LOGO

¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos» Byzantine Empire agriculture Full view

«Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»

Domingo de la Semana 25 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 24 de setiembre 2017
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 20, 1-16

Leemos en el Evangelio la parábola llamada «de los obreros de la viña»; sin embargo sería mejor llamarla la del dueño bondadoso o el señor generoso. El profeta Isaías parece sintetizar la idea principal de este Domingo cuando dice: «los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos». La mente humana es pequeña, frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente que Dios tiene un hermoso Plan para cada uno y que al ser humano le corresponde conocerlo para ser fiel a él ( Isaías 55, 6-9).

Esta misma verdad aparece claramente en el Evangelio (San Mateo 20, 1-16), que nos habla del Reino de los Cielos y nos lo presenta como el dueño de una viña que sale a contratar a los jornaleros. Un sentido de justicia muy humano, nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquellos que apenas han trabajado una hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada, ha recibido aquello que le había sido prometido. Entonces, el tema en cuestión pasa a ser la misericordia de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. Puede uno pasar el día entero trabajando pero obtendrá poco, si ama poco. Por esta razón: «los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos» (Evangelio). Esto supone todo un cambio de criterios y de mentalidad (metanoia). Una vida nueva que lleva a San Pablo a exclamar en su carta a los Filipenses: «para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia» (Filipenses 1,20c-24.27a).

«Porque los pensamientos de ustedes no son los míos»

Isaías es sin duda uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento. Vivió en el siglo VII a.C. y profetizó durante la crisis causada por la expansión del Imperio Asirio. Según algunos apócrifos, murió aserrado por orden del terrible rey Manases . Este libro contiene el mayor número de profecías utilizadas en el Nuevo Testamento. La parte que estamos meditando hace parte del libro de la consolación de Israel. El capítulo 55 es una exhortación final a participar de los bienes de una nueva alianza y a convertirse, mientras haya tiempo ya que el «Señor es generoso en perdonar» pero, recuerda el profeta, Él está cerca.

«Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos». He aquí la clave para poder entender muchas de las vicisitudes de nuestra vida y de la historia de la humanidad. Creemos que Dios debe de pensar como nosotros pensamos y debe de tener los mismos conceptos de amor, justicia y perdón que nosotros tenemos. Estamos tan convencidos de estar en lo cierto, que quedamos consternados, desconcertados delante de muchos acontecimientos, pues nos parecen incompatibles con el amor o la justicia, según nuestros limitados criterios. Y comenzamos a dudar, no de nuestro modo de pensar, sino de Dios. Dudamos porque en el fondo, no queremos comprender que «Dios es Amor». Que Dios es el totalmente Otro y que es capaz de «amar hasta el extremo» dando su vida para que tengamos la vida eterna.

Justamente el mensaje del Evangelio es la gratuidad de Dios ante el legalismo que patrocinaban los fariseos. Estos eran incapaces de entender conceptos como amor y perdón. Esta es la recompensa que esperaba San Pablo, uno de los llamados a trabajar en la viña del Señor en la segunda hora. Escribiendo a los cristianos de Filipos, ciudad romana en Macedonia, afirma «Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia». Pero está igualmente dispuesto a seguir viviendo mientras sea útil a los hermanos. Pero habla así porque escribe desde la cárcel en Roma (alrededor del año 63) esperando una sentencia que podía ser capital.

«El Reino de los cielos es semejante a…»

El Señor quiere que entendamos un poco más acerca del Reino futuro y su dinámica ya presente en el «ahora» de nuestra vida. Lo primero que tenemos que considerar es que Dios llama a quien quiere y cuando quiere. De esa manera nos llamó ya una vez a la existencia de la nada. De esa manera nos llama ahora para colmarnos de sus dones y hacernos partícipes de su eterna felicidad. Los apóstoles y los santos que han vivido la experiencia de la gracia no se cansan de contemplar la bondad de Dios. San Pablo escribe: «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados» (Col 1,13-14). Esto es lo que tenemos que tener en mente para entender la parábola que nos presenta el Evangelio de este Domingo. Allí entramos en contacto con una justicia que es superior a la nuestra: es la justicia de Dios.

«El Reino de los cielos…» es semejante a un señor que sale a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña conviniendo con ellos el pago de un denario al día. Volvió a salir a las 9 y a las 12 y a las 15 horas y viendo cada vez gente en la plaza, sin trabajo, les dijo: «Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo». Por último salió a las 17 horas y encontró otros que habían estado todo el día parados y también a éstos manda a su viña. Todos éstos pasan de la amargura que significa la cesantía a la alegría de haber encontrado un buen trabajo, del abatimiento al entusiasmo. Hasta aquí todos comprendemos la bondad de este Señor que ofrece una «fuente de trabajo» y la fortuna de los que, estando cesantes, han sido llamados a gozar de ella. Es conveniente destacar esta frase: «Os pagaré lo que sea justo» ya que ellos confían en la bondad del señor para el momento de la retribución.

Pero al final del día llega el momento de recibir el pago. Aquí el Señor realiza un nuevo gesto asombroso: comienza a llamar a los obreros, partiendo por los últimos, los que han trabajado sólo una hora, y les da un denario a cada uno; ¡es un regalo! Calculemos la alegría de estos hombres. Y lo mismo hace con todos. Entonces ocurre lo increíble: la protesta. Los que llegaron a trabajar a la primera hora «murmuraban contra el Señor». Reclamaban al compararse con los últimos.

El Señor, siempre bondadoso, contesta al que encabeza la protesta, llamándolo «amigo». Le recuerda que lo convenido con ellos fue un denario al día; ellos habían recibido «lo suyo». Agrega: «Quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». El «ojo malo» es una expresión hebrea para indicar un estado de espíritu maligno, porque el ojo es como el espejo del alma. Aquí quiere indicar la envidia, es decir, el sentimiento de tristeza y de infelicidad propia ante el bien y la felicidad ajenos. Esto está condenado, porque «la caridad se alegra con el bien» dondequiera que exista, sea propio o ajeno. La envidia, en cambio, se amarga ante el bien ajeno y así se opone a la caridad (ver 1Cor 13,4).

Pero la enseñanza principal de la parábola es ésta: el que negocia con Dios y exige de Él retribución ante los méritos propios, recibe exactamente «lo suyo»; pero se excluye del reino de la gratuidad y de la misericordia. Son los obreros que no vivieron la experiencia de la cesantía, pues trabajaban desde la primera hora. Ellos se sienten en situación y derecho de negociar. Se puede decir que no fueron salvados, porque no quedaron contentos y se fueron con lo suyo «murmurando» contra el señor. Los otros obreros reconocen que ellos estaban cesantes y que han sido salvados. Ellos no convinieron nada, sino que confiaron en la justicia y bondad del Señor. Éstos recibieron un don gratuito, mucho mayor que lo que podían imaginar. Ellos se fueron felices, ala¬bando la generosidad de su señor y dándole gracias por su inmenso don, que reconocían no haber merecido.

Una palabra del Santo Padre:

«Hay una segunda palabra que me hace reflexionar. Cuando Jesús habla del propietario de una viña que, teniendo necesidad de obreros, salió de casa en distintas horas del día a buscar trabajadores para su viña (cf. Mt 20, 1-16). No salió una sola vez. En la parábola, Jesús dice que salió al menos cinco veces: al amanecer, a las nueve, al mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde —¡todavía tenemos tiempo para que venga a nosotros!—. Había mucha necesidad en la viña, y este señor pasó casi todo el tiempo yendo por caminos y plazas de la aldea a buscar obreros. Pensad en aquellos de la última hora: nadie los había llamado; quién sabe cómo se sentirían, porque al final de la jornada no habría llevado nada a casa para dar de comer a sus hijos. Pues bien, los responsables de la pastoral pueden encontrar un hermoso ejemplo en esta parábola. Salir en diversas horas del día para encontrar a cuantos están en busca del Señor. Llegar a los más débiles y a los más necesitados, para darles el apoyo de sentirse útiles en la viña del Señor, aunque sólo sea por una hora…

Sé que todos vosotros trabajáis mucho, y por eso quiero deciros una última palabra importante: paciencia. Paciencia y perseverancia. El Verbo de Dios entró en «paciencia» en el momento de la Encarnación, y así, hasta la muerte en la Cruz. Paciencia y perseverancia. No tenemos la «varita mágica» para todo, pero tenemos confianza en el Señor, que nos acompaña y no nos abandona nunca. En las dificultades como en las desilusiones que están presentes a menudo en nuestro trabajo pastoral, no debemos perder jamás la confianza en el Señor y en la oración, que la sostiene. En cualquier caso, no olvidemos que la ayuda nos la dan, en primer lugar, precisamente aquellos a quienes nos acercamos y sostenemos. Hagamos el bien, pero sin esperar recompensa. Sembremos y demos testimonio. El testimonio es el inicio de una evangelización que toca el corazón y lo transforma. Las palabras sin testimonio no valen, no sirven. El testimonio lleva y da validez a la palabra.».

Papa Francisco. Discurso a los participantes en un encuentro organizado por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Viernes 19 de septiembre de 2014

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Mucha gente se plantea esta misma cuestión: ¡qué tal raza! ¡yo tengo que aguantar todo el peso de la jornada, y al “holgazán” que “goza de los placeres de la vida” le prometen lo mismo que a mí! ¿Les daría envidia a los futbolistas el hecho de que un jugador ingrese a cinco minutos del fin de un partido, en el que ellos han trabajado duramente desde el principio para ganarlo, y al final participe por igual del triunfo y del premio reservado para todos ellos por igual? ¿Acaso no se alegran todos por igual del triunfo? ¿Qué pensaríamos de aquél que a la hora de la celebración se está fijando en lo poco que ha trabajado ese último en entrar? ¿No es absurdo?

2. Meditemos la fase de San Agustín acerca de este pasaje: «Da a todos un denario, recompensa de todos, porque a todos será igualmente dada la misma vida eterna».

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2538- 2540. 2554.

Written by Rafael de la Piedra