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«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»

Domingo de la Semana 20ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 19 de agosto 2018

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6, 51-58

Las lecturas de este Domingo nos ponen de frente con el misterio eucarístico: «fuente y culmen de toda la vida cristiana ». Hay momentos que podemos olvidar las claras palabras de Jesús que nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». Y es que solamente Aquel que ha bajado del cielo puede abrirnos la puerta a la eternidad (San Juan 6, 51-58). Pero ¿estamos realmente ante la verdadera carne y la verdadera sangre de Jesús? Misterio insondable y central de nuestra fe que «contiene verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo» .

En la Primera Lectura vemos a la Sabiduría de Dios (Proverbios 9, 1-6 ) que se deleita en contemplar sus obras y en comunicarse con sus hijos por medio de un celestial banquete, a fin de hacerlos sabios e inteligentes. Justamente ésta es la exhortación que San Pablo dirige a la comunidad de Éfeso (Efesios 5,15-20): «mirad atentamente cómo vivís; no como necios, sino como sabios». El «Pan vivo bajado del cielo» es el alimento que necesitamos para que poder vivir de acuerdo a la Sabiduría de Dios.

«Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado»

El texto que leemos en la Primera Lectura es un extracto del párrafo titulado: «El Banquete de la Sabiduría», o «La Sabiduría hospitalaria». La Sabiduría es un atributo de Dios, pero aparece en este texto como su personificación. Para los Padres de la Iglesia «la Sabiduría» es la revelación anticipada vetero-testamentaria del Verbo de Dios o del Espíritu Santo. La figura de la Sabiduría que se ha construido una casa trae a nuestra memoria el prólogo de San Juan: «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (puso morada entre nosotros), vino a su casa, y los suyos no lo recibieron». Por otra parte, las siete columnas, símbolo de perfección, reflejan más la estructura de un «temenos» griego que la de una casa. En tal caso, se trataría de un banquete sagrado, no de una invitación doméstica. El banquete expresa familiaridad, hospitalidad, invitación a la intimidad, a la confianza y comunión. En la mentalidad oriental el ser invitado a la mesa es una muestra de confianza y amistad muy especial. Quien rechaza esta oferta generosa comete una falta grave; más aún traiciona una amistad.

El banquete expresa en este caso concreto la unión intima entre Dios y el hombre. Dios dispone la mesa para dar de sus manjares al hombre, compartiendo con él sus riquezas y bienes. Sin embargo, entrar en la comunión íntima con Dios Vivo, con Dios Amor conlleva necesariamente rechazar, abandonar toda simpleza y necedad para adentrarse en las realidades profundas del Espíritu y conocer la hondura y la longitud de los misterios divinos, que llevan a la cabal comprensión del misterio humano. Por ello este «banquete celestial» es una invitación a recorrer el camino «de la inteligencia», es decir el sendero humanizante y personalizante que nos permite ir más allá de aquello que nuestros limitados sentidos nos pueden ofrecer y abrirnos a lo que Dios nos quiere compartir.

«Mirad atentamente como vivís…»

La verdadera sabiduría, que proviene de Dios (ver 1 Cor 1,18-31) y que es «más fuerte que la fuerza de los hombres», nos permite conocer y comprender cuál es el designio de Dios y estar dispuesto a cumplirlo. Frente al vino, que conducía al libertinaje (ver la cita de 1 Cor 11,20-22), San Pablo recomienda a los cristianos de Éfeso que se dejen guiar por el Espíritu y que practiquen un culto digno de Dios. Para ello les exhorta a que encuentren en la oración comunitaria la fuerza necesaria para mantenerse firmes y así poder dar gracias a Dios Padre por tantos beneficios recibidos .

 «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

«Habiendo Jesús pronunciado y dicho del pan: ‘Esto es mi cuerpo’, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y habiendo Él aseverado y dicho: ‘Esta es mi sangre’, ¿quién podrá dudar jamás y decir que no es la sangre de Él?». Estas palabras de San Cirilo de Jerusalén, pronunciadas en una catequesis en el año 350 d. C. nos ayudan a entender el tema central del Evangelio dominical. Cuando Jesús declaró: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo», los judíos dudaban y «discutían entre sí diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Ellos habían entendido perfectamente la frase de Jesús y por eso la rechazan indigna¬dos ya que para ellos: «¡Es absurdo que éste pretenda que comamos su carne!», pensarían. Pero el Evangelio dice que había «discusión » entre los judíos. ¿Qué discutían? ¿Habían entendido bien las palabras de Jesús? ¿Era verdad lo que habían entendido?

Y claro, esperan que en la próxima frase Jesús retire lo dicho o que atenúe su sentido literal, explicando que se trataba de una expresión metafórica. Pero lejos de esto, Jesús responde reafirmando el sentido literal de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». Es decir, Jesús no sólo reafirma que deberán comer su carne, sino además que deberán beber su sangre. Y por si quedaran dudas va un poco más: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él».

No hay ninguna duda que toda la tradición de la Iglesia Católica ha entendido este texto en su sentido literal y cuando celebra la Eucaristía y se nutre de ella cree firmemente que bajo la apariencia de pan y vino los fieles comen y beben realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que reciben la vida eterna y la garantía de que serán resucitados por Jesucristo en el último día. Esta ha sido la fe de la Iglesia desde siempre, desde antes de la reforma protestante, desde mucho antes que existieran los grupos evangélicos y las otras sectas que se han disgregado de la única Iglesia fundada por Jesús. El mismo San Cirilo es testigo de esta fe en el siglo IV: «En la Eucaristía, lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el Cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino la Sangre de Cristo».

Es cierto que Jesús amaba usar expresiones enigmáticas; pero cuando era mal comprendido Él mismo se apresuraba en sacar a sus oyentes del error; cuando la comprensión literal es errónea, el mismo Jesús aclara el sentido de sus palabras. En cierta ocasión Jesús dice a sus discípulos: «Cuidaos de la levadura de los fariseos y saduceos» y como lo entendieron literalmente, aclara: «¿Por qué no entendéis que no me refería a los panes? Entonces comprendieron que se refería a la doctrina de los fariseos y saduceos» (ver Mt 16,6-12). Nicodemo entiende materialmente un nuevo nacimiento y objeta: «¿Cómo puede un hombre siendo anciano, nacer?». Jesús aclara que no se trata de un nacimiento material, sino de «nacer del agua y del Espíritu» (ver Jn 3,3-9).

Un día Jesús dice a sus discípulos: «Lázaro duerme, voy a despertarlo». Y como ellos entendieron literalmente y les parece demasiado arriesgado ir allá sólo para despertar al amigo, Jesús aclara: «Lázaro ha muerto» (ver Jn 11,11-14). Podríamos colocar muchos otros ejemplos . Sin embargo, nada de eso ocurre en el pasaje de hoy. Los judíos entendieron literalmente la palabra de Jesús y Jesús, lejos de corregirlos, reafirma eso que entendieron. Ellos han entendido que Jesús dará un pan que es su carne, y entendieron bien. Eso mismo es lo que Cristo quiso enseñar y prometer. Tanto así que termina el pasaje diciendo que «desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron a atrás y ya no andaban con Él» (Jn 6, 66) porque sus palabras eran muy duras.

A continuación, también se refiere Jesús al origen celestial de este pan: «Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma de este pan vivirá para siempre». En tiempos de Jesús los judíos creían que el maná era un pan preparado por ángeles que Dios había dado a su pueblo, haciéndolo caer del cielo. Es la convicción que expresa el libro de la Sabiduría, muy cercano a la época de Jesús: «A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles; les suministraste sin cesar desde el cielo un pan ya preparado» (Sab 16,20). Lo que Jesús quiere decir es que esos textos no describen el maná histórico, sino «el verdadero pan del cielo», un pan que estaba aún por venir y que Él daría al mundo. Los que comieron del maná histórico murieron todos en el desierto y no entraron en la tierra prometida. En cambio, el que coma del «pan vivo bajado del cielo», vivirá para siempre y entrará en el paraíso a gozar de la felicidad eterna.

Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio nos propone el relato del milagro de los panes (Lc 9, 11-17); quisiera detenerme en un aspecto que siempre me conmueve y me hace reflexionar. Estamos a orillas del lago de Galilea, y se acerca la noche; Jesús se preocupa por la gente que está con Él desde hace horas: son miles, y tienen hambre. ¿Qué hacer? También los discípulos se plantean el problema, y dicen a Jesús: «Despide a la gente» para que vayan a los poblados cercanos a buscar de comer. Jesús, en cambio, dice: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Los discípulos quedan desconcertados, y responden: «No tenemos más que cinco panes y dos peces», como si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.

Jesús sabe bien qué hacer, pero quiere involucrar a sus discípulos, quiere educarles. La actitud de los discípulos es la actitud humana, que busca la solución más realista sin crear demasiados problemas: Despide a la gente —dicen—, que cada uno se las arregle como pueda; por lo demás, ya has hecho demasiado por ellos: has predicado, has curado a los enfermos… ¡Despide a la gente!

La actitud de Jesús es totalmente distinta, y es consecuencia de su unión con el Padre y de la compasión por la gente, esa piedad de Jesús hacia todos nosotros: Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades. Ante esos cinco panes, Jesús piensa: ¡he aquí la providencia! De este poco, Dios puede sacar lo necesario para todos. Jesús se fía totalmente del Padre celestial, sabe que para Él todo es posible. Por ello dice a los discípulos que hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta —esto no es casual, porque significa que ya no son una multitud, sino que se convierten en comunidad, nutrida por el pan de Dios. Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo, pronuncia la bendición —es clara la referencia a la Eucaristía—, los parte y comienza a darlos a los discípulos, y los discípulos los distribuyen… los panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración. Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan de Dios para la humanidad.

Los discípulos vieron, pero no captaron bien el mensaje. Se dejaron llevar, como la gente, por el entusiasmo del éxito. Una vez más siguieron la lógica humana y no la de Dios, que es la del servicio, del amor, de la fe. La fiesta de Corpus Christi nos pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber compartir lo poco que somos y tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos. Pidamos a nuestra Madre María que nos ayude en esta conversión para seguir verdaderamente más a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía. Que así sea».

Papa Francisco. Ángelus 2 de junio de 2013.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. «En el santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y sustancial¬mente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo entero » Por eso resulta incomprensible que alguien que conozca a Cristo y lo reconozca como Dios; esté alejado de este Sacramento. ¿Cómo vivo mi amor por la Eucaristía?¿Visito con frecuencia al Santísimo Sacramento?

2. El Papa San Juan Pablo II nos dijo en la Plaza de Armas de Lima en 1988: «La Eucaristía restablece en nosotros la armonía de nuestro ser y nos impulsa a proyectar sobre la sociedad el espíritu de reconciliación que hemos de vivir según el designio de Dios (cf. 2 Cor 5, 19). Nos nutrimos del Pan de vida para llevar a Cristo a las diversas esferas de la existencia: al ambiente familiar, al trabajo, al estudio, a las instituciones políticas y sociales, a los mil compromisos evangélicos de la vida cotidiana». ¿A qué me invita estas palabras del Papa? ¿Qué voy a hacer?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1384-1390. 1402-1405. 1524.

Written by Rafael de la Piedra