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Con El Hobbit volvemos a la Tierra Media, sobre todo a la de Jackson, a veces a la de Tolkien

No lleve niños menores de 11 años. Sea indulgente con los guionistas. Disfrute de los Enanos. No pida combates realistas, déjese llevar.

Pablo J. Ginés

«El Hobbit, un viaje inesperado» dura 2 horas y 46 minutos y no es adecuada para niños: en España está recomendada para mayores de 7 años, mientras que en Estados Unidos es para mayores de 13 años. Creo que a niños de 11 años que hayan leído la historia se les puede dejar entrar: no a menores de esa edad. Peter Jackson ha convertido un libro infantil de 300 páginas en una trilogía de tres películas largas llena de violencia oscura, mutilaciones, decapitaciones, terribles lobos gigantes y la cabeza cortada del Rey Thrór, que es de los buenos.

Al menos, no han escrito a cuchillo en su cara el nombre del asesino, como describe Tolkien. Es una escena que causa una guerra terrible en el corpus tolkiniano, porque allí Thrór no muere con honor en el campo de batalla, sino humillado y afrentado.

Peter Jackson ha querido hacer «otro Señor de los Anillos» y no siempre lo hace recurriendo a Tolkien. Y el caso es que Tolkien siempre es más grande: si Tolkien se pone oscuro y terrible, es más terrible que Jackson. Si Tolkien se recrea en lo divertido y juguetón, gana a Jackson. Si Tolkien se vuelca en lo épico y lo elevado, vuela a alturas que marean a Jackson. Y si Tolkien escribe intrigas milenarias, Jackson se ve obligado a resumirlas y recortarlas…

Esta es la gran paradoja de esta trilogía: que hay que hincharla para que 300 páginas se conviertan en tres películas épicas, que para eso se puede acudir a los escritos de Tolkien (los Apéndices, De los Anillos del Poder -en El Silmarillion- y los Cuentos Inconclusos son útiles aquí) pero que al final Jackson recurre a sus dos guionistas de siempre y a autorreferenciar sus películas anteriores.

Quien esto escribe es fan de Tolkien desde los 12 años, y especialmente de sus Enanos, y esta película tiene muchos enanos. En el libro, no parecen especialmente heróicos ni buenos guerreros hasta el final del libro, cuando se revelan muy distintos, después de llegar a su hogar. Y en las otras obras de Tolkien, son figuras a la vez robustas, fiables y épicas.

Por eso, agradeceremos el esfuerzo de la película por dar personalidad propia a los 13 enanos. Lo consigue con Dwalin (el primero en llegar a casa de Bilbo, temible aspecto guerrero); su hermano Balin (sabio y de blanca barba, recuerda los viejos tiempos y aporta sabiduría y sentido común); Bofur (de sombrero ancho, joven y amistoso con Bilbo, le anima a seguir); y los jóvenes Fili y Kili. El gordo Bombur, muy visible, no habla, pero tendrá protagonismo en las siguientes películas.

Todos ellos demuestran ser mucho más valientes y guerreros que en la novela infantil. Y luego está Thorin Escudo de Roble, que es el «Aragorn» de esta trilogía, aunque sin novia. Es líder, es un gran guerrero, tiene una pesada herencia, ha vivido tiempos duros entre los hombres, como expatriado… y quiere recuperar su reino, y para eso sólo cuenta con sus compañeros y el consejo del mago Gandalf.

El anciano Balin es un personaje magnífico. Lástima que si repasamos los Apéndices de El Señor de los Anillos vemos que… ¡Balin tiene 20 años menos que Thorin! De hecho, Thorin es el más anciano de la compañía según los libros: tiene 195 años. Se parece más bien a Théoden: un rey vigoroso en edad madura, endurecido en pesares, que al final encontrará sabiduría en la juventud y alegría del hobbit. No es extraño que Gandalf tienda luego a dejar hobbits como pajes que aporten humanidad a los grandes señores como Théoden y Denethor.

Pero en esta película Thorin es un joven impaciente, con una barba más corta que la de este periodista. Él va a tener que sostener el papel de «héroe épico guapo», al menos hasta que aparezca Bardo el Arquero, probablemente en la segunda película.

Jackson está encantado de haberse conocido y no puede decirle «no» a las guionistas: una es su compañera sentimental, y la otra es amiga de toda la vida, y las dos se han enriquecido con la trilogía anterior y tienen capacidad de decisión en la empresa. Así que las guionistas hacen lo que quieren, desencadenadas. Y lo que quieren es jugar sobre seguro y repetir, calcar con plantilla, la estructura de «La compañía del Anillo».

Así, empiezan con una historia épica sobre los Enanos de antaño (que no es la auténtica, eh, aunque sea inspiradora), igual que en la primera trilogía empezaban narrando la Última Alianza. Lo peor de este prólogo es que ¡las Enanas no tienen barba, como deberían!

Luego, donde en «La compañía del Anillo» estaban los Jinetes Negros persiguiendo a caballo a los hobbits, salvados por la jinete Arwen, como guerrera apócrifa que espantaría a Tolkien, nos ofrecen unos orcos montados en huargos persiguiendo a los enanos, salvados por unos jinetes elfos. Todo, justo antes de llegar a Rivendel. Un calco, como decíamos.

Después vienen las cuevas de los orcos, con la repetición del monstruo enorme sobre el puente y el abismo. Y después el combate final con el malo semi-apócrifo, como aquel Uruk-Hai del que se vendían tantos muñecos y miniaturas por matar a Boromir, papel que se reserva a Azog (que en el libro llevaba décadas muerto).

Otro enfoque lamentable es el de Radagast, el mago amante de los animales y los pájaros. Como es Navidad, las guionistas le han dado un absurdo trineo tirado por unos conejos gigantes. «El hobbit» puede recordarse por «the rabbits». Junto con el Rey Elfo montado en un ciervo (algo jamás visto en la obra de Tolkien), parece un homenaje a Papa Noel. Sin que falten tres alusiones a hongos alucinógenos, sustancias extrañas y caras «de flipe» del pobre Radagast.

Es injusto: ya le quitaron su papel en El Señor de los Anillos y ahora se mofan de él. Para empezar, la obra tolkiniana insiste en su relación con los pájaros, no con conejos ni erizos, y especialmente con las águilas. En El Señor de los Anillos, el águila que rescata a Gandalf de Orthanc llega porque Radagast la envíe con noticias, no porque le haya traído una mariposa, técnica absurda que las guionistas de Jackson vuelven a repetir, pero a velocidad «exprés».

Luego están las extrañas reuniones de los sabios del Concilio Blanco. Los fans queríamos volver a ver a los viejos conocidos: Elrond, Saruman, Galadriel… Pero por los libros sabemos que hay más personajes en ellos, como Círdan el Carpintero de Barcos. O Celeborn.

Saruman no parece especialmente sutil como falso aliado. El icónico y anciano Christopher Lee parece cansado. Lo cierto, según el canon, es que en este año, todos ellos tenían claro que el Nigromante ocupaba Dol Guldur y era más peligroso que un Espectro del Anillo… y para nada un mero humano dedicado a la brujería, argumento de partida de rol, no de Tolkien. Además, Saruman es consciente de que el Anillo puede estar cerca del río, y lo busca, y por eso quiere sacar al Nigromante de Dol Guldur.

Donde Saruman dice «ahí no hay nada» mañana ha de decir «vayamos todos a por él». Eso lo hace continuamente Jackson: los Ents dicen «no combatiremos» y enseguida cambian de opinión. Faramir secuestra a Frodo, y luego cambia de opinión. Bilbo decide ir de aventuras… y luego cambia de opinión y a mitad de viaje piensa fugarse. ¡Y eso que tiene un contrato firmado! Cosas de Jackson, no de Tolkien. El Bilbo de Tolkien no llega a firmar contrato y aunque siempre piensa en el hogar nunca decide fugarse como en esta película.

Y es que, para empezar… ¿qué es lo que saca a Bilbo de su cómoda casa? Según el libro de Tolkien, su sangre Tuk, que era la única esperanza de Gandalf y lo que él buscaba. El mapa, las canciones, la historia… todo eso despierta al Bilbo aventurero. Y un cierto orgullo propio: «Estoy bastante seguro de que habéis venido a la casa equivocada -les dice a los enanos en el libro- pero tratadme como si fuese la adecuada; decidme lo que queréis que se haga y lo intentaré, incluso si tengo que caminar de aquí al Este del Este y luchar con los salvajes hombres-gusano del Último Desierto».

Esto lo dice Bilbo en un rapto de amor propio… por la mañana, más sensato, se habría quedado en casa, pero Gandalf le reclutó y lo sacó de casa sin darle tiempo a pensar… En la película es exactamente lo contrario que en el libro: de noche no se anima, y de día, no se sabe por qué, sale «a correr una aventura». Y cuando decide volver y renuncia a desertar, lo hace por un motivo altruista y extraño a la idea de Tolkien: quiere ofrecerles un hogar a los Enanos. Es un poco absurdo, porque a estas alturas aún no está claro si lo único que quieren es recuperar el tesoro…para eso están los saqueadores.

Tampoco tiene demasiado sentido que la película parta de la idea de que el libro está escrito «para Frodo». ¿Qué sentido tiene escribir que «un agujero hobbit significa comodidad, no tiene gusanos, etc…» si lo va a leer Frodo, que ha vivido allí toda su vida? Ya que el elfo Lindir aparece en Rivendel, quizá Bilbo tendría que haberle prometido escribir algo sobre las costumbres hobbits y sus casas. Bilbo escribe para hombres y elfos.

Lo curioso es que con la de auto-referencias que la película de Jackson hace a sus precedentes, no las respeta en un punto clave como el hallazgo del Anillo. Todos vimos las películas anteriores. «¿Un anillo?» decía el Bilbo de Ian Holm. Pero el de Martin Freeman no lo hace. (Hay, eso sí, bastante consenso entre los críticos en que Freeman es un buen Bilbo, un burgués fuera de su lugar).

Si bien es cierto que el diálogo de acertijos con Gollum es magnífico, de lo mejor de la película, es verdad también que la «doble personalidad» de Gollum es heredera de la de «Las Dos Torres», más que de «El Hobbit». Con todo, Andy Serkis, el actor que interpreta al comedor de «pecesessss» vuelve a estar magistral.

Hay varios momentos en que la película no recuerda tanto a la trilogía anterior como a otra película de Jackson: «King Kong». Sobre todo, cada vez que algo enorme tropieza con otra cosa enorme y caen como un dominó. En «King Kong» lo hacía con dinosaurios en barrancos; aquí con puentes trasgos, con pinos en barrancos, etc…

Podemos alabar a Jackson por devolvernos a los paisajes de la Tierra Media que nos enamoró. Podemos darle gracias por respetar varios momentos icónicos de la novela infantil: los trolls pelean muy duro, como en su trilogía, pero hablan en jerga barriobajera, como en el cuento. El Rey Trasgo reconoce las viejas espadas que mataron miles de orcos antaño… aunque no se recuerda que se forjaron en la antigua Gondolin (pero a nadie le importa repetir que hay trasgos y huargos de Gundabad). Agradecemos también la canción de los platos y los vasos en la casa de Bilbo, con sus sensación de que los enanos son un «tropel» alegre y bien organizado.

Y, sobre todo, seduce la canción: «Más allá de frías y brumosas montañas». Que en inglés se canta con voces graves y misteriosas. Los fans en Internet ya la han colgado en francés, alemán, español… En nuestra lengua no rima mucho y está cantado demasiado agudo. No es la voz de un enano. Y es que esta es la canción que tolkieniza el cuento, la que convierte a los alegres enanos en herederos de una historia, un linaje, un pueblo.

En las películas de El Señor de los Anillos ninguna canción de verdad llegó a calar en el espectador; no tenían realmente vida propia. Aquí sí la tienen. Y eso es devolvernos a la Tierra Media de Tolkien.

Written by Rafael De la Piedra

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