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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

La Iglesia en tiempos de Raúl Castro

Por David Malacaria

Así pues, un mundo termina. Después de casi cincuenta años, Fidel Castro abandona. Lo ha hecho a su manera, mediante una carta a Granma, el periódico del Partido. Una carta que cierra una época y abre nuevas perspectivas para aquella isla caribeña, tan pequeña geográficamente como importante en la política mundial. En su lugar, el 24 de febrero fue elegido su hermano Raúl, en quien desde 2006, fecha en que la salud de Fidel comenzó a verse comprometida, había recaído el futuro del país. Más joven que su hermano, Raúl ha dado a entender varias veces que quiere abrir una época de reformas. En su último discurso de la precedente legislatura (28 de diciembre) afirmaba: «Coincidimos con quienes han alertado sobre el exceso de prohibiciones y medidas legales, que hacen más daño que beneficio. La mayoría pudiéramos decir que fueron correctas y justas en su momento, pero no pocas de ellas han sido superadas por la vida y detrás de cada prohibición incorrecta, búsquese un buen número de ilegalidades».

Una frase que volvió a sonar en su primer discurso como presidente. En estos años el nuevo presidente tampoco ha dejado de adoptar medidas de apertura hacia el mundo occidental, incluidos los Estados Unidos, enemigos históricos de la pequeña isla. La Iglesia cubana, pues, está frente a tiempos nuevos que se caracterizarán presumiblemente por un socialismo reformista cuyas características todavía desconocen incluso los dirigentes del Partido, aunque cualquier modelo que se adopte tendrá que medirse con una realidad, nacional e internacional, compleja.

«No sabemos cómo se desarrollarán los acontecimientos», dice monseñor Carlos Manuel de Céspedes, vicario general de La Habana y profundo conocedor de los asuntos cubanos. «En el 60, con la revolución, la isla conoció un profundo cambio… Mi esperanza es que en este cambio actual no quepa la violencia. Raúl es una persona muy pragmática y de buena voluntad. Me cae bien. A su lado hay hombres que pese a haber formado parte del régimen tienen otra actitud y otra visión de las cosas. Creo que bajo su dirección la situación de Cuba podrá mejorar tanto desde el punto de vista económico como desde el político. Pero esta renovación tendrá lugar paulatinamente, sin desgarros. Entre estas novedades creo que hay espacio para una presencia positiva de la Iglesia, para que pueda vivir y actuar como levadura en medio de la sociedad y el pueblo cubano». Pero, recomienda monseñor De Céspedes, no hay que meter prisas, pretender que todo cambie inmediatamente, so pena de causar un desastre.

«El presidente Raúl Castro ha dicho varias veces que se pueden hacer críticas: una afirmación que consideramos muy positiva», dice monseñor Juan García Rodríguez, arzobispo de Camagüey y presidente de la Conferencia Episcopal Cubana: «El único modo de corregir las situaciones es saber qué es lo que va mal. Como Iglesia, lo que le pedimos al Gobierno es más espacio en los medios de comunicación. Hoy la televisión difunde el Vía Crucis del Papa, y otros acontecimientos ligados a la figura del Pontífice, pero no ofrece más que espacios limitados a la Iglesia local. Todos los obispos tienen la posibilidad de intervenir en los medios de comunicación con motivo de las festividades importantes, pero es deseable un acceso más fácil.

Además la Iglesia se queja de la falta de edificios de culto en las zonas periféricas y de nueva construcción, porque hasta el momento no se ha concedido la autorización para construir. Otra cuestión sobre la que hay que avanzar es la pastoral en las cárceles. En los años noventa se les concedió a los sacerdotes que visitaran a los prisioneros, previa petición de éstos. Pero esperamos que se puedan desarrollar celebraciones comunitarias, por lo menos en las festividades importantes. Por el momento en algunas diócesis, y en algunas cárceles, esto está permitido, en otras no…».

En realidad, lo que las palabras del prelado quieren decir, nos explica el padre Noel, sacerdote que se ocupa de la pastoral de los prisioneros, es que todo pasa por las relaciones personales, y que, a menudo, estas son más importantes que los enredos burocráticos. Lo importante es que la posibilidad de visitar a los prisioneros, introducida a comienzos de los noventa, fue uno de los indicadores de que algo estaba cambiando en las relaciones entre el régimen y la Iglesia. El padre Noel nos lleva a la Virgen de las Mercedes, quizá el santuario más querido por los fieles de la capital, situado en el corazón de La Habana vieja. Aquí se le ha dedicado una gran sala a los pobres, especialmente a los ancianos, a los que se les da de comer. Entramos cuando algunos voluntarios están limpiando, mientras otros están atareados en las cocinas desde las que nos llegan olores que abren el apetito. Nos explican lo poco que pueden hacer para afrontar a los tantos excluidos que abarrotan este rincón de la ciudad. Poco, desde luego, pero la caridad se mide por parámetros que no son los nuestros…

También monseñor Juan de Dios Hernández Ruiz, obispo auxiliar y vicario general de La Habana, además de secretario de la Conferencia episcopal cubana, habla de las esperanzas y los cambios que se están produciendo en la isla. Pero, advierte, el Evangelio es y será siempre piedra de escándalo, aquí como en el resto del mundo: «El misterio de la Iglesia se revela solo mediante la fe. Pero este misterio lo hacemos visible mediante las obras, en especial las que dan una aportación a la dignidad del hombre. Por esto la Iglesia debe tener el espacio suficiente para que su misión evangelizadora llegue a toda la sociedad». En concreto, también él subraya la urgencia de poder edificar iglesias. Pero esto, añade, es objeto de unas conversaciones ya comenzadas con el régimen. Conversaciones que conciernen, por lo demás, también a otras peticiones de la Iglesia católica. «Creo que, al final, muchos problemas podrán superarse», afirma, «porque además, en el estado actual de cosas, no hay grandes limitaciones a la acción de la Iglesia, sino más bien dificultades que nacen de actitudes y posturas que son legado de un pasado difícil. Serán los hechos, más que las palabras, lo que lentamente hará que las relaciones sean más fáciles».

Sí, el de las relaciones entre la Iglesia y el régimen fue un pasado difícil. Lleno de restricciones y asperezas.

Una historia compleja

«La Iglesia cubana no nace como contraposición a la modernid
ad, sino todo lo contrario», explica Carlos Manuel de Céspedes, que es también miembro del Consejo Pontificio de la Cultura. «La Ilustración llegó a la isla a través de España, donde el mayor representante de esta corriente de pensamiento fue un sacerdote, el padre Benito Jerónimo Feijoo. Y esto contra un Estado español que, por el contrario, era conservador. El propio padre Félix Varela, considerado el padre de la patria cubana, era un ilustrado. Por eso los movimientos de independencia cubana, de los que fueron protagonistas grupos que se habían formado en la Ilustración humanista, no eran para nada contrarios a la Iglesia». La independencia, conquistada tras la intervención de Estados Unidos y la llamada guerra hispano-americana (1898), colocó al país en la órbita estadounidense, añade monseñor De Céspedes, que revela un detalle poco conocido: el único Estado que pidió en vano que los cubanos fueran invitados a las conversaciones de paz de las que habían sido excluidos fue la Santa Sede. Los independentistas cubanos, por su parte, celebraron la victoria en el santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba…

«La Constitución de la nueva nación, de tipo liberal, aunque no declaradamente anticatólica, era sin duda poco favorable a la Iglesia. Fue un período difícil», sigue diciendo el monseñor. Luego, explica, con el paso de los años, las relaciones entre el Estado y la Iglesia fueron allanándose. Pero no duró mucho.

En 1959 dio comienzo la revolución de los barbudos. «En un primer momento la Iglesia miró con simpatía al movimiento revolucionario», explica monseñor Hernández Ruiz: «Muchos católicos tomaron parte en el conflicto y varios sacerdotes acompañaron a los guerrilleros. Por lo demás el régimen de Fulgencio Batista era realmente inaceptable… Incluso la reforma agraria, una de las primeras medidas del nuevo régimen, fue vista con gran favor. Luego las cosas cambiaron». Sí, las cosas comenzaron a cambiar cuando los revolucionarios, en parte por afinidad ideológica, en parte para afrontar la creciente presión de Estados Unidos (culminada en el desembarco fracasado de la Bahía de Cochinos), se acercaron a la Unión Soviética. La crisis de los misiles cubanos de 1962, que llevó al mundo a un paso de la tercera guerra mundial, convirtió aquel abrazo en un vínculo asfixiante. La embajada soviética en Cuba, en su tétrica imponencia significó más el símbolo de una hegemonía que de una relación entre Estados aliados. «Fue un período crítico», sigue diciendo monseñor De Céspedes, «la Iglesia publicó documentos muy duros contra el régimen, que respondió de manera igualmente dura».

En 1961 fueron expulsados 131 sacerdotes. En la isla quedaron solo doscientos. La misma suerte corrieron los religiosos y religiosas. De las muchas Órdenes que había en Cuba solo quedaron algunas decenas. La revolución era joven y también Fidel lo era, explica monseñor Hernández Ruiz: «Y esto tuvo un coste». Años difíciles para la Iglesia. Pero no sangrientos. Algunos sacerdotes conocieron las fatigas de los campos de reeducación, previstos para los delitos menores, mientras que a la cárcel de verdad solo fue mandado un religioso, el fraile franciscano Miguel Ángel Loredo. Sin embargo, por lo general se les achacaban solo delitos comunes, no la confesión religiosa. El padre Loredo, en especial, fue condenado porque estaba acusado de haber protegido a un fugitivo. «Lo recuerdo bien», dice monseñor De Céspedes, «éramos amigos. Fue víctima de una maquinación. Un caso doloroso… Por desgracia también es cierto que algunos católicos, en el intento de rebelarse contra el régimen, usaron de manera arbitraria el cristianismo. De todos modos, pese a las dificultades, las cosas siguieron adelante. Cuando cayó el Imperio romano había quienes pensaban que había terminado todo. San Agustín no lo pensaba sino que explicaba que las cosas del mundo seguirían su camino… No se trataba de buscar el enfrentamiento con el régimen, porque ello solo habría provocado desastres, sino vías de diálogo. Y esto no podía conseguirse más que con las relaciones personales. Por lo demás, con muchos de aquellos que estaban en el gobierno habíamos estudiado juntos de jóvenes. Había un vínculo que iba más allá de los papeles de cada cual. Recuerdo una discusión encendida que tuve con uno de ellos que había venido a visitarme una noche.

En un momento determinado le dije: “Espera, quizá es mejor que nos paremos y vayamos a echarnos un trago de vino…”. Todo dependía de las relaciones personales. Es el modo más humano de relacionarse, el único modo humano». Para monseñor Hernández Ruiz, en aquellos años la posición de la Iglesia estuvo caracterizada por una cerrazón, una posición a la defensiva. «Fue con el encuentro eclesial de 1986, resultado de cinco años de reflexión de la Iglesia cubana, como cambió por fin aquella actitud. Tras aquel encuentro la Iglesia tomó conciencia de que estaba llamada a salir de aquella posición de cerrazón y a retomar su misión evangelizadora. Y que tenía que aprender a convivir con un Estado socialista. Fue un paso importante, porque también el Estado comenzó desde aquel momento a comprender que no debía tener miedo de la Iglesia».

«Y sin embargo aquellos años no fueron solo oscuridad», recuerda monseñor De Céspedes con un toque de nostalgia: «Recuerdo la fidelidad de los cristianos que quedaron y que atravesaron con su fe gozosa todas estas experiencias… En los años Sesenta yo era párroco de tres iglesias de las afueras. Y recuerdo bien la atmósfera de fiesta, de gozo. Vivíamos en la alegría de la fe, sin quejarnos demasiado…».

La visita del Papa

Después de la caída del muro de Berlín el régimen queda libre del abrazo asfixiante de Moscú, pero, al mismo tiempo, se queda sin el mayor apoyo a la economía nacional. Comienza una crisis dramática, a la que se suma el endurecimiento del embargo económico de Estados Unidos (1992, la llamada “Ley Torricelli”).

Desde Cuba se responde creando el llamado “período especial”: se instaura un régimen monetario de doble circulación (una moneda para los productos más esenciales y la otra para los bienes menos necesarios o procedentes del exterior), se valoriza al máximo el turismo, permitiendo la aportación de empresas extranjeras, se crean cadenas de comercio estatales para llevar dinero a las enjutas cajas del Estado y se concede a los ciudadanos la posibilidad de crear pequeñas actividades privadas. Novedades para nada insignificantes en un régimen comunista. Pero la pobreza se extiende.

Esta es la situación del país cuando en enero de 1998 llega Juan Pablo II. De aquella visita se recuerda la gran procesión –precedentemente en Cuba las procesiones eran un acontecimiento extraordinario–, la misa en la plaza de la Revolución, los saludos más que cordiales entre Fidel y Wojtyla, el Papa condenando sin medias tintas el embargo… Y más cosas. Monseñor Ramón Suárez Polcari, viario general de La Habana, que se encargó de organi
zar aquella visita, recuerda: «Fue un momento realmente extraordinario. Pero creo que hay que subrayar que ya solo la organización de la visita fue un hecho histórico. Por primera vez la Iglesia cubana y el Estado cubano tenían que hacer una cosa juntos. Y no solo esto: el Estado se vio obligado a relacionarse con la Santa Sede. Se instauró una colaboración antes impensable que abrió un nuevo período para la Iglesia cubana».

Aquella visita marca una época nueva en las relaciones entre el régimen y la Iglesia católica, en la que contribuyó también una nueva actitud del Líder máximo que, como aseguran muchos, con la edad parece limar ciertas asperezas. «En una cena, a la que yo había sido invitado junto a otros obispos», cuenta monseñor De Céspedes, «el presidente contó que había encontrado en su vida a dos santos: al papa Juan Pablo II y a la Madre Teresa…». Y el prelado nos habla de la visita de la Madre Teresa a Cuba. Horas y horas hablando con Fidel en una habitación. Cuando salieron, recuerda, Fidel le dijo a su huésped: «Puede usted venir aquí incluso con mil monjas». Y la otra dijo, sonriendo: «Es que no tengo mil monjas…». Estas sí que son relaciones personales… Como la relación preferencial entre el presidente y sor Tekla Famiglietti, la superiora de las hermanas Brigidinas (orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida) a las que se les ha entregado después de su reforma un convento en pleno centro de La Habana.

Un nuevo presidente

Un huracán de novedades sacude también al Partido Comunista. Aunque nunca se prohibió explícitamente, para un miembro del Partido profesar abiertamente la fe católica era algo imposible. Desde hace algunos años, en cambio, no hay incompatibilidad entre ambas cosas. «Sé que hay personas del Partido que practican la fe católica», afirma monseñor García Rodríguez, «pero hay más: hay entre ellos también catequistas y misioneros… Es una cosa nueva». Como también es nueva la fuerte expansión de las “casas de oración”, o “casas de misión”. Casas particulares donde los cristianos se reúnen para rezar. Sigue diciendo monseñor García Rodríguez: «Nacieron hace ya muchos años, en los barrios donde faltan las Iglesias, en la periferia o en zonas importantes de la ciudad. Algunos ponen a disposición su casa para que la gente pueda reunirse para rezar. Los niños hacen en ella catecismo, los adultos el catecumenado para recibir los sacramentos. A veces también se celebra misa. Antes, aunque nunca estuviera prohibido, había dificultades para reunirse en casa: controles continuos, quejas de los funcionaros del Estado. Ahora en cambio no hay ningún problema».

Alrededor de la parroquia de la Medalla Milagrosa, muy activa en el campo social, hay varias casas de oración. Carmen, una de las catequistas de la parroquia, nos lleva a una donde hoy están reunidas unas quince personas. Apelotonados en la entrada, la Virgencita sobre el mueble y, cerca, una vela encendida, uno a uno los congregados, en su mayoría mujeres, pronuncian una intención de oración, a la que sigue un Ave María. Las intenciones son siempre las mismas, independientemente del régimen y el lugar: se reza por los hijos, por una operación inminente, por la salud del marido enfermo… Todo ocurre a puertas abiertas, o mejor dicho, abiertas de par en par. De este modo, quienes quieran pueden unirse. Mientras regresamos, Carmen indica algunas puertas sobre las que hay símbolos religiosos, lo que significa que son casas de oración. Todo público. Nos habla de cuando el cura va a decir misa a aquellas casas, a veces para celebrar su aniversario o por cualquier otro motivo especial, sin tener que pedir permiso a nadie. Habla de cuando en Navidad colgaron en la puerta de cada casa de la zona un papelito que representaba la Navidad. Son estas las pequeñas cosas que hacen intuir, más que mil palabras, la existencia de un clima algo más sereno. Como también la presencia ostentada en las casas cubanas de imágenes o calendarios religiosos, que también aparecen en los apartamentos de los hombres de partido…


Las casas de oración están difundidas por toda la isla. También en Camagüey, la segunda ciudad cubana, hay bastantes. Algunas las llevan las hermanas salesianas. Nos reciben con cortesía en su instituto. También ellas, como todas las muchas otras comunidades religiosas presentes en la isla, hacen apostolado y tratan de asistir como pueden a los pobres que abarrotan las casas y las calles de este país. Cuentan que van a hacer catequesis a una zona de fuera de la ciudad, donde los campesinos son tan pobres que ni pueden trasladarse. «Sin medios, sin zapatos…», dicen las monjas: «Allí no hay ninguna casa que pueda alojarnos, cuando vamos a hacer catequesis; de modo que usamos una estructura del Partido». Un entoldado, más o menos, según su descripción. Parece que un funcionario del Partido se escandalizó por esto. «Nos preguntó por qué nos reuníamos allí. Entonces yo le dije que nos había autorizado su predecesor, que era una persona buena…». Una vez más son las relaciones humanas lo que vence contra las ideologías y los recelos…

A pocos pasos de las hermanas salesianas está la iglesia de San Juan de Dios, donde reposan los restos del siervo de Dios el padre José Olallo Valdés, que no era sacerdote sino solo un religioso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, el cual entre 1820 y 1889 llenó de caridad la isla. En noviembre, si todo va como está previsto, la Iglesia lo proclamará beato. Será el primer santo cubano, visto que otro nativo de la isla declarado mártir junto a los muchos muertos durante la guerra civil española había vivido siempre en España. «Una beatificación que nos llena de sano orgullo», dice alegre monseñor García Rodríguez. «Es el santo de la caridad, del servicio a los enfermos».

Junto a la iglesia donde reposa el santo, dos hermanos suyos, como confirmando que la caridad nunca tendrá fin, llevan un pequeño hospital. Fray Ramón, bajo la mirada curiosa de los pacientes, nos conduce por la pequeña estructura, detalla las muchas intervenciones hechas, nos indica el instrumental médico de excelente factura, fruto de donaciones del exterior, y nos enseña, con una punta de orgullo, una nueva y flamante ambulancia. ¿Un hospital administrado por religiosos en un régimen comunista? Sí, explica, pero todo en conexión con las estructuras estatales.

Son muchas las órdenes religiosas que hacen asistencia en Cuba. También Cáritas hace lo suyo. Ofelia Riverón, presidenta de Cáritas de La Habana, habla de una obra que consigue llegar a unos trescientos niños, setecientos ancianos y unos cincuenta enfermos de sida. Describe los planes de intervención, explica que lo que se necesita llega sobre todo gracias a las donaciones de las comunidades locales, de gente que se priva de lo necesario para que le llegue a alguien una medicina o un paquete de comida.

Habla de la asistencia prestada a los inv
álidos, a muchachos con el síndrome de Down, a niños autistas, gracias a la colaboración con un grupo de médicos no cristianos (y aquí los ojos le brillan más que de costumbre); habla de una pobreza muy extendida, sobre todo después de la caída del Muro de Berlín, y de ancianos, que en Cuba son muchos gracias también al eficiente servicio de asistencia, relegados al margen de la vida familiar, hasta el punto de representar una especie de emergencia social. Y de las colaboraciones que ha instaurado Cáritas con varias órdenes religiosas desperdigadas por La Habana, en especial para asistir a las madres solteras. Un río de iniciativas que a veces cuenta con la colaboración del Estado, pero que por lo general se desarrolla autónomamente, gracias a los espacios de libertad que se han ido creando con los años.

El de Cáritas es solo uno de los muchos brazos de la obra que la Iglesia cubana «desarrolla en favor de los más necesitados, con obras concretas de servicio y atención a los hombres y mujeres de cualquier condición»: son palabras del Papa, escritas en la carta que el secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone, llevó consigo en la reciente visita a la isla caribeña. Una visita de seis días (del 20 al 26 de febrero), con motivo de los diez años viaje de Juan Pablo II. Y que coincidió con el cambio del r
égimen cubano. Durante el viaje, el purpurado visitó todos los lugares visitados entonces por Juan Pablo II para luego, al final, reunirse con el nuevo presidente. Volvió con la impresión de que se estaba llevando a cabo un cambio político positivo y de que existía una «Iglesia vital». Esta última afirmación está sufragada por hechos concretos, si nos atenemos a que los bautismos, las confirmaciones y primeras comuniones están creciendo cada año de manera vertiginosa.

Pero es todavía pronto para saber qué será de la Iglesia en tiempos de Raúl.


En su primer discurso, el nuevo presidente reafirmó que quería emprender una serie de reformas: a nivel monetario, económico y político. Lo cierto es que lo que ocurra en los próximos meses en Cuba será examinado atentamente por los países occidentales. Pero también por la monumental estatua de Jesús que desde hace tiempo observa los acontecimientos de esta pequeña isla caribeña. Es la estatua que preside la entrada del puerto de La Habana, y que en todos estos años, más o menos oscuros, el régimen se ha guardado muy bien de derribar.

Written by Rafael De la Piedra