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«¡Bien, siervo bueno y fiel!»

Domingo de la Semana 33 del Tiempo Ordinario. Ciclo A- 19 de noviembre de 2017
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 25,14-30

«El Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche», nos dice San Pablo, por eso, debemos de vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos (Primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 5,1-6). En el Evangelio de este Domingo Jesús continua su catequesis sobre «las últimas realidades» y en «la parábola de los talentos» nos muestra como ya la vida misma es un don de Dios. Al crearnos, Dios ha querido compartir con nosotros algo de sí mismo y es por eso que desea que nosotros seamos generosos con lo que poseemos (San Mateo 25,14-30).

Ante los dones recibidos, lo propio es producir frutos abundantes; utilizando todas las capacidades de la inteligencia y de la voluntad que tenemos para producir aquellos frutos que Dios espera de nosotros. Y ciertamente a todos nos ha dado la posibilidad de acceder al más grande don que todos merecemos: la vida eterna. El libro de los Proverbios nos muestra el ejemplo de una mujer que hace rendir su vida y sus cualidades. Es una mujer hacendosa, activa, laboriosa en la caridad, diligente en el obrar. No es remisa, vanidosa o egoísta. Su especial sensibilidad no la vuelve hacia sí misma, sino que trabaja con sus manos y extiende sus brazos a los necesitados (Proverbios 31,10-13.19-20.30-31).

 «Una mujer fuerte ¿quién podrá hallarla?»

El libro de los Proverbios es una colección de sentencias y proverbios sapienciales que orientan a los jóvenes sobre la manera de llevar una vida justa y piadosa. La mayor parte son buenos consejos escritos de manera popular, como era corriente también en los pueblos vecinos a Israel. Comienza el libro diciendo lo que está bien y lo que está mal. Justamente la base de la sabiduría será el «temor de Dios», es decir la reverencia que tenemos que tener a Dios sobre todas las cosas ya que Él mismo es la fuente última de toda la sabiduría. Luego iluminará, está sabiduría, todas las esferas de la vida cotidiana: matrimonio, hogar, trabajo, justicia, decisiones, actitudes, etc.; ayudándonos a conocer cómo debemos conducirnos en las diversas situaciones desde la atenta mirada de Dios. Los proverbios subrayan la necesidad de cualidades como la humildad, la paciencia, la preocupación por los pobres, la diligencia, el trabajo, la fidelidad a los amigos y el respeto en el seno familiar.

En la parte final del libro tenemos un bello poema en acróstico a la mujer ideal o «mujer fuerte» que evoca el ideal de eficacia y de virtud de la perfecta ama de casa. Este pasaje es llamado de «el alfabeto áureo (dorado)» de la mujer y es leído con frecuencia en la Santa Misa cuando recordamos en el calendario litúrgico la memoria de alguna santa. Al parecer el «ser mujer» y «ser fuerte» es un contrasentido, pues la mujer es débil y siente la necesidad de ser protegida. Sin embargo, el texto alaba la fortaleza de la mujer ya que sabe que su alma es grande y generosa. «Hace siempre el bien» (31,12), con estas sencillas palabras describe el sabio toda una vida de abnegación, de renuncia y de amor; pues entregarse siempre es renunciar a sus propios gustos y dar con alegría indica que esa renuncia es fruto del amor. Pero estas palabras también nos hablan del silencio de la mujer. Ella calla y se entrega generosamente a los demás «levantándose cuando aún es de noche» (31, 15) y permanece en vigilia ya que «no se apaga por la noche su lámpara» (31,18). Ella, que teme al Señor, «es digna de alabanza» (31,30).

 «Vosotros sois hijos de la luz e hijos del día»

Los días que permaneció en la ciudad de Tesalónica, San Pablo predicó sin mucho éxito, pero con aquellos que se convirtieron fundó una comunidad cristiana. Se cree que ésta es la más antigua de las epístolas de San Pablo y debe remontarse al año 51. Después del saludo inicial, el Apóstol agradece a los cristianos de la ciudad por el buen ejemplo que dan a las otras comunidades. Habla de su deseo de verlos nuevamente y de la ternura maternal que siente por ellos, agradeciendo las buenas noticias que le han sido dadas por Timoteo.

En la segunda parte, donde se encuentra nuestra lectura dominical, afirma que el día del Señor llegará de modo imprevisto, cuando todos se sientan seguros. Así como el padre de familia vigila para que el ladrón no robe en la noche (ver Lc 12, 39), así el cristiano no debe abandonarse al sueño negligente en esta vida. A este hombre atento y vigilante se le pueden aplicar las palabras: «yo dormía, pero mi corazón vigilaba» (Ct 5,2). En realidad la gran tentación es considerar el tiempo presente como el único, definitivo y; en consecuencia, buscar en él el máximo disfrute y placer, pues el futuro es incierto.

 «Velad y orad…»

El Evangelio de hoy nos propone la conocida «parábola de los talentos». Ella está a continuación de la parábola de las vírgenes necias que era la lectura del Domingo anterior , y aclara otro aspecto de la venida de Jesús. Él no nos quiere dejar en la ignorancia sobre lo que ocurrirá ese día, para que seamos «sabios y sensatos» en el tiempo presente. No podremos después quejarnos: «¿Pero qué pasó; por qué nadie me avisó?» Él nos advirtió claramente con tiempo. Después de concluir la parábola de las vírgenes necias nos dice: «Velad y orad porque no sabéis ni el día ni la hora». Jesús agrega una enseñanza sobre lo que debemos de hacer mientras esperarnos su regreso o mientras estemos peregrinando en esta existencia.

Y es así que comienza la parábola: «Porque así es, como un hombre, que al partirse lejos, llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes». Sabemos que partió lejos pero que pensaba volver y es por eso que deja sus bienes a sus siervos de mayor confianza. Luego de mucho tiempo, vuelve ¿Cuánto tiempo después? Eso es exactamente lo que no sabemos y eso es uno de los grandes misterios de nuestra fe. Pero era necesario aprovechar el tiempo haciendo fructificar los bienes que el Señor les confió de acuerdo a sus capacidades y posibilidades que Él conocía perfectamente.

 Los talentos de cada uno

El «talento» era una medida monetaria . Se trataba de una cantidad considerable de dinero. Aquí expresa los bienes que el Señor dejó a sus siervos. A causa de esta parábola y de su interpretación, la palabra «talento» pasó a significar en nuestra lengua los dones naturales que hemos recibido gratuitamente. Se habla del talento musical, talento matemático, talento literario, etc. Los talentos que cada uno posee son un don gratuito como enseña San Pablo: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿de qué te glorías, como si fuera mérito tuyo?» (1Cor 4,7). Cada uno posee los talentos que ha recibido como propios, pero es inherente a la noción de «talento» la obligación de dar frutos y de ser puesto al servicio de los demás.

No importa que cada persona no haya recibido todos los talentos, porque el que ha recibido aunque sea «un talento», lo ha recibido para sí mismo y también para los demás. Wolfgang Amadeus Mozart, que recibió un talento musical descomunal, deleitó a sus contemporáneos y sigue deleitando a los hombres de todos los tiempos. ¿Qué hubiese pasado si ese talento nunca lo hubiese colocado al servicio de los demás? Nada…exactamente eso hubiese ocurrido…nada y no tendríamos las maravillas musicales que ha ofrecido a toda la humanidad.

Pero el conjunto de todos los talentos que Dios ha distribuido entre todos los hombres, puestos todos a servicio de los demás; es lo que realmente constituye la riqueza de una sociedad humana. Es decir son tantos los talentos cuantas personas existen y es responsabilidad descubrir y hacer fructificar su propio talento. Para eso los ha dado Dios y del uso que habremos hecho de ellos nos pedirá cuentas cuando vuelva.

El que tiene un talento…

Es importante observar la conducta de los siervos después de la partida de su Señor: «El que había recibido cinco talentos, inmediatamente se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente, el que había recibido dos ganó otros dos». No hay diferencia en la conducta de estos dos siervos, no obstante ser muy diferente la cantidad de dinero que manejan. Ambos obtienen el mismo rendimiento al dinero de su Señor. Y la aprobación cuando vuelve, indiferente de la cantidad, es idéntica para ambos: «¡Bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho» También la recompensa es idéntica: «Entra en el gozo de tu señor».

El último, sin embargo, que tuvo miedo y no hizo fructificar su talento, recibirá esta sentencia: «Siervo malo y perezoso». Y seguirá la orden del Señor: «Echad a este siervo inútil a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes». Es una parábola. Pero no debemos perder de vista que la usa Jesús para expresar una gran verdad: nuestro destino eterno se juega aquí, se está jugando ahora. Es ahora cuando nos estamos ganando la bienaventuranza eterna o perdiéndola, también para siempre. Esta última alternativa, triste pero posible, es lo que Jesús describe como: «tinieblas, llanto y rechinar de dientes». Y ahora no digamos que no sabíamos nada…

Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25, 14-30)… El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón… en definitiva, muchas cosas, sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que Él nos confía. No sólo para custodiar, sino para fructificar. Mientras que en el uso común el término «talento» indica una destacada cualidad individual —por ejemplo, el talento en la música, en el deporte, etc.—, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El hoyo cavado en la tierra por el «siervo negligente y holgazán» (v. 26) indica el miedo a arriesgar que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo a los riesgos del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesús no nos pide esto, sino más bien quiere que la usemos en beneficio de los demás.

Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ello». Y nosotros, ¿qué hemos hecho con ello? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien plantearnos. Cualquier ambiente, incluso el más lejano e inaccesible, puede convertirse en lugar donde fructifiquen los talentos. No existen situaciones o sitios que sean obstáculo para la presencia y el testimonio cristiano. El testimonio que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.

Esta parábola nos alienta a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica y renueva. Así también el perdón que el Señor nos da especialmente en el sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos cerrado en nosotros mismos, sino dejemos que irradie su fuerza, que haga caer los muros que levantó nuestro egoísmo, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde ya no hay comunicación… Y así sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos dio, sean para los demás, crezcan, produzcan fruto, con nuestro testimonio».

Papa Francisco. Ángelus domingo 16 de noviembre de 2014

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Muchas veces creemos que no tenemos «muchos» talentos. ¿No es ésta una falta de humildad y de desconfianza en el amor de Dios por cada uno de nosotros? ¿Cuáles son los talentos o dones que tengo para compartir? Haz una lista de tus talentos y recuerda que todo talento es fecundo en la medida que se pone al servicio de los demás.

2. Leamos y meditemos el Salmo Responsorial 127: «Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores…».

3. leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 668-672.

Written by Rafael de la Piedra