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«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor»

Domingo de la Semana 1ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A – 1 de diciembre de 2019
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 24,37- 44

El Señor volverá, esto es una certeza que proviene de las mismas palabras de Jesús que leemos en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia (San Mateo 24,37- 44). Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro llenos de entusiasmo, hay que despertarse del sueño, sacudirse de la modorra y ver que el día está por despuntar. Así como al amanecer todo se despierta y se llena de nueva esperanza, así la vida del cristiano es un continuo renacer a una nueva vida en la luz (Romanos 13,11-14a). La visión del profeta Isaías (Isaías 2, 1- 5) resume espléndidamente la actitud propia para este Adviento: estamos invitados a salir al encuentro del Señor que nos instruye en sus caminos. Salir iluminados por la luz que irradia el amor de Dios por cada uno de nosotros los hombres.

Un nuevo Año Litúrgico

La Iglesia celebra hoy el primer Domingo de Adviento, con el cual comienza un nuevo Año Litúrgico. Esto no debe ser para un cristiano un mero dato cultural o una información ajena a su vida concreta. Un cristiano podría, tal vez, ignorar que estamos en el mes de diciembre o que estamos en primavera, pero no puede ignorar que estamos en el tiempo litúrgico del Adviento. El tiempo litúrgico consiste en hacer presente «ahora» el misterio de Cristo en sus distintos aspectos. Es, por tanto, el tiempo concreto, el tiempo real, es el tiempo que acoge en sí la eternidad, pues «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). En la revelación bíblica se considera que el correr del tiempo tiene un origen sagrado; de lo contrario sería puramente efímero. Ignorar esta dimensión del tiempo es un signo más del secularismo que nos envuelve. En efecto, en su relación con el tiempo, el secularismo es la mentalidad que prescinde de la eternidad.

Para comprender cuál es el aspecto del misterio de Cristo que celebra el Adviento, conviene saber el origen de esta palabra. La palabra «Adviento» es una adaptación a nuestro idioma de la palabra latina «adventus» que significa «venida». En este tiempo se celebra entonces la «venida de Cristo». Pero la «venida» de Cristo es doble. Entre una y otra se desarrolla la historia presente. Una antigua catequesis de San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) explica: «Os anunciamos la venida de Cristo; pero no una sola, sino también una segunda, que será mucho más gloriosa que la primera. Aquella se realizó en el sufrimiento; ésta traerá la corona del Reino de Dios. Doble es la venida de Cristo: una fue oculta, como el rocío en el vellón de lana; la otra, futura, será manifiesta. En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un pesebre; en la segunda aparecerá revestido de luz. En la primera sufrió la cruz y no rehuyó la ignominia; en la segunda vendrá escoltado por un ejército de ángeles y lleno de gloria. Por tanto, no detenemos nuestra atención solamente en la primera venida, sino que esperamos ansiosos la segunda».

Caminando hacia la Casa de Dios…

La visión del Profeta Isaías nos presenta en la plenitud de los tiempos mesiánicos («al final de los días») a Jerusalén como el centro religioso al cual atraerá el Señor a todas las naciones. Todos los pueblos, todos los hombres serán invitados a subir al monte del Señor, a la casa de Dios. Es difícil imaginar una esperanza mesiánica en medio de épocas tan adversas como la del profeta Isaías, sin embargo, la Palabra de Dios es eficaz y nunca defrauda. Dios, fiel a sus promesas, será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y desazón, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará como soberano, Rey de Universo. Al final de los tiempos vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Maravillosa visión del futuro que nos debe de llenar de esperanza rumbo a la Casa del Padre.

 ¿De qué manera debemos de ir al encuentro del Señor?

Sin duda no se puede caminar de cualquier modo cuando hacia Dios se va. No se puede seguir un camino distraído cuando al final del sendero se nos juzgará sobre el amor. El Salmo responsorial (Sal 121) expresa adecuadamente los sentimientos del pueblo que va al encuentro del Señor: «¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!». Nuestro caminar, pues, será un caminar en la luz, un caminar en el que nos revestimos de las armas de la luz. La antítesis luz-tinieblas es una metáfora común en el Antiguo Testamento: las tinieblas son el símbolo de la incontinencia, de la debilidad de alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la toma de conciencia, la posibilidad de avanzar y el inicio de una nueva situación que vendrá a culminar en el éxito. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados.

«El día se avecina» nos dice San Pablo en su carta a los romanos escrita en el año 57 después de haber realizado sus tres grandes viajes misioneros y preparando su primera visita a la ciudad de Roma. La misma certeza que tiene el vigía nocturno de que el día llegará, la tiene el cristiano de que el Señor volverá y no tardará. Cada momento que pasa nos acerca más al encuentro con «el sol de justicia», con la luz indefectible, con «el día que no conoce ocaso». Es decir, cada vez estamos más cerca de la salvación. La vigilia que nos corresponde es una vigilia llena de esperanza, no de temores y angustias, no de desesperación y desconcierto; sino la vigilia de la laboriosidad como Noé en su tiempo; la vigilia de la fortaleza de ánimo en medio de las dificultades del mundo. El verdadero peligro no se encuentra en las dificultades y tentaciones de este mundo, sino en el vivir como si el Señor no hubiese de venir, como si la eternidad fuese un sueño, una quimera, una ilusión. Es decir, olvidarnos de Dios…

¡Estad preparados!

El Evangelio de hoy repite como un estribillo: «Así será la venida del Hijo del hombre» y las imágenes que usa nos invitan a estar alertas y preparados. Jesús ilustra este aspecto de su venida con dos imágenes: será como el diluvio en tiempos de Noé, que vino sin que nadie se diera cuenta y los arrastró a todos; será como el ladrón nocturno que viene cuando nadie sabe. Estas comparaciones podrían sugerir un acontecimiento terrible, como fue el diluvio, o un hecho poco grato, como sería la visita de un ladrón. El objetivo de estas imágenes es doble. En primer lugar, se trata de ilustrar lo «imprevisto» de la venida de Cristo y mover a la vigilancia. No hay que tener la actitud de los que despreocupados, comen, beben y toman mujer o marido, pues a éstos los cogerá cuando menos lo esperan. Por eso concluye Jesús: «Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

Pero también es cierto que la venida de Cristo operará una división: habrá una gran diferencia entre los que se encuentren vigilantes y los que sean sorprendidos despreocupados. Para los primeros la venida de Cristo colmará sus anhelos de unión con Dios, para éstos será la salvación definitiva, será un acontecimiento gozoso: éstos son los que están continuamente diciendo: «Ven, Señor Jesús». En cambio, para los que comen, beben, se divierten y gozan de este mundo la venida de Cristo será terrible como fue el diluvio para los del tiempo de Noé o como es la visita nocturna de ladrón. Esta diferencia es la que expresa Jesús cuando advierte: «Dos estarán en el campo: uno será tomado, el otro dejado; dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada, la otra dejada». Esta primera parte del Adviento nos invita a vivir siempre en la certeza de que para cada uno de nosotros la venida de Cristo ocurrirá en el espacio de su vida y a esperarlo vigilantes, pero al mismo tiempo alegres, según la exhortación de San Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor: os lo repito, estad alegres… ¡El Señor está cerca!» (Flp 4,4-5).

Una palabra del Santo Padre:

«La primera es la parábola de los hombres que esperan en la noche el regreso de su señor. Esto es importante: la vigilancia, estar atentos, el ser vigilantes en la vida. “¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!” (v.37): es la alegría de atender con fe al Señor, del estar preparados en una actitud de servicio. Se hace presente cada día, llama a la puerta de nuestro corazón. Y será beato quien le abra, porque tendrá una gran recompensa: es más el Señor mismo se hará siervo de sus siervos- es una bonita recompensa- en el gran banquete de su Reino pasará Él mismo a servirles. Con esta parábola, ambientada de noche, Jesús presenta la vida como una vigilia de espera laboriosa, que anuncia el día luminoso de la eternidad. Para poder participar se necesita estar preparados, despiertos y comprometidos en el servicio a los demás, en la consolante perspectiva que “desde allí”, no seremos nosotros los que sirvamos a Dios, sino que será Él mismo quien nos acogerá en su mesa. Pensándolo bien, esto sucede hoy, cada vez que encontramos al Señor en la oración, o también sirviendo a los pobres y sobre todo en la Eucaristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos de su Palabra y de su Cuerpo.

La segunda parábola tiene como imagen la llegada imprevisible del ladrón. Este hecho exige una vigilancia; es más Jesús exhorta: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (v.40). El discípulo es aquel que espera al Señor y a su Reino. El Evangelio aclara esta perspectiva con la tercera parábola: el administrador de una casa después de la partida del señor. En la primera imagen, el administrador sigue fielmente sus deberes y recibe su recompensa. En la segunda imagen, el administrador abusa de su autoridad y golpea a los siervos, por ello, al regreso imprevisto del señor, será castigado. Esta escena describe una situación que sucede frecuentemente también en nuestros días: tantas injusticias, violencias y maldades cotidianas que nacen de la idea de comportarse como señores en la vida de los demás. Tenemos un solo señor a quien no le gusta hacerse llamar “señor” sino Padre”. Todos nosotros somos siervos, pecadores e hijos: Él es el único Padre».

Papa Francisco. Ángelus, domingo 7 de agosto de 2016.

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Decía Carlos Manrique cuando compuso unas «Coplas» a la muerte de su padre: «Esta vida es el camino, para el otro que es morada sin pesar. Mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar». Hagamos un buen examen de conciencia sobre “nuestro andar” al inicio de nuestro Adviento.

2. ¿Cómo puedo estar realmente bien preparado? Jesús mismo nos responde: «Están preparados los que cumplen la voluntad de mi Padre». ¿Busco cumplir lo que Dios quiere para mí y mi familia?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1817- 1821. 2849.

Written by Rafael de la Piedra