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«Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros»

Domingo de la Semana 26ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 30 de setiembre 2018

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 9, 38- 43.45.47- 48

Los textos de este Domingo tienen como telón de fondo la necesidad de tener un recto discernimiento cristiano. El intento de querer monopolizar el uso carismático del nombre de Jesús por parte de sus discípulos (San Marcos 9, 38- 43.45.47- 48), o el espíritu de profecía por parte de Josué (Números 11, 25 -29), tiene su respuesta en las palabras de Jesús: «El que no está contra nosotros, está a nuestro favor», y en las de Moisés: «¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!». El Apóstol Santiago (Santiago 5, 1-6) se dirige, ya en el final de su carta, a los miembros ricos de la comunidad para recriminar su conducta en relación al justo, al que han condenado y matado; y así hacerles reflexionar sobre el día del juicio final.

 ¡Quién me diera que todo el pueblo de Yahveh profetizara!

La Primera Lectura hace parte de los lamentos de Moisés ante las constantes quejas del pueblo, que siente nostalgia por la abundancia de alimentos que tenían en Egipto. Moisés, que se siente abrumado con tantos problemas, clama a Dios: «No puedo cargar yo sólo con este pueblo: es demasiado pesado para mí» (Nm 11,14). Dios responde a Moisés diciendo que tomaría su Espíritu para ponerlo sobre setenta ancianos a fin de que lleven juntos la carga del pueblo. Moisés nos dice cómo «el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen alguna querella vienen a mí y yo me pronuncio entre ellos, haciéndoles saber los mandatos de Dios y sus leyes» (Ex 18,15s). Esto mismo es lo que aquellos ancianos van a realizar movidos por el Espíritu que Dios les otorgará, y que en la Biblia se denominará «profetizar». Da ahí comenzaron su actividad ayudando a Moisés en el gobierno del pueblo. La institución de «los setenta ancianos» se mantuvo hasta los tiempos de Jesús, aunque en forma modificada. En tiempos de Jesús, el Sanhedrín o Gran Concilio se componía de los «jefes principales, los escribas y los ancianos» y tiene su origen en la elección de Moisés.

En nuestro pasaje dominical vemos como el incidente de Eldad y Medad sirve para introducir en la historia a un muchacho llamado Josué, que va a ser el sucesor de Moisés, y también para sentar la tesis, que viene a ser como la culminación de todo el pasaje: «¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!» (Nm 11,29). Joel se hará portavoz de estos mismos deseos (Jl 3,1-2), y Pedro los verá cumplidos el día de Pentecostés (Hch 2,16-18). Josué quisiera monopolizar el espíritu solamente en Moisés (Nm 11,28). Lo mismo vemos que hará Juan en el Evangelio (Mc 9,38-40). Pero éste no es el parecer de Moisés (Nm 11,29), ni el de San Pablo (1 Tes 5,19-20), ni tampoco el de Jesús (Mc 9,38-40) ya que «el viento sopla donde quiere» (Jn 3,8).

«¡Vosotros, ricos, llorad y dad alaridos!»

La carta de Santiago concluye con dos series de exhortaciones. Esta primera se centra en algunos aspectos negativos que ya han merecido anteriormente la atención del autor sagrado; destaca en especial la denuncia de la situación injusta creada por los ricos que explotan a sus hermanos los pobres. La dimensión social del mensaje de Santiago es evidente y realmente cuestionadora. Es posible y probable que en estos pasajes de la carta reflejen la situación concreta de la comunidad de Jerusalén, en la que abundaban los necesitados. Pero en la comunidad hay también ricos que no parecen prestar demasiada atención a los pobres, y por ello son denunciados con palabras que recuerdan el tono condenatorio de los antiguos profetas y del mismo Jesús (ver Lc 6,24-26).

Sin duda, el pasaje debe de ser entendido en una dimensión escatológica; las calamidades que aguardan a los ricos se sitúan en la perspectiva del Juicio Final (ver Mt 6, 19; Is 5,8-10; Am 2,6-7). Vemos cómo, en una visión profética, se contempla el final negativo de las riquezas acumuladas a costa de «condenar y matar al justo». Entonces serán el oro y la plata los que gritarán contra los ricos (St 5,3) ya que «cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo» (Mt 25,45).

«El que no está contra vosotros, está por vosotros»

El Evangelio comienza abruptamente sin introducción, ni presentaciones y habla de un extraño que expulsa demonios en nombre de Jesús pero que no anda con ellos. Según el Apóstol Juan, nadie puede invocar el nombre de Jesús, si no pertenece al círculo de los discípulos: por dos veces repite la circunstancia «no viene con nosotros». Comentando este punto, nos dice el Pseudo-Crisóstomo: «No era, pues, por envidia o celo por lo que quería San Juan impedir que lanzase aquel hombre los demonios, sino porque deseaba que todos los que invocaban el nombre del Señor siguiesen a Cristo y formasen como un solo cuerpo con sus discípulos. Pero el Señor por medio de éstos que hacen milagros, aunque sean indignos de ello, llama a otros a la fe, y por esta inefable gracia los induce a hacerse mejores. «No hay para qué prohibírselo, respondió Jesús»».

Ciertamente lo que ese hombre anónimo hacía era expulsar demonios. Esto fue lo que hizo Jesús desde el primer momento de su ministerio público; y también a sus apóstoles les dio poder sobre los demonios (ver Mc 3,14-15). Para expulsar demonios era necesario poseer un poder que venía de lo alto. Por eso a la expulsión del demonio Jesús la llama: «obrar un milagro invocando mi nombre». La condición esencial para que un milagro se realice es que quien lo realiza no crea que se da por su virtud o en mérito propio sino exclusivamente por gracia (regalo, don) de Dios. Lo que el hombre consigue por su propia virtud no es un milagro; es un logro humano. Los milagros no se conceden sino por la fe, y no cualquier fe sino «aquella que mueve las montañas».

Quien tiene esta fe, y por eso obra milagros, obviamente reconoce a Cristo como Dios. Este no puede «hablar mal de Cristo». De su boca no puede salir más que alabanzas y agradecimientos hacia Jesús. Como conclusión de este episodio, notemos cómo Jesús pasa del trato que recibe Él – «no puede hablar mal de mí» – al trato que reciben los apóstoles – «no está contra vosotros», expresando una identificación con ellos. Recordemos que ya lo había dicho de manera explícita: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10,16). No estar contra significa estar a favor. No hay opción intermedia. Respecto a Jesucristo todos tenemos que optar y esa opción es radical: en contra o a favor. Finalmente aprendemos de este episodio que la gracia de Cristo es absolutamente libre y gratuita ya que también puede actuar fuera de los cauces ordinarios.

 Lo que está en juego…

La segunda idea que vemos en el Evangelio es: Jesús anuncia la recompensa o el castigo según la actitud de los discípulos. Jesús describe a sus discípulos por medio de dos expresiones «los que son de Cristo» y «estos pequeños que creen». Si el apóstol Juan parecía entender que Jesús era propiedad de los Doce, ahora Jesús dice que, en realidad, ellos son de Cristo. Y Cristo agradece incluso un vaso de agua dado a uno de ellos y promete recompensa. Vemos como Jesús considera gravísimo quien ponga un obstáculo y haga caer – que esto es lo que significa «escándalo» – a uno de sus pequeños discípulos como cariñosamente los llama. El «escándalo», en el sentido moral de la palabra, es una acción que constituye un tropiezo para otro en su caminar hacia Dios. La responsabilidad es inmensa ya que la figura utilizada por Jesús es extrema: «mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar». La comparación puede sonar extraña en los labios de Jesús pero expresa toda la gravedad que atribuye al escándalo.

Por último, hay una tercera parte del Evangelio en que Jesús advierte a sus discípulos contra el pecado grave, el pecado que priva de la vida divina a quien lo comete. «Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela…». La frase tiene una lógica implacable. Si el pecado trae la muerte entera al hombre entero, ciertamente antes de cometer un acto de tan graves consecuencias, más vale perder una mano. Y para que se entienda claramente el mensaje el Señor lo va a repetir por tres veces. ¿Cómo describe Jesús la gehena? Es un lugar donde «donde el gusano no muere y el fuego no se apaga» .

Nos dice nuevamente el Pseudo – Crisóstomo: «He aquí el testimonio profético de Isaías: «Cuyo gusano no muere nunca, y cuyo fuego jamás se apagará» (Is 66,24). Pero no es del gusano material del que habla, sino del gusano de la conciencia que remuerde al que no ha obrado el bien. Cada cual será su propio acusador, recordando lo que hizo en la vida mortal, y por eso su gusano no morirá nunca». Que el fuego no se apague significa que el tormento físico causado por la sensación del calor abrasador no acaba nunca y no hay posible refresco. Así describe Jesús la pena eterna debido al pecado.

 Una palabra del Santo Padre:

«Segunda palabra: Pequeñez. En el Evangelio, Jesús alaba al Padre porque ha revelado los misterios de su Reino a los pequeños. ¿Quiénes son estos pequeños que saben cómo acoger los secretos de Dios? Los pequeños son aquellos que necesitan a los grandes, que no son autosuficientes, que no creen que pueden bastarse a sí mismos. Pequeños son aquellos que tienen el corazón humilde y abierto, pobre y necesitado, que sienten la necesidad de orar, de confiarse y de dejarse acompañar. El corazón de estos pequeños es como una antena, capta la señal de Dios, inmediatamente, se da cuenta enseguida. Porque Dios busca el contacto con todos, pero el que se hace grande crea una interferencia enorme, no llega el deseo de Dios: Cuando uno está lleno de sí mismo, no hay lugar para Dios. Por lo tanto, Él prefiere a los pequeños, se revela a ellos, y la forma de encontrarse con Él es bajarse, encogerse dentro, reconocerse necesitado. El misterio de Jesucristo es misterio de pequeñez: Él se bajó, se aniquiló. El misterio de Jesús como vemos en la Hostia en cada misa, es un misterio de pequeñez: de amor humilde, y solo se puede comprender siendo pequeño y frecuentando a los pequeños.

Y ahora podemos preguntarnos: ¿sabemos cómo buscar a Dios allí dónde está? Aquí hay un santuario especial donde está presente, porque hay tantos de los pequeños que Él prefiere. San Pío lo llamó «templo de oración y ciencia», donde todos están llamados a ser «reservas de amor» para los demás (Discurso por el I aniversario de la inauguración, 5 de mayo de 1957): es la Casa de reposo del sufrimiento. En el enfermo se encuentra Jesús, y en el amoroso cuidado de aquellos que se inclinan sobre las heridas del prójimo, está el camino para encontrar a Jesús. Quien cuida a los niños está del lado de Dios y vence a la cultura del descarte, que, por el contrario, prefiere a los poderosos y considera inútiles a los pobres. Los que prefieren a los pequeños proclaman una profecía de vida contra los profetas de muerte de todos los tiempos, también de hoy, que descartan a la gente, descartan a los niños, a los ancianos, porque no sirven.

De pequeño, en la escuela, nos enseñaban la historia de los espartanos. A mí siempre me llamaba la atención lo que nos decía la maestra, que cuando nacía un niño o una niña con malformaciones lo llevaban a la cima del monte y lo arrojaban desde allí para que no hubiera niños como ellos. Nosotros, los niños, decíamos: «¡Pero que crueldad!». Hermanos y hermanas, nosotros hacemos lo mismo, con más crueldad, con más ciencia. Lo que no sirve, lo que no produce, se descarta. Esta es la cultura del descarte; hoy no se quiere a los pequeños. Por eso Jesús se deja de lado.

Finalmente, la tercera palabra. En la primera lectura, Dios dice: «No se alabe el sabio por su sabiduría, ni se alabe el valiente por su valentía» (Jeremías 9, 22). La verdadera sabiduría no estriba en tener grandes cualidades y la verdadera fuerza no está en la potencia. Los que se muestran fuertes y los que responden al mal con el mal no son sabios. La única arma sabia e invencible es la caridad animada por la fe, porque tiene el poder de desarmar a las fuerzas del mal. San Pío luchó contra el mal durante toda su vida y luchó con sabiduría, como el Señor: con humildad, con obediencia, con la cruz, ofreciendo el dolor por amor. Y todos están admirados; pero pocos hacen lo mismo. Todos hablan bien, pero ¿cuántos imitan? Muchos están dispuestos a poner un «me gusta» en la página de los grandes santos, pero ¿quién hace cómo ellos? Porque la vida cristiana no es un «me gusta»; es un «me consagro». La vida perfuma cuando se ofrece como un don; se vuelve insípida cuando se guarda para uno mismo.

Y en la primera lectura, Dios también explica de dónde sacar la sabiduría de la vida: «se alabe quien se alabare: en tener seso y conocerme, porque yo soy Yahveh, que hago merced, derecho y justicia sobre la tierra» (v. 23). Conocerle, es decir encontrarlo, como Dios que salva y perdona: este es el camino de la sabiduría. En el Evangelio, Jesús reafirma: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados» (Mateo 11, 28). ¿Quién de nosotros puede sentirse excluido de la invitación? ¿Quién puede decir: «No lo necesito»? San Pío ofreció su vida y sus innumerables sufrimientos para hacer que los hermanos se encontrasen con el Señor. Y el medio decisivo para encontrarlo era la Confesión, el sacramento de la Reconciliación».

Papa Francisco. Homilía en San Giovanni Rotondo. Sábado 17 de marzo de 2018.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Nosotros podemos escandalizar a muchas personas con nuestra propia incoherencia o mal ejemplo. ¿Soy verdadero testimonio de mi amor a Dios y a su Iglesia? ¿En qué actitudes podría ser escándalo para los pequeños del Señor?

2. A la luz de la Carta del Apóstol Santiago, ¿soy una persona justa y generosa? ¿De qué manera concreta vivo la caridad?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2258- 2262. 2284 – 2326

Written by Rafael De la Piedra