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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

«María ha elegido la parte buena, que no le será quitada»

Domingo de la Semana 16ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 10, 38- 42

«Marta, Marta, estás ansiosa e inquieta por muchas cosas»

Esta observación que Jesús dice a Marta, debería despertar nuestra atención. En efecto, parece dirigida a cada uno de nosotros inmersos en una sociedad donde lo que vale, lo que se aprecia, lo que se entiende es lo eficiente y lo útil. Es signo de importan¬cia estar siem¬pre «muy ocupado» y dar siempre la impresión de que uno dispone de muy poco tiempo porque tiene mucho que hacer. Cuando se saluda a alguien no se le pregunta por la salud o por los suyos; es de buen gusto preguntar¬le: «¿Mucho trabajo?». Como Marta, también nosotros nos preocupamos e inquietamos por muchas cosas que creemos importantes e imprescindibles.

Pero Jesús agrega: «Y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola». Las palabras que Jesús dirige a Marta encierran un reproche ya que establece un contraste entre las «muchas cosas» que preocupaban a Marta y la «única cosa» necesaria, de la cual, en cambio, ella no se preocupaba. Fuera de esta única cosa necesaria, todo es prescindible, es menos importante, es superfluo. ¿Cuál es esta única cosa necesaria? ¿Es necesaria para qué? Para responder a estas preguntas debemos fijarnos en la situación concreta que motivó la afirmación de Jesús.

Los amigos de Jesús

Marta y María, junto con su hermano Lázaro, tenían la suerte de gozar de la amistad de Jesús. Cuando alguien se quiere recomendar co¬mienza a insinuar su relación más o menos cercana con grandes personajes; ¿quién puede pretender una recomendación mayor que la de estos tres hermanos? Acerca de ellos el Evangelio dice: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11,5). ¡Marta es mencionada en primer lugar, antes que Lázaro! Estando de camino, Jesús entró en Betania; y Marta, lo recibe en su casa.

Por otro lado «María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres». Para Marta Jesús era un huésped al que hay que obsequiar con alojamiento y alimento; para María Jesús es «el Señor», el Maestro, al que hay que obse¬quiar con la atención a su Palabra y la adhesión total a ella. Marta entonces reclama: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». ¡Qué lejos está Marta de entender!

En realidad, lo que a Jesús le importa es que, estando Él presente y pronunciando esas «palabras de vida eterna» que sólo Él tiene, Marta esté preocupándose de otra cosa, «atareada en muchos quehaceres». ¿Qué hacía Marta?  «Mucho que hacer» es la expresión más corriente del hombre moderno; por eso los hombres importantes suelen ser llamados «ejecutivos», es decir, que tienen mucho que ejecutar.

Lejos de atender el reclamo de Marta, Jesús defiende la actitud de María. Ella había optado por la única cosa necesaria y ésa no le será quitada. Lo único necesario es detenerse a escuchar la palabra de Jesús, y acogerla como Palabra de Dios. Y es necesario para alcanzar la vida eterna, es decir, el fin para el cual el hombre ha sido creado y puesto en este mundo. Si el hombre alcanza todas las demás cosas, pero pierde la vida eterna, quedará eternamente frustrado. A esto se refiere Jesús cuando pregunta: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida?» (Mc 8,36). María comprendía esta otra afirmación de Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5) y sabía que Él es lo único necesario; que se puede prescindir de todo lo demás, con tal de tenerlo a él. ¡Una sola cosa es necesaria!

En el Antiguo Testamento ya se había comprendido esta verdad y se oraba así: «Una sola cosa he pedido al Señor, una sola cosa estoy buscando: habitar en la casa del Señor, todos los días de mi vida, para gustar de la dulzura del Señor» (Sal 27,4). Pero llegada la revelación plena en Jesucristo sabemos que esa única cosa necesaria se prolonga no sólo en el espacio de esta vida, sino por la eternidad. Es la enseñanza que Jesús da a la misma Marta: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn 11,25-26).

¡No tengo tiempo…!

Se oye decir a menudo a muchas personas que no pueden santificar el Día del Señor y participar de la Santa Misa, porque «tienen mucho que hacer, mucho trabajo…no tienen tiempo». Son un poco como Marta. No entienden que Jesucristo les quiere dar el alimento de vida eterna de su Palabra y de su Santísimo Cuerpo pero prefieren «el alimento» perecible de esta tierra. No sabemos cómo reaccionó Marta ante la suave reprensión de Jesús.

Pero ojalá todos reaccionáramos como aquella samaritana a quien Jesús pidió de beber. Jesús la consideró capaz de entender y le dice: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva» (Jn 4,10). A esa mujer se le olvidó el jarro y el pozo y todo, y exclamó: «Señor, dame de esa agua» (Jn 4,15). Pidió lo único realmente necesario.

¿Qué nos dice San Agustín de este pasaje?  

«Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una creatura al Creador. ..Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de huésped, Él, que vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: «Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa.»…Por lo demás, tú, Marta —dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios—, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo.

Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar? Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogió las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguro que se pondrá de faena, los hará sentar a la mesa y se prestará a servirlos» (San Agustín, Sermón 103, 1 2. 6).


Ciertamente Pablo no pretende añadir nada al valor propiamente redentor de la Cruz de Jesús al que nada le falta; pero se asocia, cómo debemos hacer cada uno de nosotros, a las «tribulaciones» de Jesús; es decir a los dolores propios de la era mesiánica que Él ha inaugurado: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de Dios sufre violencia» (Mt 11, 12) .

Una palabra del Santo Padre:

«Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos «remar mar adentro», confiando en la palabra de Cristo: ¡Duc in altum! Lo que hemos hecho este año no puede justificar una sensación de dejadez y menos aún llevarnos a una actitud de desinterés. Al contrario, las experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo, empujándonos a emplear el entusiasmo experimentado en iniciativas concretas. Jesús mismo nos lo advierte: «Quien pone su mano en el arado y vuelve su vista atrás, no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9,62).

En la causa del Reino no hay tiempo para mirar para atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral postjubilar. Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42)»

Beato Juan Pablo II, Carta Encíclica Novo Millennio Ineunte, 15

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.  

1. ¿Por qué cosas realmente me inquieto? ¿Son por las cosas del Señor? ¿Dónde está realmente mi corazón?
2.  Nuestra acción debe de fundamentarse en el encuentro con el Señor. ¿En qué espacios y tiempos me encuentro con el Señor? ¿Soy atento a su Palabra? ¿Me alimento de ella? ¿Mi actuar responde a mi encuentro con el Señor?  
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2031.2074. 2180- 2188. 2725 – 2728  

 

Written by Rafael De la Piedra