Resurrección y esperanza
Por: Miguel Salazar Steiger*
Ninguno de los asistentes –los fieles, los turistas peruanos y extranjeros– puede dejar de sobrecogerse ante una celebración cuyo mensaje es tan poderoso: la luz vence a las tinieblas, la alegría es más fuerte que el dolor.
Las campanas del templo, los cantos, las bandas que acompañan la procesión, las oraciones, las luces multicolores de los castillos, los aplausos y vítores: todo participa de una alegría misteriosa y profunda que toca el corazón, mientras amanece y de las tinieblas va naciendo la luz. El dolor del Viernes Santo es un paso del camino que lleva al triunfo final.
“¡Pasó lo viejo, todo es nuevo!”: son palabras de San Pablo que expresan la misma realidad que la procesión ayacuchana. Reflejan un anhelo muy humano, que encuentra su voz en el rico simbolismo, expresión también de la riqueza y la profundidad de la fe de hombres y mujeres que han sabido sobrellevar sufrimientos sin perder la capacidad de alegrarse, celebrar y esperar.
Una luz nueva
Lo experimentamos no solo en nuestras vidas personales. En estos días en que se deciden asuntos importantes para el Perú, seguimos sintiendo con fuerza nuestro deseo de que nuestro país sea un lugar mejor. En ese deseo se mezclan preocupaciones y esperanzas: de que lo bueno que hemos adquirido con esfuerzo no se pierda, pero también de que por fin podamos hacer del Perú un país “justo, fraterno y reconciliado”, como pedía el recordado Juan Pablo II, que en unos días será proclamado beato.
La celebración de la Pascua es la ocasión de recordar que para los cristianos la esperanza es real. No es una utopía, una teoría, un proyecto, sino una realidad: la verdad de que por amor, Dios mismo se ha hecho hombre como nosotros en el seno de María, ha hecho suya nuestra existencia, con sus alegrías y tristezas, nos ha amado hasta el final, entregándose en la cruz por nosotros, y ha resucitado, venciendo a la muerte, reconciliándonos de todas las rupturas y abriendo ante nosotros un horizonte pleno de despliegue. Ese es el fundamento último de nuestras esperanzas, la razón por la que vale la pena seguir confiando, trabajando y luchando por una vida mejor.
La verdadera esperanza
Es ese amor, que es la vida misma de Dios, el que hemos contemplado durante la Semana Santa al participar del misterio de los padecimientos del Señor Jesús y de su entrega por nosotros. Es ese mismo amor el que ha resucitado, triunfando sobre la muerte, y el que llena nuestras vidas de sentido, dando fundamento a nuestra esperanza y a nuestros esfuerzos e inundando al mundo de luz. Como de luz, amor y alegría se llena la aurora de Ayacucho el Domingo de Pascua.
(*) Teólogo. Sodalicio de Vida Cristiana