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Chaput, el gran Arzobispo de Filadelfia forsale - Denver Archbishop Charles J. Chaput celebrates his final public Mass in Denver on Sunday, Aug. 28, 2011, at the Cathedral Basilica of the Immaculate Conception. Chaput is moving to take over the Archdiocese of Philadelphia in September. (Daniel Petty, The Denver Post) Full view

Denver Archbishop Charles J. Chaput celebrates his final public Mass in Denver on Sunday, Aug. 28, 2011, at the Cathedral Basilica of the Immaculate Conception. Chaput is moving to take over the Archdiocese of Philadelphia in September. (Daniel Petty, The Denver Post)

Chaput, el gran Arzobispo de Filadelfia

Mons. Charles Joseph Chaput (1944) fue nombrado arzobispo de Denver en 1997; actualmente es el Arzobispo de Filadelfia desde 2011. Tiene la particularidad de ser uno de los dos obispos «nativo-americanos» (descendientes de indígenas) del país, y el primero en ser arzobispo. De 70 años, es miembro de la orden de franciscanos menores capuchinos. Pertenece a la Tribu Potawatomi de Indios Americanos.  Por otro lado la ciudad de Filadelfia se encuentra al noreste de los EE.UU. ubicada entre Nueva York y Washington cuenta con un millón y medio de fieles, esparcidos en 5 condados. Les comparto fragmentos de una interesante entrevista realizada por el vaticanista norteamericano John Allen Jr. que coincidió con su nombramiento.  

 Entrevista al arzobispo de Filadelfia por JOHN L. ALLEN JR.

De: http://vaticaninsider.lastampa.it/es

En ocasiones, el nombramiento de un nuevo obispo en la Iglesia católica no es más que una cuestión de rutina, que llena los espacios que permiten mantener en funcionamiento la maquinaria de la Iglesia. Otras veces, tiene que ver con la solución de problemas específicos o con dar la aprobación a un determinado grupo. De vez en cuando, sin embargo, la elección de un nuevo obispo señala exactamente la dirección hacia la que se dirige la Iglesia, y la clase de hombre que la llevará hasta allí.

Tal es el caso de la decisión del Papa Benedicto XVI del 19 de julio de nombrar a Charles Chaput como nuevo arzobispo de Filadelfia, llevando al franciscano capuchino de 66 años al frente de una de las diócesis católicas más importantes de Estados Unidos, y probablemente allanándole el camino para que se convierta en miembro del Colegio de Cardenales.

Desde cierta perspectiva, el mensaje tras el nombramiento de Chaput es que el Papa Benedicto XVI quiere a un líder sólido en Filadelfia, con sentido común para luchar con la crisis desencadenada por los abusos sexuales. La archidiócesis fue sacudida en febrero por un informe del Gran Jurado, que llevó a la suspensión de 24 sacerdotes y a la acusación penal de un exoficial de la arquidiócesis. A lo largo de los años, Chaput se formó un perfil de administrador trabajador y eficiente, alguien dispuesto a desafiar la deshonestidad y la maldad donde sea que la encuentre, sin temor ni favoritismo.

Por otro lado, el nombramiento de Chaput habla de la dirección inequívoca de la Iglesia católica en Estados Unidos. Hace tan sólo diez años, la mayoría de los observadores de la Iglesia definían al franco Chaput como alguien demasiado polarizador, demasiado claramente identificado con el sector conservador de la Iglesia como para ocupar uno de los cargos más importantes del país.

Claramente, eso ha cambiado. Bajo el mandato de Benedicto XVI, el cargo tiene menos que ver con el consenso y más con la claridad y la valentía: claridad en la presentación de la enseñanza católica y valentía en su defensa. Si bien se le considera una figura amable y notablemente no clerical, Chaput no cede ante nadie en su tenaz ortodoxia.

Los siguientes son fragmentos de una entrevista a Chaput que coincidió con su nombramiento.

—Usted sabe que en los titulares probablemente se leerá: «El Papa nombra a archiconservador para Filadelfia», o «Figura intransigente asume en la Iglesia de Filadelfia». ¿Es realmente archiconservador e intransigente?

—La verdad es que no me veo para nada como un conservador. Intento ser fiel a la enseñanza de la Iglesia, como la Iglesia nos la ha transmitido. No siento que, como cristiano ni como obispo, tenga el derecho de jugar con esta tradición, que es la tradición apostólica de la Iglesia. Espero ser creativo y contemporáneo, sin embargo, en la aplicación de la enseñanza y en la vivencia estructural de la misma en la Iglesia local.

En cuanto a ser «intransigente», creo que la gente que me conoce, mis sacerdotes y demás, dirían que soy más bien una persona amable y dócil, pero tampoco voy a huir de los problemas. No voy a esconderme. Debemos enfrentar las dificultades de inmediato, en lugar de dejar que empeoren.

—¿Hacia dónde desea guiar a la Iglesia?

—Quisiera llevar a la Iglesia hacia la misma dirección que indicó san Francisco con su vida y su prédica en el siglo xiii, que es de vuelta a una adhesión clara al Evangelio, sin transigencias, en todas las circunstancias y en todo momento.

Cuando hablo de «regresar», no quiero decir que haya una época prístina que deberíamos intentar reconquistar. Lo que quiero decir es que siempre partimos de nuestras fuentes, y luego intentamos incorporarlas en el contexto de la sociedad contemporánea. No hay nada en el Evangelio que me avergüence, ni que considere que podríamos descartar libremente. Debemos seguirlo en su totalidad.

¿Es su nombramiento una señal de cambio desde una posición más central, de justicia social de la Iglesia católica a un estilo más «evangélico»?

—Si la Iglesia no cambia con el pasar del tiempo, no es fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo. Creo que las contribuciones de los obispos de la Iglesia en los años sesenta, setenta y ochenta fueron guiadas por el Espíritu Santo, pero ya no estamos en esa época. Estamos en una época diferente.

En cuanto a la cuestión de la justicia social, no pienso que uno pueda ser evangelista, ni parte de este movimiento evangélico en la Iglesia, sin estar claramente comprometido con la justicia social, como la Iglesia lo estuvo en el pasado. No podemos predicar el Evangelio sin vivir en él. Si no amamos a los pobres y hacemos todo lo que podemos para mejorar su suerte, iremos al Infierno.

—¿Cuál es su posición con respecto la prohibición de la comunión para los políticos católicos a favor del aborto?

—Creo que el mejor modo de manejar esta situación es el que han elegido los obispos de Estados Unidos para manejarlo juntos, y que implica, en primera instancia, dialogar personalmente con aquellos individuos que toman decisiones contrarias a la enseñanza de la Iglesia. Si comprenden en su totalidad la enseñanza de la Iglesia pero continúan actuando en modo contrario a lo que ésta dice, deberíamos pedirles que no reciban la comunión.

Si en forma persistente deciden hacerlo en un modo que genera escándalo, lo que significa que llevan a otras personas a cometer el mismo tipo de pecado, entonces creo que es necesario que el obispo se pronuncie públicamente.

—¿Y sobre el matrimonio homosexual?

—Esta es la cuestión de nuestra época. La Iglesia entiende al matrimonio como una relación única, con una definición única, que es el amor fiel recíproco y permanente entre un hombre y una mujer, y por el bien de los hijos. De niños, si no sabemos que nuestros padres se aman, nuestras vidas se vuelven muy inestables. Esta es la razón por la que cada niño merece una familia en la que el padre ame a la madre y la madre ame al padre. Redefinir el matrimonio como cualquier otra cosa para nosotros tiene como resultado el derrumbe de esta noción.

—¿Cuál es su visión de la crisis desencadenada por los abusos sexuales? ¿Cómo sucedió, qué significa y qué se hace ahora?

—La época de la revolución sexual de los años sesenta y setenta fue difícil para la Iglesia. Creo que muchos obispos de la Iglesia quedaron confundidos por esta situación, y muchos de ellos no actuaron adecuadamente porque estaban confundidos. No fue sólo la Iglesia, fue la sociedad en su conjunto. Sé que las autoridades civiles actuaron del mismo modo que la Iglesia en esos días. Y también los distritos escolares.

Ahora vivimos en otra época, y debemos hacer algo al respecto. Es crucial que nos acerquemos a las víctimas, que son las que más han padecido todo esto, y a sus familias. Creo que el foco de atención debe dirigirse hacia las víctimas y hacia aquellos que han sido lastimados, en lugar de pretender proteger a la Iglesia.

– Al mismo tiempo, tengo el deber, como obispo, de asegurarme de que lo que se le pide a la Iglesia sea razonable a la luz de la historia y de los modos en que estas cosas han sido tratadas en todos lados. Creo que hay una tendencia a castigar a la Iglesia como si fuera la única involucrada.

—En principio, si hubiera un oficial de la Iglesia que no hubiera sido culpable de abuso, pero sí responsable de evitarlo y no lo hubiera hecho, ¿tiene usted algún problema con que las autoridades civiles lo sometan a juicio?

—Creo que es importante que la Iglesia respete la ley del país, donde sea que se encuentre, y que lo haga en modo generoso. No deberíamos cumplir sólo mínimamente con la ley. Si la gente de la Iglesia infringe la ley, eso tiene consecuencias que deben ser afrontadas.

Por supuesto, es también razonable examinar la ley por su justicia. Las leyes pueden ser inadecuadas. Pueden estar hechas para ser selectivas e injustas. El clero católico, los laicos y el público en general deben ser igualmente responsables ante la ley, y nadie debería tener miedo de esto. Pero, naturalmente, esto requiere que la ley sea justa y aplicada con la misma fuerza, las mismas implicaciones e las mismas penas para todos.

—¿Qué hay de la responsabilidad de los obispos dentro de la Iglesia? Los críticos argumentan que la recuperación no puede tener lugar hasta que los obispos que han encubierto abusos sean castigados tan duramente como los sacerdotes que los cometieron.

—Lo entiendo, y creo que es una preocupación legítima. Deberíamos ser responsables por nuestras acciones en la Iglesia, y los obispos deberían ser tan responsables como los sacerdotes y los laicos. Comprendo la idea de que debería haber consecuencias reales a los actos contrarios a la ley del país, la disciplina de la Iglesia o la ley moral de Dios.

—¿Considera que hay suficientes disposiciones relativas a la responsabilidad para los obispos?

—Diré algo que mucha gente de la Iglesia no está diciendo, que es que deberíamos estudiar esta cuestión y reflexionar sobre ella muy seriamente. Deberíamos ocuparnos del problema de la responsabilidad, incluida la responsabilidad de los obispos, en un modo formal, claro y decisivo.

Written by Rafael De la Piedra