eterno con el Dios de la vida.

Esta búsqueda gozosa del verdadero fin de la existencia explica y da sentido a la alegría, en sí legítima y razonable, por los éxitos apostólicos, al igual que a las penalidades y adversidades propias de vida cristiana.

El discípulo de Jesús, en efecto, no predica realidades sensiblemente captables y atractivas. Predica que el Reino de Dios ya ha llegado, predica la paz y la reconciliación a los corazones sedientos de amor, predica en medio de un mundo no pocas veces hostil y reacio a los valores del Reino, predica valiéndose y poniendo su confianza más que en los medios humanos en la fuerza que viene de lo alto. Indudablemente, «el éxito» como parámetro del trabajo apostólico no es un elemento esencial. ¡Qué diferente de los criterios del mundo!

Una palabra del Santo Padre:
«En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (ver Gl 6, 14). Las palabras de San Pablo a los Gálatas, que acabamos de escuchar, se adaptan bien a la experiencia humana y espiritual de Teresa Benedicta de la Cruz , que hoy es solemnemente inscrita en el libro de los santos. También ella puede repetir con el Apóstol: ¡en cuanto a mi, que Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!

En su constante florecimiento, el árbol de la Cruz siempre da frutos nuevos de salvación. Por eso, los fieles miran con confianza hacia la Cruz, obteniendo de su misterio de amor el coraje y el vigor para caminar en fidelidad a las huellas de Cristo crucificado y resucitado. Así, el mensaje de la Cruz entró en el corazón de muchos hombres y mujeres, transformando su existencia.

Un ejemplo elocuente de esta extraordinaria renovación interior es la experiencia espiritual de Edith Stein. Una joven en búsqueda de la verdad, gracias al trabajo silencioso de la gracia divina, llegó a ser santa y mártir: es Teresa Benedicta de la Cruz, que hoy, desde el cielo, nos repite a todos las palabras que marcaron su existencia: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!».

Juan Pablo II. Homilía en la misa de canonización de Edith Stein, 11 de octubre de 1998

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.  
1. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (Código de Derecho Canónico, 863). Todos estamos llamados a ser apóstoles y mensajeros del Señor. ¿De qué manera ejerzo mi apostolado? ¿En mi familia, en el trabajo, en qué situaciones concretas soy «enviado del Señor»?

2. Santo Tomás de Aquino define la alegría como el primer efecto del amor y, por lo tanto de la entrega. Se podría decir que existen tantas clases de alegría como clases de amor. Sin embargo la alegría de amar a Dios no puede compararse con ninguna otra. San Atanasio nos dice que: «los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si estuvieran celebrando la Pascua». ¿Cómo vivo yo la verdadera alegría en mi vida cotidiana? ¿Doy testimonio de ella?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 543-556. 858-860.

Written by Rafael De la Piedra