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Un arte que despierta veneración

«La gran diferencia es esta: una obra de arte puede despertar la maravilla y la admiración, pero el arte que entra en el espacio litúrgico ha de despertar veneración. La veneración que el fiel sencillo expresa con la señal de la cruz, con la genuflexión, con la oración». Entrevista con el padre Marko Ivan Rupnik, director del Taller de Arte Espiritual del Centro Aletti de Roma.

Entrevista a Marko Ivan Rupnik por Paolo Mattei

www.30giorni.it

El padre Marko Ivan Rupnik lleva un mono rojo, la ropa de trabajo del artista. Nos vemos para dialogar sobre los temas del arte cristiano en el Taller de Arte Espiritual del Centro de Estudios e Investigaciones “Ezio Aletti”, del que es director desde 1995.

Jesuita esloveno de Zadlog, nacido en 1954, sacerdote desde 1985, Rupnik es asesor del Consejo Pontificio de la Cultura desde 1999 y actualmente docente en el Pontificio Instituto Oriental y la Universidad Gregoriana. En el Taller romano –al lado de la Basílica de Santa María la Mayor– adquieren vida los mosaicos con los que este artista-teólogo, alumno del padre Tomás Spidlik, ha ilustrado iglesias de todo el mundo. Son famosos los de la Capilla Redemptoris Mater, en la segunda Logia del Palacio Apostólico del Vaticano, realizados en 1999. A finales de 2007 terminó la traducción musiva de los cinco Misterios de la Luz en la fachada del santuario de Lourdes.

Rupnik responde inmediatamente diciendo que está contento de la elección del padre Adolfo Nicolás como prepósito general de la Compañía de Jesús: «Todavía no lo conozco en persona, pero sus palabras tras el nombramiento me gustaron muchísimo».

Recientemente se ha abierto un debate sobre el nuevo Leccionario ilustrado por treinta artistas contemporáneos. Los detractores han hablado de una exasperada “pobreza icónica”, de una negativa prevalencia del arte abstracto sobre el figurativo…

MARKO IVAN RUPNIK: Cuando se trata del arte que entra en el ámbito de la liturgia el problema no es decidir entre figurativismo o abstractismo –aunque estas no son las definiciones mejores–, que no dejan de ser dos lenguajes fundamentales e imprescindibles del arte. Pienso más bien que el artista que trabaja con la liturgia ha de tener presente esencialmente el lenguaje litúrgico que se mueve sobre lo “personal” y lo “comunitario” y que supera de este modo lo subjetivo y lo objetivo. En el espacio litúrgico la cuestión problemática es el subjetivismo, el solipsismo del lenguaje del artista, porque luego en la realidad una obra figurativa puede resultar más subjetivista que una obra abstracta.

¿Qué entiende por “subjetivismo” en el arte?

RUPNIK: En una cultura objetivada, conceptual y científica, el arte se convierte en el ámbito de la protesta por todo lo que en la persona humana queda excluido o suprimido. Sobre todo el mundo del sentimiento y la libertad. El artista por ello quiere expresarse a sí mismo como único, inconfundible. Por eso elige una expresión intensa, impetuosa, con un lenguaje subjetivo. Por el contrario, el lenguaje litúrgico a través de los siglos se ha ido purificando de lo que era demasiado psicológico, demasiado afectivo y sentimental, para llegar a una esencialidad simbólica, metafórica, que por una parte sabe acudir a la objetividad de la Revelación de Cristo y por la otra está en condiciones de ser reconocible en todo momento histórico por el pueblo cristiano.

¿Cómo es posible recomponer esta división entre las instancias individualistas de los artistas y un arte como el litúrgico que tiene función pública?

RUPNIK: El concepto de subjetivismo, como he dicho, queda superado en la espiritualidad cristiana por el término “personal”. En sentido teológico la idea de “personal” incluye a la vez dos dimensiones: una comunitaria y otra individual, a diferencia del subjetivismo, término que surge del antagonismo continuo entre “individuo” y “colectivo”: estas dos últimas categorías no pertenecen a la auténtica tradición cristiana. Las ideas de “personal” y de “comunitario” no están en conflicto sino en relación recíproca en el escenario trinitario y eclesial. Por eso lo “personal-comunitario” incluye también lo objetivo. Creo que con el Leccionario se ha intentado una distinción de distintos niveles en el ámbito del arte litúrgico, aunque también es verdad que el Leccionario siempre ha sido objeto de veneración.

Así que usted valora positivamente estas señales de apertura de la Iglesia a los artistas contemporáneos…

RUPNIK: La Iglesia italiana, con la invitación a colaborar en el Leccionario, ha intentado algo de todos modos extraordinario e importante para reconstruir un puente con los artistas contemporáneos. El divorcio entre el arte y la Iglesia es un hecho doloroso que fue denunciado públicamente ya por Pablo VI. Espero que se establezca una relación constante con los artistas implicados.

¿De qué manera?

RUPNIK: La Iglesia tiene a disposición sacerdotes, teólogos, religiosos y laicos, personas capaces de hacer crecer esta relación. El problema se plantea cuando también dentro de la Iglesia se produce la admiración por la moda, cuando se tratan el altar, el presbiterio, el púlpito, la casulla, el cáliz como objetos de arte de galería.

¿Cómo es posible superar este problema?

RUPNIK: Tenemos urgente necesidad de recuperar un lenguaje que corre el riesgo de perderse: desde este punto de vista son realmente magistrales las palabras dedicadas al arte por el entonces cardenal Ratzinger en su libro Introducción al espíritu de la liturgia: una brújula importantísima. Para mí es urgente reconstruir el “estatuto” del arte litúrgico.

¿Es decir?

RUPNIK: Replantear un serio y apasionado estudio del arte paleocristiano, románico, del primer período bizantino, del primer gótico… Hemos de ofrecerle al artista contemporáneo la posibilidad de llegar a tener la misma mirada del iconógrafo y del escultor de aquellas épocas, y al mismo tiempo de hablar con el lenguaje de hoy. Es decir, de hacer la síntesis de estas dos realidades. Pero esto es posible solo en el ámbito de la vida espiritual y eclesial.

¿No se corre el riesgo de este modo de realizar una operación de gusto nostálgico?

RUPNIK: ¡Desde luego que no! Todo lo contrario. La Iglesia es incompatible con la nostalgia, porque tiene una orientación escatológica. La nostalgia es una patología y una resistencia a la creatividad porque es síntoma de muerte. Hemos de seguir yendo hacia delante “creando” desde la memoria sapiencial de la Iglesia. La tradición no es un libro muerto, sino un organismo vivo.

 

Y entonces, ¿qué forma de la figura expresa mejor lo que se celebra en la liturgia?

RUPNIK: El arte de los cristianos en el espacio litúrgico ha sido siempre un “arte de la presencia”. Es decir, un lenguaje esencializado, sin detalles de distracción, donde todo –incluso el artista y las personas destinatarias de la obra– está dentro del misterio que se comunica. La gran diferencia es ésta: una obra de arte puede suscitar maravilla y admiración, pero el arte que entra en el espacio litúrgico ha de suscitar veneración. La veneración que el fiel de a pie expresa con la señal de la cruz, con la genuflexión, con la oración: porque existe la esperanza de Dios. No basta con que uno diga: ¡maravilloso! Se requiere una vida dentro, que haga posible darse cuenta del Misterio presente.

Juan Pablo II hablando del arte dijo que «es conocimiento traducido en líneas, imágenes y sonidos, símbolos que el concepto sabe reconocer como proyecciones en lo arcano de la vida, más allá de los límites que el concepto no puede superar: aberturas, pues, a lo profundo, al otro, a lo inefable de la existencia, caminos que mantienen libre al hombre hacia el misterio y traducen su ansia, que no tiene otras palabras para expresarse.

El arte es, pues, religioso, porque conduce al hombre a tener conciencia de la inquietud que está en el fondo de su ser y que ni la ciencia, con la formalidad objetiva de las leyes, ni la técnica, con la programación que salva del riesgo de error, conseguirán nunca satisfacer». El papa Montini describiendo las prerrogativas de los artistas usó el término alemán Einfühlung, explicando su significado con estas palabras: «La sensibilidad, es decir, la capacidad de advertir, por medio del sentimiento, lo que por medio del pensamiento no se conseguiría comprender y expresar».

Es difícil experimentar estos sentimientos entrando en ciertas iglesias construidas en los últimos decenios

RUPNIK: Muchas iglesias construidas en estos últimos años expresan una gran pobreza espiritual y una incapacidad generalizada de discernimiento. Cuando el diálogo con la cultura contemporánea implica la obligación de encargar el proyecto de las iglesias solo a los arquitectos más célebres es obvio que el diálogo se ha ideologizado. Cuando se construye una iglesia se manifiesta lo que se es. A lo largo de toda nuestra historia la iglesia-edificio remitía a la Iglesia y a los misterios celebrados por ella.

Si hoy casi nadie está en condiciones de expresar las claras características de esta identidad, quiere decir que probablemente nos hemos despistado momentáneamente. Pero hay que prestar mucha atención a no caer en la trampa de la dialéctica ideológica y desahogar de este modo la nostalgia que rechaza los lenguajes artísticos contemporáneos. No hemos de adoptar una actitud de contraposición con la contemporaneidad. Hay que estar atentos a las novedades de la cultura –en la que también nosotros, por lo demás, estamos inmersos– sin que esto se traduzca en una mecánica sumisión a las modas. Es la humilde fidelidad a la Tradición lo que permite esta apertura al mundo.

¿Es decir?

RUPNIK: Yo pienso que la cuestión que está en juego es la vida. La vida que los cristianos tenemos la recibimos del bautismo. Somos engendrados en un parto que es el bautismo, de una madre que es la Iglesia. La Iglesia es imagen de la comunión trinitaria en la que nosotros, mediante las palabras sacramentales, el agua, el evento sacramental del bautismo, somos injertados. Así pues la vida que recibimos es una comunión con Dios, con los otros y con la creación. Esto quiere decir que la vida que recibimos –su constitución, su “estilo”– es comunión y diálogo. La vida se realiza, pues, en la comunión hacia Dios –oración–, hacia los demás –caridad–, y hacia la tierra –transfiguración del mundo–. Una comunión tridimensional orgánicamente inseparable. La iglesia que se construye no puede por menos que dar a entrever esta vida. Y como la vida recibida es de Cristo y se vive en Cristo, que en el misterio pascual ha realizado la culminación de la Revelación, del mismo modo la presencia de los cristianos en el mundo no puede realizarse fuera de esta vida.

¿Y por qué nos encontramos en esta situación?

RUPNIK: Porque también la comunión y el diálogo han sido malentendidos e ideologizados. Es más fácil trabajar con una dialéctica abstracta que con una inteligencia empapada de vida. Lo que debería aparecer en el arte no son las posturas teóricas, sino la vida de la Iglesia: es el punto fundamental. La construcción de las iglesias, las decoraciones y las obras de arte interiores, reflejan la teología y la pastoral que se enseñan y la vida espiritual que se propone. Todo va ligado. Y las iglesias construidas expresan esta vida ahogada bajo andamiajes y estructuras que no le pertenecen y que por ello no la pueden comunicar.

Teniendo en cuenta esta situación, ¿puede trazar, partiendo de su experiencia en el Taller del Centro Aletti, el perfil ideal del artista que actúa en ámbito litúrgico? ¿Cómo se debe comportar, qué debe tener presente?

RUPNIK: Naturalmente no hay ninguna regla fija. Sin duda hay siempre un atractivo que actúa en la vida de todo artista. Hay una belleza que atrae. El teólogo Pavel Florenskij decía: «La Verdad revelada es el Amor y el Amor realizado es la Belleza». Eso es, el artista está atraído por la Belleza, que es el Amor realizado, es decir, la Pascua. Puede tener por gracia la humildad de dejarse fecundar por el Misterio. Quien trabaja con este Misterio no puede hacer más que recibirlo, darle espacio en su vida y dejar que actúe.

¿Otras características importantes?

RUPNIK: Ante todo la humildad, pero no entendida en sentido psicológico, es decir, como actitud que adoptar, como si fuera fruto de la inteligencia o la diligencia propias. La humildad es don del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y puede alcanzar también a artistas no cristianos. Se trata precisamente de una humildad teológica. Cuanto más madura en el artista la conciencia de recibir este don más se habrá desposeído de su obra y su producción no será el campo de su afirmación, sino de su humilde servicio. Solo así la obra podrá ser entregada a muchas personas y muchas personas se reconocerán en ella. Con el arte es como con el amor: se exige la humildad y la acción. Mientras más humilde se es más se es atravesado por el amor. Mientras más se implica uno personalmente, más universal es.

¿Y luego?

RUPNIK: Es necesario tener mucha familiaridad con la Palabra de Dios –porque, como dice el Niceno II, el arte es una traducción de la Palabra de Dios– y con la memoria de la Iglesia: los Padres, los santos, el arte de los cristianos. También hay que conocer el debate del siglo en el que se vive, es decir, tener familiaridad con el lenguaje artístico contemporáneo, y estar dentro de la vida de la Iglesia. Hay que tener una vida espiritual, vivir las mismas dificultades de nuestros contemporáneos para poder compratir con ellos los pasos de la redención que nos ha sido dada. Para nosotros aquí, en el Centro Aletti, es fundamental el trabajo coral. Trabajar juntos, estar constantemente en el ejercicio de la caridad recíproca y del diálogo fecundo. Desde la Iglesia se crea para la Iglesia.

¿Cuáles son sus artistas de referencia, sus “estrellas fijas” en el firmamento del arte?

RUPNIK: Más que de personas yo hablaría de épocas: prerrománico, románico, gótico, primer bizantino son los períodos y los estilos para mí fundamentales. En lo contemporáneo, durante una época estuve profundamente inmerso en Van Gogh; luego en Matisse, en su dibujo esencializado aunque vivo. Me atraía el colorismo de Nicolas de Stael. Me encantan las corrientes más matéricas como por ejemplo el arte pobre, porque en este tiempo que resbala cada vez más en lo virtual y lo imaginario pienso que es importante el amor por la realidad, por la creación. Hemos conocido la encarnación de Dios. La Belleza es el cuerpo de la Verdad y del Bien.

¿Cómo se apresta a realizar una obra que se le encarga?

RUPNIK: Ante todo arranco del diálogo con quienes me la encargan, con el párroco, con el obispo o con la comunidad cristiana para la que debo realizarla. Un diálogo que a veces puede durar incluso meses, a veces incluso ha llegado a durar más de un año.

Por último, díganos algo sobre el gran trabajo que ha realizado, los mosaicos de la fachada del santuario de Lourdes

RUPNIK: Ha sido una gracia de Dios, porque los del Centro Aletti somos una realidad pequeñísima. Cada obra es para nosotros un compromiso total, no importa dónde haya de realizarse. Inmediatamente después de Lourdes, fuimos a Ravoledo,cerca de Bormio, un pueblito sobre la cima de una colina, en el que viven menos de doscientas personas…

Written by Rafael De la Piedra