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EE. UU.; la Iglesia contra la obligación de dar niños en adopción a parejas homosexuales

Existe una ley que niega fondos a las agencias de servicios sociales que se niegan a permitir adopciones a parejas del mismo sexo. Los católicos se oponen a la idea de «experimentar» con los más pequeños
Marco Tosatti
Roma

La Iglesia estadounidense está librando una batalla difícil, y con frecuencia desigual, para impedir que sus instituciones de adopción y colocación de los niños se vean obligadas a dar a los menores a parejas homosexuales. La reciente decisión de los Servicios Sociales Católicos de Southern Illinois de alejarse de la Iglesia católica y poder, de este modo, continuar su obra —incluso a costo de dar niños a parejas homosexuales—, tuvo lugar después de que también Illinois siguiera el ejemplo de otros Estados norteamericanos, al aprobar leyes que tienden a promover los llamados derechos de las uniones homosexuales.

Esta ley, la Illinois Religious Freedom Protection and Civil Union Act (Ley de Unión Civil y Protección de la Libertad Religiosa), niega fondos a las agencias de servicios sociales que rechazan las adopciones de las parejas del mismo sexo. Cabría preguntar —y es exactamente lo que ha hecho la Iglesia estadounidense— si de este modo no se está frente a una discriminación que en realidad toca una de las libertades fundamentales enunciadas desde la base fundacional de Estados Unidos: la religiosa. Sin embargo, la oposición de la Iglesia tiene otros fundamentos, además del religioso.

Como ponen de manifiesto algunos círculos de la Iglesia católica de Estados Unidos, «hacer experimentos» con los niños, permitiendo la acción por parte de parejas del mismo sexo, plantea problemas muy serios. Los niños tienen derecho a ser criados y educados por un padre y una madre. Esta necesidad debería ser reconocida por el Estado y por los grupos profesionales como mucho más importante que el presunto derecho de un adulto de adoptar a alguien.

Este parecer se basa sobre una vasta documentación científica social y sobre una base de enseñanza, en particular de Rick Fitzgibbons, un psiquiatra con 35 años de experiencia, que ocupa el cargo de director de los Comprehensive Counseling Services en West Conshohocken, Pensilvania. Fitzgibbons, en su larga carrera, recuerda haber «tratado» casos de niños adoptivos y de «hijastros» durante muchos años, prácticamente a lo largo de toda su carrera. Una experiencia tal que lo ha llevado a ser el autor de un libro de texto sobre el tema para la Asociación Americana de Psicología. Una experiencia que luego se tradujo en su vida familiar privada en la adopción de tres niñas.

El experto recuerda que existen riesgos evidentes en las uniones homosexuales y que, como consecuencia, éstas no ofrecen el ambiente ideal en para criar y educar niños, por toda una serie de razones. La primera es que, a pesar de lo que afirman los grupos de presión homosexuales y sus defensores, las parejas del mismo sexo tienden a ser promiscuas. Uno de los estudios más extensivos sobre parejas homosexuales, citado por Fitzgibbons, demuestra que solo 7 de 156 parejas que mantenían una relación homosexual eran totalmente monógamas. Y la mayor parte de estas relaciones duraba, de todos modos, menos de cinco años.

Las parejas cuya relación duraba más tiempo habían llegado a comprender una forma de organización que permitiera una actividad sexual fuera de los límites domésticos. Dos estudiosos, que también eran pareja, David McWhirter y Andrew Mattison, observaron que «el principal factor que mantiene unidas a las parejas homosexuales, pasados los diez años, es la falta de posesividad. Muchas parejas se dan cuenta muy pronto en la historia de su relación que la posesión recíproca desde un punto de vista sexual puede constituir la mayor amenaza interna para la relación». (McWhirter, D. y Mattison, A. 1985. The Male Couple: How Relationships Develop. [La pareja masculina: ¿Cómo se desarrollan las relaciones?] Prentice Hall).

Y, además, estas uniones son muy frágiles. Las probabilidades de ruptura son mayores en el caso de parejas lésbicas. En un informe presentado en 2010, el US National Longitudinal Lesbian Family Study (Estudio Nacional Longitudinal de Familias de Lesbianas de Estados Unidos), el 40 % de las parejas que habían concebido juntas un niño por medio de la fecundación artificial se había separado. (Gartrell, N. y Bos, H. (2010) US National Longitudinal Lesbian Family Study: Psychological Adjustment of 17-year-old Adolescents [Estudio Nacional Longitudinal de Familias de Lesbianas de Estados Unidos: Ajuste psicológico en adolescentes de 17 años], Pediatría, volumen 126, número 1, julio 2010, 28-36). Una estudiosa, Lisa Diamond, incluyó en su libro Sexual Fluidity (Fluidez sexual) que «más de dos tercios de las mujeres de mi muestra habían cambiado su “etiqueta de identidad” al menos una vez después de la primera entrevista. Las mujeres que habían mantenido la misma identidad durante los diez años eran el grupo más pequeño y atípico». Y, normalmente, si una mujer en una relación homosexual cambia su «etiqueta de identidad», la relación se rompe. A propósito de este dato, puede resultar interesante recordar, citando fuentes de crónica reciente, que una lesbiana romana, a quien no se le había permitido donar sangre, había afirmado encontrarse en una relación estable porque estaba con su pareja desde hacía cuatro meses.

Según Fitzgibbons, existe también un problema de salud, que no debe ser subestimado. Las parejas homosexuales pueden no gozar de buena salud mucho más que las parejas heterosexuales. Una investigación holandesa ha demostrado que la mayor parte de los nuevos casos de VIH en Ámsterdam se verificaron en hombres homosexuales que vivían relaciones «sólidas». El investigador concluyó que «deberían dirigirse medidas de prevención hacia el comportamiento de riesgo, especialmente entre parejas estables, junto con la promoción de los exámenes de VIH» (Xiridon, M. y otros, (2003). The contribution of steady and casual partnerships to the incidence of HIV infection among homosexual men in Amsterdam [El aporte de las relaciones casuales y estables en la incidencia de la infección de VIH entre hombres homosexuales en Ámsterdam]). Además, las investigaciones demuestran que las uniones homosexuales sufren de una mayor y más significativa prevalencia de abusos domésticos, depresión, trastornos debidos al abuso de sustancias, y enfermedades transmitidas sexualmente. Se pregunta Fitzgibbons: «¿Los niños deberían ser colocados en parejas con un riesgo de enfermedad grave, emocionalmente agotadora?».

Que los niños necesitan de un padre y de una madre resulta evidente de muchos estudios. Y existen indicaciones claras, según los expertos, de que los niños criados por parejas homosexuales están en peores condiciones que los niños criados en familias estables con una madre y un padre. En 1996, un estudio meticuloso de 174 niños de la escuela primaria en Australia (58 con padres casados, 58 con padres heterosexuales convivientes, y 58 en uniones homosexuales) sugería que las parejas casadas ofrecían el mejor ambiente. Aquellas convivientes ocupaban el segundo lugar, y las parejas homosexuales, el tercero. Un estudio de 2009 sobre mujeres en Nueva York, Boston y San Francisco arrojaba resultados análogos. Naturalmente, hay estudiosos con visiones opuestas.

Dos estudios frecuentemente citados por los activistas homosexuales y por los medios en el 2010 —el primero, de Nanette Gartrell y Henry Bos; el segundo, de Timothy Biblarz y Judith Stacey— sostienen que los niños privados deliberadamente de la complementariedad de género no sufren daños psicológicos. Pero hay un problema. Todos los datos del artículo de Gartrell y Bos son autoinformes de la madre y del niño. Las madres entrevistadas sabían de la «agenda política» de la investigación, y esto desvió los resultados. Es un error de metodología que debilita gravemente el estudio. En cambio, el estudio de Biblarz y Stacey, en 31 ejemplos sobre 33 eran los padres quienes proporcionaban los datos, que consistían en juicios subjetivos. Una vez más, esto creaba un prejuicio de deseabilidad social, porque los padres homosexuales conocían la «agenda política» detrás de la investigación. Y. además, solo 2 estudios de 33 sobre familias de dos personas incluían hombres, si bien el título «¿How does the gender of parent matter?» (¿De qué manera influye el género de los padres?) sugiere que hombres y mujeres están plenamente representados. Según Fitzgibbons, «muchos de los estudios sobre las parejas homosexuales tienden a presentar serias faltas metodológicas», además porque «ningún estudio ha examinado los efectos a largo plazo sobre hombres adultos criados por hombres homosexuales». Y, podríamos agregar, queda por preguntarse si es justo permitir la experimentación de tipo pionero que tiene por objeto a seres humanos en la fase más delicada —e indefensa— de su existencia.

Un niño adoptado fue separado de sus padres biológicos y siente esta pérdida. Por este motivo, las agencias de adopción históricamente han buscado la mejor disposición posible, un padre y una madre estables y sensibles. Una pareja homosexual es, por definición, según Fitzgibbons, «una disposición de segunda clase» desde el momento en que falta un padre del otro sexo. «Y es una grave injusticia el hecho de que a un creciente número de servicios de adopción católicos, que durante decenas de años han proporcionado una asistencia excepcional en la ayuda a niños y padres, se les niegue el derecho a continuar». Y, sobre todo, «privar deliberadamente a un niño de un padre o de una madre daña al niño» (Kobak, R. (1999). «The emotional dynamics of disruptions in attachment relationships: Implications for theory, research, and clinical intervention» [La dinámica emocional de las irrupciones en las relaciones de apego: Implicaciones para al teoría, la investigación y la intervención clínica]). «Los derechos y las necesidades de los niños deberían ser protegidos por el Estado. Los adultos no tienen el derecho de dañar a los niños.»

Written by Rafael De la Piedra