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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«Lo que Dios unió, no lo separe el hombre»

Domingo de la Semana 27ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 10, 2-16

 

No hay duda que el tema central de nuestra reflexión dominical se centra en la familia. Un tema extremamente actual y vigente. Si bien es cierto que la ley de Moisés permitía al esposo repudiar a la esposa «por no hallar gracia a sus ojos» (Dt 24,1); Jesús responde a los insidiosos fariseos remitiéndoles a la ley originaria creada por Dios al momento de la creación (Génesis 2, 18-24), donde vemos que «Él los hizo varón y hembra» para que dejasen de ser dos y fuesen, de ahora en adelante, «una sola carne» indivisible (San Marcos 10, 2-16).

Los hijos serán la primavera del hogar y la forma más pura de vivir el amor será siendo como niños. En la carta a los Hebreos (Hebreos 2, 9 – 11) vemos cómo Jesús es el modelo máximo de fidelidad y donación por su esposa que es la Iglesia. Por ella se entrega hasta la muerte para purificarla y santificarla con su propia sangre.

« No es bueno que el hombre esté solo»

En las primeras páginas de la Biblia leemos que Dios creó al ser humano hombre y mujer, y los creó de un solo principio: la mujer fue tomada del hombre. Según el amoroso Plan de Dios esta unidad entre el hombre y la mujer debe restablecerse por una unión tan estrecha e indisoluble que vuelva a hacer de ellos «una sola carne». Así creó Dios al hombre y la mujer; eso es lo que está inscrito por Dios en la naturaleza del hombre y de la mujer y no hay poder humano que pueda cambiarlo. Pretenderlo es lo mismo que pretender ser el Creador del ser humano. ¿Y no es acaso la tentación primera el querer ser como dioses? Es decir decidir qué es bueno y qué es malo en sí mismo.

Dios crea al hombre (adam) de la tierra (adamá) y le infunde el aliento vital (Gn 2,7). Después aparece el espacio vital del hombre: el huerto frondoso se convierte en el objeto de su trabajo (Gn 2,8-9.15) que es concebido como algo beneficioso para el hombre. La creación de los animales (Gn 2,18-20) aparece supeditada a la del hombre. También ellos proceden de la tierra (adamá) y su finalidad será servir de ayuda y complemento al hombre. La acción de «nombrar» expresa el señorío del hombre y pone en evidencia los límites de los nuevos seres: son medios y están subordinados finalmente al «hombre».

La creación de la «mujer» constituye, sin duda, el punto culminante de la escena: es sacada del mismo hombre (no de la tierra), es idéntica a él, es la ayuda y complemento adecuado, como expresa el nombre (es ishá-varona porque procede del ish-varón). La conclusión del pasaje nos ofrece una bella explicación del misterio de la unión entre hombre y mujer: lo que era uno tiene que volver a encontrarse en la unidad perfecta del amor, que tiene su origen en el proyecto amoroso del Creador. La alusión final a la desnudez de ambos al final de este capítulo nos habla de estado de armonía y felicidad original.

El sacrificio reconciliador

El texto de la carta a los Hebreos nos remite al Salmo 8: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él cuides?». En Jesucristo podemos ver realizada la verdadera y sublime vocación del ser humano. Él es el auténtico «Hijo del hombre» que ha muerto para que podamos recoger el fruto maduro de la reconciliación: la vida eterna. La vocación del ser humano no se realiza por el camino de Adán, que busca el honor y la gloria rebelándose contra Dios y enfrentándose con sus semejantes. Este camino llevó de hecho a la perdición a toda la humanidad. La gloria y el honor del hombre proceden y se muestra en el ejemplo que Jesús nos ha dejado ya que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor» .

La expresión «era conveniente» o «convenía» (Hb 2,10) designa no una obligación que se derive necesariamente de la naturaleza de las cosas, sino la aceptación libre de parte de Jesús de la voluntad de Dios. «Llevar… a la perfección» (Hb 2,10) es un término aplicado constantemente a la prédica de Jesús (ver Hb 5,9; 7,28; 9,9; 10,14; 11,40; 12,23) y expresa la idea de llegar al fin, de conseguir el objetivo o la meta últimos. Es decir designa una verdadera transformación que afecta a la naturaleza íntima del ser, que lo hace apto para conseguir la meta, que es la vida en Dios. Éste término se aplicaba en el Antiguo Testamento a la consagración de los sacerdotes que los destinaba y capacitaba para el servicio divino (ver Éx 28,40-41; 29,1ss; Lv 21,10). Ahora se aplica en su sentido pleno a los cristianos ya que todos estamos llamados a la perfección que es aceptar la «nueva vida» que hemos recibido gracias al sacrificio reconciliador de Jesucristo.

 ¿Puede el marido repudiar a su mujer?

El Evangelio de hoy tiene dos partes: la enseñanza de Jesús acerca de la unidad e indisolubilidad del matrimonio y su enseñanza acerca de los niños. Como se verá, ambas cosas están estrechamente relacionadas. No tenemos que hacer complicados ejercicios de interpretación, porque la pregunta que se pone a Jesús es precisa y su respuesta es clara. Se le pregunta: «¿Puede el hombre repudiar a su mujer?». Y la respuesta de Jesús es absolutamente clara y contundente: «Desde el principio de la creación Dios los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y se harán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre». Esta respuesta adquiere mayor fuerza en su contexto. En efecto, está dicha en oposición al ambiente que reinaba en Israel, que era un ambiente «divorcista». Los que pusieron la pregunta habían agregado la premisa: «Moisés ordenó escribir un acta de divorcio y repudiarla». Ésta era la práctica habitual establecida en Israel.

Sin embargo no se puede dudar de la clara intención de Jesús: lo que ha unido Dios no lo puede separar el hombre, ni sus leyes. La extrañeza de sus mismos apóstoles, le da ocasión para corroborar su enseñanza: «En casa los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. Él les dijo: ‘Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio’». Y el adulterio no es un pecado leve. Así lo dice San Pablo, por si hubiera alguna duda: «No os engañéis: los adúlteros no heredarán el Reino de Dios» (ver 1Cor 6,9-10).

 «¡Dejad que los niños vengan a mí!»

La segunda parte del Evangelio es también una novedad. Inútilmente buscaremos en el Antiguo Testamento alguien que revele un interés tan profundo por los niños. En la época de Jesús los niños no contaban para nada, no merecían la atención de los adultos. Vemos que cuando presentan a Jesús unos niños, «los discípulos los reñían». En cambio, Jesús adopta una actitud insólita hacia los niños. Jesús dice: «Dejad que los niños vengan a mí» y los abraza y los bendice. Y, sobre todo, dice algo absolutamente desconcertante para esa época y totalmente nuevo: «El Reino de Dios es de los que son como los niños… el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Es decir, ¡un niño puesto como ejemplo!

Es importante que sepamos dónde tiene su origen el interés por los niños que profesa nuestra cultura. Los hospitales para niños, la pediatría, las organizaciones estatales e internacionales en favor de los niños tienen su origen en Jesucristo. Él introdujo esto en el mundo. Pero la preocupación de Jesús va más allá: Él reconoce a los niños como personas con derechos inalienables, y advierte que uno de esos derechos es el venir a la existencia como fruto del amor indisoluble de los padres, y ser acogido en el seno de una familia estable donde recibir amor y educación. Por eso Jesús enseña que el matrimonio es indisoluble, desde la creación del hombre y la mujer. Esta unión es la única que asegura a los niños su derecho a venir al mundo en el ambiente adecuado, a recibir amor y ser educados.

Las leyes de divorcio civil con nueva unión son leyes de adultos, expresan el egoísmo de los adultos y el olvido de los niños; son una vuelta a la mentalidad que existía antes de Cristo y que Él vino a cambiar. Por eso decíamos que las dos partes del Evangelio están profundamente relacionadas. El niño se desarrolla bien y armónicamente sólo cuando experimenta su existencia como fundada en un solo principio; en su padre y su madre, pero siendo los dos una sola carne. Esta es la enseñanza de Cristo. Es lamentable que nunca se pregunte a los niños acerca de la separación de sus padres ya que ellos inmediatamente responderían que no.

Es paradójico que las leyes se aprueben sin preguntar a los que son los primeros en sufrir las consecuencias de un divorcio: los hijos. En estos últimos años, unos 30 o 40 años, se han aprobado toda clase de leyes que lo único que han hecho es ayudar a que las familias sean menos consistentes y sólidas. Esto no es una exageración basta ver las estadísticas de los divorcios, separaciones o parejas conviviendo. Jesucristo lo único que ha hecho es manifestar todo aquello que nos va ayudar a vivir de acuerdo a lo que Dios ha pensado y quiere para nosotros. ¡Y Dios siempre quiere lo mejor!

Una palabra del Santo Padre:

«En la reforma de los procesos, del modo, he cerrado la puerta a la vía administrativa, que era la vía por la cual podía entrar el divorcio. Y se puede decir que aquellos que piensan en el divorcio católico, se equivocan, porque este último documento ha cerrado la puerta al divorcio que podía entrar, y era más fácil, por la vía administrativa, siempre estará la vía judicial.

Luego, continuando con la tercera, el documento: este ha estado pedido por la mayoría de los padres sinodales en el Sínodo del año pasado, acelerar los procesos, porque hay procesos que duraban diez, quince años, en una sentencia, y luego otra sentencia, y una apelación y otra apelación y no se terminaba nunca.

La doble sentencia, cuando era válida y que no había apelo fue introducida por el Papa Lambertini, Benedicto XIV, porque en Centroeuropa, no digo el país, había algunos abusos, y para pararlos él introdujo esto (la doble sentencia), pero no es una cosa esencial al proceso. Los procesos cambian y la jurisprudencia cambia y se mejora siempre, en ese momento era urgente hacerlo. Luego Pio X ha querido acelerar y ha hecho alguna cosa pero no tuvo el tiempo o la posibilidad de hacerlo. Los padres sinodales han pedido esto en el aceleramiento del proceso de nulidad matrimonial y termino en eso, este documento, este Motu Proprio, facilita los procesos en el tiempo, pero no es un divorcio, porque el matrimonio es indisoluble cuando es sacramento, y esto la Iglesia no lo puede cambiar, es doctrina, es un sacramento indisoluble.

El procedimiento legal es para probar que eso que parecía un sacramento no era sacramento por falta de libertad, por ejemplo, o por falta de madurez, o por enfermedad mental, pero tantos son los motivos que llevan luego de un estudio, una investigación a decir ‘no, ahí no hubo un sacramento’, por ejemplo, porque esa persona no era libre, un ejemplo ahora no es común pero en algunos sectores en la sociedad es común, al menos en Buenos Aires era, el matrimonio cuando la novia estaba embarazada, deben casarse, yo en Buenos Aires al sacerdote les aconsejaba con fuerza casi prohibía hacer el matrimonio en esta condición, nosotros lo llamamos matrimonio en apuro, para cubrir todas las apariencias, y el niño nace, algunos van bien pero no hay la libertad y luego va mal se separan y si ‘yo he estado forzado a hacer el matrimonio porque debía cubrir esta situación’, y esta es una causa de nulidad, tantas, la causa de nulidad, ustedes pueden buscarlo en el internet, están todas ahí, son tantas.

Luego el problema de los divorciados que están en una segunda unión, ustedes lean, lo tiene, el Instrumentum Laboris, aquello que se discute, a mí me parece un poco simplista decir que el Sínodo, que la solución para estar personas es que puedan comulgar, esa no es la solución, la única, aquello que el Instrumentum Laboris propone es tanto y también el problema de la nueva unión, de los divorciados, no es el único problema, en el Instrumentum Laboris hay tantos, por ejemplo los jóvenes no se casan, no quieren casarse, es un problema pastoral para la Iglesia, otro problema la madurez afectiva para el matrimonio, otro problema la fe, “yo creo, que esto es por siempre , si, si, si creo”, pero ¿creo? la preparación para el matrimonio, yo pienso tantas veces que para ser sacerdote hay una preparación de ocho años, y luego como no es definitivo la Iglesia puede quitarte el estado clerical, para casarse para toda la vida se hacen cuatro cursos cuatro veces, hay algo que no va, el Sínodo debe pensar bien cómo hacer la preparación al matrimonio, es una de las cosas difíciles, pero todo está listado en el Instrumentis Laboris, pero me gusta que me haga esta pregunta sobre el divorcio católico, eso no existe, o no hubo matrimonio, esto es nulidad, no ha existido, y si ha existido es indisoluble, esto es claro».

Papa Francisco. Conferencia de prensa después del viaje a Cuba y Estados Unidos de Norteamérica. Septiembre 2015.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. El profesor genetista francés Jérôme Lejeune narra cómo en una reunión de periodistas en París, en 1974, una mujer dijo: «Queremos destruir la civilización judeocristiana, para ello tenemos que destruir a la familia, y para ello tenemos que atacar su elemento más débil: el niño que todavía no ha nacido; nosotros somos favorables al aborto». Recemos por todos aquellos niños asesinados a través del aborto. Tomemos consciencia de este terrible flagelo a la sociedad actual.

2. ¿Qué puedo hacer para ayudar a que las familias sean más fuertes? ¿Conozco a alguien que necesite un consejo para salvar su matrimonio? ¿Qué voy a hacer? ¿Me voy a quedar callado?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2201-2233.

Written by Rafael De la Piedra